Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Recapitulación: Superioridad del sacrificio de Cristo, 10:1-18.
I Pues como la Ley sólo es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de las cosas, en ninguna manera puede con los sacrificios que cada año sin cesar se ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofrecen. 2
De otro modo cesarían de ofrecerlos, por no tener conciencia ninguna de pecado los adoradores, una vez ya purificados.3
Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, 4
por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados. 5
Por lo cual, entrando en este mundo, dice: No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. 6
Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. 7
Entonces dije: He aquí que vengo en el volumen del libro está escrito de mí para hacer, |oh Dios!, tu voluntad. 8
Habiendo dicho arriba: Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado no los quieres, no los aceptas, siendo todos ofrecidos según la Ley, 9
dijo entonces: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer lo segundo. 10
En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez. II Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; 12
éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, 13
esperando lo que resta hasta que sean puestos sus enemigos por escabel de sus pies. 14
De manera que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados. 15
Y nos lo certifica el Espíritu Santo, porque después de haber dicho: 16 Esta es la alianza que contraeré con vosotros después de aquellos días dice el Señor , depositando mis leyes en sus corazones y escribiéndolas en sus mentes, [añade]: 17
y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más. 18
Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado. Está para terminar la parte dogmática de la carta. El autor condensa en pocas líneas la doctrina ya expuesta sobre la ineficacia de los sacrificios levíticos, impotentes para santificar, que son reemplazados
por el sacrificio único de Cristo, suficiente por sí solo para perfeccionar para siempre a los santificados (v.14).
Respecto de los sacrificios de la Antigua Ley, a la que se califica de sombra (cf. 8:5) de los bienes futuros (cf. 9:11), es afirmación básica la del v.1: no pueden perfeccionar a quienes los ofrecen (???? ?????????????? ????????? ). Se alude aquí a los solemnes sacrificios del día del
Kippur, como claramente se da a entender con la expresión cada año (cf. 9:7). Poco después (v.11) se hará referencia a todos los otros sacrificios en general, y de ellos se dirá lo mismo: no pueden quitar los pecados (????????? ???????? ). Prueba de ello la tenemos, añade el autor, en que necesitan ser continuamente
repetidos, lo que demuestra que no son eficaces, pues de lo contrario no habría necesidad de repetición (v.2-4). Quizás a alguno se le ocurra argüir: del hecho de la repetición no se sigue que no perdonen el pecado, pues puede tratarse de nuevos pecados, posteriores al primer sacrificio. Sin embargo, téngase en cuenta que el autor ha dejado ya suficientemente entender que
un sacrificio perfecto debe ser capaz de expiar todos los pecados, de todos los tiempos. Un sacrificio que necesite repetirse cada año, como el del
Kippur, está afectado de intrínseca insuficiencia, y ni siquiera los pecados del año podrá borrar realmente, sirviendo a lo más para dar cierta pureza legal y disponer los ánimos a implorar el perdón divino, el cual, caso de ser concedido, lo será en virtud del único sacrificio futuro de Cristo. Así lo ha dejado ya entender antes (cf. 9:26), y lo dirá luego más claramente (v. 10.14).
A todos esos sacrificios antiguos, impotentes para santificar interiormente, sustituye el sacrificio de Cristo. De este sacrificio va a hablar ahora el autor directamente, comenzando por aplicarle (v-5~7) las palabras de
Sal_40:7-9, de las que el mismo hace la exé-gesis (v.8-10).
Respecto a esta cita del salmo ha habido muchos expositores, particularmente entre los antiguos, que
creen tratarse de un texto directamente mesiánico. Parece, sin embargo, dado el contexto general del salmo, que es el mismo salmista quien habla, agradeciendo a Dios un beneficio recibido, y pregonando que no a los sacrificios y ofrendas,
sino a la confianza en El y a la obediencia a sus preceptos debe el que Dios le haya escuchado. No se trataría, tomadas las palabras en su sentido literal histórico, de una repulsa absoluta de los sacrificios legales, entonces en vigor, y que el mismo Dios había ordenado, sino de hacer resaltar que, más que la materialidad de los sacrificios, Dios agradece la entrega al cumplimiento de su voluntad, y que de poco valen aquéllos si falta esta entrega del corazón (cf.
