II Samuel  17, 1-29

Ajitofel propuso a Absalón: «Voy a escoger doce mil hombres para perseguir a David esta noche. Me echaré sobre él, que se encontrará fatigado y débil de fuerzas, y le infundiré pánico; los que están con él huirán y yo mataré al rey, solo a él. Entonces todo el pueblo volverá junto a ti. Dar con el hombre que buscas significará la vuelta de todos. Todo el pueblo quedará en paz». La propuesta le pareció acertada a Absalón y a los ancianos de Israel. Pero Absalón dijo: «Llama también a Jusai, el arquita, y oigamos su opinión». Jusai llegó a la presencia de Absalón, y este le dijo: «Esta es la propuesta de Ajitofel. ¿Hemos de actuar según su parecer? Si no, habla tú mismo». Jusai respondió: «Por esta vez no es bueno el consejo que ha dado Ajitofel». Y continuó: «Tú sabes que tu padre y sus hombres son aguerridos y estarán furiosos como una osa en el campo privada de sus crías. Tu padre es un hombre de guerra y no pasará la noche con el pueblo. Ahora se encontrará oculto en una cueva o en algún otro lugar. Y si David ataca primero, el que lo oiga dirá: “Ha habido una matanza entre la gente que sigue a Absalón”. Y, entonces, incluso el más valiente, aquel cuyo corazón sea como el de un león, se acobardará, pues todo Israel sabe que tu padre es un valiente y los que están con él, aguerridos. Yo te aconsejo: concentra a tu lado a todo Israel, desde Dan hasta Berseba, en número como la arena del mar y tú en persona sal con ellos. Iremos hasta donde se encuentre y caeremos sobre él como cae el rocío sobre el suelo. No quedará con vida ni él ni uno solo de los hombres que lo acompañan. Si se refugia en una ciudad, todo Israel llevará sogas a aquella ciudad, y lo arrastraremos al torrente, de suerte que no se encuentre allí ni un guijarro». Absalón y los hombres de Israel exclamaron: «El consejo de Jusai, el arquita, es mejor que el de Ajitofel». El Señor había decidido que fracasara el buen consejo de Ajitofel, para hacer caer la desgracia sobre Absalón. Jusai dijo a los sacerdotes Sadoc y Abiatar: «Ajitofel ha aconsejado esto a Absalón y a los ancianos de Israel. Y esto he aconsejado yo. Ahora, pues, mandad este recado urgente a David: no pases la noche en las estepas del desierto. Pasa al otro lado para que no le ocurra una desgracia al rey y a toda la gente que lo acompaña». Jonatán y Ajimás estaban apostados en En Roguel. Una criada fue a llevarles el aviso para que fueran e informaran al rey David. Ellos no podían dejarse ver a la entrada de la ciudad. Pero los vio un criado y avisó a Absalón. Los dos partieron apresuradamente y llegaron a la casa de un hombre en Bajurín. Su patio tenía una cisterna y bajaron a ella. La mujer, cogiendo una manta la extendió sobre la boca de la cisterna y esparció granos encima, de modo que nada se notaba. Llegaron los servidores de Absalón a casa de la mujer y preguntaron: «¿Dónde están Ajimás y Jonatán?». La mujer contestó: «Han cruzado las aguas». Los buscaron, pero, al no encontrarlos, se volvieron a Jerusalén. Cuando ya se habían marchado, subieron de la cisterna y corrieron a informar al rey David. Le dijeron: «Levantaos y cruzad rápidamente las aguas, porque Ajitofel ha dado este consejo contra vosotros». David y los que lo acompañaban se dispusieron a cruzar el Jordán. Al despuntar el alba, no quedaba nadie que no lo hubiera cruzado. Al ver Ajitofel que no se llevaba a cabo su plan, aparejó el asno y se puso en camino a la casa de su ciudad. Dio instrucciones a los suyos y se ahorcó. Murió y fue enterrado en el sepulcro de su padre. David llegó a Majanáin, cuando Absalón cruzaba el Jordán con todos los hombres de Israel. Absalón había nombrado a Amasá jefe del ejército, en lugar de Joab. Amasá era hijo de un hombre llamado Yitró, israelita, que se había llegado a Abigail, hija de Najas, hermana de Seruyá, madre de Joab. Israel y Absalón acamparon en la tierra de Galaad. Cuando David llegó a Majanáin, Sobí, hijo de Najas de Rabá de los amonitas, y Maquir, hijo de Amiel de Lo Debar, y Barzilai, el galaadita de Roguelín, trajeron camas, mantas, recipientes de barro, trigo, cebada, harina, grano tostado, alubias, lentejas, miel, manteca y quesos de oveja y de vaca. Se lo ofrecieron a David y al pueblo que estaba con él para que comieran, pues se habían dicho: «El pueblo estará hambriento, fatigado y con sed en el desierto».
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