Hebreos 10 Nuevo Testamento (Antonio Fuentes Mendiola, 1995) | 39 versitos |
1 Pues siendo la Ley una sombra de los bienes futuros, no la expresión misma de las cosas, no puede hacer perfectos a quienes ofrecen cada año sin cesar los mismos sacrificios.
2 De otro modo, ¿no habrían cesado de ofrecerlos, si una vez purificados para siempre no tuvieran ya conciencia alguna de pecado?
3 Al contrario, con ellos se renueva cada año el recuerdo de los pecados,
4 pues es imposible que la sangre de toros y machos cabríos borre los pecados.
5 Por eso, al entrar en el mundo, dice: «Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has formado un cuerpo.
6 Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron.
7 Entonces dije: He aquí que vengo, como está escrito de mí en el rollo del libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad».
8 Dice primero: «Sacrificios y oblaciones, y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron», cosas que se ofrecen según la Ley;
9 entonces dijo: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». suprime lo primero para establecer lo segundo.
10 Y en virtud de esta voluntad somos santificados, por la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo.
11 En efecto, todo sacerdote asiste diariamente para oficiar y ofrecer reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar los pecados.
12 Él, en cambio, después de ofrecer un solo sacrificio por los pecados, está sentado para siempre a la derecha de Dios,
13 aguardando lo que falta hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies.
14 Pues con una sola oblación ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados.
15 Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo, pues después de haber dicho:
16 «Esta es la alianza que estableceré con ellos después de estos días, dice el Señor; pondré mis leyes en sus corazones, y las grabaré en su mente,
17 añade: Y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más».
18 Ahora bien, donde hay remisión de estas cosas, ya no hay oblación por el pecado.
19 Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Jesús, seguridad plena de entrar en el Santuario,
20 por el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado a través del velo, es decir, de su carne,
21 y teniendo un gran Sacerdote al frente de la casa de Dios,
22 acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura.
23 Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el que la ha prometido;
24 y estemos pendientes unos de otros para estímulo de la caridad y de las buenas obras,
25 sin abandonar nuestras reuniones, como algunos acostumbran, sino animándoos mutuamente, tanto más cuanto veis que se acerca el día.
26 Porque si pecamos voluntariamente después de recibir el conocimiento de la verdad, no queda ya sacrificio por los pecados,
27 sino la terrible espera del juicio y del fuego que consumirá a los adversarios.
28 Quien viola la ley de Moisés es condenado sin misericordia a muerte por el testimonio de dos o tres testigos.
29 ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá quien pisoteó al Hijo de Dios y tuvo como profana la sangre de la Alianza, por la cual fue santificado, y ultrajó al Espíritu de la gracia?
30 Pues conocemos al que dijo: «Mía es la venganza; yo retribuiré». Y también: «El Señor juzgará a su pueblo».
31 Es terrible caer en las manos del Dios vivo.
32 Recordad los días pasados en que, después de ser iluminados, soportasteis con dolor un duro combate,
33 unas veces expuestos públicamente a oprobios y tribulaciones; otras, haciéndoos solidarios de los que así eran tratados.
34 Pues habéis compartido las penas de los encarcelados, y aceptasteis con alegría el despojo de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y duradera.
35 Así que no perdáis vuestra confianza, que tiene una gran recompensa.
36 Tenéis necesidad de paciencia para que una vez cumplida la voluntad de Dios, consigáis lo prometido.
37 Pues todavía un poco tiempo, y el que ha de venir llegará, y no tardará.
38 Pero mi justo vivirá por la fe; pero si es cobarde, mi alma no se complacerá en él.
39 Nosotros, sin embargo, no somos cobardes para perdición, sino creyentes para salvación del alma.