1Sa_15:23;
Isa_1:11-17;
Ose_6:6;
Miq_6:6-8). Con todo no tendríamos aquí sólo mera
acomodación. Esto parece ser muy poco, dado el modo como el autor de la carta a los Hebreos cita esas palabras. Creemos que, a semejanza de lo que hemos dicho respecto de otros textos (cf. 2:6.12), también aquí la idea que expresa el salmista, sin dejar de aplicarse a él,
va en la intención de Dios hasta el Mesías, primero en quien había de realizarse de modo pleno, con su entrega total a la voluntad del Padre, que le lleva hasta el sacrificio de la cruz. Aplicadas a Jesucristo esas palabras, conforme hace el autor de la carta a los Hebreos, adquieren ya un valor más absoluto, de repulsa completa de los sacrificios antiguos, que quedan abrogados y sustituidos por el de Cristo (v,9-10) 440.
Insistiendo en la excelencia de ese sacrificio de Cristo, el autor vuelve a proclamar lo que ha dicho ya muchas veces, es a saber, que, al contrario que los sacrificios levíticos, es único e irreiterable (v.11-18). Una vez ofrecido el sacrificio, Cristo no necesita repetir, sino que se sentó para siempre a la diestra de Dios, esperando en su sede de gloria
la plena realización de los efectos de aquella inmolación, con la sumisión total y definitiva de todos sus enemigos (v.12-13; cf. 1:13;
1Co_15:22-26). Bastó una sola oblación para perfeccionar para siempre a los santificados (??? ???????? ??????????? ??? ?? ???????? ???? ?????? ?????? ), es decir, para conseguir el perdón divino y purificar interiormente a los hombres de todos los tiempos, que serán, de hecho,
individualmente santificados conforme vayan haciendo suyos esos méritos por medio de la fe y de los sacramentos (v.14; cf.
Rom_3:21-26;
Rom_6:3-11). Como prueba de que en la nueva alianza, establecida con la oblación de Cristo (cf. 9:15-17), hay verdadera remisión de los pecados, se cita nuevamente el texto de
Jer_31:33-34 (cf. 8, 10-12), en el que se habla de que Dios
no se acordará más de nuestros pecados e iniquidades (v.15-17; cf.
Rom_4:7-8).
A manera de colofón, viene la frase final: Ahora bien, cuando están remitidos los pecados, no cabe ya oblación por el pecado (v.18). Ofrecer nuevas oblaciones sería hacer una injuria a la sangre de Cristo, como si aquel sacrificio no hubiese bastado (cf.
Gal_2:21). Ni esto se opone a la constante repetición en la Iglesia del sacrificio de la Misa, pues este sacrificio, como ya dijimos al comentar 7:27,
no es distinto del sacrificio de la cruz, sino aquél mismo, que continuamente se renueva ante nuestra vista de modo incruento y nos aplica sus frutos.
II. Exhortación a la Perseverancia, 10:19-12:29.
Firme confianza de que llegaremos a la meta, 10:19-25.
19
Teniendo, pues, hermanos, en virtud de la sangre de Jesús, firme confianza de entrar en el santuario 20
que El nos abrió, como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de su carne; 21
y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, 22
acerquémonos con sincero corazón, con plenitud de fe, purificados los corazones de toda conciencia mala y lavado el cuerpo con el agua pura. 23
Retengamos firmes la confesión de la esperanza, pues fiel es quien hizo la promesa. 24
Miremos los unos por los otros, para excitarnos a la caridad y a las buenas obras; 25
no abandonando vuestra asamblea, como es costumbre de algunos, sino exhortándoos, y tanto más cuanto que veis que se acerca el día.
Comienza aquí la parte parenética o exhortatoria de la carta. No que antes no haya habido ya exhortaciones (cf. 2:1-4; 3:7-4:16; 6:9-12), pero era algo circunstancial y de paso, para volver en seguida a la exposición doctrinal. Ahora, en cambio, se va directamente a la exhortación.
