Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capitulo 16.
E ste capítulo nos presenta a los siete ángeles derramando las copas sobre el mundo pagano. La visión de las siete copas tiene gran parecido con la de las siete trompetas *, así como también con las plagas de Egipto 2. Sin embargo, hay que advertir que las siete copas están en relación más concreta con las Bestias y con Roma. Y son como una especie de introducción a los capítulos 17-19. Tanto en la visión de las trompetas como aquí, los cuatro primeros azotes se desencadenan sucesivamente sobre la tierra, el mar, los ríos y el sol. Estas cuatro primeras copas forman una unidad, en cuanto que sus plagas correspondientes afectan a todo el mundo. No obstante, se advierte una diferencia con el septenario de las trompetas: en el de las copas, las calamidades son más generales que en el de las trompetas. Las plagas abarcan a toda la tierra o a todos los vivientes, lo cual conviene a perfección a las postreras calamidades que traerán como consecuencia el colapso del mundo pagano 3. Así, la segunda copa hará perecer a todo ser viviente en el mar; en cambio, la segunda trompeta hizo perecer solamente a un tercio. Además, las calamidades de las copas parecen abatirse únicamente sobre los paganos, como se dice claramente a propósito de la primera, la tercera y la quinta copa, cosa que no sucedía con los azotes de las trompetas. Parece como que nos hallamos en un estadio más avanzado de la justicia divina contra las naciones paganas. Los castigos van creciendo en intensidad. Pero, por grandes que sean estos azotes divinos, se insiste por tres veces (v.q. 11.21) en que no consiguieron los efectos morales y medicinales pretendidos. Los paganos no quisieron arrepentirse y convertirse, sino que blasfemaron contra Dios. Por eso se anuncia la destrucción total del imperio de la Bestia4. El azote de la quinta copa hiere la capital de la Bestia. La sexta copa, lo mismo que la sexta trompeta5, es derramada sobre el río Eufrates. Allí se juntarán los ejércitos de los imperios paganos y se destruirán mutuamente. Y, finalmente, la séptima copa trae la destrucción de Roma y de su imperio.
San Juan se sirve, en este septenario de las copas, como en los demás del Apocalipsis, de imágenes que ha tomado del Antiguo Testamento o de la literatura apocalíptica de su tiempo, pero dándoles un sentido nuevo. Esto se verá claramente en el examen exegético-teológico que vamos a hacer del capítulo 16.
En el capítulo precedente quedaban los siete ángeles, salidos del templo de Dios, con las copas en sus manos, prontos a ejecutar el mandato divino. Del mismo templo sale ahora
la voz fuerte e imperiosa de Dios, que les ordena
derramar las copas llenas
de la cólera de Dios sobre la tierra (v.1). Los ángeles ejecutan el mandato uno en pos de otro. El contenido de cada copa, al ser derramado sobre la tierra, produce su propia plaga. El
primer ángel derramó su copa sobre la tierra, y ocasionó
una úlcera maligna y dolorosa
en cuantos llevaban la marca de la Bestia y adoraban su imagen (v.2). Esta primera plaga nos recuerda la sexta plaga de Egipto, que hirió a los magos del faraón y les impidió presentarse en público6. También tiene cierta semejanza con la primera7 y la quinta8 de las trompetas. Es la ejecución de la amenaza del ángel contra los que llevaban la marca de la Bestia 9. La úlcera es el castigo de la idolatría y de la inobservancia de los mandatos del Señor 10. El pecado es castigado con desgracias temporales, como en el Antiguo Testamento. El castigo de los adoradores de la Bestia contrasta con la alegría de sus vencedores n. Como esta plaga afecta a los que están marcados con el tatuaje de la Bestia y a los adoradores de su imagen, parece lícito deducir que los cristianos quedaron libres de ella.
