Juan  17 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 26 versitos | Juan  17 Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998) | 26 versitos
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Oración sacerdotal de Jesús

Así habló Jesús. Después, levantando la vista al cielo, dijo:
– Padre, ha llegado la hora: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria;
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La oración de Jesús.
Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, ha llegado la hora;
glorifica a tu Hijo,
para que tu Hijo te glorifique a ti.
2 ya que le has dado autoridad sobre todos los hombres para que dé vida eterna a cuantos le has confiado.2 Y que según el poder que le has dado sobre toda carne,
dé también vida eterna
a todos los que tú le has dado.
3 En esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús el Mesías.3 Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti
el único Dios verdadero,
y al que tú has enviado, Jesucristo.
4 Yo te he dado gloria en la tierra cumpliendo la tarea que me encargaste hacer.4 Yo te he glorificado en la tierra,
llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar.
5 Ahora tú, Padre, dame gloria junto a ti, la gloria que tenía junto a ti, antes de que hubiera mundo.5 Ahora, Padre , glorifícame tú, junto a ti,
con la gloria que tenía a tu lado
antes que el mundo fuese.
6 He manifestado tu nombre a los hombres que separaste del mundo para confiármelos: eran tuyos y me los confiaste y han cumplido tus palabras.6 He manifestado tu Nombre a los hombres
que tú me has dado tomándolos del mundo.
Tuyos eran y tú me los has dado;
y han guardado tu palabra.
7 Ahora comprenden que todo lo que me confiaste procede de ti.7 Ahora ya saben
que todo lo que me has dado viene de ti;
8 Las palabras que tú me comunicaste yo se las comuniqué; ellos las recibieron y comprendieron realmente que vine de tu parte, y han creído que tú me enviaste.8 porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos,
y ellos las han aceptado
y han reconocido verdaderamente que vengo de ti,
y han creído que tú me has enviado.
9 Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos.9 Por ellos ruego;
no ruego por el mundo,
sino por los que tú me has dado,
porque son tuyos;
10 Todo lo mío es tuyo y lo tuyo es mío: en ellos se revela mi gloria.10 y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío;
y yo he sido glorificado en ellos.
11 Ya no estoy en el mundo, mientras que ellos están en el mundo; yo voy hacia ti, Padre Santo, cuida en tu nombre, a los que me diste, para que sean uno como nosotros.11 Yo ya no estoy en el mundo,
pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo,
cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros.
12 Mientras estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste; los custodié, y no se perdió ninguno de ellos; excepto el destinado a la perdición, para cumplimiento de la Escritura.12 Cuando estaba yo con ellos,
yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado.
He velado por ellos y ninguno se ha perdido,
salvo el hijo de perdición,
para que se cumpliera la Escritura.
13 Ahora voy hacia ti; y les digo esto mientras estoy en el mundo para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.13 Pero ahora voy a ti,
y digo estas cosas en el mundo
para que tengan en sí mismos mi alegría colmada.
14 Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió, porque no son del mundo, igual que yo no soy del mundo.14 Yo les he dado tu palabra,
y el mundo los ha odiado,
porque no son del mundo,
como yo no soy del mundo.
15 No pido que los saques del mundo, sino que los libres del Maligno.15 No te pido que los retires del mundo,
sino que los guardes del Maligno.
16 No son del mundo, igual que yo no soy del mundo.16 Ellos no son del mundo,
como yo no soy del mundo.
17 Conságralos con la verdad: tu palabra es verdad.17 Santifícalos en la verdad:
tu palabra es verdad.
18 Como tú me enviaste al mundo, yo los envié al mundo.18 Como tú me has enviado al mundo,
yo también los he enviado al mundo.
19 Por ellos me consagro, para que queden consagrados con la verdad.19 Y por ellos me santifico a mí mismo,
para que ellos también sean santificados en la verdad.
20 No sólo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras.20 No ruego sólo por éstos,
sino también por aquellos
que, por medio de su palabra, creerán en mí,
21 Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.21 para que todos sean uno.
Como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros,
para que el mundo crea que tú me has enviado.
22 Yo les di la gloria que tú me diste para que sean uno como lo somos nosotros.22 Yo les he dado la gloria que tú me diste,
para que sean uno como nosotros somos uno:
23 Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno; para que el mundo conozca que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí.23 yo en ellos y tú en mí,
para que sean perfectamente uno,
y el mundo conozca que tú me has enviado
y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
24 Padre, quiero que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy; para que contemplen mi gloria; la que me diste, porque me amaste antes de la creación del mundo.24 Padre,
los que tú me has dado,
quiero que donde yo esté
estén también conmigo,
para que contemplen mi gloria,
la que me has dado,
porque me has amado
antes de la creación del mundo.
25 Padre justo, el mundo no te ha conocido; yo te he conocido y éstos han conocido que tú me enviaste.25 Padre justo,
el mundo no te ha conocido,
pero yo te he conocido
y éstos han conocido
que tú me has enviado.
26 Les di a conocer tu nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo en ellos.26 Yo les he dado a conocer tu nombre
y se lo seguiré dando a conocer,
para que el amor con que tú me has amado esté en ellos
y yo en ellos.»

