Genesis 42 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 38 versitos |
1 Cuando Jacob se enteró de que había grano en Egipto, dijo a sus hijos: «¿Qué hacéis mirándoos unos a otros?».
2 Y añadió: «He oído que hay grano en Egipto. Bajad allá y comprad allí para nosotros, a fin de que sobrevivamos y no muramos».
3 Bajaron, pues, diez hermanos de José a comprar grano en Egipto.
4 A Benjamín, hermano de José, Jacob no lo dejó marchar con sus hermanos, temiendo que le sucediera una desgracia.
5 Los hijos de Israel fueron a Egipto a comprar grano junto con otros grupos, pues había hambre en la tierra de Canaán.
6 ° José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo. Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra.
7 Al ver a sus hermanos José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente: «¿De dónde venís?». Contestaron: «De la tierra de Canaán a comprar provisiones».
8 José reconoció a sus hermanos, pero ellos no lo reconocieron.
9 Se acordó José de los sueños que había tenido acerca de ellos y les dijo: «¡Sois espías! Habéis venido a observar los lugares indefensos del país».
10 Le respondieron: «¡No, señor! Tus servidores han venido a comprar provisiones.
11 Todos nosotros somos hijos del mismo padre; somos personas honradas. Tus servidores no son espías».
12 Pero él insistió: «No es cierto, habéis venido a observar los lugares indefensos del país».
13 Contestaron: «Nosotros, tus servidores, éramos doce hermanos, hijos del mismo padre en la tierra de Canaán; el menor se ha quedado con nuestro padre y el otro desapareció».
14 José replicó: «Lo que yo decía: sois espías.
15 Pero voy a poneros a prueba: ¡Por vida del faraón que no saldréis de aquí hasta que no venga vuestro hermano menor!
16 Enviad a uno de vosotros y que traiga a vuestro hermano, mientras los demás quedáis presos; así probaréis que decís la verdad; de lo contrario, ¡por vida del faraón, que sois unos espías!».
17 Y los hizo detener durante tres días.
18 Al tercer día, José les dijo: «Yo temo a Dios, por eso haréis lo siguiente, y salvaréis la vida:
19 si sois honrados, uno de vosotros quedará bajo custodia en la casa donde estáis detenidos y los demás irán a llevar el grano a sus familias hambrientas.
20 Después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis. Ellos aceptaron.
21 Entonces se dijeron unos a otros: «Estamos pagando el delito contra nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia».
22 Intervino Rubén: «¿No os decía yo: “No pequéis contra el muchacho”, y vosotros no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre».
23 Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete.
24 Él se retiró y lloró; después volvió a ellos y escogió a Simeón, a quien hizo encadenar en su presencia.
25 José mandó que les llenasen de grano los sacos, que metieran el dinero de cada uno en su saco y que les dieran provisiones para el camino. Y así se hizo.
26 Cargaron el grano sobre los asnos y se marcharon de allí.
27 Cuando uno de ellos abrió el saco para echar pienso al asno en la posada, vio que su dinero estaba en la boca del saco
28 y dijo a sus hermanos: «Me han devuelto el dinero; está aquí en mi saco». Se les sobresaltó su corazón y, temblando, se decían unos a otros: «¿Qué ha hecho Dios con nosotros?».
29 Cuando llegaron a casa de su padre Jacob, la tierra de Canaán, le contaron todo lo sucedido:
30 «El hombre, señor de aquel país, nos habló duramente y nos tomó por espías de su tierra.
31 Nosotros le dijimos: “Somos personas honradas, no espías.
32 Éramos doce hermanos, hijos del mismo padre; uno desapareció, y el menor se ha quedado con nuestro padre en la tierra de Canaán”.
33 Pero el hombre, señor de aquella tierra, nos dijo: “En esto conoceré que sois honrados: dejad conmigo a uno de los hermanos; los demás, vayan a llevar el grano a sus familias hambrientas.
34 Luego me traeréis a vuestro hermano menor, y así sabré que sois honrados, y no unos espías. Entonces os devolveré a vuestro hermano, y podréis moveros libremente por el país”».
35 Cuando vaciaron los sacos, cada uno tenía la bolsa de su dinero en su propio saco. Al ver las bolsas de su dinero, ellos y su padre se asustaron.
36 Jacob, su padre, les dijo: «Me vais a dejar sin hijos. José desapareció, Simeón desapareció, y ahora os queréis llevar a Benjamín. Todo recae sobre mí».
37 Pero Rubén contestó a su padre: «Haz morir a mis dos hijos si no te lo devuelvo; ponlo en mis manos y te lo devolveré».
38 Él dijo: «Mi hijo no bajará con vosotros. Su hermano murió, y solo me queda él. Si le ocurriera una desgracia en el viaje que vais a emprender, hundiríais de pena mis canas en el abismo».

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Introducción a Genesis

ANTIGUO TESTAMENTO

INTRODUCCIÓN

En la introducción general ha quedado señalado que «Testamento» es uno de los significados de un término hebreo (berit) y de su traducción griega (diazeke) que originariamente significa «Alianza». En este sentido, el Antiguo y el Nuevo Testamento, como conjunto de libros, tienen que ver directa y estrechamente con la Alianza, establecida por Dios con el pueblo de Israel, en Abrahán primero, a través de Moisés después en el Sinaí, y cumplida finalmente en plenitud por la sangre de Cristo. Es decir, los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento están estrechamente relacionados con la historia de Israel y de la Iglesia.

Los libros del Antiguo Testamento

La primera impresión que recibe quien emprende la lectura de la Biblia es que su contenido fundamental es el de una historia, que se remonta hasta los mismos orígenes del mundo y de la humanidad, pero que poco a poco se va concentrando en los descendientes de Abrahán y, entre estos, en el pueblo de Israel, heredero de la promesa hecha por Dios al gran Patriarca. A estos descendientes se dedica la parte principal del conjunto de libros que va desde Génesis hasta el Segundo libro de las Crónicas y, más allá de estos testimonios de la época primera, hasta los libros de los Macabeos. Con todo, pese al carácter eminentemente narrativo y a los contenidos principalmente históricos de este conjunto, estos mismos contenidos y otros elementos más estrictamente literarios impiden subsumirlos todos en un grupo uniforme.

De hecho, ya desde antiguo se ha señalado el carácter peculiar de los cinco primeros libros de la Biblia, que los cristianos llaman «El Pentateuco» (es decir, «Los Cinco Estuches/libros»), y los judíos «La Torá» (es decir, «La Ley»), debido a la importancia indudable que tiene en ellos la ley santa revelada por Dios a su pueblo a través de Moisés. Más allá de las prescripciones legales contenidas en Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, y de los relatos que dedica Génesis, primer libro de la Biblia, a los orígenes tanto del mundo (Gén 1:1-31; Gén 2:1-25; Gén 3:1-24; Gén 4:1-26; Gén 5:1-32; Gén 6:1-22; Gén 7:1-24; Gén 8:1-22; Gén 9:1-29; Gén 10:1-32; Gén 11:1-32) como del pueblo (Gén 12:1-20; Gén 13:1-18; Gén 14:1-24; Gén 15:1-21; Gén 16:1-16; Gén 17:1-27; Gén 18:1-33; Gén 19:1-38; Gén 20:1-18; Gén 21:1-34; Gén 22:1-24; Gén 23:1-20; Gén 24:1-67; Gén 25:1-34; Gén 26:1-35; Gén 27:1-46; Gén 28:1-22; Gén 29:1-35; Gén 30:1-43; Gén 31:1-55; Gén 32:1-32; Gén 33:1-20; Gén 34:1-31; Gén 35:1-29; Gén 36:1-43; Gén 37:1-36; Gén 38:1-30; Gén 39:1-23; Gén 40:1-23; Gén 41:1-57; Gén 42:1-38; Gén 43:1-34; Gén 44:1-34; Gén 45:1-28; Gén 46:1-34; Gén 47:1-31; Gén 48:1-22; Gén 49:1-33; Gén 50:1-26), los cuatro últimos libros del Pentateuco mencionados más arriba se centran en el acontecimiento del éxodo, que va desde la situación de esclavitud del pueblo en Egipto hasta la contemplación de la Tierra de la Promesa.

Los libros que siguen al Pentateuco, que los cristianos conocen como «históricos» y los judíos denominan «Profetas anteriores», abarcan un extenso período que inicia con el paso del Jordán y, en la Biblia cristiana, alcanza hasta la época helenista, pasando por la toma de posesión de la tierra, el establecimiento de la monarquía, la división del reino, la caída de Samaría y de Jerusalén, el destierro y los avatares que acompañaron a la vuelta de aquellos años de singular prueba en Babilonia. En tiempos recientes se ha resaltado la singularidad de los primeros libros de este extenso conjunto, queriendo descubrir en ellos el sello de la teología representada en el Deuteronomio; por esta razón el conjunto se ha denominado «historia deuteronomista». Esta «historia» incluiría Josué, Jueces, 1-2 Samuel y 1-2 Reyes. Los libros de 1-2 Crónicas, Esdras y Nehemías, que siguen a los referidos, representarían la «historia del Cronista», que alcanza desde Adán hasta la restauración del templo y de Jerusalén en la época persa; el Cronista vuelve a leer toda la historia de Israel, resaltando la identidad de este último como pueblo de Dios, el culto en el templo y la observancia de la ley. En relación con estos dos grandes conjuntos encontramos otra serie de libros narrativos centrados en algunos personajes: Rut, Ester, Tobías, y Judit; más allá del pretendido carácter histórico de estos libros, en ellos se descubre una orientación marcadamente didáctica: sus protagonistas encarnaron en circunstancias pasadas de especial dificultad las grandes virtudes religiosas y morales que deben ser el santo y seña de todo Israel. Completan el conjunto de «los libros históricos» 1 y 2 Macabeos, dedicados a la actividad de los Macabeos en el período, también difícil, de la helenización de Palestina.