El
segundo ángel derrama su copa sobre el mar, y su efecto fue el mismo que el de la primera plaga de Egipto 12: se
convirtió el agua del mar
en sangre (v.3). Aquí el autor sagrado acentúa la nota, diciendo que la sangre era
como sangre de muerto, como sangre podrida. Es el mismo azote que el de la segunda trompeta 13. Pero con la diferencia de que la plaga no afecta sólo a un tercio de los vivientes del mar, como sucedía en la segunda trompeta 14, sino que aquí
murieron todos los vivientes del mar. Esta copa forma un todo con la siguiente. Pues el
tercer ángel, al
arrojar el contenido de su
copa sobre los ríos y sobre las fuentes de la tierra, las
convierte también
en sangre (v.4). Las aguas dulces son, pues, heridas, aparte de las aguas saladas, como ya sucedía en la visión de la tercera trompeta 15. Por consiguiente, la tercera copa viene a ser como una repetición más completa de la tercera trompeta. Y es, a su vez, como una prolongación, una ampliación del azote de la segunda copa. Lo mismo que el río Nilo, con sus brazos y canales, se convirtió en sangre en la primera plaga de Egipto 16, así también sucede ahora con los ríos y fuentes de la tierra.
El
ángel que tiene el imperio sobre
las aguas aprueba el azote decretado por Dios (v.s) con un himno de alabanza lleno de serena reverencia al Creador. El ángel ve en la plaga una acción bondadosa del Creador, encaminada a la conversión de los infieles. El
ángel de las aguas era el genio protector de este elemento, en conformidad con la teología judía, que colocaba al frente de toda criatura un ángel protector 17. Esta manera de pensar la encontramos también en el Apocalipsis. En
Rev_7:1 se habla de los cuatro ángeles que tenían poder sobre los vientos; y en
Rev_14:18 se hace referencia al ángel que ejercía poder sobre el fuego 18.
El ángel, en su cántico de alabanza, proclama ante todo
la justicia de Dios. La actuación divina es intachable y plenamente justa, y está conforme con la petición de los mártires en
Rev_6:10, para que el Señor ejerciese su justicia sobre los impíos. Después de llamar a Dios justo, el autor sagrado ensalza su eternidad, definiéndolo como
el que es y
el que era. En
Rev_1:4, Dios era designado como el que es, el que era y el que viene. Aquí se omite el que viene, como en
Rev_11:17, porque la venida del reino de Dios es considerada como ya realizada. Dios está ya presente y obrando como juez en el mundo y dirigiendo su Iglesia. Se le designa como
el Santo, otra denominación que expresa la oposición de Dios al pecado y que tiene cierta afinidad con la justicia vengadora que aquí está ejerciendo. La razón de que Dios haya convertido el agua en sangre para castigar a los idólatras la ve el ángel en el hecho de que los impíos hayan derramado antes la sangre de los cristianos (v.6). Puesto que tanto amaban la sangre, bien merecida tienen la pena de no tener más que sangre para beber. Es una especie de ley del talión, de la cual se pueden percibir ciertos indicios en
Rev_2:21-22 y en 14:8-10.
A la aprobación del ángel de las aguas se junta otra aprobación que procede
del altar celeste: Sí, Señor, Dios
todopoderoso, verdaderos í justos son tus juicios (v.7). La voz del altar era muy probablemente la súplica de las almas de los mártires que están bajo el altar y que clamaban a Dios pidiendo justa venganza de su sangre 19. Esta voz que sale del altar repite con otras palabras el himno de alabanza entonado por el ángel de las aguas. El castigo de los perseguidores mostrará a un mismo tiempo la justicia de Dios y la fidelidad a sus promesas. El altar personificado, o mejor, la voz que viene del altar, centro de las súplicas humanas y de la intercesión angélica, expresa la conformidad de la voluntad de la Iglesia con la de Dios 20. Por eso, en
Rev_8:3-5 y 9:13, las oraciones que suben del altar aceleran los castigos, pues éstos contribuyen a la implantación del reino de Dios y a la salvación de la humanidad. Las alabanzas dirigidas a Dios por el altar y el ángel de las aguas, aprobando la justicia divina, están compuestas de reminiscencias de varios salmos 21.
