Proverbios 5, 1-23

Hijo mío, atiende a mi sabiduría, | presta atención a mi experiencia, de ese modo serás reflexivo | y tus labios sabrán lo que dicen. La seductora tiene miel en los labios, | sus palabras son más suaves que el aceite, pero al final son amargas como ajenjo, | letales como espada de dos filos. ° Corren sus pies hacia la muerte, | sus pasos se encaminan al Abismo ° ; le da igual el camino de la vida, | no le importa que su senda se extravíe. Así pues, hijo mío, escúchame, | no rechaces los consejos que te doy: aleja de ella tu camino, | no te acerques a la puerta de su casa, pues cederías a otros tu honor, | tu dignidad a gente implacable. Así no gozarán extraños de tus bienes, | ni tu renta acabará yendo a casa ajena. Al final acabarías lamentándolo, | con tu cuerpo y tu carne agotados. Pensarás: «¿Por qué rechacé la disciplina, | por qué mi corazón despreció la corrección? ¿Por qué no escuché a mis maestros | y no hice caso a mis preceptores? Me he encontrado al borde de la ruina | en medio de la asamblea convocada». Bebe agua de tu propia cisterna, | la que mana dentro de tu pozo. ¿Se derramarán tus fuentes por la calle, | se perderán tus arroyos por las plazas? Guárdalos solo para ti, | no los compartas con extraños. Sea bendita tu fuente, | goza de la esposa de tu juventud: cierva encantadora, graciosa gacela, | que siempre te embriaguen sus caricias, | que de continuo te deleite su amor. No busques, hijo, deleite en la seductora, | no cedas al abrazo de una desconocida; que el Señor vigila la conducta del hombre, | observa atento todos sus pasos. Su propia maldad atrapa al malvado, | queda preso en los lazos de su pecado; morirá por no dejarse corregir, | tanta insensatez lo perderá.
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