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Introducción a Juan 

Juan

El más puro y radical de los evangelios. También el originalísimo libro de Juan es un evangelio. Y si Evangelio es proclamar la fe en Jesús para provocar la fe del oyente, éste es el más puro y radical. Si en el Antiguo Testamento la existencia humana se decidía frente a la ley de Dios (cfr. Dt 29), en Juan ésta se decide frente a Jesús: por Él o contra Él, fe o incredulidad.

Jesús, camino que conduce al Padre. La persona de Jesús ocupa el centro del mensaje de Juan. Su estilo descriptivo es intencionadamente realista, quizás como reacción contra los que negaban la realidad humana del Hijo de Dios -docetismo-. Juan nos lleva a «ver y palpar» a su protagonista. Pero su realismo es simbólico, cargado de sentido, que la fe descubre y la contemplación asimila. El evangelista se propone desvelar el misterio de Jesús como camino para descubrir el rostro de Dios. Si en Marcos Jesús se revela como Hijo de Dios a partir del bautismo, y en Mateo y Lucas a partir de su concepción, Juan se remonta a su preexistencia en el seno de la Trinidad. Desde allí, desciende y entra en la historia humana con la misión primaria de revelar al Padre.

El camino de Jesús. Para captar el alcance de la misión histórica del Jesús que nos presenta Juan, hay que sumergirse en el mundo simbólico de las Escrituras: luz, tinieblas, agua, vino, boda, camino, paloma, palabra. O en sus personajes: Abrahán, Moisés, Jacob-Israel, la mujer infiel de Os 2, David, la esposa del Cantar de los Cantares, mencionados explícitamente o aludidos en filigrana para quien sepa adivinarlos. Pero, por encima de todo, resuena en su evangelio el «Yo soy» del Dios del Antiguo Testamento, que Jesús se apropia reiteradamente.
Juan utiliza sus materiales y sus recursos con libertad y dominio. Su patria es la Escritura, que hace presente en unas cuantas citas formales -lejos de la abundancia de Mateo-, en frases alusivas que se adaptan a otra situación, en un tejido sutil de símbolos apenas insinuados, como invitando a un juego de enigmas y desafíos. Sobre este trasfondo, Juan hace emerger con dramatismo la progresiva revelación del misterio de la persona de Jesús, luz y vida de los hombres, hasta su «hora» suprema en que se manifestará con toda su grandeza. Simultáneamente, junto a la adhesión de fe, titubeante a veces, de unos pocos seguidores, surge y crece en intensidad la incredulidad que provoca esta revelación. La luz y las tinieblas se ven así confrontadas hasta esa «hora», la muerte, en la que la aparente victoria de las tinieblas se desvanece ante la luz gloriosa de la resurrección. Entonces, Padre e Hijo, por medio del Espíritu, abren su intimidad a la contemplación del creyente.

