Josué 2, 1-15

Josué, hijo de Nun, envió secretamente desde sittim dos espías diciéndoles: Id a explorar el país, especialmente Jericó. Fueron, pues, y entraron en casa de una meretriz, por nombre Rajab, y se hospedaron allí. Se le dio aviso al rey de Jericó diciéndole: Unos hombres de los hijos de Israel han entrado aquí esta noche para explorar el país. Entonces el rey de Jericó envió este mensaje a Rajab: Haz salir a los hombres que han venido a ti, los que han entrado en tu casa, pues han venido a explorar todo el país. Pero la mujer tomó a los dos hombres y los escondió, y dijo luego: Es cierto que han llegado a mi casa unos hombres, pero yo no sabía de dónde eran. Cuando al anochecer se iba a cerrar la puerta, esos hombres salieron, y yo no sé adonde se encaminaron; daos prisa en perseguirlos y seguramente los alcanzaréis. Pero ella los había hecho subir a la azotea, y los había escondido bajo unos haces de lino que sobre la azotea había dispuesto. Algunos hombres salieron en persecución tras ellos camino del Jordán, hacia los vados, y la puerta quedó cerrada apenas salieron los perseguidores tras ellos. Antes de que los espías se acostaran, subió ella a la azotea y les dijo: Ya sé yo que Yahvéh os ha entregado el país, que el terror que inspiráis ha caído sobre nosotros y que todos los moradores del país están temblando en presencia vuestra, porque hemos sabido cómo Yahvéh secó ante vosotros las aguas del mar de los Juncos cuando salíais de Egipto, y lo que habéis hecho con los dos reyes amorreos del otro lado del Jordán, Sijón y Og, a quienes entregasteis al anatema. Al oírlo, se ha desmayado nuestro corazón y ya nadie tiene aliento delante de vosotros, porque Yahvéh, vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra. Ahora, pues, juradme por Yahvéh que, puesto que os he tratado con benevolencia, con benevolencia trataréis a la casa de mi padre; y me habéis de dar una señal cierta: Dejar con vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas y a todo lo que les pertenece, y que nos libraréis de la muerte. Los hombres le respondieron: Que en vez de vosotros, muramos nosotros, con tal que no delates nuestros designios. Cuando Yahvéh nos entregue el país, te trataremos con benevolencia y lealtad. Ella los descolgó con una cuerda por la ventana, pues su casa estaba adosada a la muralla, y ella vivía sobre la muralla misma.
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