Juan  9 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 41 versitos |
1 Pasando vio Jesús un hombre ciego de nacimiento. *
2 Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciese ciego?*
3 Respondió Jesús: Ni pecó éste ni sus padres, sino que se habían de manifestar en él las obras de Dios. *
4 Es preciso que obre yo las obras del que me envió, mientras es de día; viene la noche, en que nadie puede trabajar. *
5 Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo,
6 Dicho esto, escupió en tierra e hizo lodo con la saliva y le ungió con el lodo los ojos,
7 y le dijo: Anda, lávate en la piscina de Siloé (que significa «Enviado»). Fue, pues, y se lavó, y volvió con vista.
8 Con esto los vecinos y los que antes le veían mendigar decían: ¿No es éste acaso el que estaba sentado y mendigaba? Unos decían: Es él.
9 Otros decían: No, sino que es uno que se le parece. El decía: Soy yo.
10 Decíanle, pues: ¿Cómo, pues, te fueron abiertos los ojos?
11 El respondió: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, y me ungió los ojos, y me dijo: «Ve a Siloé y lávate»; conque fui, y habiéndome lavado, recobré la vista.
12 Y le dijeron: ¿Dónde está él? Dice: No lo sé.
13 Llevan a los fariseos al que había estado ciego.
14 Era sábado el día que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos.
15 De nuevo, pues, le preguntaron también los fariseos cómo había recobrado la vista. El les dijo: Me puso barro sobre los ojos y me lavé, y veo.
16 Decían, pues, algunos de entre los fariseos: Este nombre no viene de Dios, pues no guarda el sábado. Mas otros decían; ¿Cómo puede un hombre pecador obrar semejantes señales? Y había escisión entre ellos.
17 Dicen, pues, al ciego otra vez: ¿Tú qué dices de él en cuanto a que te abrió los ojos? El dijo: Que es profeta.
18 No creyeron, pues, los judíos acerca de él que era ciego y recobró la vista hasta que llamaron a los padres del mismo que había recobrado la vista,
19 y les preguntaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?*
20 Respondieron sus padres y dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego;
21 cómo ahora ve, no lo sabemos, o quién abrió sus ojos, nosotros no lo sabemos; preguntadle a él, edad tiene, él dirá de sí.
22 Esto dijeron sus padres porque temían a los judíos; pues ya se habían concertado los judíos en que, si alguno le reconociera por Mesías, fuese expulsado de la sinagoga.
23 Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntadle a él».
24 Llamaron, pues, por segunda vez al hombre que había estado ciego, y le dijeron: Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que este hombre es pecador. *
25 A esto respondió él: Si es pecador, no lo sé; una cosa sé: que yo estaba ciego y ahora veo.
26 Dijéronle, pues: ¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos? *
27 Respondióles: Os lo dije ya, y no me escuchasteis; ¿a qué lo queréis oír de nuevo? ¿Acaso también vosotros queréis haceros discípulos suyos?
28 Le cargaron de denuestos y le dijeron: Tú, discípulo suyo eres; nosotros, de Moisés somos discípulos.
29 Nosotros sabemos que a Moisés le ha hablado Dios; mas ése no sabemos de dónde es.
30 Respondió el hombre y les dijo: En esto precisamente está lo extraño: que vosotros no sabéis de dónde es, y, no obstante, me abrió los ojos.
31 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que, si uno honra a Dios y cumple su voluntad, a éste escucha.
32 Nunca jamás se oyó decir que uno abriese los ojos de un ciego de nacimiento.
33 Si éste no viniera de Dios, no pudiera hacer nada.
34 Respondieron y le dijeron: Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y tu nos das lecciones a nosotros? Y le echaron afuera.
35 Oyó Jesús que le habían echado afuera, y habiéndose encontrado con él, dijo: ¿Tú crees en el Hijo de Dios?
36 Respondió él y dijo: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él?
37 Díjole Jesús: Le has visto, y el que habla contigo, él es.
38 El dijo: Creo, Señor. Y le adoró.
39 Y dijo Jesús: Para juicio vine yo a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos.
40 Oyeron esto algunos de los fariseos que estaban con él, y le dijeron: ¿Es que también nosotros estamos ciegos?
41 Díjoles Jesús: Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado; mas ahora decís: «Vemos»; vuestro pecado subsiste.

