ÉXODO
El Éxodo, segundo libro del Pen tateuco, es el libro de la li beración y de la Alianza, de los primeros pa sos por el desierto y de la fabricación del instrumental cúltico. Libro heterogéneo por tema y origen. La división te máti ca se da por bloques bastante diferenciados, la división por origen impone mu chas veces destrenzar lo trenzado por el autor del libro ac tual.
Salida de Egipto. Éste es el gran libro épico de la liberación. El Señor irrumpe en la historia poniéndose al lado de un pueblo de esclavos, oprimido por Egipto, una de las potencias de aquel entonces. El faraón resiste al actuar divino por ra zón de Estado: razón política, por que la minoría extranjera se está haciendo mayoría; razón militar, porque podrían convertirse en peli groso apoyo del enemigo; ra zón económica, porque suministran mano de obra gratis.
Es inevitable el choque de fuerzas. En diez encuentros el Señor descarga sus golpes. Los dos primeros encuentros quedan indecisos; al tercero, el Señor se impone; al séptimo, el faraón reconoce su culpa; al décimo, los israelitas son empujados a salir del país de la opresión. El autor último, utilizando textos diversos, compone un cuadro estilizado y grandioso.
El Señor actúa, en parte, por medio de Moisés, el gran liberador humano, que repite por adelantado la experiencia del pueblo, se so lidariza con él, lo moviliza. Se en frenta tenazmente con el faraón y va creciendo en estatura hasta hacerse figura legendaria.
El último acto se desenvuelve en un escenario cósmico: un de sierto hostil que se dilata a la espalda, un agua amenazadora que cierra el paso al frente, un viento aliado que cumple las órdenes de Dios. En la batalla cósmica se consuma la derrota de un ejército prepotente y la salvación de un pueblo desarmado.
Estos capítulos se clavan en la memoria del pueblo, convirtiéndose en modelo o patrón de sucesivas liberaciones; con la misma función penetran en el Nuevo Testamento y extienden su influjo e inspiración incluso a gente que no cree en ese Dios liberador. El Señor será para siempre en Israel «el que nos sacó de Egipto, de la esclavitud».
Historicidad. ¿Quiso el autor escribir historia, o sea, relatar hechos sucedidos? En caso afirmativo, ¿qué criterios y técnicas narrativas empleó? Partiendo del texto, ¿podemos reconstruir un proceso histórico? Y si esto es posible, ¿podemos rastrear sus huellas?
El libro no nos ayuda mucho a responder a estas preguntas, pues es muy vago en detalles significativos, y contiene grandes silencios y lagunas al respecto, p. ej. ¿Cómo se llama el faraón? -En otros libros se suministran nombres: Necó, Nabucodonosor, Ciro, etc.-. No se aducen fechas. Casi todo es anónimo e indiferenciado.
Fuera del libro no encontramos en la literatura circundante referencias precisas a los hechos narrados. La arqueología de Palestina ofrece un testimonio ambiguo. Evidencia movimientos de población y cambios culturales hacia el 1200 a.C. al pasar de la edad de bronce a la del hierro; pero en muchos detalles no concuerda con el relato bíblico.
No cabe duda, sin embargo, que el autor está narrando hechos que sucedieron y que marcaron para siempre la identidad del pueblo de Israel. Y es este sentido de su propia trayectoria histórica lo que quiere dejar constancia escrita.
A favor de la historicidad básica del libro del Éxodo, se aduce la exactitud del color egipcio y muchos detalles: nombres, prácticas, fenómenos. Y sobre todo, un argumento de coherencia: sin una experiencia egipcia y una salida con un guía, es muy difícil explicar la historia sucesiva y los textos bíblicos.
Se señala como fecha más probable para los acontecimientos el reinado en Egipto de Ramsés II, nieto de Ramsés I, fundador de la dinastía XVIII, e hijo de Seti I, quien restableció el dominio egipcio sobre Palestina y Fenicia. Firmado el tratado de paz con el monarca hitita Hatusilis III, el faraón sucumbió a una fiebre constructora; ciudades, monumentos, estatuas.
Mensaje religioso. Pero por encima de todo, el Éxodo es el testimonio de la revelación de Dios como liberador, sensible al dolor y al clamor de un pueblo que sufre la opresión y que, por tanto, decide inclinar su fuerza en favor del débil.
Esta auto-revelación de un Dios que no tolera la opresión ni la injusticia, es la clave para entender la forma cómo la fe israelita describe las acciones que dieron como resultado su liberación del poderío egipcio. Pero también sigue siendo la clave permanente para que todo pueblo oprimido, de hoy y de mañana, se sacuda de la opresión de toda esclavitud, contando siempre no sólo con la aprobación de Dios, sino lo que es más importante, con el poder y el aliento de su presencia liberadora.
Exodo 32,1-14El ternero de oro. En contraste con Éxo_19:8 y 24,3.7, donde todo el pueblo promete hacer cuanto mande el Señor, encontramos este relato con la intención de subrayar la infidelidad del pueblo a la Alianza. El pueblo trata de disculpar este acto, que generalmente se denomina apostasía, con la ausencia de Moisés y su ignorancia de dónde se encuentra (1). Y es que, efectivamente, en 24,18 se nos dijo que Moisés había subido al monte y había permanecido allí cuarenta días con sus noches. Queda claro que lo que se realiza aquí es en ausencia de Moisés, pero en presencia y con el beneplácito de Aarón. Se han dado muchas interpretaciones acerca de este pasaje sin llegar a alcanzar la unanimidad respecto a su significado. Por ahora, lo que más nos sirve a nosotros es entender el pasaje como un relato cargado de simbolismo, donde se busca demostrar que ya desde los comienzos de Israel como pueblo hubo infidelidades y rechazo hacia el Dios que le había dado la vida. La infidelidad conllevó siempre el castigo y los «intentos» por parte de Dios de exterminarlos a todos; pero siempre hubo un mediador, generalmente un profeta, en este caso Moisés. Desempeña tan bien su papel de mediador que logra que Dios se arrepienta de su decisión para dar paso al perdón y a la acogida amorosa de los infractores (14).
Esta misma dinámica atraviesa toda la historia de Israel, y es a la luz de ella como podemos entender el mensaje de los profetas. Es, al mismo tiempo, la clave que nos ayuda a entender el impacto que produjo este pasaje releído y actualizado en los momentos más difíciles de la historia del pueblo. Pensemos sólo en la época del destierro (587-534 a.C.) cuando todo se había perdido, incluso casi la misma fe en el Señor. Seguramente, la relectura de este pasaje llevó a un renacer de la fe y de la esperanza. Fe en que ese Dios comprometido con el pueblo desde tiempos de la esclavitud, que no los borró de la faz de la tierra en otras circunstancias también difíciles, ahora tampoco los destruiría ni los abandonaría, siempre y cuando el pueblo reconociera sus culpas. Así pues, se puede constatar que Dios asume un compromiso con Israel, no porque sea el mejor de todos, sino precisamente porque es pecador y porque es también el lugar teológico de la misma «esperanza divina» -Dios también tiene esperanza- en el cambio del pueblo gracias a Su justicia.