II Reyes  6, 1-33

La comunidad de los profetas dijo a Eliseo: «Mira, el lugar en el que residimos bajo tu guía es demasiado estrecho para nosotros. Iremos al Jordán, tomaremos una viga cada uno y nos construiremos allí un lugar donde habitar». Él respondió: «Id». Uno de ellos preguntó: «¿Querrás, por favor, venir con tus servidores?». Él respondió: «Sí, iré». Los acompañó y, al llegar al Jordán, se pusieron a cortar madera. Cuando uno de ellos derribaba un tronco, el hierro del hacha cayó al agua y gritó: «¡Ay, mi señor, que era prestada!». El hombre de Dios preguntó: «¿Dónde ha caído?». Le indicó el lugar y (Eliseo) cortó un palo, lo tiró hacia allí y sacó el hierro a flote. Y dijo: «Súbelo»; y él extendió su mano alcanzándolo. El rey de Siria se hallaba en guerra con Israel y celebró consejo con sus servidores diciendo: «Acamparé en tal y tal lugar». El hombre de Dios mandó decir al rey de Israel: «Cuidado con pasar por tal lugar, porque los arameos están allí acampados». El rey de Israel envió entonces a reconocer el lugar que el hombre de Dios le había dicho. Este le alertaba y se montó guardia allí, no una ni dos, sino más veces. El rey de Siria, muy alarmado por este hecho, convocó a sus oficiales para inquirirles: «¿No sois capaces de asegurar la información? ¿Quién de los nuestros está de parte del rey de Israel?». Uno de los oficiales dijo: «Nadie, oh rey, mi señor. Lo que sucede es que Eliseo, el profeta que hay en Israel, comunica al rey de Israel todo lo que tú dices en el interior de tu cámara». El rey respondió: «Id y averiguad dónde se encuentra para enviar a prenderlo». Después le informaron: «Está en Dotán». Y envió allí carros y caballos junto a un fuerte destacamento, los cuales llegaron de noche y pusieron cerco a la ciudad. Cuando el criado del hombre de Dios se levantó de mañana y salió fuera, viendo el destacamento que rodeaba la ciudad con carros y caballos, preguntó: «¡Ay, mi señor!, ¿cómo vamos a hacer?». Y Eliseo respondió: «No temas. Son más los que están con nosotros que con ellos». Luego se puso a orar diciendo: «Abre, Señor, sus ojos para que vea». Entonces el Señor abrió los ojos del criado, quien vio la montaña cubierta de caballos y carros de fuego en torno a Eliseo. Los arameos descendieron contra él y Eliseo suplicó al Señor diciendo: «Hiere a esas gentes con una luz cegadora». Y quedaron deslumbrados conforme a la palabra de Eliseo. Él les dijo: «No es este el camino ni es esta la ciudad. Seguidme y os conduciré al hombre que buscáis». Y los condujo a Samaría. Cuando entraban allí, Eliseo oró de nuevo: «Ábreles, Señor, los ojos para que vean». Entonces el Señor abrió sus ojos y vieron sorprendidos que estaban en medio de Samaría. Cuando el rey de Israel los vio, dijo a Eliseo: «¿Los ataco, padre mío?». Y este respondió: «No los mates. ¿Matas tú, acaso, a quien hiciste prisionero con tu espada y con tu arco? Ofréceles pan y agua para que coman, beban y vuelvan a su señor». Les sirvió un gran banquete y, luego que comieron y bebieron, los despidió y regresaron a su señor. Desde entonces las bandas de arameos dejaron de invadir el territorio de Israel. ° Tiempo después, Ben Hadad, el rey de Siria, movilizó todas sus tropas, se puso en marcha y sitió Samaría. El hambre comenzó a arreciar en Samaría y el asedio se prolongaba, hasta el punto que una cabeza de asno llegó a costar ochenta siclos de plata, y el cuarto de una medida de estiércol de paloma, cinco. El rey de Israel pasaba por la muralla cuando una mujer le gritó: «¡Ayúdame, rey, mi señor!». Él respondió: «No hables así. ¡Que el Señor te salve! ¿De dónde puedo yo sacar ayuda?, ¿de la era o del lagar?». Luego el rey le preguntó: «¿Qué te aflige?». Ella respondió: «Esa mujer me dijo: “Entrega a tu hijo y lo comeremos hoy y mañana comeremos el mío”. Así que cocimos a mi hijo y nos lo comimos. Al otro día le dije: “Entrega a tu hijo y lo comeremos”, pero ella lo escondió». Al oír el rey las palabras de la mujer rasgó sus vestiduras. Caminaba por la muralla y el pueblo pudo ver que vestía debajo un sayal. Y sentenció: «Dios me castigue, si la cabeza de Eliseo, hijo de Safat, permanece hoy sobre sus hombros». Eliseo estaba sentado en su casa y los ancianos sentados también con él. El rey envió por delante a un heraldo, pero, antes de que este llegara ante Eliseo, el hombre de Dios dijo a los ancianos: «¿Habéis visto? Ese hijo de asesino ha enviado a uno a cortarme la cabeza. ¡Estad vigilantes! Cuando llegue el heraldo, cerrad la puerta y sostenedla bien contra él. ¿No es ese el ruido de los pasos de su señor?». Aún se encontraba hablando con ellos, cuando el rey descendió adonde estaba él y exclamó: «¡Esta desgracia procede del Señor! ¿Qué puedo esperar todavía del Señor?».
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