El
cuarto ángel derramó su copa sobre el sol (v.8), cuyo calor se hizo más intenso para atormentar a los moradores de la tierra. Estos, lejos de reconocer sus pecados y hacer penitencia de ellos, se desahogan en blasfemias contra Dios (v.g). La cuarta copa tiene cierta semejanza con la cuarta trompeta, en cuanto que la plaga afecta al sol; pero aquí, en lugar de oscurecerse, parece brillar con mayor ardor 22. En la literatura judía, especialmente la rabínica, se enseñaba que Dios se serviría del sol para abrasar a los impíos 23. Tanto la plaga de esta cuarta copa como la siguiente constituyen una amonestación al reino de la Bestia y a sus adoradores. Sin embargo, el resultado de esta amonestación es nulo. Los hombres, en lugar de ver en el castigo una providencia medicinal de Dios, blasfeman de su manera de proceder. Tal vez el autor sagrado aluda aquí al endurecimiento de los paganos del Imperio romano, que atribuyeron, en diversas ocasiones, a la impiedad de los cristianos las numerosas catástrofes tanto naturales como políticas de los primeros siglos.
Dios se gobierna en su providencia principalmente por la misericordia. Este es el atributo divino que sobre todos los otros predica la Sagrada Escritura, así del Antiguo como del Nuevo Testamento. Las mismas obras de la justicia van templadas por la misericordia, pues en ellas el propósito del Señor es que los hombres, amonestados con el castigo, se vuelvan a El por la penitencia. Este es el fin que se propone el Señor al mandar sobre la tierra los azotes simbolizados por las copas.
La pausa marcada por la reflexión del v.q, después de la descripción de las cuatro primeras calamidades, parece indicar el corte habitual (4 -f 3) que se da en todos los septenarios del Apocalipsis. Las cuatro primeras copas alcanzaron directamente a la naturaleza, y por ella, a los hombres. Las tres copas restantes herirán más directamente a los hombres.
El
quinto ángel vertió su copa sobre el trono de la Bestia. Y el efecto producido por esta plaga es
el oscurecimiento del reino de la Bestia (v.10). Se trata de Roma y del Imperio romano, tipo del reino terrestre enemigo de Dios. El oscurecimiento parece aludir al decaimiento de la potencia romana y de su esplendor. Las catástrofes materiales y las guerras intestinas del Imperio romano trajeron como consecuencia la pérdida de prestigio. Y la inseguridad del mañana dio motivo a depresiones nerviosas y morales. Por consiguiente, este azote no sólo produce dolores físicos, sino también morales. El orgullo de Roma y de sus moradores es herido, las ambiciones desilusionadas, la prosperidad del imperio ha desaparecido. La plaga de la quinta copa nos recuerda el oscurecimiento de los astros y del aire de la quinta trompeta 24 y la novena plaga de Egipto 25. El autor del libro de la Sabiduría 26 comenta la novena plaga de Egipto, ponderando los tormentos que los egipcios padecieron envueltos en espantosas tinieblas y como aprisionados por ellas. Esto mismo hace nuestro autor al decirnos que
de dolor se mordían la lengua y blasfemaban del Dios del cielo a causa de las penas y úlceras que sufrían (v.11).
Ahora la Bestia es herida en su misma sede, desde donde el anticristo gobernaba y deslumbraba al mundo. Pero, a semejanza del faraón, con estas plagas se endurecieron más los paganos, y, lejos de arrepentirse, se revuelven contra Dios rabiosamente y blasfeman de él.
La
sexta copa, lo mismo que la sexta trompeta 27, hace referencia al río Eufrates y al azote de la guerra (v.12). Este río, al ser derramada la copa del ángel sobre él,
se secó, como antiguamente el mar Rojo 28 y el Jordán 29, para dar paso a los reyes partos, terror del Imperio romano. San Juan presenta siempre la guerra como la mayor calamidad exterior que se puede abatir sobre el mundo 30, siguiendo en esto el ejemplo de los profetas del Antiguo Testamento y la experiencia dolorosa de la historia. En la época de San Juan, el río Eufrates formaba la frontera oriental del Imperio romano, que luego Trajano después de sus victorias sobre los partos trasladó al río Tigris, incluyendo en el imperio una parte de la Mesopotamia. Detrás de esta frontera estaba el imperio de los partos, que durante mucho tiempo fueron una continua amenaza para las provincias orientales del Imperio romano y constituían el terror de Occidente. San Juan amenaza con la invasión de los partos, la cual sería tanto más de temer cuanto que el Imperio romano había quedado debilitado con el azote de la quinta copa. Además, el camino de los ejércitos enemigos quedaba expedito una vez seco el río que de ordinario servía de valladar.
