Miqueas 3 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 12 versitos |
1

Segunda denuncia
Is 1,17-23; Jr 22,13-17

Pero yo digo:
Escúchenme, jefes de Jacob,
príncipes de Israel:
2 ¿no les toca a ustedes
ocuparse del derecho,
ustedes que odian el bien
y aman el mal?
Arrancan la piel del cuerpo,
la carne de los huesos,
3 se comen la carne de mi pueblo,
le arrancan la piel,
le rompen los huesos, lo cortan
como carne para la olla,
como ración para la cacerola.
4 Pero cuando griten al Señor,
no les responderá,
les ocultará el rostro entonces
por sus malas acciones.
5

Los profetas y el profeta
Ez 13

Así dice el Señor a los profetas
que extravían a mi pueblo:
Cuando tienen algo que morder,
anuncian paz,
y declaran una guerra santa
a quien no les llena la boca.
6 Por eso llegará una noche sin visión,
oscuridad sin oráculo;
se pondrá el sol para los profetas
oscureciendo el día;
7 los videntes avergonzados,
los adivinos sonrojados
se taparán la barba,
porque Dios no responde.
8 Yo, en cambio, estoy lleno de valor,
de Espíritu del Señor,
de justicia, de fortaleza,
para denunciar
sus crímenes a Jacob,
sus pecados a Israel.
9

Denuncia y sentencia

Escúchenme, jefes de Jacob,
príncipes de Israel:
ustedes que desprecian la justicia
y tuercen el derecho,
10 edifican con sangre a Sión,
a Jerusalén con crímenes.
11 Sus jueces juzgan por soborno,
sus sacerdotes predican a sueldo,
sus profetas adivinan por dinero;
y encima se apoyan en el Señor
diciendo: ¿No está el Señor
en medio de nosotros?
No nos sucederá nada malo.
12 Pero por su culpa
Sión será un campo arado,
Jerusalén será una ruina,
el monte del templo,
un cerro de malezas.

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Introducción a Miqueas

MIQUEAS

Miqueas y su época. Miqueas, que en hebreo significa «¿Quién como Dios?», nació en Moréset Gat, una aldea de Judá, donde las montañas centrales comienzan a descender hacia el mar, pueblo fronterizo a unos 45 kilómetros de Jerusalén.
La época de Miqueas en el tablero internacional contempla la subida y afirmación de Asiria, a la que Israel, como reino vasallo, comienza a pagar tributo hacia el año 743 a.C. Después vendrá la sublevación de Oseas (713-722 a.C.), último rey del norte, y la destrucción del reino. Nuestro profeta conoció la agonía de Samaría y la deportación en masa de habitantes a Nínive. Probablemente también conoció la invasión de Judá por Senaquerib (701 a.C.), que resuena en 1,8-16. Colaboraría seguramente, junto a Isaías, en la reforma esperanzadora que trajo el rey Ezequías (727-692 a.C.).
Los peligros de aquella época turbulenta no venían solamente del exterior. Dentro, la corrupción era rampante, sobre todo por la ambición de los gobernantes apoyados por los falsos profetas, la rapacidad de la clase sacerdotal, la avaricia de mercaderes y comerciantes. Los cultos idolátricos de los vecinos cananeos se habían infiltrado también en el pueblo.
Esta situación es la que recoge nuestro profeta en su obra, y también los otros escritores anónimos que intercalaron sus profecías en el libro bajo el nombre de Miqueas. Actualmente hay comentaristas que atribuyen el libro a dos o más autores, de épocas diversas.

