II Reyes  22 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 20 versitos |
1 ° Tenía Josías ocho años cuando inició su reinado y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Jedidá, hija de Adías, de Boscat.
2 Hizo lo recto a los ojos del Señor y siguió en todo los caminos de David su padre, sin desviarse a derecha ni a izquierda.
3 El año dieciocho del rey Josías, el rey envió al templo del Señor a Safán, el secretario, hijo de Asalías, hijo de Mesulán, y le dijo:
4 «Ve al sumo sacerdote, Jilquías, y que pese el dinero que está depositado en el templo del Señor, el que ha sido recogido entre el pueblo por los guardianes de la puerta.
5 Que lo entreguen a los capataces encargados del templo del Señor y que lo destinen estos al pago de los que trabajan en reparar el templo del Señor:
6 carpinteros, constructores y albañiles, así como a la compra de madera y piedra de cantería para la restauración del edificio.
7 Pero que no se les pida cuentas del dinero que se les entrega, porque actúan con honestidad».
8 Entonces el sumo sacerdote, Jilquías, dijo al secretario Safán: «He hallado en el templo del Señor un libro de la ley». Jilquías entregó el libro a Safán, que lo leyó.
9 El secretario Safán, presentándose al rey, le informó: «Tus servidores han fundido el dinero depositado en el templo y lo han entregado a los capataces encargados del templo del Señor».
10 El secretario Safán añadió también: «El sumo sacerdote Jilquías me ha entregado un libro». Y Safán lo leyó ante el rey.
11 Cuando el rey oyó las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestiduras.
12 Y dirigiéndose al sacerdote Jilquías, a Ajicán, hijo de Safán, a Acbor, hijo de Miqueas, al secretario Safán y a Asaías, ministro del rey, les ordenó:
13 «Id a consultar al Señor por mí, por el pueblo y por todo Judá, a propósito de las palabras de este libro que ha sido encontrado, porque debe de ser grande la ira del Señor encendida contra nosotros, ya que nuestros padres no obedecieron las palabras de este libro haciendo lo que está escrito para nosotros».
14 Entonces el sacerdote Jilquías, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron adonde estaba la profetisa Juldá, mujer de Salún, hijo de Tiqvá, hijo de Jarjás, encargado del vestuario. Vivía ella en Jerusalén, en el Barrio Nuevo. Le hablaron
15 y ella respondió: «Así habla el Señor, Dios de Israel. Decid al hombre que os ha enviado a mí:
16 “Así habla el Señor: Voy a traer el desastre sobre este lugar y sus habitantes, pues todo lo dicho en el libro que ha leído el rey de Judá va a cumplirse.
17 Porque ellos me han abandonado y han quemado incienso a otros dioses, irritándome con todos los ídolos que se han hecho. Arde mi ira contra este lugar y ya no se apagará”.
18 Y añadidle al rey de Judá que os mandó consultar al Señor: “Así dice el Señor, Dios de Israel: Ya que al escuchar mis palabras
19 contra este lugar y sus habitantes, que han de volverse maldición y espanto, tu corazón se ha conmovido y te has humillado ante el Señor y has rasgado tus vestiduras y llorado ante mí, y yo lo he escuchado todo —oráculo del Señor—:
20 Por eso, te reuniré con tus padres, serás enterrado en paz en tu sepulcro y tus ojos no verán todo el desastre que acarrearé sobre este lugar”». Y llevaron ellos la respuesta al rey.

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Introducción a II Reyes 

VER INTRODUCCIÓN A 1 Reyes

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

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Notas

II Reyes  22,1-20*22:1-23:30 Josías (640-609) es el último rey importante de Judá. Durante su reinado se descubrió en el templo (621) el «libro de la doctrina» o «de la ley», llamado también «libro de la alianza» en 2Re 23:2; 2Re 23:21. Este documento constituía una forma primigenia del Deuteronomio. Sus prescripciones sirvieron de pauta para la reforma emprendida por Josías, que eliminó las prácticas de culto extranjeras introducidas por Manasés, quitó la imagen de Aserá y depuso a los sacerdotes de tales cultos. Suprimió también los santuarios yahvistas locales. Su acción en Betel (2Re 23:15) supuso el cumplimiento de la antigua profecía del hombre de Dios de Judá (1Re 13:2). Su fidelidad al yahvismo no pudo, sin embargo, anular la sentencia divina pendiente sobre Judá (2Re 23:26).