Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
III. Difusión de la Iglesia en el Mundo Greco-Romano, 13:1-28:31.
Bernabé y Saulo, elegidos para el apostolado a los gentiles, 13:1-3.
1
Había en la iglesia de Antioquía profetas y doctores: Bernabé, Simeón, llamado Niger, y Lucio de Cirene; Manahem, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. 2
Un día, mientras celebraban la liturgia en honor del Señor y guardaban los ayunos, dijo el Espíritu Santo: Segregadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. 3
Entonces, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron. Comienza una nueva etapa en la historia de la Iglesia, con extensión de la predicación evangélica al mundo gentil. Propiamente esta etapa había comenzado ya con la predicación a los gentiles en Antioquía (11:20-26), después del arranque inicial dado por Pedro (10:1-11:18); pero es ahora, al iniciarse las grandes expediciones apostólicas a través del imperio romano,
cuando de hecho esa predicación adquiere carácter plenamente universal. La escena que aquí reproduce San Lucas (v.1-3) es el punto de partida para esas grandes expediciones. Nos hallamos en la
iglesia de Antioquía, cuya fundación e importancia ya nos son conocidas (cf. 11:19-30). Bernabé y Saulo habían regresado de Jerusalén, cumplida la misión que se les había encomendado sobre las colectas (12:25).
El Espíritu Santo, lo mismo que en otras ocasiones de importancia (cf. 2:4; 8:29; 10:19; 15:28; 16:6-7; 20:23), es también aquí quien toma la decisión. En efecto, mientras la iglesia se hallaba reunida, celebrando la liturgia 116 en honor del Señor (ëåéôïõñãïýíôùí äå áõôþí ôù Êõñßù) y ayunando, dice el Espíritu Santo a través de alguno de los profetas allí presentes: Segregadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado (v.2). No se dice ahí explícitamente cuál es esa obra, pero por la continuación del relato se ve claramente que se trataba del apostolado entre los gentiles, y que así lo entendieron los allí reunidos (v.3). De Saulo ya Dios había revelado anteriormente que había sido elegido para este apostolado (cf. 9:15; 22:21; 26:17); de Bernabé nada sabíamos a este respecto, a no ser que queramos verlo insinuado en el hecho de haber sido elegido por los apóstoles para que fuese a Antioquía, una vez que se tuvo noticia de que había comenzado allí la predicación a los gentiles (cf. 11:22).
Ante esa orden del Espíritu Santo, después de orar y ayunar, les impusieron las manos y los despidieron (v.3). Probablemente, como parece insinuar ese después de orar y ayunar, esto se hizo en una reunión posterior, no en la misma
en que habían recibido la orden del Espíritu Santo.
Hasta aquí, si nos quedamos en estas líneas generales, la cosa no ofrece grave dificultad. Pero hay en la narración de San Lucas algunos puntos oscuros, que han dado lugar a muchas discusiones, y que conviene analizar. Nos referimos sobre todo a poder concretar quiénes son esos profetas y doctores que parecen estar a la cabeza de la iglesia de Antioquía (v.1), y cuál es el significado de la imposición de manos sobre Pablo y Bernabé (v.3).
Referente a los profetas y doctores, se nos da el nombre de cinco, repartidos en dos grupos: uno de tres y otro de dos. Suponen algunos que los tres primeros serían profetas, y los dos últimos, doctores; pero nada podemos afirmar con certeza. Ocupa el primer lugar de la lista Bernabé, que debía ser algo así como el administrador apostólico de aquella iglesia (cf. 11:22-24); el último lo ocupa Saulo, el antiguo perseguidor convertido, que había sido llevado allí por Bernabé (cf. 11:25). De los otros tres (Simeón, Lucio y Manahem) nada sabemos, sino lo que aquí dice San Lucas. El hecho de que Lucio se presente como de Cirene da derecho a pensar que pertenezca al grupo de dispersados con ocasión de la muerte de Esteban que evangelizaron Antioquía (cf. 11:20). De Manahem se dice que era hermano de leche (óýíôñïöïò) del tetrarca Herodes, lo cual puede interpretarse, o en sentido más general de educado juntamente, o en sentido más estricto, en cuanto que su madre hubiera sido elegida para nodriza del pequeño Herodes. Evidentemente se trata de Herodes Antipas, el que aparece cuando la vida pública de Jesucristo (cf.
