Mateo 5 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 48 versitos |
1 Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos;
2 y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
3 «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
4 Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
11 Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa.
12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
13 Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
14 Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
15 Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
16 Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos.
17 No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
18 En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
19 El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
20 Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
21 Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
22 Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego.
23 Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti,
24 deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
25 Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel.
26 En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo.
27 Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”.
28 Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
29 Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehenna.
30 Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehenna.
31 Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”.
32 Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima ° — la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
33 También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
34 Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios;
35 ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey.
36 Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello.
37 Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.
38 Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”.
39 Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra;
40 al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto;
41 a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos;
42 a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
43 Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo.
44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen,
45 para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
46 Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?
47 Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?
48 Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

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Introducción a Mateo

NUEVO TESTAMENTO

INTRODUCCIÓN

Además de los cuarenta y seis libros del AT, la Biblia cristiana contiene otros veintisiete escritos, algunos con un solo capítulo y todos ellos compuestos directamente en griego, la principal de las lenguas habladas en la parte oriental del Imperio Romano durante los primeros años de expansión del cristianismo. El contenido fundamental de todos estos escritos es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María, enviado por Dios en la plenitud de los tiempos como Mesías de Israel, Señor y Salvador de todos los pueblos, creído y anunciado a judíos y a griegos por los primeros testigos. Este contenido principal se hace más o menos expreso de acuerdo con los géneros, muy diversos, de cada uno de los libros o grupos de libros. Así, los Evangelios son relatos ordenados de los dichos y hechos de Jesús enmarcados geográfica y cronológicamente; en ellos el testimonio sobre el Maestro de Nazaret ocupa el primer plano. Los otros escritos, sin embargo, contienen: un relato del testimonio que dieron los discípulos tras la resurrección de Jesús (Hechos de los Apóstoles), veintiuna cartas (Romanos, 1-2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1-2 Tesalonicenses, 1-2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1-2 Pedro, 1; 2 y 3 Juan y Judas) y un texto apocalíptico (Apocalipsis). En todos ellos se percibe una vinculación muy fuerte con diversas circunstancias de diferentes comunidades cristianas y, por esta razón, la temática relativa a Jesús, o más bien a la fe en él anunciada y acogida, no ocupa propiamente hablando el centro, sino que aparece mayormente como el punto de partida irrenunciable desde el que se intenta responder del mejor modo posible a aquellas circunstancias.

Los libros del Nuevo Testamento

Los escritos del NT son, en su conjunto, un testimonio de la Nueva Alianza, sellada en la sangre de Cristo. Así, pues, lo mismo que ocurría con el AT, y precisamente por la unión que existe entre ambos testamentos, también en el Nuevo se da una relación estrechísima entre los escritos de que consta y la alianza salvadora de Dios con su pueblo en Cristo.

Esa relación se manifiesta de diversa forma en los distintos libros o grupos de libros, que no vieron la luz como resultado de un proyecto literario unitario, sino como respuesta a los problemas o nuevas cuestiones que se iban planteando en el seno de las diferentes comunidades cristianas. La primera respuesta se concretó en las cartas que escribieron Pablo, antes que nadie, y, siguiéndolo a él, otros personajes significativos del cristianismo naciente. Según la opinión más común, dos de estas cartas marcan el principio y el final de la literatura neotestamentaria: 1 Tesalonicenses, escrita sobre el año 49/50, y 2 Pedro, que habría que datar en fecha no muy lejana al cambio del primer siglo de la era cristiana.

Conviene tener en cuenta, sin embargo, que en algunos de los escritos neotestamentarios -por ejemplo, en el Apocalipsis- se pueden detectar estratos redaccionales de distintas épocas, siendo los más antiguos, lógicamente, anteriores a la versión canónica; en otros escritos, principalmente en las cartas, es posible individuar unidades literarias menores que existían como tales antes de la redacción de los escritos en los que han sido insertadas.

Por lo que respecta a las obras que abren las ediciones del NT, es decir, los cuatro Evangelios, también en su caso se puede suponer un proceso que va desde el ministerio público de Jesús, su muerte y su resurrección, hasta la redacción definitiva de los mismos; en medio habría que situar la transmisión, oral primero y muy pronto escrita, de las tradiciones sobre Jesús en unidades literarias más o menos extensas, que en el último estadio del citado proceso habrían entrado a formar parte del relato ordenado y continuado de los dichos y hechos de Jesús de Nazaret; es decir, de los cuatro Evangelios canónicos.

Más allá de la cronología, es evidente que el orden de referencia a los escritos neotestamentarios no coincide con el que ofrecen las ediciones al uso. En realidad, este orden no ha sido siempre el mismo: los Hechos de los Apóstoles, por ejemplo, forman una unidad literaria y teológica con el Evangelio según san Lucas, y estos dos escritos circularon como partes de una misma obra; las dos cartas que se atribuyen a Pedro presiden en ciertos manuscritos occidentales el grupo de las denominadas «cartas católicas» (seguramente por el testimonio unánime del NT sobre la primacía de Pedro entre los discípulos de Jesús). En todo caso, desde que se reunieron en un solo libro todos los escritos de que consta el NT, el conjunto lo ha presidido «el Evangelio cuadriforme», «testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador» (Dei Verbum 18). A tres de estos evangelios (Mateo, Marcos, Lucas) se les da el nombre de sinópticos; este adjetivo procede del sustantivo griego sinopsis y significa «visión conjunta» o «simultánea», alude al hecho de que, más allá de sus diferencias y frente al Evangelio según san Juan, estos tres ofrecen entre sí tales semejanzas que pueden ser reconducidos a un esquema común y permitir una visión de conjunto en columnas paralelas. Por otra parte, para marcar la relación entre el ministerio de Jesús y el de sus discípulos, se incluía, inmediatamente después de los evangelios, el libro de los Hechos de los Apóstoles, al cual seguían las cartas apostólicas. El conjunto lo cerraba el libro del Apocalipsis, con cuya lectura el creyente quedaba situado en la perspectiva de la manifestación gloriosa (Apo 22:20) del que se había hecho Dios con nosotros (Mat 1:23).