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Introducción a Hebreos

    

INTRODUCCIÓN A LA

CARTA A LOS HEBREOS

    Después de las trece epístolas paulinas precedentes y antes de las siete cartas católicas, aparece entre los escritos canónicos del NT la carta a los Hebreos. La tradición más antigua atribuyó este escrito a San Pablo, pero sin unanimidad, ya que la Iglesia de Occidente no aceptó la paternidad paulina hasta el siglo IV. Aunque la de Oriente sí lo hizo, puso sin embargo ciertas reservas en lo que se refiere a su forma literaria (Clemente de Alejandría y Orígenes, entre otros). Y es que, en realidad, si nos atenemos al examen interno del texto, se notan en ella grandes diferencias con los demás escritos de San Pablo. Por ejemplo, su elegancia de lenguaje y estilo, junto con una forma muy particular de citar la Sagrada Escritura, además de la omisión del saludo y el preámbulo tan habituales en los escritos del Apóstol. La doctrina sí parece de San Pablo, pero la presenta con tal originalidad, que resulta difícil atribuirle directamente su paternidad literaria.

    Fuera de dudas la canonicidad de la carta, incluida desde Trento entre los demás libros del NT, queda por saber la fecha de su composición. Esta puede deducirse con bastante probabilidad de las referencias que hace el autor inspirado al Templo de Jerusalén y su culto, como una realidad viva en ese momento. Como, por otra parte, pone en guardia frente a la tentación que podría suponer la vuelta de aquellos cristianos al esplendor del antiguo culto levítico, la carta debió escribirse antes del año 70, fecha a partir de la cual desapareció el Templo y con él su culto. El hagiógrafo conoce, sin embargo, las cartas de la cautividad, que utiliza. De ahí que Hebreos haya de ser posterior al año 63, y casi con seguridad, muy próxima al 67 por las llamadas apremiantes a una fe perfecta y la alusión a la proximidad del día (Heb 10:25).

    Los destinatarios pueden conocerse por las referencias continuas que hace el autor al Antiguo Testamento, en el que se supone plenamente informados a sus lectores. Estos parecen proceder del judaísmo, e incluso tal vez fueran sacerdotes o levitas en otro tiempo. Al convertirse al cristianismo, tuvieron que abandonar Jerusalén, la ciudad santa, para ir a refugiarse en alguna ciudad costera, que bien pudo ser Cesarea o Antioquía. La situación de desterrados en que se encontraban les debía resultar especialmente costosa. Recuerdan ahora con nostalgia el esplendor del culto en el que habían participado tiempo atrás. Piensan que han podido ser engañados, y sufren tentaciones de abandono o rechazo de su nueva fe, aún poco formada.

    En esa situación, tienen necesidad apremiante de ayuda, y sobre todo de doctrina, de modo que robusteciendo su fe puedan hacer frente a todo tipo de tentaciones.

    La enseñanza fundamental que se aprecia en la carta se centra en demostrar la superioridad de la religión cristiana frente a la judía. En realidad se trata de poner en guardia a aquellos cristianos vacilantes contra el peligro de apostasía. Para ello, el autor inspirado presenta en tres pasos sucesivos su argumentación:

    1. Jesucristo es el Hijo de Dios encarnado, rey del universo, «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» (Heb 1:3) superior, por tanto, a los mismos ángeles (Heb 1:4-12).

    2. Cristo es también superior a Moisés, en la medida en que la dignidad del constructor supera a la casa misma (Heb 3:3).

    3. Además, Jesús, el Hijo de Dios, es el Sumo Sacerdote que penetró en los cielos (Heb 4:14): sacerdocio que le viene dado según el orden de Melquisedec, superior al de Aarón, del cual procedía el sacerdocio levítico.

    A esta cristología central de la carta siguen unas conclusiones soteriológicas, ya que la obra de Cristo tiende a salvar a todos los hombres de sus pecados, purificando sus conciencias de las obras muertas (Heb 8:12; Heb 9:14; Heb 10:18). Estas son en resumen:

    -Con Cristo, y por medio de su Redención, el pecado es destruido y también la muerte a la que el diablo nos tenía esclavizados (Heb 2:14-15).

    -Lo que hace meritoria la muerte de Cristo es su obediencia (Heb 5:8; Heb 10:9), de tal modo que por medio de ella realiza la redención de cuantos vivían bajo el poder del pecado (Heb 9:12, Heb 9:15).

