Josué 2 Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011) | 24 versitos |
1 ° Josué, hijo de Nun, mandó en secreto dos espías desde Sitín, con este encargo: «Id y reconoced la región y la ciudad de Jericó». Ellos se fueron, llegaron a Jericó y entraron en casa de una prostituta llamada Rajab y se hospedaron allí.
2 Pero llegó el aviso al rey de Jericó: «Mira, unos hijos de Israel han llegado aquí esta tarde a reconocer el país».
3 Entonces el rey de Jericó mandó decir a Rajab: «Saca a los hombres que han entrado en tu casa, porque han venido a reconocer todo el país».
4 Pero ella metió a los dos hombres en un escondite y luego respondió: «Es cierto, vinieron esos hombres a mi casa, pero yo no sabía de dónde eran.
5 Y, al oscurecer, cuando se iban a cerrar las puertas, los hombres se marcharon, pero no sé adónde. Si salís rápidamente tras ellos, los alcanzaréis».
6 Rajab había hecho subir a los espías a la azotea y los había escondido entre unos haces de lino que tenía apilados allí.
7 Salieron algunos hombres en su busca camino del Jordán, hacia los vados; en cuanto salieron, se cerró la puerta de la villa.
8 Antes de que los espías se acostaran, Rajab subió a la azotea, donde ellos estaban,
9 y les dijo: «Sé que el Señor os ha dado el país, pues nos ha invadido una ola de terror, y toda la gente de aquí tiembla ante vosotros;
10 porque hemos oído que el Señor secó el agua del mar Rojo ante vosotros cuando os sacó de Egipto, y lo que hicisteis con los dos reyes amorreos de Transjordania, Sijón y Og, consagrándolos al exterminio;
11 al oírlo, ha desfallecido nuestro corazón y todos se han quedado sin aliento a vuestra llegada; porque el Señor, vuestro Dios, es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra.
12 Ahora, pues, juradme por el Señor que, por haberos tratado yo con bondad, vosotros también trataréis con bondad a la casa de mi padre. Y dadme una señal segura
13 de que dejaréis con vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas y a todos los suyos y que nos libraréis de la matanza».
14 Ellos le respondieron: «¡Nuestra vida a cambio de la vuestra, con tal de que no nos denuncies! Cuando el Señor nos dé el país, te trataremos con bondad y lealtad».
15 Entonces ella los descolgó con una soga por la ventana, porque su casa estaba pegando a la muralla y vivía en la misma muralla.
16 Y les dijo: «Caminad hacia el monte para que no os encuentren los que os andan buscando. Quedaos allí escondidos tres días, hasta que ellos regresen; luego podréis seguir vuestro camino».
17 Contestaron: «Nosotros respondemos de ese juramento que nos has exigido, con esta condición:
18 cuando entremos en el país, ata esta cinta roja a la ventana por la que nos has descolgado y reúnes aquí, en tu casa, a tu padre y a tu madre, a tus hermanos y a toda la familia de tu padre.
19 Si alguien sale de las puertas de tu casa, su sangre caerá sobre su cabeza. Nosotros no seremos responsables. Pero, si alguien pone su mano sobre cualquiera que esté contigo en casa, su sangre caerá sobre nuestras cabezas.
20 En cambio, si nos denuncias, quedaremos libres del juramento que nos has exigido».
21 Rajab contestó: «De acuerdo». Y los despidió. (22a) Ellos se marcharon y ella ató la cinta roja a la ventana.
22 (22b) Se metieron en el monte y estuvieron allí tres días, hasta que regresaron los que fueron en su busca; por más que los buscaron por todo el camino, no dieron con ellos.
23 Entonces los dos espías se volvieron monte abajo, cruzaron el río, llegaron hasta Josué, hijo de Nun, y le contaron todo lo que les había pasado.
24 Le dijeron: «El Señor nos da todo el país. Toda la gente está ya temblando ante nosotros».

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Introducción a Josué

JOSUÉ

Este libro narra la ocupación de la tierra prometida, con la que se cierra el ciclo iniciado con las promesas a los patriarcas. Sin los hechos aquí narrados, la promesa de la tierra habría sido vana y la salida de Egipto una condena a la vida mísera del desierto. El libro de Josué es, pues, imprescindible para completar el relato del Pentateuco.

La idea central del libro es que la posesión de la tierra prometida a los padres es, para un israelita, el compendio de todos los bienes. Sus redactores relacionaron ese valor de la tierra con el valor supremo: la adhesión incondicional al Señor, Dios de Israel. La tierra prometida es un don del Señor, que se da con una condición: la fidelidad. Si Israel se aparta del Señor, el mismo Dios que les dio la tierra los expulsará de ella. Para evitarlo, hay que guardarse de toda contaminación de los cananeos. Por eso es necesario no mezclarse con ellos, sino exterminarlos. Junto a esto se concede mucha importancia a la unidad del pueblo: es preciso borrar cualquier diferencia entre las tribus. Es decir, Israel debe actuar siempre como un solo hombre.

Fuente: Sagrada Biblia (Conferencia Episcopal Española, 2011)

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Notas

Josué 2,1-24*2 La tierra es un don, pero hay que conquistarla; lo cual lleva consigo tomar la precaución del espionaje. En una clara evocación del éxodo y la victoria de Israel sobre los reyes de Transjordania, Rajab, mujer cananea y ramera, hace una magnífica confesión de fe (de estilo deuteronomista) en el Señor, el Dios único, Creador y Señor de la Historia. Mat 1:5 la incluye entre los antepasados de Jesucristo; Heb 11:31 la alaba por su fe y Stg 2:25 por sus obras.