Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
De Mileto a Jerusalén, 21:1-16.
1
Así que, separándonos de ellos, nos embarcamos, fuimos derechos a Cos, y al siguiente día a Rodas, y de allí a Petara, 2
donde, habiendo hallado una nave que hacía la travesía a Fenicia, nos embarcamos y nos dimos a la mar. 3 Luego dimos vista a Chipre, que dejamos a la izquierda, navegamos hasta Siria y desembarcamos en Tiro, porque allí había de dejar su carga la nave. 4
En Tiro encontramos discípulos, con los cuales permanecimos siete días. Ellos, movidos del Espíritu, decían a Pablo que no subiese a Jerusalén. 5 Pasados aquellos días, salimos, e iban acompañándonos todos con su mujeres e hijos hasta fuera de la ciudad. Allí, puestos de rodillas en la playa, oramos, 6
nos despedimos y subimos a la nave, volviéndose ellos a su casa. 7
Nosotros, yendo de Tiro a Tolemaida, acabamos nuestra navegación, y saludados los hermanos, nos quedamos un día con ellos. 8
Al día siguiente salimos; llegamos a Cesárea, y entrando en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, nos quedamos con él. 9
Tenía éste cuatro hijas vírgenes que profetizaban. 10
Habiéndonos quedado allí varios días, bajó de Judea un profeta llamado Agabo, 11
el cual, llegándose a nosotros, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos con él, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón cuyo es este cinto, y le entregarán en poder de los gentiles. 12
Cuando oímos esto, tanto nosotros como los del lugar le instamos a que no subiese a Jerusalén. 13
Pablo entonces respondió: ¿Qué hacéis con llorar y quebrantar mi corazón? Pues pronto estoy, no sólo a ser atado, sino a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. 14
No pudiendo disuadirle, guardamos silencio, diciendo: Hágase la voluntad del Señor. 15
Después de estos días, hechos los preparativos necesarios, subimos a Jerusalén. 16
Iban con nosotros algunos discípulos de Cesárea, que nos condujeron a casa de un tal Mnasón, chipriota, antiguo discípulo, en la cual nos hospedamos. Al dejar Mileto y volver de nuevo a coger la nave, parece que el grupo que acompañaba a Pablo (cf. 20:4) se restringió bastante; al menos eso insinúa el hecho de que no vuelvan a ser mencionados sino Trófimo (21:19) y Aristarco (27:2), además de Lucas implícitamente, en cuanto que la narración continúa en primera persona de plural. Hay quienes creen que Timoteo partió de Mileto para Efeso, donde lo encontramos más tarde (cf.
1Ti_1:3); sin embargo, téngase en cuenta que Timoteo ciertamente estuvo con Pablo en Roma (cf. Gol 1:1;
Flp_1:1; Flm i), y lo mismo hay que decir de Tíquico (
Efe_6:21;
Col_4:7).
La descripción de la ruta seguida por Pablo sigue siendo muy detallada. De Mileto navegan rumbo a la isla de Cos, célebre por su templo de Esculapio y la aneja escuela de medicina; al día siguiente llegan a Rodas, otra hermosa isla más al sur, célebre por su
Coloso, una de las siete maravillas del mundo; de allí a Pátara 185, ciudad de Licia, en la costa asiática, frente a Rodas (v.1). En Pátara dejan la navegación de cabotaje y embarcan en una nave que salía para Fenicia (v.2), con rumbo a Tiro, donde la nave había de dejar su carga (v.3).
Es en Tiro donde se van a detener siete días (v.4), debido seguramente a exigencias del servicio de la nave, tiempo que Pablo aprovecha para ponerse en contacto con aquella iglesia. Había sido fundada por los helenistas dispersos con ocasión de la muerte de Esteban (cf. 11:19), y probablemente había sido ya visitada por Pablo en otras ocasiones (cf. 15:3). Algunos de los fieles movidos del Espíritu (v.4), es decir,
iluminados por el Espíritu Santo sobre los sufrimientos y las privaciones que esperaban a Pablo en Jerusalén, y de alli es que intentan disuadirlo de ese viaje, llevados sin duda de su afecto que sentían hacia él. Pablo no les hace caso y, después de una despedida afectiva, vuelve a subir a la nave, navegando hasta Tolerada (v.7), la actual Acre, en la bahía situada al pie del monte Carmelo. En Tolemaida se detienen solamente un día, dejando ya la nave que los había traído desde Pátara (v.7), saliendo a continuación para Cesárea (v.8). No está claro si este viaje hasta Cesárea lo hicieron ya por tierra o continuaron todavía por mar en otra nave. Los preparativos, de que se habla en el v. 15, parecen suponer que fue en Cesárea cuando acabó el viaje por mar.