Destinatarios. La comunidad de Juan muestra conocer familiarmente el Antiguo Testamento y el judaísmo. Pero está separada de él, no por cuestiones de observancia, sino por la fe en Jesús. Es una comunidad preparada ya para caminar en la historia entre dificultades y persecuciones esperando la definitiva venida del Señor, de la que ya participa en esperanza por la experiencia mística y por la acción del Espíritu. El evangelista deja entrever a unos cristianos y cristianas que viven la presencia de Jesús en los sacramentos: el bautismo en el diálogo con Nicodemo y los símbolos del agua (3); la eucaristía en el milagro y discurso de los panes (6,1-58) y en el lavatorio de los pies -acto humilde de solidaridad ejemplar- (13,1-17); el perdón de los pecados en el don del Espíritu, después de la resurrección (20,22s). Pero los destinatarios de Juan son los hombres y las mujeres de todos los tiempos para quienes Jesús se hizo hombre a fin de revelarles el verdadero rostro de Dios. O como lo dice el mismo evangelista al final de su narración: estas señales «quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él» (20,31).

Autor, fecha y lugar de composición. Una tradición antigua ha identificado al autor con el apóstol Juan. Hoy día es muy difícil mantener esta opinión. La mayoría de los biblistas atribuye el evangelio a un discípulo suyo de la segunda generación. Por su familiaridad con el Antiguo Testamento y el sabor semítico de su prosa, debió ser judío. En cuanto a la fecha de su composición se propone la última década del s. I; y respecto al lugar, Éfeso.

Plan del evangelio: la «hora» de Jesús. Es esta «hora» la que aglutina y estructura todo el evangelio de Juan, marcando el ritmo de la vida de Jesús como un movimiento de descenso y de retorno.
El evangelista comienza con un prólogo (1,1-18) en que presenta a su protagonista, la Palabra eterna de Dios, que desciende a la historia humana haciéndose carne en Jesús de Nazaret con la misión de revelar a los hombres el misterio salvador de Dios. Esta «misión» es su «hora».
A este prólogo sigue la primera parte de la obra, el llamado «libro de los signos» (2-12), que describe el comienzo de la misión de Jesús. A través de siete milagros a los que el evangelista llama «signos» y otros relatos va apareciendo la novedad radical de su presencia en medio de los hombres: el vino de la nueva alianza (2,1-11); el nuevo templo de su cuerpo sacrificado (2,13-22); el nuevo renacer (3,1-21); el agua viva (4,1-42); el pan de vida (6,35); la luz del mundo (8,12), la resurrección y la vida (11,25).
A continuación viene la segunda parte de la obra, el llamado «libro de la pasión o de la gloria» (13-21). Ante la inminencia de su «hora», provocada por la hostilidad creciente de sus enemigos, Jesús prepara el acontecimiento con el gesto de lavar los pies a sus discípulos (13,1-11), gesto preñado de significado: purificación bautismal, eucaristía, anuncio simbólico de la humillación en la pasión. Luego realiza una gran despedida a los suyos en la última cena (13,12-17,26) en la que retoma y ahonda los principales temas de su predicación. Por fin, el cumplimiento de su «hora» y el retorno al Padre a través de la pasión, muerte y resurrección (18-21).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Juan  17,1-26Oración sacerdotal de Jesús. Algunos han visto esta oración como el testamento de Jesús para los suyos. Su objetivo es la unión y comunión de los discípulos con Jesús y con el Padre (26). Comienza con el reconocimiento de que nos hallamos ante la hora de gloria. Jesús puede dar gracias al Padre porque ha llevado a cabo su misión y porque sus discípulos han creído. Da también gracias por ellos que están en el mundo, aunque no son del mundo ni se guían por los criterios del mundo. Esos mismos son los discípulos que dentro de unas horas lo abandonarán cobardemente, no por malicia sino por debilidad humana. En el centro de la oración, Jesús desea que el gozo y la alegría sean una característica permanente de los suyos (13). Concluye con una súplica por los cristianos del futuro, para que se mantengan fieles a su mensaje. Cuando se terminaba de escribir este evangelio, la incipiente desunión entre los cristianos y la aparición de las primeras sectas eran ya un problema serio; por esto el evangelista insiste en que la unidad es un deber y una necesidad para los cristianos (10,16; 11,52; 17,11.21.23). En la primera carta de Juan, los que han salido de la comunidad son llamados «anticristos» porque van contra el deseo de unidad que Jesús deseó (1Jn_2:18s).