La invasión de los partos parece sugerir al autor sagrado una coalición de todos
los reyes de la tierra, movilizados por el Dragón y las Bestias para dar la batalla definitiva contra la Iglesia. El
Oragon vuelve a aparecer en el v.13. El vidente de Patmos lo había dejado sobre la arena herido y agotado 31; pero al mismo tiempo seguía vigilando y dirigiendo el trabajo de sus subordinados. La mención inesperada del Dragón muestra una vez más como dice el p. Alio la perfecta continuidad de toda esta parte del Apocalipsis 32. San Juan ve al Dragón, a la Bestia y al falso Profeta, el cual no es otro que la segunda Bestia, parecida a un cordero, pero que hablaba como el Dragón 33.
De la boca de estos tres salen otros tantos
espíritus impuros, demoníacos, que tienen la forma de
ranas (v.15). Con esta gráfica imagen parece querernos indicar el hagiógrafo cuál es su modo de obrar. Son verdaderos charlatanes el rumor de su elocuencia recuerda un poco el croar de las ranas que, con sofismas, mucha palabrería y falsos prodigios, engañan a los pueblos. Su acción es tan seductora que inducen a los reyes a unirse al gran ejército que se prepara para combatir contra la Iglesia (v.14). La imagen de las ranas tal vez haya sido sugerida por una de las plagas de Egipto 34. La rana era un animal impuro 35. Por eso, muchos Santos Padres han visto en estas ranas el símbolo de las tentaciones sexuales impuras. San Agustín, sin embargo, ve en ellas más bien la representación de la vanidad: Rana est loquacissima vanitas. 36 La interpretación más común hoy día es la que ve en las ranas el símbolo de los seductores, que con gran maña se las arreglan para sembrar la desunión, las rencillas, la suspicacia y todo lo que pueda conducir a la guerra 37.
Los tres espíritus en forma de ranas corresponden, por contraste, a los tres grandes ángeles de
Rev_14:6-12. Los tres espíritus demoníacos trabajan para el Dragón, lo mismo que los tres ángeles amones-tadores trabajan para el Cordero. Y como el Dragón hacía prodigios, así también sus auxiliares infernales los hacen 38. Tienen como misión el atraer a los reyes de la tierra a la causa del Dragón y juntarlos en la batalla final contra el Cordero 39. Pero, en realidad, se juntarán para el
día grande del Dios todopoderoso, que domina a todos los ejércitos, tanto los ejércitos del bien como los del mal. El
gran día de Dios es aquel en que el Señor vencerá y exterminará totalmente las fuerzas del mal40.
Ante el terror que este anuncio podía suscitar entre los mismos fieles, Jesucristo en persona interrumpe el septenario para dirigirles unas palabras que les infundan confianza. Cristo anuncia su propia venida (v.15), que será como el contrapeso de la invasión de los reyes de la tierra. La batalla del gran día, que sería el último de los episodios que habían de preparar la venida de Cristo 41, traía a la memoria de los cristianos el día de la parusía, el día de la recompensa, por el que suspiraban con paciencia. Ante la amenaza del Dragón y de los que sostienen su causa, el Salvador hace una advertencia invitando a
la vigilancia, como ya lo había hecho en el Evangelio 42. La bienaventuranza de la vigilancia es una de las siete que se encuentran en el Apocalipsis43.
El que vela se supone que
está vestido, y de este modo guarda sus vestidos. En cambio, el que se acuesta a dormir se despoja de sus vestidos, y si luego, durante el sueño, suena una voz de alarma, no tendrá tiempo de vestirse y tendrá que huir desnudo 44. Los
vestidos que el cristiano ha de guardar simbolizan las obras buenas, verdadero ornamento del alma, la fe que obra por medio de la caridad y la gracia45. Si no están vestidos con estas obras buenas se expondrán a la vergüenza de verse desnudos y a que queden al descubierto sus infidelidades al Señor 46.