La estancia en Cesárea duró varios días (v.10), hospedándose Pablo y los suyos en casa de Felipe, el evangelista (v.8). De este Felipe, que era uno de los siete, se ha hablado ya anteriormente (cf. 6:5; 8:5-40). No es fácil precisar qué incluye ese término evangelista con que lo designa San Lucas; probablemente se trata del carisma de evangelista, de que Pablo habla en sus cartas (cf.
Efe_4:11;
2Ti_4:5). La misión de estos evangelistas debía de ser la de propagadores ambulantes de la buena nueva o evangelio, ocupando junto con los apóstoles el puesto de vanguardia de la predicación cristiana 186. Vemos que Felipe estaba casado y tenía cuatro hijas vírgenes que profetizaban (v.9); es de los pocos casos (cf.
Luc_1:41-55Luc_2:36en que el Nuevo Testamento habla del carisma de profecía concedido a mujeres. Parece que Lucas, al hacer notar que eran vírgenes, relaciona estrechamente este carisma con su virginidad, que habrían escogido con deliberado propósito como estado permanente, para vivir más íntegramente consagradas al Señor (cf.
1Co_7:34-35)·
En cuanto a la profecía simbólica de Agabo, atándose los pies y las manos con el cinto de Pablo (v.11), su anuncio concordaba en sustancia con el de los carismáticos de Tiro (cf. v.4) y con lo que el mismo Pablo había dicho ya en su discurso de Mileto (cf. 20:23). Esta clase de profecías, acompañando las palabras con gestos y acciones simbólicas, habían sido muy frecuentes en los antiguos profetas judíos (cf.
1Sa_15:27-28;
Isa_20:2-4;
Jer_13:1-11;
Eze_4:1-17). Parece que este Agabo es el mismo de quien ya se habló en 11:28; si San Lucas lo presenta de manera indeterminada (ôéä..ðñïöÞôçò ïíüìáôé áãáâïò) debe ser debido a que toma esta narración de alguna parte, quizá de su mismo
Diario de viaje, en que se hablaba de Agabo por primera vez, y San Lucas olvidó que ya había hablado de él. La contestación de Pablo a los que, después de la profecía de Agabo, intentaban disuadirle de su viaje a Jerusalén, es digna de quien, como él, está entregado totalmente a Jesucristo, pero que tiene también un corazón sensible; por eso, al mismo tiempo que se declara dispuesto no sólo a ser atado, sino a morir por el nombre de Jesús, les ruega que no lloren ni le supliquen que deje el viaje, pues con ello no hacen más que quebrantar su corazón (v.13).
Desde Cesárea, Pablo y los suyos van a comenzar la última etapa del viaje, que les llevará hasta Jerusalén. La distancia era de 102 kilómetros, y podía hacerse perfectamente en dos jornadas. Los preparativos de que se habla (v.1s) implicaban el hallar acémilas para los del grupo y las ofrendas, que probablemente eran voluminosas, pues no serían sólo en dinero, sino también en objetos de diversa índole. Quizá a eso sea debido también, por razones de mayor seguridad, el que vayan con ellos algunos discípulos de Cesárea, quienes, además, se preocupan de buscarles alojamiento en casa de Mnasón 187, un antiguo discípulo, originario de Chipre (cf. 4:36; 11:20), cuyas ideas de judío-cristiano helenista eran sin duda más abiertas que las de los judío-Cristian os palestinenses, quienes difícilmente hubieran admitido en su casa cristianos no circuncidados (cf. 11:2-3), como ciertamente lo eran algunos del grupo de Pablo (cf.
21:19).
El Prisionero de Cristo, 21:17-28:31.
Pablo en Jerusalén, 21:17-26.
