Mateo 26, 47-56

Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso armado con espadas y palos. Venían de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es; detenedlo.» Al instante se acercó a Jesús y le dijo: «¡Salve, Rabbí!», y le dio un beso. Jesús replicó: «Amigo, ¡a lo que estás aquí*!» Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le detuvieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Le dijo entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada perecerán a espada. ¿O piensas que no puedo yo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras, que dicen que debe suceder así?» En aquel momento dijo Jesús a la gente: «¡Habéis salido a detenerme con espadas y palos, como si fuese un bandido! Todos los días me sentaba en el Templo para enseñar*, y no me detuvisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas.» Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
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