El anuncio de la venida de Cristo es el intermedio o interrupción habitual que suele poner el autor del Apocalipsis en todos los septenarios. Es una amonestación colocada entre la sexta y la séptima copa, parecida a las consideraciones intercaladas entre el sexto y el séptimo sello 47, entre la sexta y séptima trompeta 48. Esto prueba la perfecta unidad y estructura literarias del Apocalipsis.
La batalla que preparan los espíritus demoníacos tendrá lugar en
Harmagedón (v.16), que en hebreo significa
montaña de Meguido (
Har-Megidon)
49. Por consiguiente, parece tener relación con la ciudad de Meguido, situada en la llanura de Esdrelón, en Palestina, al pie de las montañas que prolongan el monte Carmelo. Esta ciudad era tristemente célebre en la antigüedad por ser un lugar de batallas y de desastres, ya que era lugar estratégico en la ruta caravanera que iba de Egipto a Siria, En este lugar se dio la batalla entre Barac y Sisara, que terminó con la derrota y la muerte de este último 50. A la ciudad de Meguido vino a morir Ocozías, rey de Judá, herido de muerte por Jehú 51. Y sobre todo era lugar de tristes recuerdos para los israelitas, porque en Meguido fue derrotado y muerto el piadoso rey Josías, en la batalla entablada contra el faraón Necao II (609 a. C.) 52. Desde entonces Meguido quedó como lugar proverbial para simbolizar un llanto nacional53 por la muerte del piadoso rey de Judá 54. Por todo lo cual, Meguido es un lugar simbólico de desastres, ya que anuncia con su siniestra fama la derrota que espera a las huestes del anticristo. Como la ciudad de Meguido estaba al borde de la llanura de Esdrelón y al pie de la montaña, el autor sagrado tal vez haya querido combinar la tradición del lugar en donde morían los reyes con la de Ezequiel55, en donde se habla del enemigo escatológico de Israel, exterminado sobre los montes 56.
El
séptimo ángel derramó su copa en el aire (v.1v), para que todos los elementos experimentasen el efecto de la cólera divina. Además, hay que tener en cuenta que los aires, o el cielo atmosférico, son la región en que moran los espíritus malignos, a quienes el Señor quiere castigar. Después que el ángel vació la copa se oyó
una voz que
salió del templo, del mismo
trono de Dios, y que, por lo tanto, hemos de considerar como pronunciada por Dios mismo. La
gran voz decía:
Hecho está, es decir,
se acabó. No se trata precisamente del fin del mundo, sino de la ejecución de un decreto particular de Dios, que tendrá grandísima importancia para la Iglesia. Se refiere a la ruina de Roma, que era el más poderoso imperio de la Bestia y del Dragón. La ruina de Roma será a su vez símbolo de la ruina de otros imperios anticristianos que se le asemejarán. Al toque de la séptima trompeta, voces celestes proclamaban que se había realizado, que había llegado el reino de Dios 57. Con el derramamiento de la séptima copa ha quedado consumada la ira de Dios 58,
dejando expedito el camino para el establecimiento del reino de Cristo59. Ante la obcecación de los paganos, que no quieren ver en los azotes la mano amorosa de Dios que los llama al arrepentimiento y a la conversión, el Señor se ve obligado a implantar el reino de Cristo por medio de la fuerza victoriosa 60.
Los fenómenos cósmicos que siguen a la efusión de la séptima copa (v.18), parecidos a los que siguieron al toque de la séptima trompeta 61, se han de interpretar en conformidad con el simbolismo apocalíptico. Los
relámpagos, los
truenos y
terremotos constituyen un signo de una intervención especial de Dios en el mundo 62. El terremoto de que nos habla aquí San Juan fue extraordinariamente fuerte, con lo cual se quiere dar a entender la importancia trascendental del momento 63. Todos estos fenómenos meteorológicos y sísmicos, frecuentes en el estilo apocalíptico, significan el trastorno de las potencias humanas, necesario para llegar a una época de paz y de bendición.