17
Llegados a Jerusalén, fuimos recibidos por los hermanos con alegría. 18
Al día siguiente, Pablo, acompañado de nosotros, visitó a Santiago, reuniéndose allí todos los presbíteros. 19
Después de saludarlos, contó una por una las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su mano. 20
Ellos, oyéndole, glorificaban a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de creyentes hay entre los judíos, y que todos son celadores de la Ley. 21
Pero han oído de ti que enseñas a los judíos de la dispersión que hay que renunciar a Moisés y les dices que no circunciden a sus hijos ni sigan costumbres mosaicas. 22
¿Qué hacer, pues? Seguro que sabrán que has llegado. 23
Haz lo que vamos a decirte: Tenemos cuatro varones que han hecho voto; 24
tómalos, purifícate con ellos y págales los gastos para que se rasuren la cabeza, y así todos conocerán que no hay nada de cuanto oyeron sobre ti, sino que sigues en la observancia de la Ley. 25
Cuanto a los gentiles que han creído, ya les hemos escrito nuestra sentencia de que se abstengan de las carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y de la fornicación. 26
Entonces Pablo, tomando consigo a los varones, purificado con ellos al día siguiente, entró en el templo, anunciando el cumplimiento de los días de la consagración, en espera de que fuese presentada la ofrenda por cada uno de ellos. Es ésta la quinta vez, después de su conversión, que Pablo visita Jerusalén (cf. 9:26; 11:30; 15:4; 18:22). Pronto, aquí en Jerusalén, va a comenzar su largo cautiverio, de algo más de cuatro años, que le obligará a interrumpir esa prodigiosa actividad que ha venido desarrollando desde que, junto con Bernabé, comenzó su primer gran viaje misional, partiendo de Antioquía para Chipre (cf. 13:3-4).
El primer encuentro de Pablo con los cristianos de Jerusalén fue cordial y plenamente amistoso (v.17). Era, sin embargo, un recibimiento privado, en el que no faltaría un buen grupo de cristianos helenistas, como Mnasón, que, enterados de la llegada de los misioneros, acudieron presurosos a saludarles, alegrándose con ellos de los grandes éxitos de la predicación entre los gentiles. El encuentro
oficial tuvo lugar al día siguiente, cuando Pablo y los suyos visitan a Santiago, reuniéndose allí todos los presbíteros (v.18). Era éste un momento sumamente importante, que ya de tiempo traía preocupado a San Pablo, pensando en el cual había escrito a los ' Romanos: Os exhorto.. a que me ayudéis con vuestras oraciones a Dios para que me libre de los incrédulos en Judea y que
el servido que me lleva a Jerusalén sea grato a los santos (
Rom_15:31). Es probable que fuera en esta entrevista cuando entregó las colectas, que habían sido la ocasión del viaje. No sabemos cómo serían recibidas; es de creer que bien (cf. 24:17), aunque quizá el gesto no resultó tan eficaz como se hubiera podido esperar. Lo cierto es que los reunidos, aunque, alegres, glorifican a Dios ante las noticias que cuenta Pablo sobre la expansión de la Iglesia entre los gentiles (v.20), allí mismo muestran cierto desacuerdo con su manera de proceder respecto al modo de hablar de la Ley, solicitando de él una deferencia hacia los ritos judíos (v.24). Ni parece ser sólo para evitar complicaciones a causa de algunos judío-cristianos más exaltados, como en 15:5, pues hablan de manera general: todos son celadores de la Ley (v.20); y los mismos reunidos muestran compartir, más o menos, la misma opinión, de ahí aquellas palabras finales: Cuanto a los gentiles.. ya hemos escrito.. (v.25), como quien dice: ésos que sigan con la libertad otorgada en el concilio de Jerusalén (15:28-29), pero los judío-cristianos que no dejen el mosaísmo.
No era verdad que Pablo, como se decía en Jerusalén, exigiese a los judíos convertidos que renunciasen a Moisés y que no circuncidasen a sus hijos (v.21); pero no cabe duda que su predicación, enseñando que la única fuente de justificación es la fe y que la circuncisión y ley mosaica no conferían al judío ninguna ventaja sobre el gentil (cf.
Rom_1:16;
Rom_3:22;
Rom_4:9-12;
1Co_7:17-20;
Gal_5:6), llevaba claramente a esas conclusiones. Pablo no insistía en esos principios precisamente para que los judíos dejasen las observancias mosaicas, pues incluso él mismo parece que, en general, siguió observándolas (cf. 16:3; 18:18; 23:6; 24:11-14; 25:8; 26:4-5; 28:17), sino para asegurar la libertad de los convertidos de la gentilidad, que difícilmente hubieran admitido esas prácticas y que, además, no tenían por qué admitirlas (cf.
Gal_2:11-16).
