Jueces 21 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 25 versitos |
1 Los hombres de Israel habían pronunciado este juramento en Mispá: "Ninguno de nosotros dará su hija en matrimonio a un benjaminita".
2 El pueblo se dirigió a Betel, y allí estuvieron sentados delante del Señor hasta la tarde, sollozando y derramando abundantes lágrimas.
3 "Señor, Dios de Israel, decían, ¿por qué ha sucedido esto en Israel? ¡Hoy le falta a Israel una de sus tribus!".
4 Al día siguiente, el pueblo se levantó de madrugada, erigieron allí un altar y ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión.
5 Luego los israelitas dijeron: "¿Cuál entre todas las tribus de Israel no ha subido a la asamblea delante del Señor?". Porque contra el que no se presentara ante el Señor en Mispá, se había pronunciado este juramento solemne: "morirá irremediablemente".
6 Los israelitas se compadecieron de su hermano Benjamín, y dijeron: "Hoy le ha sido arrancada una tribu a Israel.
7 ¿Qué haremos para proveer de mujeres a los que han sobrevivido, siendo así que hemos jurado por el Señor no darles como esposas a nuestras hijas?"
8 Por eso preguntaron" ¿Hay alguna entre las tribus de Israel que no ha subido a presentarse ante el Señor en Mispá?". Y resultó que ningún hombre la Iabés de Galaad había venido al campamento para la Asamblea.
9 En efecto, cuando se pasó revista al pueblo, vieron que allí no había ningún habitante de Iabés de Galaad.
10 Entonces la comunidad envió a doce mil de los guerreros, con esta orden: "Vayan y pasen al filo de la espada a los habitantes de Iabés de Galaad, incluidas las mujeres y los niños.
11 Ustedes actuarán de esta manera: consagrarán al exterminio a todos los varones y a las mujeres que hayan convivido con hombres, pero dejarán con vida a las vírgenes". Así lo hicieron.
12 Entre los habitantes de Iabés de Galaad encontraron cuatrocientas jóvenes vírgenes, que no habían convivido con ningún hombre, y las llevaron al campamento de Silo, que está en el país de Canaán.
13 Toda la comunidad de Israel envió emisarios a los benjaminitas, que estaban en la Roca de Rimón, para anunciarles la paz.
14 Entonces los benjaminitas volvieron, y los hombres de Israel les dieron las mujeres que habían dejado con vida en Iabés de Galaad, pero no alcanzaron para todos.
15 El pueblo se compadeció de Benjamín, porque el Señor había abierto una brecha entre las tribus de Israel.
16 Los ancianos de la comunidad dijeron: ¿Qué haremos para proveer de mujeres a los que han sobrevivido, ya que las mujeres de Benjamín han sido exterminadas?".
17 Y agregaron: "¡Que los sobrevivientes de Benjamín tengan herederos, para que no desaparezca una tribu de Israel!
18 Porque nosotros no podemos darles como esposas a nuestras hijas". Los israelitas, en efecto, habían hecho este juramento: "¡Maldito sea el que entregue una mujer a Benjamín!".
19 Entonces dijeron: "Está cerca la fiesta del Señor que se celebra todos los años en Silo, al norte de Betel, al este de la ruta que sube de Betel a Siquem, y al sur de Leboná".
20 Y dieron estas instrucciones a los Benjaminitas: "Vayan y tiendan una celada entre las viñas.
21 Estén alerta, y cuando las jóvenes de Silo salgan a danzar en coros, ustedes saldrán de las viñas y raptarán cada uno a una de las jóvenes de Silo. Luego se irán al país de Benjamín.
22 Y si sus padres o hermanos vienen a protestar contra nosotros, les diremos: "Sean condescendientes con ellos, ya que no hemos podido capturar en la guerra una mujer para cada uno. Además, ustedes no hubieran podido dárselas, porque en ese caso se habrían hecho culpables".
23 Así lo hicieron los benjaminitas: entre las jóvenes danzantes que habían secuestrado, tomaron las mujeres que necesitaban. Después se fueron de vuelta a su herencia, reedificaron las ciudades y se establecieron en ellas.
24 Al mismo tiempo, los israelitas se reintegraron cada uno a su tribu y a su clan; partieron de allí, y se fue cada uno a su herencia.
25 En aquel tiempo no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que le parecía bien.

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Introducción a Jueces


Jueces

El libro de los JUECES nos presenta a Israel en una de las etapas más críticas de su historia. Es el tiempo que transcurre entre la penetración de las tribus hebreas en Canaán y la instauración de la monarquía, es decir, entre los años 1200 y 1020 a. C. El pueblo se encuentra amenazado por todas partes. Algunos grupos cananeos, sólidamente atrincherados en sus plazas fuertes, continúan oponiendo una tenaz resistencia. Otros invasores -especialmente los filisteos, mucho mejor organizados y armados que Israel- luchan por adueñarse de los mismos territorios. Las tribus israelitas se encuentran aisladas unas de otras, sin un gobierno central que pueda asegurar una firme cohesión interna. Y la única base de la unidad nacional -la fe en el Señor, el Dios de Israel- corre el peligro de dejarse contaminar por los seductores cultos cananeos.
En este clima de inseguridad y anarquía, se ve surgir a los héroes llamados "Jueces". Este título tiene un sentido más amplio que el habitual entre nosotros. Los Jueces de Israel son "caudillos", que se constituyen en defensores de la "justicia" para hacer valer el derecho conculcado. Bajo la presión de un grave peligro, se ponen al frente de una o varias tribus y liberan a sus hermanos de la opresión a que estos han sido sometidos. Su autoridad no es estable, sino transitoria y excepcional. Una vez concluida la acción militar, vuelven a su vida ordinaria, aunque el prestigio adquirido con sus hazañas les asegura a veces una cierta preeminencia sobre las tribus liberadas.
Por su origen, su carácter y su condición social, estos caudillos y libertadores difieren considerablemente unos de otros. Pero tienen un rasgo común: todos actúan bajo el impulso del "espíritu". El espíritu del Señor se manifiesta siempre como una fuerza divina, que irrumpe súbitamente, se posesiona de ellos y los mueve a realizar proezas que están por encima de sus capacidades naturales. De allí que a los protagonistas de estas gestas guerreras se los pueda llamar con razón líderes "carismáticos".
Los héroes del libro de los Jueces viven en una época de costumbres rudas e incluso bárbaras. La traición de Ejud, el asesinato de Sísara, la masacre de Abimélec, el sacrificio de la hija de Jefté y las aventuras amorosas de Sansón reflejan una moral que no es la del Evangelio. Pero estos viejos relatos no están exentos de grandeza. En ellos se vislumbra la pujanza de un pueblo que lucha por sobrevivir y mantener su identidad en medio de circunstancias adversas. Y se descubre, sobre todo, la acción del Señor, que guía y defiende a Israel, a pesar de sus miserias y claudicaciones.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas