I Timoteo 3 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 16 versitos |
1 Es muy cierta esta afirmación: "El que aspira a presidir la comunidad, desea ejercer una noble función".
2 Por eso, el que preside debe ser un hombre irreprochable, que se haya casado una sola vez, sobrio, equilibrado, ordenado, hospitalario y apto para la enseñanza.
3 Que no sea afecto a la bebida ni pendenciero, sino indulgente, enemigo de las querellas y desinteresado.
4 Que sepa gobernar su propia casa y mantener a sus hijos en la obediencia con toda dignidad.
5 Porque si no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar la Iglesia de Dios?
6 Y no debe ser un hombre recientemente convertido, para que el orgullo no le haga perder la cabeza y no incurra en la misma condenación que el demonio.
7 También es necesario que goce de buena fama entre los no creyentes, para no exponerse a la maledicencia y a las redes del demonio.
8 De la misma manera, los diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas.
9 Que conserven el misterio de la fe con una conciencia pura.
10 Primero se los pondrá a prueba, y luego, si no hay nada que reprocharles, se los admitirá al diaconado.
11 Que las mujeres sean igualmente dignas, discretas para hablar de los demás, sobrias y fieles en todo.
12 Los diáconos deberán ser hombres casados una sola vez, que gobiernen bien a sus hijos y su propia casa.
13 Los que desempeñan bien su ministerio se hacen merecedores de honra y alcanzan una gran firmeza en la fe de Jesucristo.
14 Aunque espero ir a verte pronto, te escribo estas cosas
15 por si me atraso. Así sabrás cómo comportarte en la casa de Dios, es decir, en la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad.
16 En efecto, es realmente grande el misterio que veneramos: El se manifestó en la carne, fue justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, proclamado a los paganos, creído en el mundo y elevado a la gloria.

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Introducción a I Timoteo


PRIMERA CARTA A TIMOTEO

Las Cartas dirigidas a Timoteo y a Tito forman un grupo homogéneo dentro de la colección de los escritos paulinos. Sus destinatarios eran dos íntimos colaboradores de Pablo, que necesitaban directivas concretas sobre la organización y el gobierno de las comunidades que él les había confiado, por lo cual reciben el título de "Cartas pastorales". Además, las tres están redactadas en un mismo tenor, combaten los mismos errores y reflejan una etapa más evolucionada en la organización interna de las comunidades cristianas. Pero, por su vocabulario y su estilo, estas Cartas difieren notablemente de las otras atribuidas al Apóstol. Esto hace presumir que no fue él mismo quien les dio su forma literaria, sino que fueron redactadas por alguno de sus discípulos.
La PRIMERA CARTA A TIMOTEO -a quien Pablo llama afectuosamente "hermano nuestro y colaborador de Dios en el anuncio de la Buena Noticia de Cristo" ( 1Th_3:2 )- contiene una serie de recomendaciones prácticas sobre la necesidad de conservar y transmitir con fidelidad la tradición apostólica ( 1Th_6:20 ), sobre los criterios que deben regir la elección de los ministros de la comunidad ( 1Th_3:1-13 ) y acerca de las obligaciones de Timoteo con respecto a las diversas categorías de fieles: ancianos y jóvenes ( 1Th_5:1-2 ), viudas ( 1Th_5:3-16 ), presbíteros ( 1Th_5:17-22 ) y esclavos ( 1Th_6:1-2 ). En particular, Pablo inculca a su discípulo la necesidad de combatir a los que enseñan "doctrinas extrañas" ( 1Th_1:3 ), y lo exhorta a practicar la piedad y el desinterés pastoral, para mantenerse "sin mancha e irreprensible hasta la Manifestación de nuestro Señor Jesucristo" ( 1Th_6:14 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Timoteo 3,1-16

1. Ver nota Hec_20:17.

2-7. Ver Tit_1:6-9.

8. "Diáconos": ver nota Flp_1:1.

11. "Las mujeres", probablemente, no son las esposas de los diáconos, sino las diaconisas. Ver nota Rom_16:1.

16. "El misterio que veneramos" -literalmente, "el misterio de la piedad"- es la obra salvadora de Cristo, objeto central de la fe cristiana, que se revive y celebra en el culto litúrgico. Dicho misterio aparece resumido en este fragmento de un himno empleado en la liturgia de la Iglesia primitiva. En él se proclama la Encarnación, la Resurrección y la Glorificación de Jesús, manifestadas al mundo por medio de la predicación apostólica.

"Justificado en el Espíritu": esta expresión significa que la justicia y la gloria de Cristo se revelaron plenamente en su Resurrección por la acción vivificadora del Espíritu. Ver Rom_1:4.