I Macabeos 10, 74-89

Cuando Jonatán oyó las palabras de Apolonio, se sublevó su espíritu. Escogió diez mil hombres y partió de Jerusalén. Su hermano Simón acudió a su encuentro para ayudarle. Acampó frente a Jafa. Los de la ciudad le cerraron las puertas, porque en Jafa había una guarnición de Apolonio. La atacaron y la gente de la ciudad, atemorizada, le abrió las puertas, y Jonatán se hizo dueño de Jafa. Cuando Apolonio se enteró, puso en pie de guerra a tres mil jinetes y numerosa infantería, y partió en dirección a Asdod, pero al mismo tiempo, confiando en su numerosa caballería, avanzó por la llanura. Jonatán fue tras él persiguiéndolo hacia Asdod y ambos ejércitos trabaron combate. Apolonio había dejado a su espalda mil jinetes ocultos. Jonatán se dio cuenta de que se trataba de una emboscada. Y, aunque el enemigo rodeó a su ejército y dispararon flechas sobre la tropa desde la mañana hasta el atardecer, el ejército se mantuvo firme, como lo había ordenado Jonatán, mientras los caballos de los enemigos se cansaron. Entonces Simón hizo avanzar su ejército y atacó a la falange —pues la caballería ya estaba agotada—, la derrotó y la puso en fuga, mientras la caballería huía en desbandada por la llanura. En su huida llegaron a Asdod y entraron en Bet Dagón, el templo de su ídolo, para salvarse. Pero Jonatán prendió fuego a Asdod y a las ciudades de su entorno, se hizo con el botín y abrasó el templo de Dagón y a los que en él se habían refugiado. Los muertos a espada y los abrasados por el fuego fueron unos ocho mil hombres. Jonatán partió de allí y acampó frente a Ascalón, cuyos habitantes salieron a recibirlo con grandes honores. Luego Jonatán regresó a Jerusalén con los suyos, cargados de rico botín. Cuando el rey Alejandro se enteró de estos acontecimientos, concedió nuevos honores a Jonatán, le envió un broche de oro, como se suele regalar a los parientes de los reyes, y le dio en propiedad Acarón y todo su territorio.
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