El primer efecto de la intervención divina fue el desmoronamiento de Roma y de su poder (v.1q). La
gran ciudad de Babilonia (Roma) quedó dividida en
tres partes, es decir, fue abatida su potencia y su fuerza. Sus transgresiones
fueron recordadas delante de Dios, por lo cual se le dio a beber el
cáliz del vino del furor de su cólera. Dios, que había ido retardando el castigo de Roma perseguidora, en la esperanza de su conversión, desencadena ahora su ira concentrada contra ella. Juntamente con Roma
se hundieron las ciudades de las naciones, que representan las capitales de las provincias del Imperio romano. Tal vez San Juan se refiera a ciertas ciudades del Asia Menor que él mismo había visto arrasadas por terremotos.
No es raro que los movimientos sísmicos hagan aparecer o desaparecer las islas en medio del mar. Las
islas que huyen y las montañas que desaparecen (v.20) simbolizan la caída y la transformación de los grandes imperios64. En el azote del sexto sello, las islas se mueven de su lugar65; aquí, en cambio,
huyen, y los montes desaparecen. Son expresiones hiperbólicas para expresar la magnitud de la catástrofe desencadenada por la séptima copa. La imagen de la turbación de las islas y, especialmente, de las montañas es un lugar común de la apocalíptica judía66. Pero en la mente del autor sagrado todo lo dicho no se refiere al fin del mundo ni al juicio final contra el Dragón; todavía no ha llegado el fin del cielo y de la tierra, sino que alude a la ruina de una realidad histórica, del Imperio romano, que revivirá bajo otras formas, pues la Bestia continúa subsistiendo. Además, el v.21 nos habla expresamente de hombres que aún continuaban viviendo sobre la tierra, los cuales fueron víctimas de una extraordinaria granizada. Durante esta tormenta de granizo cayeron piedras que pesaban cerca de cuarenta kilos. El
talento era un peso equivalente a unos 39 kilogramos. Este azote corresponde a la séptima plaga de Egipto 67; y también nos recuerda las granizadas enviadas por Dios contra los enemigos de Josué en Bethorón 68 y contra las huestes de Gog 69. Estas piedras de granizo tan enormes representarían metafóricamente, según Bossuet, el peso aplastante de la cólera de Dios.
A pesar de todas estas calamidades, los hombres impíos, como el faraón del éxodo, lejos de convertirse a Dios, se levantan contra El y le blasfeman. Es una constatación dolorosa, de la cual ya se ha hablado al final de la serie de calamidades desencadenadas por las trompetas 70. Aunque la misericordia infinita de Dios busca mediante estos azotes la conversión del mundo pagano, los hombres malvados se endurecen en su impiedad. Esto nos trae a la memoria las misteriosas palabras de Yahvé a Isaías: Ve y di a ese pueblo: Oíd y no entendáis, ved y no conozcáis. Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos, cierra sus ojos. Que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni entienda su corazón, y no sea curado de nuevo.71 Y también nos recuerda el dicho de Jesús a los fariseos: Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir las señales de los tiempos.72
En la visión de las siete copas como en los demás septenarios del Apocalipsis tenemos un cuadro de la acción de Dios contra el reino de Satán. A pesar del grande aparato de la fuerza del Dragón, con el cual parece indicar que podría acabar fácilmente con la Iglesia, sus esfuerzos resultan vanos. La Iglesia tiene en su favor el poder divino, que en apariencia es flaco, pero en la realidad es fuerte. Por eso, los fieles deben confiar en que alcanzarán la victoria definitiva. Querer averiguar el significado concreto de los diversos efectos producidos por las copas, como por las trompetas y los sellos, no siempre nos es concedido. Tal vez, en la mente del autor sagrado, este cuadro no era más que una especie de parábola, en la cual hay que buscar sólo el sentido general del cuadro y no el especial de cada elemento. ¡En tantos otros cuadros semejantes de los profetas tenemos que seguir la misma norma!