A los libros históricos siguen en las ediciones católicas de la Biblia los llamados libros poéticos y sapienciales, ordenados en las citadas ediciones por la supuesta antigüedad de cada uno de ellos: Job, que es presentado como un antiguo patriarca; los Salmos, atribuidos en términos generales a David; Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares y Sabiduría, que la tradición atribuye a Salomón, y, finalmente, el Eclesiástico, compuesto por un maestro judío de comienzos del siglo ii a.C. llamado Jesús Ben Sira. Aunque algunas de las piezas recogidas en estos libros -salmos, proverbios- son evidentemente antiguas, la redacción actual de los mismos hay que situarla entre los siglos v y i a.C. La atribución de estas obras a grandes figuras del pasado e incluso la eventual mención expresa de tales figuras en ellas debe entenderse, pues, como una forma de señalar la relación entre la enseñanza que transmiten y la gran tradición de Israel. En algunos de estos libros, la poesía, popular o más elaborada, se convierte en vehículo adecuado para derramar el alma ante Dios en la oración/meditación privada o pública (Salmos), o bien para cantar el amor y la atracción entre el hombre y la mujer, creados por Dios al principio (Cantar de los Cantares).

El AT lo completa un tercer grupo de obras que los cristianos llaman «libros proféticos», y los judíos, «Nebiim» («Profetas»). Se incluyen en este grupo un total de dieciséis obras, distinguiéndose entre las cuatro primeras, denominadas «Profetas mayores» (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel), y las doce restantes, conocidas como «Profetas menores» (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías). Dejando de lado el hecho de que los personajes a quienes se atribuyen los libros de los profetas mayores corresponden a grandes nombres de la tradición profética de Israel, la consideración de mayores o menores es de origen cristiana y tuvo que ver únicamente con la mayor o menor extensión de los libros pertenecientes a uno u otro grupo. Los judíos consideran que los Profetas son un comentario a la Torá y, por esta razón, los incluyen inmediatamente después del Pentateuco; frente a ello, los cristianos vieron principalmente en los profetas a anunciadores de la salvación futura, razón por la cual incluyeron los libros vinculados a ellos inmediatamente antes de los escritos del NT.

La formación del AT en el marco de la historia de Israel

Lo que los cristianos conocemos como AT no parece haber existido como tal antes del siglo ii o i a.C.; en esos siglos hay que fechar los libros más recientes del conjunto, es decir, Sabiduría y 1-2 Macabeos. Antes fueron apareciendo libros o tradiciones que, en su expresión literaria, hay que situar en algunos casos en la época monárquica, es decir, entre el siglo x y, con mayor probabilidad, los siglos vii-vi a.C. En diversos momentos de ese largo período fueron tomando cuerpo las diversas tradiciones sobre los orígenes de Israel que serían recogidas luego en los distintos libros del Pentateuco, se recopilaron los grupos más antiguos de proverbios, se recogieron o compusieron los primeros Salmos, vinculados muy probablemente desde el principio al culto del templo, y, tras la división del reino, resonó la voz de los profetas Amós y Oseas, en el Norte, e Isaías, Miqueas, Sofonías, Nahún, Habacuc y Jeremías, en el Sur. El descubrimiento del libro de la ley en Jerusalén en tiempos del rey Josías y el movimiento reformador promovido por este rey (siglo vii a.C.) impulsaron muy posiblemente la relectura de la historia que, por su relación con la corriente religiosa representada en el libro del Deuteronomio, se ha dado en llamar «deuteronomista».

