Jeremías  3 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 25 versitos |
1 La palabra del Señor llegó a mí en estos términos: Si un hombre repudia a su mujer y ella, al irse de lado, llega a ser la mujer de otro, ¿puede aquel volver de nuevo a ella? ¿No está acaso esa mujer irremediablemente mancillada? Y tú, que te has prostituido con tantos amantes, ¿podrás volver a mí? -oráculo del Señor-.
2 Alza tus ojos a los montes desolados y mira: ¿dónde no has sido violada? Te sentabas a la espera junto a los caminos, como el árabe en el desierto; así has contaminado el país con tus prostituciones y tu maldad.
3 Por eso se detuvieron los aguaceros y no hubo lluvia de primavera. Pero tú tenías frente de prostituta, rehusabas avergonzarte.
4 Y aún ahora me gritas: "¡Padre mío! ¡Tú eres el amigo de mi juventud!
5 ¿Acaso él guardará rencor eternamente? ¿Mantendrá su ira para siempre?". ¡Tú hablas así y haces el mal a más no poder!
6 El Señor me dijo en los días del rey Josías: ¿Has visto lo que hizo la apóstata Israel? Se ha ido a toda montaña elevada y bajo todo árbol frondoso, para prostituirse allí.
7 Yo pensaba: Después de hacer todo esto, ella volverá otra vez a mí. ¡Pero no ha vuelto! Su hermana, la traidora Judá, ha visto esto:
8 ella vio que, por todos los adulterios había cometido la apóstata Israel, yo la había repudiado y le había dado el acta de divorcio, Pero la traidora Judá, su hermana, no sintió ningún temor, sino que fue y también ella se prostituyó.
9 Así, con su frívola prostitución profanó el país, cometiendo el adulterio con la piedra y la madera.
10 A pesar de todo esto, su hermana, la traidora Judá, no volvió a mí de todo corazón, sino sólo engañosamente -oráculo del Señor-.
11 El Señor me dijo: La apóstata Israel se ha mostrado más justa que la traidora Judá.
12 Ve entonces a gritar estas palabras hacia el Norte: ¡Vuelve, apóstata Israel -oráculo del Señor- y no te mostraré un rostro severo, porque yo soy misericordioso -oráculo del Señor- y no guardo rencor para siempre.
13 Pero reconoce tu culpa, porque te has rebelado contra el Señor, tu Dios, y has prodigado tus favores a los extranjeros, bajo todo árbol frondoso: ¡ustedes no han escuchado mi voz! -oráculo del Señor-.
14 ¡Vuelvan, hijos apóstatas -oráculo del Señor- porque yo soy el dueño de ustedes! Yo los tomaré, a uno de una ciudad y a dos de una familia, y los conduciré a Sión.
15 Después les daré pastores según mi corazón, que los apacentarán con ciencia y prudencia.
16 Y cuando ustedes se hayan multiplicado y fructificado en el país, en aquellos días -oráculo del Señor- ya no se hablará más del Arca de la Alianza del Señor, ni se pensará más en ella; no se la recordará, ni se la echará de menos, ni se la volverá a fabricar.
17 En aquel tiempo, se llamará a Jerusalén "Trono del Señor"; todas las naciones se reunirán en ella, y ya no seguirán más los impulsos de su corazón obstinado y perverso.
18 En aquellos días, la casa de Judá irá hacia la casa de Israel, y ellas vendrán juntas del país del Norte a la tierra que yo di a sus padres en herencia.
19 Yo me había dicho: ¡Cómo quisiera contarte entre mis hijos y darte una tierra deliciosa, la herencia más hermosa de las naciones! Yo me había dicho: Tú me llamarás "Mi padre", y nunca dejarás de ir detrás de mí.
20 Pero como una mujer traiciona a su marido, así me han traicionado ustedes, casa de Israel -oráculo del Señor-.
21 En los montes desolados se escucha una voz: son llantos y súplicas de los hijos de Israel, porque han tomado por un camino torcido, se han olvidado del Señor, su Dios.
22 -¡Vuelvan, hijos apóstatas, yo los sanaré de sus apostasías! -Aquí estamos, venimos hacia ti, porque tú eres el Señor, nuestro Dios.
23 ¡Sí, son una mentira las colinas y el tumulto de las montañas! ¡Sí, en el Señor, nuestro Dios, está la salvación de Israel!
24 La Ignominia ha devorado las ganancias de nuestros padres desde nuestra juventud: sus ovejas y sus vacas, sus hijos y sus hijas.
25 Acostémonos en nuestra ignominia y que nos cubra nuestra vergüenza, porque hemos pecado contra el Señor, nuestro Dios, nosotros y nuestros padres, desde nuestra juventud hasta el día de hoy, y no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios.

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Jeremías  3,1-25

1. Según la legislación deuteronómica, un hombre no podía tomar de nuevo por esposa a la mujer de la que se había divorciado legalmente y que se había casado con otro hombre ( Deu_24:1-4). Este principio vale también para Judá: ella no puede pretender que el Señor 1a vuelva a recibir como esposa, después de haberse "prostituido con tantos amantes". Pero el Señor nunca niega su perdón al pecador arrepentido ( Deu_4:1).

6-13. Jeremías propone una alegoría de los reinos de Israel y de Judá, bajo la imagen de dos hermanas. Israel, el reino del Norte, había sido devastado por los asirios un siglo antes. Esto debió ser una lección para Judá, pero ella no supo aprovecharla. Ezequiel desarrollará más tarde esta misma comparación (Ez. 23).

14-18. Este oráculo es posterior a la destrucción de Jerusalén. El Arca de la Alianza ha desaparecido y ya no volverá a ser recuperada. Sobre la fecha y el modo de la desaparición del Arca no poseemos ningún dato cierto. Sólo se conoce la leyenda transmitida en 2Ma_2:5.

24. "Ignominia": alusión despectiva a los dioses paganos (11. 13; Ose_9:10).