I Pedro 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 19 versitos | I Pedro 4 Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998) | 19 versitos
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Hostilidad del mundo

Como Cristo padeció en su cuerpo, ármense ustedes con la misma actitud: quien ha sufrido en la carne ha roto con el pecado
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Romper con el pecado.
Ya que Cristo padeció en la carne, armaos también vosotros de este mismo pensamiento: quien padece en la carne, ha roto con el pecado,
2 y lo que le queda de vida corporal, ya no sigue los deseos humanos, sino la voluntad de Dios.2 para vivir ya el tiempo que le quede en la carne, no según las pasiones humanas, sino según la voluntad de Dios.
3 Bastante tiempo en el pasado han vivido como los paganos, practicando el libertinaje, vicios, borracheras, orgías, comilonas e intolerables idolatrías.3 Ya es bastante el tiempo que habéis pasado obrando conforme al querer de los gentiles, viviendo en desenfrenos, liviandades, crápulas, orgías, embriagueces y en cultos ilícitos a los ídolos.
4 Ahora, como ustedes ya no los acompañan en los excesos de su mala vida ellos los insultan.4 A este propósito, se extrañan de que no corráis con ellos hacia ese libertinaje desbordado, y prorrumpen en injurias.
5 Pero tendrán que rendir cuentas al que está dispuesto a juzgar a vivos y muertos.5 Darán cuenta a quien está pronto para juzgar a vivos y muertos.
6 Para ello se llevó también a los muertos la Buena Noticia: para que condenados como hombres a morir corporalmente, vivieran espiritualmente como Dios.6 Por eso hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que, condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios.
7 Se acerca el fin del universo: por eso tengan la moderación y sobriedad necesarias para poder orar.7
A la espera de los últimos tiempos.
El fin de todas las cosas está cercano. Sed, pues, sensatos y sobrios para daros a la oración.
8 Ante todo, haya mucho amor entre ustedes, porque el amor perdona una multitud de pecados.8 Ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados.
9 Practiquen la hospitalidad mutua sin quejarse.9 Sed hospitalarios unos con otros sin murmurar.
10 Cada uno, como buen administrador de la multiforme gracia de Dios, ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido.10 Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios.
11 Quien predica, hable como quien entrega palabras de Dios; el que ejerce algún ministerio hágalo como quién recibe de Dios ese poder; de modo que en todo sea glorificado Dios por medio de Jesucristo. A quien corresponde la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.11 Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
12 Queridos, no se extrañen del incendio que ha estallado contra ustedes, como si fuera algo extraordinario;12
Dichosos los que sufren en Cristo.
Queridos, no os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño,
13 alégrense, más bien, de compartir los sufrimientos de Cristo, y así, cuando se revele su gloria, ustedes también desbordarán de gozo y alegría.13 sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria.
14 Si los insultan por ser cristianos, dichosos ustedes, porque el Espíritu de Dios y su gloria reposan en ustedes.14 Dichosos vosotros, si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.
15 Que ninguno de ustedes tenga que padecer por ladrón o asesino o criminal o por meterse en asuntos ajenos.15 Que ninguno de vosotros tenga que sufrir ni por criminal ni por ladrón ni por malhechor ni por entrometido:
16 Pero si padece por ser cristiano, no se avergüence, antes dé gloria a Dios por tal título.16 pero si es por cristiano, que no se avergüence, que glorifique a Dios por llevar este nombre.
17 Llega el momento de comenzar el juicio por la casa de Dios. Y, si empieza por nosotros, ¿cuál será la suerte de los que rechazaron la Buena Noticia de Dios?17 Porque ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios. Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no creen en el Evangelio de Dios?
18 Si el justo apenas se salva, ¿qué será del impío y del pecador?18 Si el justo se salva a duras penas ¿en qué pararán el impío y el pecador?
19 Por lo tanto, los que padecen por voluntad de Dios, sigan haciendo el bien y confíen sus vidas al Creador, que es fiel.19 De modo que, aun los que sufren según la voluntad de Dios, confíen sus almas al Creador fiel, haciendo el bien.

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Introducción a I Pedro

1ª PEDRO

Autor, fecha de composición y destinatarios de la carta. El autor se introduce en el saludo como «Pedro, apóstol de Jesucristo»; al final, dice que escribe desde Babilonia, denominación intencionada de Roma. A lo largo de la carta se presenta como anciano, testigo presencial de la pasión y gloria de Cristo (5,1); cita, aunque no verbalmente, enseñanzas de Cristo.
La tradición antigua ha atribuido la carta a Pedro desde muy pronto. Hoy no estamos tan seguros de esto por una serie de razones. He aquí algunas: ante todo, el lenguaje y estilo griegos, impropios de un pescador galileo; la carta cita el Antiguo Testamento en la versión de los Setenta, no en hebreo, y lo teje suavemente con su pensamiento. Faltan los recuerdos personales de un compañero íntimo de Jesús. Y así, otras objeciones a las que los partidarios de la autoría de Pedro responden con respectivas aclaraciones. El balance de la argumentación deja, por ahora, la solución indecisa.
Una posibilidad: el autor es Pedro, anciano y quizás prisionero, cercano a la muerte. Escribe una especie de testamento, cordial y muy sentido. Su argumento principal es la necesidad y el valor de la pasión del cristiano a ejemplo y en unión con Cristo. Encarga la redacción a Silvano (5,12). La escribió antes del año 67, fecha límite de su martirio, a los cristianos que sufrían la persecución de Nerón.
Otra posibilidad: la carta es de un autor desconocido perteneciente al círculo de Pedro, que, en tiempos difíciles, quiere llevar una palabra de aliento a otros fieles, y para ello se vale del nombre y de la autoridad del apóstol. La escribiría a mitad de la década de los 90, para comunidades cristianas que atraviesan tiempos difíciles y quizás también de persecución bajo el emperador Domiciano.