1 Ap 8-9. 2 Ex 7-10. 3
Rev_15:1. 4 Gf. S. Bartina, o.c. p.743. 5
Rev_9:14-15- 6
Exo_9:8-12;
Deu_28:27.35- 7
Rev_8:7. 8
Rev_9:3-5. 9
Rev_14:9-11. 10 Cf.
Deu_28:15.27.35- 11
Rev_15:2. 12
Exo_7:14-24. 13
Rev_8:8-9. 14
Rev_8:8. 15
Rev_8:10-11. 16
Exo_7:14-25; Sal 78:44- 17 Gf. M. Hackspill, L'angélologie juive a l'époque néo-testamentaire: RB 11 (1902) 527-550. 18 Gf. Libro de Henoc 66:1-2. 19
Rev_6:9-11. 20 E. B. Allo, o.c. p.256. 21 Sal 19:10; 99:3; 119,137; 145:17- 22
Rev_8:12. 23 Cf. J. bonsirven, o.c. I p-527; strack-billerbeck, o.c. IV p.iioa. 24
Rev_9:2. 25
Exo_10:22-23. 26 Sab 17:1-18:25. 27
Rev_9:13-21. 28
Exo_14:21.29. 29
Jos_3:13-17. 30
Rev_6:4;
Rev_9:13-21;
Rev_14:19-20;
Rev_17:16;
Rev_19:17-21; 20:7-' 31
Rev_12:18. 32 E. B. Allo, o.c. ñ.259· 33
Rev_13:11.14;
Rev_19:20. 34
Exo_8:1-10. 35
Lev_11:10-12. 36 San Agustín,
In Psalmos 77:27. 37 M. García Cordero, o.c. ñ.À73· 38
Rev_12:15; 13:2-3; 13:13; 19:20. 39
Rev_17:14;
Rev_19:11-21. 40
Rev_6:17;
Rev_17:14;
Rev_19:19-21; cf.
2Pe_3:12. 41
Rev_19:1933. 42 Mt 24:43;
Luc_12:39-40. 43
Rev_1:3;
Rev_14:13;
Rev_16:15;
Rev_19:9;
Rev_20:6;
Rev_22:7.14- 44 Cf.
Mar_14:51-52. 45
Rev_3:4-5!
Rev_19:8. 46 M. García Cordero, o.c. p.174. 47
Rev_7:1-17- 48 Ap 10:1-11:14. 49 Cf. J. Jeremías, "Ap Ìáãåäþí, en
Teologisches Worterbuch zum í. Ô. é p.467-468; C. Watzinger,
Tell el-Mutesellim (Leipzig 1929); C. Fischer,
The Excavation of Armagedon (Chicago 1929); P. Guy,
New Lightfrom Armageddon (Chicago 1931); F. Hommel-ch. C. Tor-Rey,
Armageddon: The Harvard Theol. Review 31 (1938) 238-250; R. Lamon-g. Shipton,
Megiddo: I-II Seasons 0/1925-1934 and 1935-1939 (Chicago 1939-1948); A. Alt,
Megiddo.: Zatw 6o (1944) 67-85. 50 Jue 4-5- 51
2Re_9:27. 52
2Re_23:29-30;
2Cr_35:22. 53
Zac_12:11. 54
2Cr_35:20-24 55 £238:8.21; 39:2.4.17- 56 A. Gelin, o.c. p.644; E. B. Allo, o.c, p.261. 57
Rev_11:15. 58
Rev_15:1. 59 E. B. Allo, o.c. p.262. 60
Rev_20:4-6. 61
Rev_11:19. 62
Exo_19:18;
Mar_13:19;
Rev_7:12-17;
Rev_11:13.19. 63 S. Bartina, o.c. p.752. 64 Cf.
Rev_6:14. 65
Rev_6:14. 66
Sal_46:3;
Eze_26:18;
Eze_38:20;
Nah_1:5;
Rev_6:12-16. 67
Exo_9:22-25. 68
Jos_10:11. 69
Eze_38:22. 70
Rev_11:1-14; Cf. 9:20-21. 71
Isa_6:9-10. 72 Mt 16:3.