Sabiduría 14, 1-31

Hay también quien, dispuesto a embarcarse para cruzar el mar encrespado, | invoca a un leño más frágil que la embarcación que lo lleva. A esta la inventó el afán de lucro, | la construyó la pericia del artífice. Pero es tu providencia, Padre, quien la pilota, | porque incluso en el mar abriste un camino | y una senda segura entre las olas, mostrando así que puedes salvar de todo peligro, | para que se embarque aun el inexperto. No quieres que las obras de tu sabiduría sean estériles; | por eso los hombres confían sus vidas a un leño insignificante, | y, cruzando el oleaje en una balsa, llegan sanos y salvos. Ya al principio, cuando perecían los soberbios gigantes, | la esperanza del mundo se refugió en una balsa | que, pilotada por tu mano, legó al mundo una semilla de vida. Bendito el leño que se utiliza para la justicia, pero el ídolo hecho a mano, maldito él y quien lo hizo; | este porque lo fabricó, aquel porque, siendo corruptible, fue tenido por dios. Dios aborrece igualmente al impío y su impiedad y la obra será castigada junto con su autor. Por eso los ídolos de las naciones también serán juzgados, | porque se han hecho abominables entre las criaturas de Dios, | ocasión de tropiezo para las almas de los hombres | y una trampa para los pies de los necios. La invención de los ídolos fue el comienzo de la infidelidad | y su descubrimiento trajo la corrupción de la vida. Porque no existieron al principio ni existirán eternamente. Entraron en el mundo por la necedad de los hombres | y por eso tienen marcado un fin inmediato. Un padre, afligido por un luto prematuro, | hace una imagen del hijo repentinamente arrebatado; | al que ayer era hombre muerto, hoy lo venera como un dios, | e instituye iniciaciones mistéricas para sus subordinados. Con el tiempo se consolida la impía costumbre y se observa como ley. Por decreto de los soberanos recibían culto sus estatuas | y como la gente que vivía lejos no podía venerarlos en persona, | representaba su figura lejana, | haciendo una imagen visible del rey venerado, | para adular con fervor al ausente como si estuviera presente. La ambición del artista contribuyó a extender este culto, | incluso entre quienes no lo conocían, pues este, deseoso sin duda de complacer al soberano, | forzó hábilmente el parecido para que resultase más hermoso. La multitud, seducida por el encanto de la obra, | considera ahora objeto de culto al que poco antes honraba como hombre. Y esto se convirtió en una trampa para los vivientes, | pues los hombres, víctimas de la desgracia o de la tiranía, | dieron el nombre incomunicable a piedras y leños. Además, no les bastó con equivocarse en el conocimiento de Dios, | sino que, inmersos en la guerra cruel de la ignorancia, | dan a esos males tan graves el nombre de paz. Así, con sus ritos infanticidas, sus misteriosos secretos | y sus delirantes orgías de rituales extravagantes, ya no conservan puros ni la vida ni el matrimonio, | sino que se matan a traición unos a otros o se infaman con adulterios. Reina por doquier un caos de sangre y crimen, robo y fraude, | corrupción, infidelidad, desorden y perjurio; desconcierto entre los buenos, olvido de la gratitud, | contaminación de las almas, perversiones sexuales, | desórdenes matrimoniales, adulterios y libertinaje. Porque el culto a los ídolos sin nombre | es principio, causa y fin de todos los males. Los idólatras o se divierten frenéticamente, o profetizan oráculos falsos, | o viven en la injusticia, o perjuran con ligereza. Como confían en ídolos sin vida, | no temen que el jurar en falso les ocasione daño alguno. Pero les aguarda un doble castigo: | porque al seguir a los ídolos se han hecho una idea falsa de Dios | y porque han jurado injustamente y con engaño, despreciando la santidad. Pues no es el poder de aquellos por los que se jura, | sino la condena que merecen los pecadores | quien persigue siempre las transgresiones de los malvados.
Ver contexto