Hebreos 9 Nuevo Testamento (Bover-Cantera, 1957) 4ta Edición | 28 versitos |
1 Tenía, pues, también la primera prescripciones relativas al culto y su santuario terrestre.
2 Porque se construyó un tabernáculo, cuya primera estancia, en la cual estaba el candelabro y la mesa y la exposición de los panes, era llamada «lugar santo»;*
3 y detrás del segundo velo, otra estancia, que era llamada «lugar santísimo»,
4 la cual tenía un altar de oro para el incienso y el arca de la alianza, recubierta de oro por todos lados, en el cual estaban una urna de oro con el maná dentro, y la vara de Aarón que retoñó, y las tablas de alianza;*
5 y por encima de ella los querubines de la gloria, que cobijan con su sombra el propiciatorio; acerca de lo cual no hay para qué hablar ahora en particular. *
6 Dispuestas así estas cosas, en la primera estancia del tabernáculo entran continuamente los sacerdotes al desempeñar las funciones del culto;
7 mas en la segunda una sola vez al año sólo el sumo sacerdote, no sin sangre, la cual ofrece por sí y por los pecados del pueblo; *
8 significando con ello el Espíritu Santo que todavía no está abierto el camino para el santuario, mientras subsiste aún la primera estancia del tabernáculo, *
9 la cual es figura que se refiere al tiempo presente, conforme a la cual se ofrecen dones y víctimas impotentes para dar la consumada perfección en lo que toca a la conciencia al que practica ese culto,
10 consistiendo únicamente en manjares y bebidas y diferentes abluciones, observancias, en fin, de una justicia carnal, impuestas hasta el tiempo de la reformación.
11 Mas Cristo, habiéndose presentado como Pontífice de los bienes realizados, penetrando en el tabernáculo más amplio y más perfecto, no hecho de manos, esto es, no de esta creación, *
12 y no mediante sangre de machos cabrios y de becerros, sino mediante su propia sangre entró de una vez para siempre en el santuario, consiguiendo una redención eterna. *
13 Porque si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de la becerra santifican con su aspersión a los contaminados en orden a la purificación de la carne,
14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios, purificará vuestra conciencia de obras muertas, para que rindáis culto al Dios viviente!*
15 Y por esto es mediador de un Nuevo Testamento, a fin de que, habiendo intervenido muerte para rescate de las transgresiones ocurridas durante la primera alianza, reciban los que han sido llamados la promesa de la herencia eterna. *
16 Pues donde hay testamento, menester es que conste la muerte del testador;
17 pues un testamento es válido en caso de defunción, como quiera que nunca tiene valor mientras el testador vive.
18 Por donde tampoco el primero se inauguró sin sangre.
19 Porque Moisés, después de recitar todos los mandatos a tenor de la ley a oídos de todo el pueblo, habiendo tomado la sangre de los becerros y machos cabríos con agua y lana teñida en grana e hisopo, roció así el libro como a todo el pueblo, *
20 diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que para vosotros dispuso Dios» (Ex 24:8).
21 De semejante manera roció también con la sangre el tabernáculo y todos los objetos del culto.
22 Y casi todo según la ley se purifica con sangre, y sin efusión de sangre no se obtiene remisión.
23 Era, pues, necesario que las que eran figuras de lo que existe en los cielos, con estas cosas se purificasen, mas las cosas mismas celestiales con víctimas más excelentes que no éstas. *
24 Pues no entró Cristo en un santuario hecho de mano, imagen del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en el acatamiento de Dios a favor nuestro;
25 y no con el fin de ofrecerse a sí mismo repetidas veces, a la manera que el sumo sacerdote entra en el santuario año tras año con sangre ajena;
26 puesto que hubiera sido necesario que él padeciera muchas veces desde la fundación del mundo; mas ahora de una sola vez en la consumación de los siglos se ha manifestado para la abolición del pecado mediante su propia inmolación.
27 Y así como está reservado a los hombres morir una sola vez, y tras esto, juicio, *
28 así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para tomar sobre sí los pecados de la muchedumbre, por segunda vez, sin intervención de pecado, se manifestará a los que le esperan para su salud.