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Introducción a Juan 




EVANGELIO DE
SAN JUAN

EL AUTOR. — San Juan, discípulo del Bautista, fue uno de' los dos primeros que entraron en contacto con Jesús. Meses más tarde fue uno de los cuatro primeros llamados a seguir a Jesús como discípulos. Elegido luego entre los Doce, mereció del Maestro especiales muestras de confianza. Pero sus dos mayores privilegios fueron el haber reclinado su cabeza sobre el corazón de Jesús y el haber sido el representante y prototipo de los espirituales hijos de Marta. Merece consignarse el hecho de que, hasta la dispersión de los Doce, Juan y Pedro forman como una bina inseparable. Después de la muerte de San Pablo se retiró a Efeso para hacerse cargo de las Iglesias del Asia proconsular. Relegado por Domiciano a la isla de Patmos, pudo poco después, en tiempo de Nerva, volver a Efeso, donde murió ya muy anciano, después del año 98. En la primitiva Iglesia era designado con el título de Juan el Presbítero, que luego se trocó en el de Juan el teólogo. Su OBRA. — En un principio, Juan adoptaría el esquema de predicación evangélica prefijado por Pedro. Mas pasaron los tiempos, y las herejías nacientes hicieron necesario completar el Evangelio sinóptico. El cambio sufrido por la predicación escrita de Pablo, desde las Epístolas a los Tesalonicenses hasta la Epístola a los Efesios, hubo de operarse a su modo en el Evangelio oral. Los que, como Juan, conocían personalmente el material evangélico, no necesitaron, como Lucas, de instrucciones complementarias, sino que, sacando del inagotable tesoro de su memoria, pudieron incorporarlas a la predicación oral. Trasladado precisamente al Asia proconsular, y concretamente a Efeso, en contacto con los destinatarios de las Epístolas a los Efesios y a los Colosenses, San Juan hubo de adaptar su Evangelio oral a la mentalidad de sus nuevos oyentes. Los hechos y dichos omitidos por los Sinópticos, señaladamente la predicación del Señor en Jerusalén, parecieron a Juan responder admirablemente a las necesidades o preocupaciones de aquellas Iglesias. De ahí la nueva forma que tomó el Evangelio oral. Más tarde, ya fuera por propia iniciativa, ya por ruegos ajenos, se determinó a poner por escrito su Evangelio oral. Y bien porque su predicación oral se había ido desprendiendo gradualmente del material sinóptico, ya suficientemente conocido, bien porque, publicados los Evangelios sinópticos, no quiso repetir lo que en ellos estaba ya narrado, el hecho es que el Evangelio escrito de San Juan se mantiene al margen de la tradición sinóptica, que sólo incidentalmente toca para precisarla o completarla. CARÁCTER. — Habían pasado más de sesenta años desde la ascensión del Maestro. Con la constante predicación evangélica, y más aún con la profunda contemplación, Juan había convertido en sustancia propia el Evangelio. La palabra de Jesús se había encamado en la palabra de Juan, y la fusión de ambas palabras dio origen a la palabra personal, inimitable, del discípulo amado. Bajo el influjo transformador del Maestro, los relámpagos del «Hijo del trueno» se habían trocado en plácida luz de mediodía. Los ancianos viven de recuerdos, y Juan «el Anciano» vivía enteramente de los recuerdos del Maestro. Recuerdos de anciano, pero envueltos en una atmósfera de luz difusa y cálida. Realidad ideal, historia trascendente: tal es el cuarto Evangelio. Hechos que son signos, hechos que son palabra: tales son los que caracterizan la narración de Juan, en que se dan la mano historicidad y simbolismo. EL ESTILO. — Lo primero que llama la atención en el estilo de Juan es la atomización del pensamiento. En vez del período clásico, que señala la jerarquía de las frases y pone de relieve el pensamiento principal, nos hallamos con una serie desligada y casi anárquica de incisos, en que lo principal y lo secundario aparecen en un mismo plano.

