I Macabeos 12, 39-53

Trifón aspiraba a reinar en Asia, ceñirse la corona y eliminar al rey Antíoco. Temiendo que Jonatán se lo estorbara haciéndole la guerra, trataba de secuestrarlo y de matarlo. Por ello se puso en marcha y llegó a Beisán. Jonatán salió a su encuentro con cuarenta mil hombres escogidos para la guerra y llegó a Beisán. Trifón vio que había venido con un ejército numeroso y temió echarle mano. Es más, lo recibió con honores, lo presentó a todos sus Amigos, le hizo regalos y ordenó a sus Amigos y a sus tropas que lo obedeciesen como si fuese él mismo. Y dijo a Jonatán: «¿Por qué has fatigado a toda esta gente si no hay guerra entre nosotros? Envíalos a sus casas, elige algunos hombres que te acompañen y ven conmigo a Tolemaida. Te entregaré la ciudad, las demás fortalezas, el resto del ejército y todos los funcionarios; luego emprenderé el regreso, ya que para eso he venido». Jonatán se fió de él y obró como le decía: despachó sus tropas, que partieron hacia la tierra de Judá, y mantuvo consigo tres mil hombres, de los cuales dejó dos mil en Galilea y mil lo acompañaron. Pero apenas entró Jonatán en Tolemaida, los habitantes de la ciudad cerraron las puertas, lo apresaron a él y pasaron a filo de espada a cuantos habían entrado con él. Trifón envió tropas y caballería a Galilea y a la gran llanura de Esdrelón para acabar con todos los partidarios de Jonatán. Pero estos, que ya sabían que Jonatán había sido apresado y muerto con sus acompañantes, se animaron entre sí y avanzaron, cerradas las filas, decididos al combate. Sus perseguidores los vieron dispuestos a jugarse la vida y se volvieron. Aquellos llegaron sanos y salvos a la tierra de Judá. Lloraron a Jonatán y a sus compañeros. Un gran temor se apoderó de ellos. Todo Israel hizo un gran duelo. Las naciones todas del entorno trataban de aniquilarlos: «No tienen jefe —decían— ni tienen quien les ayude. Esta es la ocasión de atacarlos y borrar su recuerdo de entre los hombres».
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