II Macabeos 15, 11-16

Armó a cada uno de ellos, no tanto con la seguridad que dan los escudos y las lanzas, como con el ánimo de sus alentadoras palabras. Les refirió además un sueño digno de crédito, una especie de visión, que alegró a todos. Su sueño era este: Onías, el antiguo sumo sacerdote, hombre bueno y bondadoso, afable, de suaves maneras, distinguido en su conversación, ejercitado desde la niñez por la práctica de la virtud, suplicaba con las manos extendidas por toda la nación judía. Luego, en igual actitud, se apareció a Judas un hombre que se distinguía por sus blancos cabellos y su dignidad, rodeado de admirable y majestuosa soberanía. Onías tomó la palabra para decir: «Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa: Jeremías, el profeta de Dios». Entonces Jeremías extendió su mano derecha y entregó a Judas una espada de oro; al dársela, pronunciaba estas palabras: «Recibe de parte de Dios esta espada sagrada como regalo; con ella exterminarás a tus enemigos».
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