En el período comprendido entre el final de la monarquía y la vuelta del exilio en Babilonia, es decir, los años 597-538 a.C., el pueblo de Dios de la Primera Alianza vivió experiencias que marcaron profundamente su existencia. En estos años y en relación con la conquista de Jerusalén y la deportación a Babilonia hay que situar la redacción sacerdotal del Pentateuco y la forma final de la historia deuteronomista, así como las profecías de Ezequiel y del Segundo Isaías (Isa 40:1-31; Isa 41:1-29; Isa 42:1-25; Isa 43:1-28; Isa 44:1-28; Isa 45:1-25; Isa 46:1-13; Isa 47:1-15; Isa 48:1-22; Isa 49:1-26; Isa 50:1-11; Isa 51:1-23; Isa 52:1-15; Isa 53:1-12; Isa 54:1-17; Isa 55:1-13). Los autores implicados en esta actividad y las obras salidas de sus manos o de las de sus discípulos ayudaron al pueblo a leer de otro modo la alianza de Dios con su pueblo y su acción en la historia.

La actividad literaria que adquirirá su forma final en el AT tuvo otro momento sobresaliente en los tres siglos que siguieron al exilio, conocidos como época persa (538-333 a.C.). Fue en estos años cuando se redactó el Pentateuco, en su versión definitiva, se compusieron el libro de Job, algunos Salmos y «la historia del Cronista», y desarrollaron su actividad el llamado Trito-Isaías (Isa 56:1-12; Isa 57:1-21; Isa 58:1-14; Isa 59:1-21; Isa 60:1-22; Isa 61:1-11; Isa 62:1-12; Isa 63:1-19; Isa 64:1-12; Isa 65:1-25; Isa 66:1-24), Ageo, Zacarías y Malaquías.

En la época helenista, comprendida entre los años 333 y 63 a.C., hay que situar la redacción final del Salterio y la de la mayoría de los libros deuterocanónicos: 1-2 Macabeos, Tobías, Judit y el Eclesiástico o Sirácida. La confrontación de la fe de Israel con la cultura y el pensamiento griegos dejó su impronta en el singular libro de Qohélet o Eclesiastés; en esta misma época helenista, y más concretamente a mediados del siglo ii a.C., hay que datar el libro de Daniel.

Producto del influjo de la filosofía helenista en el judaísmo de la diáspora es el libro de la Sabiduría, último del AT cristiano, escrito directamente en griego en Alejandría de Egipto probablemente en el siglo i a.C.

GÉNESIS

El Génesis es el libro de los orígenes, pues laten en él algunos de los grandes interrogantes de la humanidad acerca del cosmos, de la vida y de la muerte, del bien y del mal... Sus narraciones hablan de tres orígenes: del mundo, de la humanidad (Adán y Eva, Noé...) y de Israel (patriarcas).

El Dios del Génesis es, en primer lugar, el Dios creador. Pero también lo es de la bendición y de la promesa. E igualmente de la alianza; que primero hará con Noé (Gén 9:8-17), y después con Abrahán. Cuando la maldad del hombre crece sobre la tierra (de Adán a Noé), Dios decide deshacerse de la humanidad. Pero Noé, el justo, obtiene su favor (Gén 6:5-8). Y de él surge una humanidad nueva, en la que se entroncan los antepasados de Israel. A través de Abrahán y sus descendientes, la promesa y la bendición alcanzarán a todas las familias de la tierra (Gén 12:3), lo cual halla su pleno cumplimiento con la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Hch 2:1-47).

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

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Notas

Genesis 42,1-38*37:2-50:26 Esta última parte del Génesis gira en torno a Jacob y sus descendientes, entre los que destacan José, Judá y Rubén. Se pueden distinguir dos componentes básicos: primero, la «Historia de José», cuyo núcleo (Gén 37:1-36 y Gén 39:1-23; Gén 40:1-23; Gén 41:1-57; Gén 42:1-38; Gén 43:1-34; Gén 44:1-34; Gén 45:1-28) constituye esencialmente una unidad literaria (Gén 38:1-30 encaja mal en su lugar actual); segundo, la «Historia de Jacob y de sus hijos» (Gén 46:1-34; Gén 47:1-31; Gén 48:1-22; Gén 49:1-33; Gén 50:1-26). Evidentemente, no cabe establecer una separación neta entre ambas; al contrario, convergen en muchos puntos. Es más, en cierto modo la historia de José no es más que un episodio de la historia de Jacob. En esta perspectiva, se comprende más fácilmente la inserción de la historia de Judá y Tamar (Gén 38:1-30).


Genesis 42,6-24*42:6-24 La prueba de José a sus hermanos les llevará a reconocer y confesar su culpa (Gén 42:21 s). Pero, a diferencia de lo que hicieron ellos con él, José los trata con justicia y generosidad. Indirectamente, el relato ofrece un modelo de conducta para cuantos poseen autoridad y ejercen una tarea de gobierno.