II Samuel  18, 9-17

Absalón se encontró frente a los hombres de David. Montaba un mulo y, al pasar el mulo bajo el ramaje de una gran encina, la cabeza se enganchó en la encina y quedó colgado entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que montaba siguió adelante. Alguien lo vio y avisó a Joab: «He visto a Absalón colgado de una encina». Joab dijo al que le informaba: «Si lo has visto, ¿por qué no lo derribaste allí mismo? Yo te habría dado más de cien gramos de plata y un cinturón». Aquel hombre contestó a Joab: «Aunque recibiera en mi mano más de once kilos de plata, no extendería mi mano contra el hijo del rey, pues el rey te dictó a ti, a Abisay y a Itai, a nuestros propios oídos, esta orden: “Guardadme al muchacho, a Absalón”. Si yo hubiera obrado mal contra él, nada permanecería oculto al rey. Incluso tú te habrías puesto contra mí». Joab replicó: «No quiero quedarme aquí esperando ante ti». Y cogiendo tres venablos en la mano, los clavó en el corazón de Absalón, que estaba aún vivo colgado de la encina. Lo rodearon diez criados, escuderos de Joab, que hirieron a Absalón y le dieron muerte. Joab tocó el cuerno y retuvo al ejército, que dejó de perseguir a Israel. Cogieron a Absalón, lo arrojaron a una gran hoya en el bosque y apilaron encima un montón enorme de piedras. Y todo Israel huyó, cada cual a su tienda.
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