Mar_6:14;
Luc_23:8), único de los Herodes que llevó el título de tetrarca.
Supuestos estos datos, la cuestión fundamental, y fuertemente debatida, es la de determinar cuál es el cargo u oficio que late bajo los nombres profetas y doctores. De profetas, no de doctores, se habla también en 11:27-28 y 15:32. Parece que desarrollaban su misión sobre todo en la liturgia comunitaria, y eran designados con esos nombres por razón de su función: los que anuncian el mensaje bajo el impulso e
iluminación del Espíritu (= profetas), y los dedicados a la instrucción cristiana ordinaria explicando la parádosis o tradición apostólica (= doctores). A ellos alude también Pablo (cf.
1Co_12:28;
Efe_4:11) y
la Didaché (
Efe_13:1-3;
Efe_15:1-2), obra perteneciente a la primera generación cristiana, no posterior quizá a los mismos evangelios sinópticos.
Según todos los indicios, estos profetas y doctores pertenecían al ministerio regular eclesiástico y, en definitiva, eran los que, junto con los apóstoles, llevaban en un principio la dirección de las comunidades. Hay un texto en la
Didaché, que creo puede darnos bastante luz en toda esta cuestión. El texto viene a continuación de una instrucción relativa a la eucaristía, y dice así: Elegios, pues, obispos y
diáconos dignos del Señor.., pues también ellos os administran el ministerio de los
profetas y
doctores. Y añade: No les despreciéis, pues ellos son los honorables entre vosotros, juntamente con los profetas y doctores (
Efe_15:1-2). Parece claro que el autor de la
Didaché, al menos por lo que se
refiere a su comunidad, está escribiendo en el momento de transición del ministerio de
profetas y doctores al de
obispos y diáconos. No porque éstos hayan de excluir a aquéllos, sino porque aquéllos, ordinariamente de condición itinerante (cf.
Did. 11:1-13:7), no estaban siempre de asiento en la comunidad, y para la fracción del pan se necesitaba algo más estabLc. De ahí ese: elegios,
pues, .., a continuación de la instrucción sobre la eucaristía, y de ahí también ese: No les despreciéis.., pues los obispos y diáconos, por eso de ser clero indígena, nacido de la misma comunidad, tenían peligro de ser menos respetados que los profetas y doctores, generalmente misioneros ambulantes venidos de fuera. Tendríamos, pues, explicada la relación entre profetas-doctores de una parte, y obispos-diáconos de otra, no siendo éstos sino como prolongación y representantes de aquéllos en las iglesias locales. Del carácter sacerdotal de los profetas no parece caber duda, pues son llamados jefe de los sacerdotes, y podían celebrar la eucaristía lo mismo que los obispos (cf.
Did. 10:7; 13:3).
En resumen, estos profetas y doctores que dirigen la liturgia comunitaria en Antioquía, no son simples
carismáticos en el sentido que hoy suele darse a esta palabra personas privadas o públicas
a quienes el Espíritu Santo favorece con gracias especiales 117 , sino personas que pertenecían al ministerio regular eclesiástico y que, aun sin estar favorecidas con gracias especiales, eran designadas con esos nombres por razón de la misión que desempeñaban. Claro está que eso no era obstáculo para que, en ocasiones, fuesen favorecidas también con dones especiales (cf. 11:28); mas eso era de carácter puramente transitorio, como lo era el don de lenguas o el don de hacer milagros, mientras que el ser profeta o doctor era de carácter permanente, y para eso bastaba lo que en lenguaje moderno llamaríamos hoy gracia de estado. En cabeza, antes que el profeta y el doctor, estaba el apóstol (cf.
1Co_12:28), encargado, a lo que parece, de difundir el Evangelio allí donde no había sido aún predicado (cf.
Did. 11:3-6). Poco más adelante (cf. 14:4.34) vemos que Pablo y Bernabé son llamados apóstoles.
Referente a cuál sea el significado de la imposición de manos sobre Bernabé y Saulo (v.3), la opinión tradicional, con terminología al uso, ha querido ver en ese rito
como su consagración episcopal, a fin de que pudiesen fundar nuevas iglesias y ordenar sacerdotes, como vemos que de hecho harán luego (cf. 14:23). Dicho rito vendría a tener el mismo significado que en 6:6, con la diferencia de que allí era en orden al diaconado, y aquí en orden al episcopado.
