Hebreos 11, 1-40

La fe es soporte de las realidades que se esperan, y prueba de las que no se ven. Gracias a ella, los antiguos quedaron acreditados. Por la fe, conocemos que los eones fueron organizados por la palabra de Dios, de suerte que no en lo que aparece tiene su origen lo que se ve. Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín, a causa de lo cual fue acreditado como justo. Fue el mismo Dios quien lo acreditó aceptando sus ofrendas. Y por esta misma fe sigue hablando aun después de muerto. Por la fe, Henoc fue trasladado sin experimentar la muerte, y «no se le encontró más porque Dios lo había trasladado (Gén 5,24). Pues antes de su traslado, había sido acreditado como agradable a Dios. Y sin fe, es imposible agradarle; pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a los que le buscan. Por la fe, Noé, advertido por Dios sobre cosas que aún no se veían, con religioso sentido empezó a construir un arca para salvar a su familia, y por medio de esa fe condenó al mundo y vino a ser heredero de la justicia según fe. Por la fe, Abraham obedeció cuando se le llamó para ir a un lugar que iba a recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba. Por la fe, se fue a vivir a la tierra de la promesa como a tierra extraña, acampando allí, así como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa. Pues él aguardaba aquella ciudad con cimientos, de la que Dios es arquitecto y constructor. Por la fe, también Sara recibió poder para concebir, aunque le había pasado la edad; pues tuvo por fiel al que se lo había prometido. Y así, de un solo hombre, y eso que estaba sexualmente muerto, nacieron descendientes numerosos «como las estrellas del cielo y como la arena incontable de la orilla del mar» (Gén 15,5). Todos éstos murieron dentro de la fe, sin haber recibido las cosas prometidas, sino viéndolas y saludándolas desde lejos, y confesando que eran extranjeros y advenedizos sobre la tierra. Realmente, los que usan este lenguaje dan a entender con ello que van en busca de patria. Y si hubieran pensado en la patria aquella de donde habían emigrado, ocasión habrían tenido de volver allá; pero, de hecho, aspiran a una patria superior, o sea, a la del cielo. Y así se explica que Dios no tenga ante ellos reparo de ser invocado como Dios suyo, porque para ellos preparó una ciudad. Por la fe, Abraham, puesto a prueba, ofreció a Isaac, y estuvo a punto de sacrificar a su hijo único, aun habiendo aceptado las promesas que se le hicieron: «Por Isaac te vendrá la descendencia» (Gén 21,12); pues se hacía cuenta que Dios tiene poder incluso para resucitar a alguien de entre los muertos. Por eso, en cierto sentido, de entre ellos recuperó a su hijo. Por la fe, igualmente, Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, aludiendo al futuro. Por la fe, Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, apoyándose en la punta de su vara 56. Por la fe, José, al fin de su vida, mencionó el éxodo de los hijos de Israel, y dejó instrucciones sobre sus propios restos. Por la fe, Moisés, recién nacido, fue ocultado tres meses por sus padres, porque vieron lo lindo que era el niño, y no tuvieron miedo al edicto del rey. Por la fe, Moisés, al hacerse mayor, renunció a ser llamado hijo de una hija del faraón, prefiriendo compartir con el pueblo de Dios los malos tratos, a tener el goce pasajero del pecado, y considerando el oprobio de Cristo como riqueza mayor que los tesoros de Egipto; pues tenía la mirada puesta en la recompensa. Por la fe, dejó Egipto, sin tener miedo a la ira del rey, ya que se mantuvo en su resolución como quien veía al Invisible. Por la fe, celebró la pascua e hizo la aspersión de la sangre para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel. Por la fe, pasaron por el mar Rojo como por tierra seca, mientras que los egipcios, al intentar lo mismo, se ahogaron. Por la fe, cayeron las murallas de Jericó después de un cerco de siete días. Por la fe, Rahab, la meretriz, no pereció con los incrédulos, ya que había dado hospitalidad a los espías. ¿Y para qué más? Tiempo me faltaría para contar cosas de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales, por la fe, subyugaron reinos, ejercieron justicia, obtuvieron lo prometido, taparon bocas de leones, apagaron la furia del fuego, escaparon al filo de la espada, recibieron fuerza en su debilidad, fueron valientes en la guerra y rechazaron invasiones de extranjeros. Hubo mujeres que recuperaron, resucitados, a sus muertos. Otros fueron sujetos a torturas mortales, renunciando a la liberación para obtener una resurrección superior. Otros sufrieron prueba de ultrajes y de azotes, e incluso de cadenas y de cárcel. Fueron apedreados, puestos a prueba, aserrados, murieron al filo de la espada; fueron de acá para allá cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidad, sufriendo tribulación, maltratados. El mundo no los merecía. Iban errantes por los desiertos, por las montañas, por las cuevas, por las grutas del país. Y todos éstos, aunque quedaron acreditados por la fe, no alcanzaron el cumplimiento de la promesa, porque Dios tenía previsto, con respecto a nosotros, un algo superior, de suerte que ellos no llegaran, sin nosotros, a la consumación.
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