Muy en consonancia con la doctrina expuesta, el autor comienza insistiendo en la confianza que nos debe dar el saber que tenemos de nuestra parte a Jesucristo, nuestro gran Sacerdote, que fue quien nos abrió el camino del cielo, donde nos espera (v. 19-25). La terminología, lo mismo que anteriormente, sigue siendo alegórica, hablando del santuario que El nos abrió. a través del velo (v. 19-20). Ciertamente ese santuario es el cielo (cf. 4:14; 8:2; 9:12.24), antes cerrado (cf. 9:8), representado figurativamente en el Santísimo del santuario mosaico, separado del Santo por un
velo, y donde sólo podía entrar una vez al año el sumo sacerdote judío, y eso con grandes limitaciones (cf. 9:3.7). Había que acabar con ese velo de separación,
para que pudiésemos entrar todos hasta la presencia misma de Dios; y fue Cristo quien, con el desgarro de su carne en la cruz (cf. 9:15-17), rompió ese velo (cf. 9:12;
Mat_27:51), de modo que muy bien podemos decir que velo del santuario mosaico y carne de Cristo en cierto sentido se corresponden (v.20). Puede decirse que por la fe (cf. 11:1) hemos penetrado ya en el santuario del cielo, al que la sangre de Cristo nos ha dado acceso.
Esto supuesto, sabiendo que es Jesucristo quien está puesto sobre la casa de Dios (v.21; cf. 3:6; 7:25), acerquémonos a su trono de gracia (cf. 4:16) llenos de
fe, sin vacilaciones de ninguna clase,
reteniendo firme nuestra esperanza en lo que nos ha prometido, y estimulándonos mutuamente por la
caridad (v.22-25). Vemos que, como muchas veces en San Pablo (cf.
1Co_13:13;
Col_1:4-5;
1Te_1:3), también aquí aparecen juntas las tres virtudes teologales. La expresión lavado el cuerpo con el agua pura (v.22) parece ser claramente una alusión al bautismo (cf.
Tit_3:5). Al final hay una queja, la de que algunos entre los destinatarios, quizás por pereza, o más probablemente, por miedo a los judíos, no asistían regularmente a las reuniones o asambleas cristianas (v.25; cf.
Hch_2:42;
Tit_20:7;
1Co_14:26). Esto podría ser para ellos un peligro, pues dejaban perder la ocasión de animarse mutuamente y de reafirmarse en la fe común. A fin de estimularles más a que se enmienden, el autor les recuerda (v.25) el hecho de que se acerca el día, es decir, el retorno glorioso de Cristo.
Esta alusión a la parusía, cuya fecha, sin embargo, ignoraban, es frecuente en las exhortaciones de los apóstoles (cf.
Rom_13:11-14). No es claro qué quiera indicarse con ese cuanto que
veis. Lo más probable es que sea una alusión a las turbulencias ya existentes en Judea, que preludiaban la destrucción de Jerusalén, más o menos entremezclada para los primeros cristianos con la destrucción final del mundo (cf.
Mat_24:1-44).
Peligro de apoetasía,Mat_10:26-31.
26
Porque si voluntariamente pecamos después de recibir el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, 27
sino un temeroso juicio, y el ardor vengativo del fuego que devora a los enemigos. 28
Si el que menosprecia la Ley de Moisés, sin misericordia es condenado a muerte sobre la palabra de dos o tres testigos, 29
¿de cuánto mayor castigo pensáis que será digno el que pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de la alianza, con la que fue santificado, e insulta al Espíritu de la gracia? 30
Porque conocemos al que dijo: Mía es la venganza; yo retribuiré. Y luego: El Señor juzgará a su pueblo. 31
Terrible cosa es caer en las manos del Dios vivo. Severa admonición a los que, deslumhrados por el judaismo, estaban tentados a abandonar la fe. Ya se aludió a esto mismo en 6:4-8. Se ve que realmente existía el peligro, y el autor trata de prevenirlo, haciendo ver la suerte terrible que aguarda a los apóstatas.