    -Así como en las cartas de San Pablo se subraya el valor de la resurrección de Cristo como principio de su glorificación, en esta se pone de relieve su entrada en el santuario celeste (Heb 9:11-12), donde permanece sentado a la diestra de Dios Padre. Se contrapone así su sacrificio -de una sola vez y para siempre- al que ofrecían los sacerdotes de la antigua Ley al entrar cada año en el santuario terreno.

    -Por consiguiente, al acercarse el hombre a Cristo se acerca en realidad al mediador de la nueva Alianza, de quien procede la gracia. Esta gracia ha de ser conservada (Heb 12:28), porque es un don interior que causa la salvación del alma.

    Bajo el carisma de la inspiración, el autor de esta carta se pregunta cómo se origina este principio de vida en el hombre. Dice que es ante todo sobrenatural. Al estado de amistad con Dios, al que nos conduce la gracia, se accede por un acto de fe, ya que sin fe es imposible agradarle. Por esto quien se acerca a Dios «debe creer que existe y que es remunerador de los que le buscan» (Heb 11:6). Precisamente el Concilio de Trento utilizó este texto para definir que «la fe es el principio de la salvación humana, el fundamento y la raíz de toda justificación».

    Pero la fe teologal está muy relacionada a su vez con la esperanza. Por esto, la carta afirma que «la fe es un fundamento de las cosas que se esperan, y garantía de las realidades que no se ven» (Heb 11:1). Y esto porque la fe está garantizada por todas las promesas divinas que constan en la Sagrada Escritura. Así lo muestra el capítulo Heb 11:1-40 en ese desfile imponente de santos del AT, hombres de fe heroica que vivieron de esperanza. Todos sus sufrimientos, dificultades y obstáculos en esta tierra encontraron, gracias a su fe inquebrantable, la recompensa final en la resurrección que les había sido prometida.

Fuente: Nuevo Testamento - Antonio Fuentes Mendiola - 1995

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Notas

Hebreos 10,5

    ss Véase Sal 40:7-9. Ni las oblaciones, ni los holocaustos, ni los sacrificios fueron capaces de justificar al hombre de sus pecados (v. Heb 10:8). solo Jesucristo, el Verbo encarnado, nos ha redimido al venir a esta tierra y ofrecerse como víctima de expiación por nuestros pecados.


Hebreos 10,12-13

    Cristo aguarda a la diestra de Dios (cfr. Sal 110:1) el triunfo definitivo de su redención. Cuando vuelva de nuevo —en su segunda venida— juzgará a todos, vivos y muertos. Es de fe, proclamada ya desde el Concilio de Nicea (325), que a la resurrección de los muertos seguirá el juicio universal, llevado a cabo por Cristo. Él, como se dice en el Símbolo Quicumque, retribuirá a cada uno según hayan sido sus obras (cfr. CEC 1038).


Hebreos 10,14

    El sacrificio redentor de Cristo tiene por sí mismo eficacia sobrenatural para hacer santos a cuantos, con fe, se acerquen a él con corazón contrito.


Hebreos 10,16-17

    Cfr. Jer 31:33-34.


Hebreos 10,19

    A diferencia de lo que sucedía en la antigua Alianza, en que solo el sumo sacerdote y una sola vez al año podía entrar en el Santo de los Santos, en la nueva Alianza todos los fieles tienen acceso a la intimidad con Dios por la fe en Cristo.


Hebreos 10,25

    El «día» que se acerca parece referirse a la Parusía, al fin de los tiempos; pero también podría tratarse aquí de ciertos signos que presagiaban la caída de Jerusalén, destruida poco tiempo después (año 70 d. C.).


Hebreos 10,28

    Cfr. Deu 17:6.


Hebreos 10,30

    Cfr. Deu 32:35-36.


Hebreos 10,32

    «Iluminados» o bautizados.


Hebreos 10,37-38

    Cfr. Hab 2:3-4.