No había, desde luego, diferencia alguna sustancial entre Pablo y la iglesia de Jerusalén, a cuya cabeza estaba Santiago; pero había bastante diferencia de matices, debido, sin duda, a las diversas circunstancias de la iglesia de Jerusalén y aquellas en que Pablo venía actuando. Para ambas partes era verdad inconcusa que la salud había de buscarse no en la observancia del mosaísmo,
sino en la fe en Jesucristo, y esto lo mismo gentiles que judíos (cf. 15:11); también era admitido por todos que la observancia de las prácticas mosaicas no estaba prohibida a los judíos que se convertían, siendo sólo bastante más tarde, probablemente después del 70, cuando dicha práctica comenzó a considerarse como ilícita. Pero, supuesta esa identidad en lo fundamental, no cabe duda que Pablo mostraba más libertad que la iglesia de Jerusalén respecto de la observancia de la Ley; y mientras él hacía resaltar a cada paso
la idea universalista donde no había judío ni griego (
Gal_3:28) y donde Cristo, derribado el muro de separación, de dos pueblos había hecho uno (
Efe_2:14), los fieles de Jerusalén, con Santiago a la cabeza, seguían estrechamente apegados al mosaísmo y celosos observadores de sus prescripciones. ¿Sería porque consideraban esas prácticas mosaicas, en un judío, como condición necesaria de mayor perfección, o sería simplemente, sin precisar tanto, por cierto atavismo venerable que no había por qué abandonar? La respuesta es difícil, dada la escasez de datos; pero del hecho no puede dudarse (cf. 11:1-18;
Gal_2:12).
Pues bien, lo que Santiago y los presbíteros de la iglesia de Jerusalén (?. 18) piden a Pablo es que aparezca ante el pueblo
como fiel observador de la Ley (v.24), dando a entender, además, a través del conjunto de la narración (v.20-25), que nada ven de criticable en esa exigencia del pueblo. El voto de los cuatro varones a los que Pablo ha de asociarse, purificándose con ellos y pagándoles los gastos que el cumplimiento del voto llevaba consigo (v.23-24), era, sin duda alguna, el voto del nazireato, de que ya hablamos al comentar 18:18. Probablemente, debido a lo de las colectas, Pablo disponía en esa ocasión de relativamente abundantes fondos, por lo que le era fácil tomar sobre sí ese padrinazgo. De hecho, puesto que lo que se le pide en nada contradecía sus principios doctrinales, Pablo acepta la proposición (v.26), cumpliendo aquello de hacerse judío con los judíos..
y todo para todos, a fin de salvarlos a todos (
1Co_9:20-22).
No está claro cuál era concretamente el papel de Pablo, además de lo de pagar los gastos. Lo que se dice, de que se purificó con ellos y luego entró en el templo (v.26), no exige necesariamente que también él hiciese voto de nazireato, cuya duración mínima parece que era de treinta días 188, basta que, como padrino que pagaba los gastos, se asociase con los cuatro que tenían el voto, sometiéndose por devoción personal a alguno de los ritos secundarios en conexión con ese voto, máxime que, viniendo de países paganos, necesitaba también de ciertas purificaciones antes de entrar en el templo. Parece que, debido a la gran afluencia de peregrinos, sobre todo en tiempos de fiestas, era costumbre notificar de antemano en el templo la terminación del voto, a fin de fijar, de acuerdo con los sacerdotes, el día en que debían ofrecerse los sacrificios prescritos; esto es lo que habría hecho Pablo en nombre de sus cuatro patrocinados (v.26). Si luego se habla de siete días (v.27), parece es debido a que, de hecho, ése debió ser el plazo para la terminación total de las obligaciones del voto.
Prisión de Pablo,1Co_21:27-40.
27
Cuando estaban para acabarse los siete días, judíos de Asia, que le vieron en el templo, alborotaron a la muchedumbre y pusieron las manos sobre él, 28
gritando: Israelitas, ayudadnos; éste es el hombre que por todas partes anda enseñando a todos contra el pueblo, contra la Ley y contra este lugar, y como si fuera poco, ha introducido a los gentiles en el templo y ha profanado este lugar santo. 29
Era que habían visto con él en la ciudad a Trófimo, efesio, y creyeron que Pablo le había introducido en el templo. 30
Toda la ciudad se conmovió y se agolpó en el templo, y tomando a Pablo, le arrastraron fuera de él, cerrando enseguida las puertas. 31
Mientras trataban de matarle, llegó noticia al tribuno de la cohorte de que toda Jerusalén estaba amotinada; 32
y tomando al instante los soldados y los centuriones, corrió hacia ellos. En cuanto vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de golpear a Pablo. 33
Acercóse entonces el tribuno, y cogiéndole, ordenó que le echasen dos cadenas y le preguntó quién era y qué había hecho. 34
Los de la turba decían cada uno una cosa, y no pudiendo sacar nada en claro a causa del alboroto, ordenó llevarle al cuartel. 35
Al llegar a las escaleras, en vista de la violencia de la multitud, Pablo fue llevado por los soldados, 36
pues la muchedumbre seguía gritando: ¡Quítalo! 37
A la entrada del cuartel, dijo Pablo al tribuno: ¿Me permites decirte una cosa? El le contestó: ¿Hablas griego? 38
¿Pero no eres tú el egipcio que hace algunos días promovió una sedición y llevó al desierto cuatro mil sicarios? 39
Respondió Pablo: Yo soy judío, originario de Tarso, ciudad ilustre de la Cilicia; te suplico que me permitas hablar al pueblo. 40
Permitiéndoselo él, Pablo, puesto de pie en lo alto de las escaleras, hizo señal al pueblo con la mano. Luego se hizo un gran silencio, y Pablo les dirigió la palabra en hebreo. Lucas cuenta la prisión de Pablo con todo género de detalles. No sabemos si sería testigo ocular, pues la narración en primera persona de plural desaparece poco después de la llegada a Jerusalén (
1Co_21:18) y no reaparece hasta el momento de embarcar para Roma en Cesárea (
1Co_27:1). Mas sea de eso lo que fuere, pudo muy bien recibir la información de testigos inmediatos, como, sin duda, lo fueron muchos de entre los fieles.
