I Reyes 13, 11-24

° Vivía en Betel un anciano profeta. Sus hijos vinieron y le contaron cuanto el hombre de Dios había hecho aquel día en Betel y las palabras que había pronunciado ante el rey. Cuando terminaron su relato, el padre les preguntó: «¿Por qué camino se ha ido?». Sus hijos le mostraron el camino por el que se había ido el hombre de Dios venido de Judá. Y ordenó a sus hijos: «Aparejadme el asno». Aparejaron el asno y se montó en él. Fue en pos del hombre de Dios y lo encontró sentado bajo el terebinto. «¿Eres tú el hombre de Dios que ha venido de Judá?», le preguntó. Él respondió: «Yo soy». El anciano profeta le dijo: «Ven conmigo a casa y toma algo de comer». El hombre de Dios respondió: «No puedo volver contigo ni entrar en tu casa. No puedo comer pan ni beber agua en este lugar, porque he recibido orden, por la palabra de Dios: “No comerás pan ni beberás agua ni volverás por el camino por el que viniste”». Pero el anciano profeta le dijo: «También yo soy profeta como tú y un ángel me ha hablado por orden del Señor diciendo: “Hazle volver contigo a tu casa y que coma pan y beba agua”», mas le estaba mintiendo. Lo hizo volver y comió pan y bebió agua en su casa. Estando ellos sentados a la mesa, llegó la palabra de Dios al profeta que lo había hecho volver. Gritó este al hombre de Dios venido de Judá: «Así dice el Señor: has desobedecido la voz del Señor y no guardaste la orden que el Señor tu Dios te había dado, sino que has vuelto y has comido pan y bebido agua en el lugar del que dijo: “No comerás pan y no beberás agua”. Por ello, tu cadáver no acabará en la tumba de tus padres». Después que hubo comido y bebido, le aparejó su asno (al profeta al que había hecho volver). Este partió y de camino un león le salió al encuentro y lo mató. Su cadáver yacía en el camino; el asno se mantenía junto a él de pie y el león erguido también.
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