Contenido de la carta. Aunque tenga más apariencia de carta que, por ejemplo, la de Santiago, como lo demuestra el saludo, la acción de gracias y el final, en realidad se parece más a una homilía, al estilo de la Carta a los Hebreos.
El tema dominante del escrito es la pasión de Cristo, en referencia constante a los sufrimientos de los destinatarios, comunidades pobres y aisladas que estaban experimentando una doble marginación; por una parte, el ostracismo y la incomprensión de un ambiente hostil, y por otra, el aislamiento a que les conducía su mismo estilo de vida cristiano, incompatible con el modo de vivir pagano.
Aquellos hombres y mujeres sabían lo que les esperaba cuando, por medio del bautismo, se convirtieron en seguidores de Jesús. De ahí que el autor haga referencia constante a la catequesis y a la liturgia bautismal, que marcaron sus vidas para siempre. Ahora se las recuerda para que en la fe y en la esperanza se mantengan firmes en medio de la tribulación.
El autor pone insistentemente ante sus ojos el futuro que les aguarda si permanecen fieles, es decir: «una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo» (1,4), pero no para que se desentiendan de los deberes de la vida presente, sino todo lo contrario, para que con una conducta intachable: «Estén siempre dispuestos a defenderse si alguien les pide explicaciones de su esperanza» (3,15). Esta vida de compromiso cristiano viene comparada en la carta a un «sacerdocio santo, que ofrece sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (2,5).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Pedro 4,1-19Hostilidad del mundo. El discípulo de Pedro retoma ahora el tema del sufrimiento en su aspecto medicinal o de sanación: es imposible que siga pecando quien asocia por el bautismo sus propios sufrimientos al sufrimiento de Cristo. Esa incompatibilidad con el pecado la pueden ver comparando la vida que llevaban antes, entregada a todo género de maldades, con la que llevan ahora. De ahí que su conducta contra corriente produzca la extrañeza y la hostilidad de sus antiguos camaradas de vicios.
Las comunidades de Pedro nos dan una buena lección a los creyentes de hoy. Una conducta cristiana que no produzca ningún impacto en la sociedad es señal de que se ha dejado arrastrar por la corriente de aquellos que no organizan sus vidas de acuerdo con las exigencias del Evangelio. Lo peor que nos puede suceder como seguidores de Jesús es que nuestro comportamiento no diga nada a nadie, que no ofrezca ninguna alternativa al mundo de injusticia que nos rodea. El discípulo subraya la seriedad de su exhortación con la inminencia del «fin del universo» (7), cuando venga Jesucristo a juzgar a todos de acuerdo con los valores del Evangelio, tanto a los que aún estén con vida como a los que hayan muerto. No se trata de una inminencia de días o años, sino de la urgencia del cambio que lleva en sí el mensaje evangélico. ¿Quién no calificaría como «final del universo» a los acontecimientos que estamos viviendo en nuestros días, como la pobreza y el hambre de millones de seres humanos o la catástrofe ecológica a la que nos lleva un desenfrenado consumismo?
Amor intenso que pasa por alto y perdona la ofensa del otro, hospitalidad sin murmuraciones, moderación y sobriedad, servicio a los demás compartiendo los dones que cada uno ha recibido es la vida alternativa evangélica que propone el discípulo a sus humildes comunidades y que también dirige a la Iglesia de hoy con la misma fuerza profética. Son los comportamientos cristianos que hacen de la comunidad de creyentes la «casa de Dios» a la que todos son llamados. Dos servicios merecen la atención del discípulo: el servicio de la Palabra y la atención a los necesitados. El término utilizado para «palabra», es «oráculo», es decir, sentencia profética, pues lleva consigo la fuerza del Espíritu que penetra los corazones con la fuerza de la verdad.
Sorprendentemente, vuelve otra vez sobre el tema del sufrimiento, como si los padecimientos inmerecidos e imprevistos de las páginas precedentes se materializaran ahora en una persecución violenta: un «incendio que ha estallado» (12). ¿Se trata de alguna persecución concreta? ¿O más bien quiere presentar de nuevo el tema central de la carta en un modo dramático? Sea como fuere, la situación real de padecimiento existía y el discípulo les anima a valorar y a confrontar la prueba: es la ocasión de compartir los sufrimientos de Cristo (cfr. Col_1:24; Flp_3:10) que conducirá a compartir su gozo (cfr. Jua_15:11), incluso por adelantado (cfr. 2Co_7:4).