Oseas  10 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 15 versitos |
1 Israel era una viña exuberante, que producía su fruto. Cuanto más se multiplicaban sus frutos, más multiplicaba él los altares; cuanto mejor le iba al país, mejores hacía él las piedras conmemorativas.
2 Su corazón está dividido, ahora tendrán que expiar: el mismo Señor destrozará sus altares, devastará sus piedras conmemorativas.
3 Seguramente dirán entonces: "No tenemos rey, porque no hemos temido al Señor. Pero el rey ¿que podría hacer por nosotros?".
4 Se pronuncian palabras, se jura en falso, se firman alianzas, mientras el derecho crece como la hierba venenosa en los surcos de los campos.
5 Los habitantes de Samaría tiemblan por el ternero de Bet Aven. Sí, su pueblo está de duelo por él, lo mismo que sus sacerdotes: ¡que se alegren de su gloria, ahora que ha sido desterrada lejos de nosotros!
6 El ternero será llevado a Asiria como tributo para el gran rey. Efraím soportará el oprobio e Israel se avergonzará de sus intrigas.
7 ¡Samaría está completamente perdida! Su rey es como una astilla sobre la superficie de las aguas.
8 Los lugares altos de Aven, el pecado de Israel, también serán destruidos; espinas y cardos invadirán sus altares. Ellos dirán entonces a las montañas: "Cúbrannos", y a las colinas: "¡Caigan sobres nosotros!".
9 ¡Desde los días de Guibeá, tú has pecado, Israel! ¡Allí se han quedado! ¿No los sorprenderá en Guibeá la guerra contra los injustos?
10 Yo los corregiré como me parezca: los pueblos se reunirán contra ellos, cuando sean corregidos por su doble crimen.
11 Efraím era una ternera bien adiestrada, le gustaba trillar. Pero yo hice pasar el yugo sobre su hermosa cerviz: yo unciré a Efraím, Judá tendrá que arar, Jacob pasará el rastrillo.
12 Siembren semillas de justicia, cosechen el fruto de la fidelidad, roturen un campo nuevo: es tiempo de buscar al Señor, hasta que él venga y haga llover para ustedes la justicia.
13 Ustedes han arado la maldad, han cosechado la injusticia, han comido el fruto de la mentira. Porque has confiado en tu poderío, en la multitud de tus guerreros,
14 habrá un tumulto en medio de tu pueblo; todas tus fortalezas serán devastadas, como Salmán devastó a Bet Arbel en el día del combate, cuando fue aplastada la madre con sus hijos.
15 Esto es lo que les hizo Betel, por la enorme maldad de ustedes: al despuntar el alba, el rey de Israel estará completamente perdido.

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Introducción a Oseas 


Oseas

Aunque su Libro ocupa el primer lugar en la colección de los doce Profetas llamados "menores", OSEAS comenzó a ejercer la actividad profética unos años después que Amós. Como este último, y a diferencia de Isaías, su gran contemporáneo de Jerusalén, Oseas predicó en el reino del Norte, a quien él llama "Israel", "Jacob" y más frecuentemente "Efraím". Su época fue un período de abierta decadencia. Después del largo y próspero reinado de Jeroboám II (787-747), el país se hundió en la anarquía. En quince años, cuatro reyes murieron asesinados. La realeza, dominada por las intrigas de los jefes militares, se debatía en medio de crisis constantes, provocadas por la incontenible expansión de Asiria, que conquistaba territorios, sometía a los pueblos, les imponía pesados tributos y les exigía una sumisión incondicional. En el libro de Oseas hay numerosas alusiones a este período turbulento, pero ningún indicio seguro nos permite saber si el profeta llegó a ver la caída de Samaría en el 722-721 a. C.
Todo el mensaje de Oseas tiene como tema principal el amor del Señor despreciado por su Pueblo. Su dramática experiencia conyugal le hizo penetrar en los secretos del corazón de Dios, que ama a Israel como un padre a su hijo y un esposo a su esposa. Él es el primero entre los profetas que describe la relación entre el Señor e Israel en términos de unión matrimonial. El Dios de Oseas es un Dios apasionado, que se expresa con el lenguaje del amor: él manifiesta su ternura, sus celos, su ardiente deseo de ser correspondido y su violenta indignación al verse traicionado. Pero esa ternura no es un signo de debilidad. Es la fuerza de Dios, capaz de transformar al hombre y de hacer desaparecer en él hasta el recuerdo del pecado. Por eso su última palabra no es de rechazo y de condenación, sino que anuncia en términos de "alianza" una maravillosa restauración, que tendrá dimensiones cósmicas (2. 20-22).
El texto hebreo de este Libro no está muy bien conservado y muchos pasajes del mismo resultan poco inteligibles. De ahí que la traducción sea con frecuencia conjetural. Como casi todos los libros proféticos, también el de Oseas fue escrito en parte por el mismo profeta y en parte por sus discípulos. Además, numerosos pasajes parecen ser más bien un resumen que una reproducción exacta de su predicación oral. Las frases breves y la expresión extremadamente concisa, que dan tanta fuerza y belleza al estilo de este profeta, lo hacen a veces oscuro y difícil.
El mensaje de Oseas ha dejado huellas profundas en el Antiguo Testamento. A partir de él, el simbolismo conyugal se hizo clásico en los escritos proféticos. El Nuevo Testamento, por su parte, cita pasajes de Oseas o se inspira en ellos no menos de quince veces. De una manera especial, san Pablo y el Apocalipsis aplican a la unión de Cristo con la Iglesia el símbolo del matrimonio de Dios con su Pueblo ( 2Co_11:2 ; Eph_5:25-33 ; Rev_19:7 ; Rev_21:2 ; Rev_22:17 ). Y san Juan llevará a su plenitud la revelación inaugurada por Oseas, al afirmar que "Dios es Amor" ( 1Jo_4:8 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Oseas  10,1-15

1. Ver Isa_5:1-7.

6. Aquí se alude a una costumbre del Antiguo Oriente, que consistía en llevar como trofeo las estatuas de los dioses de los pueblos vencidos ( Nah_2:8). Sobre el "ternero", ver nota Amo_3:14.

8. Ver Luc_23:30.

9. Oseas atribuye a todo Israel el crimen que, según el libro de los Jueces, fue cometido por la tribu de Benjamín y condenado por el resto de las tribus ( Jue_19:30). Ver 9. 9.

14. "Salmán" era probablemente un rey de Moab, mencionado en los textos asirios.

15. "Al despuntar el alba": el alba suele ser el momento en que se inicia el combate y cuando Dios concede la salvación o castiga con la derrota. Ver Sal_46:6.