Más, afortunadamente, todo ese embrollo no pasa de la corteza. A poco que se ahonde, pronto se encuentra el hilo conductor que nos guíe en ese laberinto. Aquellas frases vibrantes, expresión del pensamiento fundamental, repetidas, sabiamente distribuidas y progresivamente desarrolladas, comunican tal luz a todo el conjunto y tal relieve a sus partes, que, en virtud de este influjo, los diminutos incisos parece se buscan y llaman unos a otros, y se traban y se combinan jerárquicamente hasta construir períodos harmónicos, luminosos.

Pero estas repeticiones no se limitan a reproducir una frase, un pensamiento más o menos fundamental. Este sistema de repeticiones, en que a intervalos reaparece el mismo pensamiento, cada vez enriquecido con elementos nuevos, constituye una manera original de síntesis.

Tal es la ley, tal el principio sintético que regula el estilo de San Juan: es una especie de reproducción progresiva, una ondulación concéntrica del pensamiento, que, sin perder su fisonomía original, crece y se agranda. Colocados en el centro mismo, obtenemos la presencia simultánea de toda la verdad y de todas las fases de su desenvolvimiento en nuestro espíritu.
ORDEN Y PLAN. — El orden del cuarto Evangelio es estrictamente cronológico. Habla explícitamente de tres Pascuas, que encuadran la vida pública de Jesús; y si la fiesta mencionada en 5:1 no es otra Pascua, presupone una Pascua intermedia entre 2:13 y 6:4. Suponer una inversión de los capítulos 5 y 6 es un recurso indocumentado. El cuarto Evangelio es un choque entre la luz y las tinieblas. De ahí la división en dos partes: lucha verbal (1:12), lucha sangrienta (13:21). La luz triunfa de las tinieblas con la difusión de sus claridades doctrinales y con la resurrección a vida eterna.



Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Juan  9,1-41

Esta deliciosa narración es un drama en miniatura, en que es fácil distinguir los actos y hasta las escenas. Podría titularse Crítica de un milagro . Es interesante ver cómo los judíos atacan la verdad del milagro por todos sus flancos: la realidad del hecho, su sobrenaturalidad, su carácter de señal divina, es decir, la triple verdad, histórica, filosófica y teológica, del milagro. Esta crítica de un milagro ya está hecha, y por críticos sagaces, malévolos por añadidura.


Juan  9,2

¿QUIÉN PECÓ…? Los discípulos, presuponiendo, sin razón, que todo mal físico era efecto o castigo de algún pecado personal, preguntan sobre el pecado que acarreó aquella ceguera congénita. La suposición de que el ciego pudo haber pecado antes de nacer no prueba que ellos, o los judíos en general, creyesen en la preexistencia de las almas o en la metempsicosis, de lo cual no se descubre rastro en todo el N. T. La pregunta parece más bien hija de la irreflexión.


Juan  9,3

NI PECÓ ÉSTE NI SUS PADRES: quiere decir el Maestro que ni los pecados del ciego ni los de sus padres fueron la causa de la ceguera.


Juan  9,4

La variante YO, como más coherente, parece preferible a la rival NOSOTROS, preferida de los críticos.

|| MIENTRAS ES DE DÍA: metafóricamente, por «mientras dura la vida».

|| VIENE LA NOCHE…: comparación tácita: como llegada la noche cesa todo trabajo (entonces de noche no se trabajaba), así llegada la muerte…Es una sentencia general que Jesús aplica a su actuación visible en este mundo.


Juan  9,19-21

La pregunta de los fariseos tiene doble objetivo: averiguar la historicidad del hecho, buscar manera de explicarlo naturalmente. La respuesta de los padres comprueba la verdad del hecho, y no les suministra ningún dato que les permita eliminar el milagro.


Juan  9,24-25

DA GLORIA A DIOS: con el sacrosanto nombre de Dios quieren intimidar al ciego y sonsacarle alguna declaración que les saque del atolladero. En la respuesta del ciego habla la sensatez: «contra un hecho averiguado no hay argumento que valga».


Juan  9,26

¿QUÉ HIZO CONTIGO? No pudiendo ya negar el hecho, se ven precisados a buscar manera de explicar naturalmente la curación.