La formación del canon del Nuevo Testamento

Dado que los escritos del NT fueron compuestos para responder a circunstancias particulares de las primeras comunidades cristianas, resulta evidente que la pretensión primera de sus autores no fue integrarlos en un conjunto literario más amplio. Con todo, la naturaleza misma de aquellos escritos y, sobre todo, sus contenidos, contribuyeron no poco a la formación del conjunto que, como Nuevo Testamento, se unió al que los cristianos llamaron Antiguo Testamento, y constituyó con este último la Biblia cristiana. Los distintos libros del NT son, en efecto, un testimonio vivo, antes que nada, de la fe en que las promesas que Dios había hecho «a nuestros padres por medio de sus santos profetas» se cumplieron realmente en nuestro Señor Jesucristo; pero, lo mismo que los del AT, los escritos del NT testimonian igualmente las vicisitudes y las dificultades del pueblo de la Nueva Alianza en relación con la vivencia de las exigencias de aquella fe; de ahí que las instrucciones concretas a los creyentes relativas a la fe en Cristo y a la vida en él ocupan no pocas de sus páginas.

Se puede suponer que, además de esta dinámica interna, la recopilación de los escritos atribuidos a algunos de los primeros grandes testigos de la fe la impulsaron también ciertas indicaciones o detalles que aparecen en esos libros. Así 2Pe 3:15-16 permite suponer que, cuando se compuso esta carta, existía ya una colección de las atribuidas a Pablo, que, de acuerdo con ello, habrían sido los primeros escritos del NT que fueron reunidos en un grupo uniforme.

Siendo esto así, no es nada extraño que hacia finales del siglo ii se conociera ya en Occidente una colección de trece cartas paulinas; esta lista circulaba también en Oriente, por la misma fecha, aunque ampliada con la Carta a los Hebreos, que también se atribuía al Apóstol de los gentiles. Con la misma evidencia, y tal vez un poco antes (mitad del siglo ii), se constata la existencia de «memorias de los Apóstoles», es decir, obras que, también sobre esa fecha, comenzaron a llamarse «evangelios»; en relación con estos últimos señala el gran san Ireneo (años 130-202) que eran cuatro y solamente cuatro. En los siglos siguientes (iii y iv) se fue haciendo universal el catálogo del resto de libros sagrados que componen el canon del NT. El Concilio de Trento en su sesión IV (año 1546) fijó finalmente la lista completa: «Los cuatro Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan; los Hechos de los Apóstoles, escritos por el evangelista Lucas, catorce Epístolas del apóstol Pablo: a los Romanos, dos a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, dos a los Tesalonicenses, dos a Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos; dos del apóstol Pedro, dos del Apóstol Juan, una del apóstol Santiago, una del apóstol Judas y el Apocalipsis del apóstol Juan». Quedó así concluido el proceso singularísimo por el que la Tradición viva dio a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados del AT y del NT, que, en cuanto inspirados por Dios, contienen la palabra divina «en modo muy singular» (cf. Benedicto XVI, Verbum Domini 17).

MATEO

El Evangelio según san Mateo se atribuyó desde un primer momento al apóstol del mismo nombre (Mat 9:9-13), cuya vocación se narra en los tres evangelios sinópticos (Mar 2:14 y Luc 5:27 lo llaman Leví). La obra amplía hacía atrás el relato de Marcos, que seguramente le ha servido de guía, y se abre con dos capítulos sobre la infancia de Jesús. Lo mismo que los de san Marcos y san Lucas, el de san Mateo nos introduce, ya desde la escena del bautismo de Jesús, en la dimensión trinitaria, que es la originalidad del cumplimiento del Nuevo Testamento. Pero en el primer evangelio esta dimensión ha encontrado una formulación definitiva en las últimas palabras de Jesús (Mat 28:19). También en el himno de júbilo (Mat 11:25-30) la relación Padre-Hijo tiene una dimensión trinitaria. A la luz de esta gran revelación, deberá entenderse tanto la cristología como las enseñanzas sobre el Espíritu Santo. San Mateo subraya igualmente que el Hijo por excelencia, Jesucristo, ha revelado de forma extraordinaria la paternidad de Dios y ha hecho partícipes de la misma a sus discípulos. El reino de Dios (que Mateo llama reino de los cielos) es el tema central del evangelio. Así aparece ya en la proclamación del Bautista (Mat 3:2) y en la síntesis inicial en labios de Jesús (Mat 4:17). El espíritu de este reino son las bienaventuranzas (Mat 5:1-12), esa justicia mayor que incluye la perfección en el cumplimiento de los mandamientos y, sobre todo, el amor a los enemigos (Mat 5:43-48). Así, Mateo ha trazado en el Sermón de la montaña el programa del camino cristiano. En relación con el tema del Reino está también el de la Iglesia, pues, entre los evangelistas, solo san Mateo utiliza el sustantivo «Iglesia». Por ello y por tener muy presente durante todo el relato a la futura comunidad de los discípulos, se le denomina el Evangelio eclesial.

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

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Notas

Mateo 5,32*5:32 El término griego, aplicado de suyo a cualquier uso indebido de la sexualidad, parece contemplar aquí las uniones ilegítimas y, más en concreto, los matrimonios incestuosos, que de hecho no son matrimonio. Jesús no contempla, pues, una excepción a la indisolubilidad del matrimonio.