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Introducción a Hebreos




EPÍSTOLA A LOS HEBREOS

ANTECEDENTES HISTÓRICOS. — El estado de ánimo de los hebreos palestinenses era verdaderamente excepcional. No se trataba de un, peligro ordinario, como las disensiones de los corintios o las preocupaciones escatológicas de los tesalonicenses; se trataba de una crisis gravísima, decisiva, de la Iglesia de Palestina. En un esfuerzo supremo, presagio de la última catástrofe, el judaísmo se empeñó en restaurar su nacionalidad y esplendor religioso. Terminado ya, o a punto de terminarse, el templo de Jerusalén, comenzado más de ochenta años antes por Herodes el Grande, el culto divino podía ostentar toda su magnificencia. Los judíos cristianos, que no habían roto aún definitivamente con el judaísmo oficial, no podían quedar impasibles ante este aparente resurgimiento; y cuando cotejaban la pompa del culto levítico con la sencillez y pobreza de la naciente liturgia cristiana, se apoderaba de ellos una nostalgia religiosa que comprometía su fe. Y no sólo echaban de menos la esplendidez del culto mosaico, sino también las purificaciones rituales y observancias tradicionales. A todo esto se añadía el temor de los odios y persecuciones con que sus antiguos correligionarios, en aquellos momentos de exacerbación nacionalista, habían de responder a su defección del judaísmo. En suma: sentían un gran vacío moral y religioso, aumentado por el terror de la persecución.

ARGUMENTO DE LA EPÍSTOLA. — Puestos los hebreos al borde del abismo, Pablo, que había deseado ser anatema de Cristo por sus hermanos según la carne, voló en su socorro. Valiéndose del anónimo y velándose con el incógnito, si bien más aparente que real, les escribió una carta, o, mejor, un mensaje de aliento, para desvanecer sus preocupaciones y sus temores. La tesis del escrito es eminentemente práctica, y consta de dos afirmaciones íntimamente relacionadas entre si. La primera y principal establece la virtud santificadora de la nueva religión: virtud más poderosa de una santidad más perfecta; la segunda, consecuencia de la primera, infunde valor para no desmayar ante las persecuciones. Al anhelo de perfección, aunque algo extraviado, de los hebreos, responde Pablo, no refrenando esos ímpetus del corazón religioso, antes bien, dando al espíritu mayores vuelos y levantándose a alturas jamás imaginadas.

Para presentar en toda su dignidad y eficacia la santidad cristiana, inmensamente superior a la santidad mosaica, establece un parangón, que fácilmente se convierte en antítesis, entre la antigua y la nueva alianza. Esta comparación entre las dos alianzas, presente siempre a los ojos del autor, es la base y la síntesis de toda su demostración: la antigua alianza, pasajera, preparatoria, imperfecta; la nueva alianza, eterna, definitiva, perfectísima. Pero este cotejo o contraste apenas sale, diríamos, a la superficie; no quiere Pablo herir demasiado en lo vivo
los sentimientos de los judíos; lo que aparece radiante en primer término es la persona amable de Cristo, Autor y Consumador de la fe. En la antigua alianza. Dios se comunicó al pueblo por medio de los ángeles y Moisés, siervo de Dios; en la nueva habla a los hombres por Cristo, hijo de Dios, inmensamente superior a los ángeles y a Moisés. En la antigua alianza, los hombres se comunicaban con Dios por medio del sacerdocio de Aarón, ineficaz y transitorio; en la nueva alianza se comunica por medio de Cristo, sacerdote único y eterno según el orden de Melquisedec. En la antigua alianza los ministerios de mensajero y pontífice estaban repartidos; en la nueva, Cristo los asume todos en sí, Apóstol y Pontífice de nuestra fe. Pero llega más alto el vigor sintético y elevación teológica del autor. Si Cristo reúne en su persona toda la grandeza religiosa de la nueva alianza, su sacrificio en la cruz condensa a su vez toda la obra de Cristo. El sacrificio del Pontífice eterno, punto central de toda la demostración, es juntamente la clave de los dos problemas que en ella se desenvuelven.

AUTOR, LENGUA, TIEMPO Y LUGAR. — Que el autor de la Ep. a los Hebreos sea Pablo, no admite duda; no es, con todo, improbable que a las órdenes del Apóstol, bajo su dirección y responsabilidad, colaborase un redactor cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros. La lengua original en que se escribió la Epístola no es la hebrea o la aramea, como alguno imaginó, sino la griega, más pura aquí que en otros escritos del N. T. Escribióse, según todas las probabilidades, después de haber sido martirizado Santiago el Menor, obispo de Jerusalén, a cuya muerte se alude en 13:7, y después también de la primera cautividad romana de Pablo, inmediatamente antes o después de su viaje a España. La frase final «Os saludan los de Italia» (13:24) parece indicar haberse escrito la carta desde alguna ciudad de Italia, acaso desde Roma,

DIVISIÓN. — El cuerpo de la Epístola consta de dos partes. La primera, dogmática, presenta a Jesu-Cristo como Dios, sacerdote y víctima (1:5-10:18); la segunda, parenética, contiene exhortaciones a la perseverancia en la fe y a la constancia en la tribulación, seguidas de recomendaciones particulares (10:19-13:17).




Fuente: Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)

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Notas

Hebreos 9,2

El TABERNÁCULO comprendía dos estancias principales, separadas entre sí por un velo y precedidas de un vestíbulo. En la PRIMERA ESTANCIA, separada del vestíbulo por un primer velo, se hallaba el CANDELABRO de oro a la izquierda, y LA MESA, sobre la cual se ponían los panes de la proposición, a la derecha.


Hebreos 9,4

EL ALTAR DE ORO, aunque moralmente pertenecía al LUGAR SANTÍSIMO, estaba, con todo, colocado delante del segundo velo, para que los simples sacerdotes, que no podían pasar del LUGAR SANTO, pudiesen ofrecer el incienso sobre este altar.


Hebreos 9,5

EL PROPICIATORIO era una plancha de oro puro con que se cubría el arca de la alianza. Sobre el propiciatorio se rociaba la sangre de las víctimas ofrecidas por los pecados el día solemne de la Expiación: función privativa del sumo sacerdote.


Hebreos 9,7

NO SIN SANGRE: de los novillos y machos cabríos que se inmolaban en la gran solemnidad de la Expiación.


Hebreos 9,8-10

LA PRIMERA ESTANCIA DEL TABERNÁCULO, separada del lugar santísimo (que aquí se denomina SANTO o SANTUARIO) por un velo impenetrable, aparece a los ojos de Pablo como símbolo del culto levítico, que, incapaz de santificar internamente al hombre, en vez de acercarte a Dios, es una barrera que le cierra el paso. Era menester que este velo se rasgase, como de hecho se rasgó con la muerte de Cristo.


Hebreos 9,11

LOS BIENES REALIZADOS son las bendiciones mesiánicas ya presentes.


Hebreos 9,12

EL SANTUARIO del versículo Heb_9:12 es el mismo TABERNÁCULO mencionado en el versículo Heb_9:11. El llamar al cielo TABERNÁCULO es una metáfora que no hay que extremar.


Hebreos 9,14

EL ESPÍRITU ETERNO es el Espíritu Santo, según algunos: otros lo interpretan de la naturaleza divina de Cristo; frase misteriosa parecida a la de Rom_1:4 (Espíritu de santidad).

|| OBRAS MUERTAS son los pecados.


Hebreos 9,15-17

La doble significación de la palabra griega diathéke (alianza y testamento ) permite a Pablo pasar insensiblemente de la una a la otra, dado que la nueva alianza es un verdadero testamento , que recibe su validez con la muerte de Cristo.


Hebreos 9,19

LA SANGRE CON AGUA Y LANA TEÑIDA EN GRANA E HISOPO: esto es, la sangre mezclada con agua y recogida en la lana que envolvía la caña del hisopo.


Hebreos 9,23

LAS MISMAS COSAS CELESTIALES CON VÍCTIMAS MÁS EXCELENTES QUE NO ÉSTAS se habían de purificar: bastaba esta sola frase para convencer de que cuanto dice Pablo sobre el santuario celeste hay que entenderlo metafóricamente; de lo contrario, habría de admitirse que en el cielo mismo había manchas.


Hebreos 9,27

TRAS ESTO, JUICIO: habla Pablo, principalmente a lo menos, del juicio particular. En efecto, entre el juicio y la muerte se establece una conexión de sucesión, que da a entender que se habla de dos términos análogos. Ahora bien, la muerte es aquí la muerte individual de cada hombre. Luego el juicio que la sigue es igualmente el juicio que sigue a la muerte de cada uno. Es, además, de notar el énfasis con que habla el Apóstol, así tratando de los hombres en general como, tratando de Cristo, de la única vez que se muere, considerando una y otra muerte como algo decisivo. Por tanto, así como la muerte de Cristo concluye definitivamente la obra de la redención humana, así la muerte de cada hombre es algo definitivo que decide de su suerte eterna: decisión que supone algún juicio de parte de Dios, que no es otro que el juicio particular.