I Macabeos 11, 20-52

° Por aquellos días Jonatán reunió a los de Judea para atacar la acrópolis de Jerusalén y levantó contra ella muchas máquinas de asalto. Entonces algunos apóstatas que odiaban a su nación acudieron al rey para anunciarle que Jonatán había cercado la acrópolis. La noticia lo irritó y, nada más oírla, se puso en marcha y vino a Tolemaida. Escribió a Jonatán que levantara el cerco y viniera a Tolemaida lo antes posible a entrevistarse con él. Jonatán, al enterarse, ordenó que continuase el asedio. Eligió algunos ancianos y sacerdotes de Israel, y asumió el riesgo de la visita. Tomando plata, oro, vestidos y otros presentes en gran cantidad, partió a verse con el rey en Tolemaida y lo encontró favorable a él. Algunos compatriotas apóstatas lo acusaban, pero el rey le trató como le habían tratado sus predecesores y le honró en presencia de todos sus Amigos. Le confirmó en el sumo sacerdocio y en todas las dignidades que antes tenía, e hizo que se le contara entre sus primeros Amigos. Jonatán pidió al rey que eximiera de impuestos a Judea y a Samaría, prometiéndole a cambio nueve mil kilos de plata. Accedió el rey y escribió a Jonatán una carta sobre todos estos puntos redactada en la forma siguiente: «El rey Demetrio saluda a su hermano Jonatán y a la nación judía. Para vuestra información os enviamos copia de la carta que hemos escrito a nuestro pariente Lástenes acerca de vosotros: “El rey Demetrio saluda a su padre Lástenes. Hemos decidido favorecer a la nación judía por sus buenas disposiciones hacia nosotros, porque son amigos nuestros y nos guardan lealtad. Les confirmamos en la posesión del territorio de Judea y de los tres distritos de Ofra, Lida y Rama que han sido segregados de Samaría y agregados a Judea con todos sus anejos. Los que ofrecen sacrificios en Jerusalén quedan exentos de los impuestos que el rey percibía de ellos anualmente por los productos de la tierra y el fruto de los árboles. En cuanto a los otros derechos que tenemos sobre los diezmos y tributos nuestros, sobre las salinas y coronas que se nos deben, les concedemos desde ahora una exención total. Jamás será derogada ninguna de estas concesiones a partir de hoy. Procurad hacer una copia de estas disposiciones para que le sea entregada a Jonatán y la ponga en el monte santo en sitio visible”». El rey Demetrio, viendo que el país estaba en calma bajo su mando y que nada le ofrecía resistencia, licenció a todas sus tropas mandando a cada uno a su casa, excepto a los extranjeros que había reclutado en ultramar. Todas las tropas que había recibido de sus antepasados se enemistaron con él. Entonces Trifón, antiguo partidario de Alejandro, al ver que todas las tropas murmuraban contra Demetrio, se fue adonde estaba el árabe Yamlicú, preceptor del niño Antíoco, hijo de Alejandro, y le insistía en que se lo entregase a fin de ponerlo en el trono de su padre. Le puso al corriente de toda la actuación de Demetrio y del odio que le tenían sus tropas. Permaneció allí muchos días. Entretanto Jonatán envió a pedir al rey Demetrio que retirara las guarniciones de la acrópolis y de las plazas fuertes porque hostilizaban a Israel. Demetrio le contestó: «No solo haré esto por ti y tu nación, sino que os colmaré de honores a ti y a tu nación cuando tenga oportunidad. Pero ahora harás bien en enviarme hombres que luchen en mi favor, pues todas mis tropas me han abandonado». Jonatán le envió a Antioquía tres mil guerreros valientes, y, cuando llegaron, el rey Demetrio experimentó gran satisfacción por su venida. La población, unos ciento veinte mil, se amotinó en el centro de la ciudad y querían matar al rey. Este se refugió en el palacio, mientras los vecinos de la ciudad ocuparon sus calles y comenzaron el ataque. El rey llamó entonces en su auxilio a los judíos. Todos se congregaron en torno a él y luego se diseminaron por la ciudad. Aquel día llegaron a matar hasta cien mil. Prendieron fuego a la ciudad, se hicieron ese día con un botín considerable y salvaron al rey. Cuando los vecinos vieron que los judíos dominaban la ciudad a placer, perdieron el ánimo y levantaron sus clamores al rey suplicándole: «Hagamos las paces y que los judíos cesen en sus ataques contra nosotros y contra la ciudad». Rindieron las armas e hicieron la paz. Los judíos se cubrieron de gloria ante el rey y ante todos los de su imperio y se volvieron a Jerusalén con un rico botín. El rey Demetrio ocupó el trono real y el país quedó sosegado bajo su mando.
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