Juan  6, 1-71

Después de esto se fue Jesús al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberíades, y lo iba siguiendo una gran multitud, porque veían las señales que realizaba con los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí con sus discípulos. Ya estaba próxima la pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que se acercaba a él una gran muchedumbre, dice a Felipe: ¿Dónde podríamos comprar pan para que todos éstos coman? Decía esto para ponerlo a prueba; porque bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: Doscientos denarios de pan no les bastan para que cada uno reciba un pedacito. Dícele uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente? Contestó Jesús: Haced que todos se sienten en el suelo. Se sentaron, pues, los hombres, cuyo número era de unos cinco mil. Entonces tomó Jesús los panes, dijo la acción de gracias y los distribuyó entre los que estaban sentados en el suelo; igualmente hizo también con los peces. Y cada uno tomó lo que quiso. Cuando quedaron saciados, dice a sus discípulos: Recoged los pedazos que han sobrado, para que no se pierda nada. Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Cuando vieron los hombres la señal que Jesús había realizado, decían: Éste es realmente el profeta que iba a venir al mundo. Entonces Jesús, conociendo que pretendían llegarse a él para llevárselo a la fuerza y proclamarlo rey, de nuevo se retiró al monte él solo. Cuando llegó la tarde, bajaron sus discípulos al mar; y subiendo a una barca, se dirigían hacia el otro lado del mar, hacia Cafarnaúm. Ya se había hecho de noche, y Jesús todavía no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado por el fuerte viento que soplaba. Cuando habían remado ya unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús caminando sobre el mar y acercándose a la barca; y tuvieron miedo. Pero él les dice: Soy yo; no tengáis miedo. Querían, pues, recogerlo en la barca, pero la barca atracó inmediatamente en el lugar adonde se dirigían. Al día siguiente, la multitud que se había quedado al otro lado del mar, se dio cuenta de que allí no había habido más que una sola barca y que Jesús no había entrado en ella con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían ido solos. Pero otras barcas llegaron desde Tiberíades cerca del lugar donde habían comido el pan después de haber dicho el Señor la acción de gracias. Al ver, pues, la multitud que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y llegaron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Y al encontrarlo al otro lado del mar, le dijeron: Rabino, ¿cuándo has llegado hasta aquí? Jesús les respondió: De verdad os aseguro que me andáis buscando, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido pan hasta saciaros. Trabajad por conseguir, no el alimento perecedero, sino el que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; porque éste es a quien el Padre, Dios, marcó con su sello. Ellos le preguntaron entonces: ¿Y qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios? Jesús les respondió: Esta es la obra de Dios: que creáis en aquel a quien él envió. Entonces ellos le replicaron: Pues, ¿qué señal vas a dar tú, para que, al verla, creamos en ti? ¿Qué vas a realizar? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, conforme está escrito: Pan del cielo les dio a comer (Sal 78,24). Díjoles Jesús: De verdad os aseguro que Moisés no os ha dado el pan del cielo, sino que mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo; porque pan de Dios es aquel que baja del cielo y da vida al mundo. Respondiéronle ellos: Señor, danos siempre ese pan. Jesús les contestó: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, no tendrá sed jamás. Pero ya os dije: Vosotros [me] (*) habéis visto y, sin embargo, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que viene a mí, no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que nada de aquello que me ha dado se pierda, sino que yo lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el ultimo día. Entonces los judíos se pusieron a murmurar de él porque había dicho: Yo soy el pan bajado del cielo, y decían: ¿Acaso no es éste Jesús, el hijo de José, de quien nosotros conocemos el padre y la madre? Pues cómo dice ahora: Yo he bajado del cielo? Jesús les contestó: No andéis murmurando entre vosotros. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae; y yo lo resucitaré en el último día. Escrito está en los profetas: "Todos serán instruidos por Dios» (Is 54,13; Jer 31,33s). Todo el que oye y aprende la enseñanza del Padre viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre; pues sólo el que viene de Dios, éste es quien ha visto al Padre. De verdad os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que baja del cielo, para que quien coma de él ya no muera. Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo: quien coma de este pan vivirá eternamente; pues el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo. Pusiéronse entonces a discutir los judíos entre sí diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Pero Jesús les contestó: De verdad os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día. Pues mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él. Lo mismo que el Padre que me envió vive, y yo vivo por el Padre, así el que me come, también él vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como aquel que comieron los padres, que, sin embargo, murieron; quien come este pan vivirá eternamente. Todo esto lo dijo enseñando en una sinagoga, en Cafarnaúm. Muchos de sus discípulos, al oírlo dijeron: ¡Intolerables son estas palabras! ¿Quién es capaz de escucharlas siquiera? Pero Jesús, conociendo interiormente que sus discípulos estaban murmurando de ello, les dijo: ¿Esto es un tropiezo para vosotros? Pues, ¿y si vierais al Hijo del hombre subiendo a donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve. Las palabras que yo os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen. Efectivamente, Jesús sabia ya desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y añadió: por eso os he dicho: Nadie puede venir a mí, si el Padre no le concede ese don. Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban más con él. Jesús entonces preguntó a los doce: ¿Acaso también vosotros queréis iros? Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién vamos a ir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Y nosotros hemos creído y sabemos bien que tú eres el Santo de Dios. Jesús les contestó: ¿No os escogí yo a los doce? Sin embargo, uno de vosotros es un demonio. Se refería así a Judas, el de Simón Iscariote, porque éste, uno de los doce, lo iba a entregar.
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