Ezequiel  31 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos | Ezequiel  31 Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998) | 18 versitos
1

Contra el faraón I
Is 14,4-23; Ez 17,22-24; Dn 4

El año undécimo, el día uno del mes tercero, me dirigió la palabra el Señor:
1
El cedro.
El año undécimo, el día uno del tercer mes, la palabra de Yahvé se dirigió a mí en estos términos:
2 – Hijo de hombre, di al faraón,
rey de Egipto, y a su tropa:
¿A quién te pareces en tu grandeza?
2 «Hijo de hombre, di al faraón, rey de Egipto, y a la multitud de sus súbditos:
¿A quién compararte en tu grandeza?
3 Fíjate en Asiria, cedro del Líbano,
de magnífico ramaje,
tupido y umbroso,
de estatura gigante,
cuya copa llega hasta las nubes.
3 Mira: a un cedro del Líbano
de espléndido ramaje,
de fronda de amplia sombra
y de elevada talla.
Entre las nubes despuntaba su copa.
4 Lo criaron las lluvias,
las aguas subterráneas lo elevaron:
con sus corrientes
rodeaban su tronco
y regaban con sus acequias
al arbolado de la campiña.
4 Las aguas lo hicieron crecer,
el abismo lo hizo subir,
derramando sus aguas
en torno a su plantación,
enviando sus acequias
a todos los árboles del campo.
5 Así se empinó por encima
de los árboles de la campiña;
se hizo tupido su ramaje,
dilatada su copa,
gracias a la abundancia de las aguas.
5 Por eso su tronco superaba en altura
a todos los árboles del campo,
sus ramas se multiplicaban,
se alargaba su ramaje,
por la abundancia de agua
que le hacía crecer.
6 Anidaban en su ramaje
las aves del cielo,
tenían cría bajo su copa
las fieras salvajes,
a su sombra se cobijaba
muchedumbre de pueblos.
6 En sus ramas anidaban
todos los pájaros del cielo,
bajo su fronda parían
todas las bestias del campo,
a su sombra se sentaban
naciones numerosas.
7 Era magnífico por su corpulencia,
por la envergadura de sus ramas,
pues hundía su raíz
en aguas abundantes.
7 Era hermoso en su grandeza,
en su despliegue de ramaje,
porque sus raíces se alargaban
hacia aguas abundantes.
8 Los cedros del parque de los dioses
no lo sobrepasaban,
ni competían con su ramaje
los abetos,
ni los plátanos igualaban su copa;
ningún árbol
del parque de los dioses
podía competir con su hermosura.
8 No le igualaban los demás cedros
en el jardín de Dios,
los cipreses no podían competir
con su ramaje,
los plátanos no tenían
ramas como las suyas.
Ningún árbol, en el jardín de Dios,
le igualaba en belleza.
9 Lo hice magnífico, tupido de ramas,
lo envidiaban los árboles del paraíso,
del parque de los dioses.
9 Yo le había embellecido
con follaje abundante,
y le envidiaban
todos los árboles de Edén,
los del jardín de Dios.
10 Pues bien, esto dice el Señor:
por haberse elevado tan alto
y haber levantado su copa
hasta las nubes,
y haberse engreído por su altura,
10 «Pues bien, así dice el Señor Yahvé: Por haber exagerado su talla, levantando su copa por entre las nubes, y haberse engreído su corazón de su altura,
11 lo entregué a merced
de la nación más poderosa
para que lo tratara
según su maldad.
11 yo le he entregado en manos del conductor de las naciones, para que le trate conforme a su maldad; ¡le he desechado!
12 Lo cortaron los bárbaros más feroces,
lo tiraron por los barrancos:
por los valles fueron
cayendo sus ramas;
se fue desgajando su copa
por los barrancos del país,
de su sombra escaparon
los pueblos de la tierra,
dejándolo abatido.
12 Extranjeros, los más bárbaros entre las naciones, lo han talado y lo han abandonado. En los montes y por todos los valles yace su ramaje; sus ramas están destrozadas por todos los barrancos del país; toda la población del país se ha retirado de su sombra y lo ha abandonado.
13 Anidaron en su tronco caído
las aves del cielo
y se guarecieron en su copa
los animales salvajes.
13 Sobre sus despojos se han posado
todos los pájaros del cielo,
a sus ramas han venido
todas las bestias del campo.
14 Para que no eleven su estatura
los árboles bien regados,
y no levanten su copa
hasta las nubes
ni confíen en su altura
los bien regados;
porque todos están
destinados a la muerte,
a lo profundo de la tierra,
en medio de los hijos de Adán
que bajan a la fosa.
14 «Ha sido para que ningún árbol plantado junto a las aguas se engría de su talla, ni levante su copa por entre las nubes, y para que ningún árbol bien regado se estire hacia ellas con su altura.
¡Porque todos ellos
están destinados a la muerte,
a los infiernos,
como el común de los hombres,
como los que bajan a la fosa!
15 Esto dice el Señor:
El día que bajó al abismo
vestí de luto el Océano:
detuve sus corrientes,
las aguas caudalosas se estancaron.
Enluté al Líbano por él,
por él entristecieron
todos los árboles del campo.
15 «Así dice el Señor Yahvé: El día que bajó al Seol, en señal de duelo yo cerré sobre él el abismo, detuve sus ríos, y las aguas abundantes cesaron; por causa de él llené de sombra el Líbano, y todos los árboles del campo se amustiaron por él.
16 Al estruendo de su caída
hice temblar a las naciones,
cuando lo precipité en el abismo
con los que bajan a la fosa;
entonces se consolaron
en lo profundo de la tierra
los árboles del paraíso,
los mejores del Líbano,
los bien regados.
16 Hice temblar a las naciones por el estrépito de su caída, cuando lo precipité en el Seol, con los que bajan a la fosa. En los infiernos se consolaron todos los árboles de Edén, lo más selecto y más bello del Líbano, regados todos por las aguas.
17 También ellos bajaron
al abismo con él,
con los muertos a espada;
y los que se cobijaban a su sombra
se diseminaron entre las naciones.
17 Y al mismo tiempo que él, bajaron al Seol, donde las víctimas de la espada, los que eran su brazo y moraban a su sombra en medio de las naciones.
18 ¿Con qué árbol del paraíso
competías en gloria y en grandeza?
Fuiste precipitado
con los árboles del paraíso
a lo profundo de la tierra:
ahí estás tendido
en medio de incircuncisos,
con los muertos a espada.
Se trata del faraón y de su tropa
– oráculo del Señor– .
18 «¿A quién eras comparable en gloria y en grandeza, entre los árboles de Edén? Sin embargo has sido precipitado, con los árboles de Edén, en los infiernos; en medio de incircuncisos yaces, con las víctimas de la espada: ése es el faraón y toda su multitud, oráculo del Señor Yahvé.»

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas