Romanos  3, 7-19

Pero si la veracidad de Dios resalta más por mi mendacidad, para gloria suya, ¿por qué voy a ser yo juzgado pecador? ¿Y por qué no decir lo que algunos calumniosamente nos atribuyen, asegurando que decimos: Hagamos el mal para que venga el bien? La condenación de éstos es justa. ¿Qué, pues, diremos? ¿Los aventajamos? No en todo. Pues ya hemos probado que judíos y gentiles nos hallamos todos bajo el pecado, según está escrito: “No hay justo ni siquiera uno, no hay uno sabio, no hay quien busque a Dios. Todos se han extraviado, todos están corrompidos, no hay quien haga el bien, no hay ni siquiera uno.” “Sepulcro abierto es su garganta, con sus lenguas urden enveneno de áspides hay bajo sus labios, ganos, su boca rebosa maldición y amargura, veloces son sus pies para derramar sangre, calamidad y miseria abunda en sus caminos, y la senda de la paz no la conocieron, no hay temor de Dios ante sus ojos.” Ahora bien, sabemos que cuanto dice la Ley, lo dice a los que viven bajo la Ley, para tapar toda boca y que todo el mundo se confiese reo ante Dios.
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