Para quien deliberadamente rechaza la verdad (v.26) y pisotea al Hijo de Dios y reputa por inmunda la sangre de su alianza e insulta al Espíritu de la gracia (v.29), no le queda otra perspectiva que el juicio y fuego vengador de Dios (v.27). Las frases no pueden ser más realistas y terribles. Notemos, sin embargo, que no se dice que la conversión sea imposible, pues, como ya dijimos al comentar 6:6, nada es capaz de atar las manos a la eficacia de la gracia divina. Lo que se quiere decir, en consonancia con la doctrina anteriormente expuesta, es que no hay más que un único verdadero sacrificio para la remisión de los pecados, que es el de Cristo (cf. 9:26; 10:14), Y si se rechaza ese sacrificio, no queda otro conque poder suplir (v.26). Que nadie crea, pues, que podrá arreglar su situación con los sacrificios de toros y machos cabríos (cf. 9:12; 10:4); sepan todos que esos sacrificios no tienen valor alguno, y, rechazado el sacrificio de Cristo, reputando por inmunda y sin valor religioso su sangre, con la que nos obtuvo la redención eterna (9:12) y sancionó la nueva alianza (9:15-18), no queda otra perspectiva
que la del terrible juicio divino (v.27). Con el término juicio no parece que se aluda específicamente al juicio particular de cada uno después de la muerte o al universal, al final de los tiempos, sino, en general,
al juicio de Dios en sus diferentes y sucesivas manifestaciones, que culminará en el juicio final (cf.
Mat_25:31-46).
Para poner más de relieve lo terrible de la sanción en los apóstatas, el autor (v.28-29) recurre a la comparación con la antigua alianza, y dice que si allí se castigaban tan severamente las transgresiones de la Ley (cf.
Deu_17:2-6), ¿qué no cabe suponer aquí? Como prueba bíblica de que Dios se reserva el tomar venganza de los pecados, se citan (? .?? ) los textos de
Deu_32:35-36, alegados también por San Pablo en
Rom_12:19. La frase final (v.31), a modo de epifonema, no puede ser más apta para sacudir la indolencia de los destinatarios y hacerles caer en la cuenta del peligro en que se encontraban.
Recuerdo del pasado,Rom_10:32-39.
32
Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos; 33
de una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; de otra os habéis hecho partícipes de los que así están. 34
Pues habéis tenido compasión de los presos, y recibisteis con alegría el despojo de vuestros bienes, conociendo que teníais una hacienda mejor y perdurable. 35
No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa. 36
Porque tenéis necesidad de paciencia, para que, cumpliendo la voluntad de Dios, alcancéis la promesa. 37
Porque aun un poco de tiempo, y el que llega vendrá y no tardará. 38
Mi justo vivirá de la fe, pero no se complacerá ya mi alma en el que cobarde se oculta. 39
Pero nosotros no somos de los que se ocultan para perdición, sino de los que perseveran fieles para ganar el alma. La impresión sombría de la severa admonición anterior se endulza ahora con el recuerdo del fervor de tiempos pasados. La finalidad es la misma:
estimularles a que sean constantes en la fe. No hay duda, en efecto, que recordar los días del fervor es uno de los más poderosos antídotos contra la relajación.
Si, como es probable, la comunidad a la que va dirigida la carta es la comunidad cristiana de Jerusalén o al menos íntimamente relacionada con ella, esas persecuciones e incluso pérdida de bienes a que se alude (v.32-34) serían las mencionadas en
Hec_8:1-3 Y 12:1-4, a las que luego se añadirían sin duda otras. Se alaba a los destinatarios de lo bien que entonces se portaron, con qué fervor y valentía, sin miedo a perder los bienes, sabiendo que tenían en el cielo otros mejores y más duraderos. La expresión después de iluminados (v.32) alude sin duda a su conversión a la fe cristiana, cuyo momento culminante era el bautismo (cf. 6:4).
Hecho el recuerdo, les anima a que no pierdan su confianza (?·35), Y Pues necesitan de paciencia (????????? ) ante los males que les afligen para ser fieles a lo que Dios les pide (v.36), sepan que la espera hasta que retorne el Señor no será larga (v.37; cf. v.25) y, si mantienen firme su fe, tendrán fuerza suficiente para aguantar todas las pruebas (v.38). Los dos textos citados en los v.37-38 pertenecen a
Isa_26:8 y
Hab_2:3-4 respectivamente. Este último, citado algo libremente, lo alega también San Pablo en
Rom_1:17 y
Gal_3:11, a cuyos comentarios remitimos.
Con hábil y estimulante optimismo, el autor subraya al final (?·39) Que él, y lo mismo supone de sus lectores, no es de los que ocultan o disimulan su fe, caminando hacia la perdición, sino de los que perseveran firmes en ella, para salvar el alma.