II Macabeos 14, 3-11

Un tal Alcimo, que antes había sido sumo sacerdote, pero que se había contaminado voluntariamente en tiempo de la rebelión, considerando que no tenía salida alguna ni un futuro acceso al sumo sacerdocio, fue al encuentro de Demetrio, hacia el año ciento cincuenta y uno, y le ofreció una corona de oro, una palma y además los ramos rituales de olivo del templo. Y por aquel día no hizo más. Pero, aprovechando una buena oportunidad para mostrar su insensatez, cuando Demetrio lo convocó a consejo y lo interrogó sobre las disposiciones y proyectos de los judíos, respondió: «Los judíos llamados Leales, encabezados por Judas Macabeo, fomentan guerras y rebeliones, para impedir que el reino disfrute de paz. Por eso, aunque despojado de mi dignidad hereditaria, me refiero al sumo sacerdocio, he venido aquí, en primer lugar con verdadera preocupación por los intereses del rey y, en segundo lugar, con la mirada puesta en mis propios compatriotas, pues por la locura de los hombres que he mencionado toda nuestra raza padece no pocos males. Tú, rey, informado con detalle de todo esto, mira por nuestro país y por nuestra raza asediada por todas partes, con esa comprensiva benevolencia que tienes para todos; pues mientras viva Judas, será imposible que el Estado tenga paz». En cuanto dijo esto, los demás consejeros que sentían aversión a la causa de Judas, se apresuraron a atizar la ira de Demetrio.
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