Eran días en que Jerusalén rebosaba de peregrinos, debido a ser las fiestas de Pentecostés (cf. 20:1.6). Entre ellos había también de la provincia romana de Asia (v.27), particularmente de Efeso (cf. v.29), que conocían perfectamente las actividades misionales de Pablo en aquellas regiones, y a quien consideraban como apóstata del judaísmo, al que era necesario eliminar (cf. 19:9; 20:19). La ocasión no podía ser más propicia. En Jerusalén, y más concretamente en los atrios del templo, rebosantes de peregrinos enfervorizados, iba a ser muy fácil acabar con él. Bastaría con dar la voz de alarma, cosa que hicieron ellos, lanzándose sobre Pablo y acusándole a gritos de que por todas partes iba hablando contra el pueblo, contra la ley y contra el templo e incluso se había atrevido a introducir en él a los gentiles (v.28). Este último extremo no parece que fuese cierto; pero, con pretexto de que habían visto a Pablo acompañado del ex pagano Trófimo por la ciudad (v.29), se imaginaron que también lo había introducido en el templo, con lo que se proponían excitar mucho más las iras de la multitud. Las otras acusaciones, en sustancia, son las mismas que habían lanzado ya contra Esteban (6:11-14) y antes contra Jesucristo (
Mat_26:61).
Las acusaciones surtieron un efecto fulminante. Y no ya sólo los que entonces estaban en los atrios del templo, sino que muy pronto se propagó fuera la noticia, y se agolpó allí toda la ciudad (v.30), arrastrando a Pablo fuera del templo, es decir, fuera del atrio
interior, para poder obrar más libremente contra él. Su intención era matarle (v.âÀ); por eso no es extraño que los levitas de servicio se apresurasen a cerrar las puertas de dicho atrio interior (v.30), a fin de que con el derramamiento de sangre y consiguientes tumultos no quedase profanado ese lugar. La cosa, sin embargo, no pudo llevarse a efecto, pues, enterado del tumulto el tribuno o jefe de la guarnición romana en Jerusalén, cuya residencia estaba en la torre Antonia, se personó enseguida allí con sus tropas (v.31-32), quitándoles a Pablo de entre las manos 189.
La primera disposición del tribuno es ordenar a sus soldados que amarren a Pablo (v.33), a quien, sin duda, consideró como autor o causa del tumulto, queriendo ante todo enterarse de qué se trataba. Como no pudo sacar nada en claro a causa del alboroto, ordena llevarlo a la fortaleza o torre Antonia (v.34), para allí más tranquilamente examinar el caso. Antes de entrar en la fortaleza, precisamente al subir las escaleras de entrada, Pablo pide al tribuno que le deje hablar al pueblo, cosa que éste le concede, no sin antes mostrar su admiración porque le hablase en griego (v.35-40). Parece que el tribuno tenía fuertes sospechas de que se trataba de un famoso revolucionario, de origen egipcio, que poco antes había soñado con apoderarse de Jerusalén, a cuyo efecto había reunido en el desierto una gran multitud de sicarios, para lanzarse luego sobre la ciudad 190; de este egipcio debía de constarle al tribuno que no sabía griego, de ahí su extrañeza al oír hablar en esa lengua a Pablo.
Obtenido el permiso, Pablo hace señal al pueblo de que quiere hablar, produciéndose un gran silencio (v.40), que todavía fue mayor cuando oyeron que les hablaba en lengua hebrea (
Mat_22:2).
La expresión lengua hebrea, al igual que en otros pasajes del Nuevo Testamento (cf.
Jua_5:2;
Jua_19:17), ha de entenderse arameo, que era el idioma usual en Palestina a, partir de la vuelta de la cautividad.