I Reyes 3, 22-28

La otra mujer dijo: “No; mi hijo es el que vive; es el tuyo el que ha muerto.” Y la primera replicaba: “No; tu hijo es el muerto, y el mío el vivo.” Y así disputaban en presencia del rey." Tomó entonces el rey la palabra: “La una dice: Mi hijo es el que vive, el tuyo ha muerto; y la otra dice: No; es el tuyo el que ha muerto, y el mío vive”;" y añadió: “Traedme una espada.” Trajeron al rey la espada, y él dijo: “Partid por el medio al niño vivo, y dad la mitad de él a la una y la otra mitad a la otra.” Entonces la mujer cuyo era el niño vivo dijo al rey, pues se le conmovían todas las entrañas por su hijo: “¡Oh señor rey, dale a ésa el niño, pero vivo; que no le maten.” Mientras que la otra decía: “Ni para mí ni para ti: que le partan.” Entonces dijo el rey: “Dad a la primera el niño vivo, sin matarle; ella es su madre.” Todo Israel supo la sentencia que el rey había pronunciado, y todos temieron al rey, viendo que había en él una sabiduría divina para hacer justicia.
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