Mensaje religioso.
Este profeta, venido de la aldea, encontró en la corte a otro profeta extraordinario, llamado Isaías, y al parecer recibió su influjo literario. Miqueas, no obstante, descuella por su estilo incisivo, a veces brutal, sus frases lapidarias y también por el modo como apura una imagen, en vez de solo apuntarla.
Aunque su actividad profética se mueve en la línea de Isaías, Oseas y Amós, Miqueas descuella por la valentía de una denuncia sin paliativos, que le valió el título de «profeta de mal agüero». Nadie mejor que un campesino pobre, sin conexiones con el templo o con la corte, para sentirse libre en desenmascarar y poner en evidencia los vicios de una ciudad como Jerusalén que vivía ajena al peligro que se asechaba contra ella, en una ilusoria sensación de seguridad.
Afirma que el culto y los sacrificios del templo, si no se traducen en justicia social, están vacíos de sentido. Arremete contra los políticos y sus sobornos; contra los falsos profetas que predican a sueldo y adivinan por dinero; contra la rapacidad de los administradores de justicia; contra la avaricia y la acumulación injusta de riqueza de los mercaderes, a base de robar con balanzas trucadas y bolsas de pesas falsas.
Miqueas emplaza a toda una ciudad pecadora y corrompida ante el juicio y el inminente castigo de Dios. Sin embargo, y también en la línea de los grandes profetas de su tiempo, ve en lontananza la esperanza de la restauración del pueblo, gracias al poder y la misericordia de Dios. El Señor será el rey de un nuevo pueblo, «no mantendrá siempre la ira, porque ama la misericordia; volverá a compadecerse, destruirá nuestras culpas, arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados» (7,18s).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Miqueas 3,1-4Segunda denuncia. Una nueva denuncia, ahora contra otro estamento más concreto: los jefes y dirigentes de Jacob e Israel, entendiendo aquí la totalidad de las doce tribus. Se trata de una denuncia muy similar a la primera, en cuanto tiene como objeto desenmascarar la injusticia social promovida desde la estructura misma. El profeta ve con asombro cómo el pobre es cada día más y más expoliado hasta reducirlo a la nada, así como la bestia carnívora comienza por devorar su presa desde su piel hasta los huesos. Imagen patética del empobrecimiento progresivo, por demás tan familiar y cotidiana en nuestros días. ¿No tenemos los creyentes la grave misión de no desfallecer en la denuncia del voraz apetito con que son devorados millones y millones de hermanos nuestros? ¿Es que la profecía terminó con el último de los profetas? ¿No es a esto a lo que apunta el proyecto de Jesús? ¡Y, con todo, esta gente invoca al Señor y hasta se extraña porque no le escucha!


Miqueas 3,5-8Los profetas y el profeta. El profeta ve con horror cómo la mediación religiosa, en este caso los profetas, puede desempeñar un papel tan ambiguo en medio de la realidad que acaba de describir. ¿Cómo puede haber profetas que hablen según sus propios intereses? Mientras el sistema que condena Miqueas les llene el estómago, ellos anuncian paz; pero si no les es ventajoso, le declaran la guerra santa (5). Tal vez, la mayor de las perversiones en Israel -y en nuestro tiempo- sea ésta: la ambigüedad con que se presenta la Palabra de Dios, y sobre todo la imagen tan ambigua que presentamos de Dios. De ahí que el anuncio de la Palabra debería pasar siempre por este filtro, aceptar sin rodeos que con la Palabra de Dios no se puede jugar a mantener una pretendida neutralidad o imparcialidad, por una razón muy simple: el Dios bíblico, el Dios de Jesús, no es ni neutro ni imparcial. A lo largo de la Escritura, Dios se revela como alguien decididamente a favor del empobrecido y del oprimido, del que no tiene nada ni derechos en la sociedad. Así se reveló al pueblo del éxodo, en el desierto, en tierra de Canaán; así se revela por medio de los verdaderos profetas; así se revela en Jesús; así se revela en la primitiva comunidad apostólica; así quiere seguir revelándose en las comunidades cristianas de todos los tiempos. Cada comunidad y cada creyente debería examinar su vida y su mensaje a la luz de esta denuncia, sobre todo a la luz del versículo 8. ¿No será eso más simple que dedicar jornadas enteras a discutir y a pulir proyectos apostólicos que luego se quedan en los papeles?
Miqueas 3,9-12Denuncia y sentencia. Nótese cómo Miqueas ha venido denunciando y dejando al descubierto los pecados de Israel, desde lo más general a lo más particular. Comenzó con los que pueden manejar el comercio y las relaciones económicas (2,1s), luego siguieron los que dirigen al pueblo, aquellos que tienen responsabilidades políticas y administrativas (3,1-4), para seguir ahora con los príncipes y jueces, es decir, con quienes administran la justicia (3,9-11). Todos sin excepción cumplen con sus funciones, pero en sentido contrario: administran, conducen, construyen, juzgan según sus intereses aunque tengan que matar, robar, expoliar, construir sobre la sangre de los esclavizados. Nótese además cómo, al desenmascaramiento de estos estamentos y sus respectivos funcionarios, corresponde también una denuncia contra el estamento religioso representado por los profetas y los sacerdotes (2,6-11; 3,5-8.11). En connivencia con los protagonistas de los males sociales, están dando por hecho que Dios permite todo eso, toda vez que lo invocan y le rinden culto. En una palabra: ellos ayudan a transmitir al pueblo la imagen de un Dios opresor, un Dios indiferente a la suerte del empobrecido, un Dios que hasta saca partido de las desgracias del pueblo, como los dirigentes. ¿Cuál es la calidad de la mediación religiosa hoy? Esta manera de llevar las riendas de la sociedad conduce inevitablemente a la destrucción (12).