I Reyes 13, 25-32

Algunos hombres que pasaban vieron el cadáver tirado en el camino y al león de pie junto al cadáver; fueron y lo contaron en la ciudad en la que vivía el anciano profeta. Lo oyó el profeta que le había hecho volver del camino y dijo: «Es el hombre de Dios que desobedeció la orden del Señor y el Señor lo ha entregado al león que lo ha destrozado y matado, según la palabra que el Señor le dijo». Y ordenó a sus hijos: «Aparejadme el asno». Se lo aparejaron. Marchó hasta encontrar el cadáver tendido en el camino, y al asno y al león de pie junto al cadáver. El león no había devorado el cadáver ni había descuartizado el asno. El profeta recogió entonces el cadáver del hombre de Dios, lo acomodó sobre el asno y regresó a la ciudad del anciano profeta para enterrarlo. Depositó el cadáver en su propio sepulcro y entonaron lamentaciones por él: «¡Ay, hermano mío!». Tras enterrarlo, dijo a sus hijos: «Cuando yo muera, enterradme en el sepulcro en el que está el hombre de Dios. Donde están sus huesos poned los míos, porque se ha de cumplir la palabra que, por orden del Señor, gritó contra el altar de Betel y contra todos los santuarios de los lugares altos que hay en las ciudades de Samaría».
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