Sin embargo, conforme es opinión hoy bastante general entre los autores, más bien nos inclinamos, atendido el contexto, a que en este caso la imposición de manos no es para conferir ningún oficio o cargo permanente, sino que tiene un sentido mucho más general; es, a saber: el de implorar sobre Bernabé y Saulo la bendición de Dios en orden a la misión que iban a comenzar, algo semejante a cuando la imposición de manos de Jesucristo sobre los niños (cf.
Mat_19:13-15) o la de los patriarcas sobre sus hijos (cf.
Gén_48:14 :15), pidiendo la bendición de Dios sobre ellos en orden a su vida futura. Así parece exigirlo, además, el modo como termina San Lucas la descripción del viaje: Regresaron a Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para la obra que habían realizado (
Mat_14:26). Desde luego, sería bastante extraño que Bernabé y Saulo careciesen de una potestad que ciertamente tendrían los otros profetas y doctores del grupo, puesto que se la conferían a ellos; tanto más, que Bernabé, primero en la lista, parece debía de ser el principal en la iglesia de Antioquía (cf. 11:22-26).
Una última pregunta: ¿quiénes son los que imponen las manos a Bernabé y a Saulo? ¿Son todos los fieles de la asamblea, o son sólo los profetas y doctores? Es evidente que en toda esta narración (v.1-3), aunque se supone la presencia de fieles, San Lucas, a quienes tiene directamente en el pensamiento es a los profetas y doctores del v.1, que serían los que celebraban la liturgia. y ayunaban (v.2), y los que después de orar y ayunar, imponen las manos a Bernabé y a Saulo y los despiden (v.3). Sin embargo, aunque Lucas no lo afirme explícitamente, es de suponer que, al menos por lo que se refiere a la oración y ayuno, sería también cosa de los fieles. Quizás haya de decirse lo mismo respecto de la imposición de manos.
Primer viaje misional de Pablo y Bernabé. 13:4-15:35
Evangelizan la isla de Chipre, 13:4-12.
4
Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron a Chipre, 5
En Sala mina predicaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, teniendo a Juan por auxiliar, 6 Luego atravesaron toda la isla hasta Pafos, y allí encontraron a un mago, falso profeta, judío, de nombre Barjesús. 7
Hallábase éste al servicio del procónsul Sergio Pablo, varón prudente, que hizo llamar a Bernabé y a Saulo, deseando oír la palabra de Dios. 8
Pero Eli más el mago, que eso significa este nombre , se le oponía y procuraba apartar de la fe al procónsul. 9
Mas Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavando en él los ojos, 10
le dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de torcer los rectos caminos del Señor? 11
Ahora mismo la mano del Señor caerá sobre ti y quedarás ciego, sin ver la luz del sol por cierto tiempo. Al punto se apoderó de él la tiniebla y la oscuridad, y daba vueltas buscando quien le diera la mano. 12
Al verlo, creyó el procónsul, maravillado de la doctrina del Señor. Comienza el primero de los tres grandes viajes misionales de Pablo. Al principio de este primer viaje, el jefe moral de la expedición parece ser Bernabé, nombrado siempre el primero (cf. 12:25; 13:1-2-7); Pero muy pronto los papeles se invierten, y Pablo aparecerá continuamente en cabeza (13:9-13-16-43-50). Llevan con ellos, en condición de auxiliar (v.5), a Juan Marcos, primo de Bernabé, y que ya nos es conocido (cf, 12:12.25). Probablemente estamos en el año 45, y el viaje durará hasta el 49.
La primera etapa del viaje será Chipre, patria de Bernabé (cf. 4:36). En esta isla eran muy numerosas las colonias judías, particularmente a partir de Herodes el Grande, que tomó en arriendo de Augusto las abundantes minas de cobre allí existentes, con cuya ocasión se trasladaron a la isla muchos judíos 118. Los misioneros, saliendo de Antioquía, habían embarcado rumbo a Chipre en Seleucia (v.4), considerada como el puerto de Antioquía, de la que distaba unos 25 kilómetros, y situada en la desembocadura del Orontes. Llegados a Salamina, el puerto principal de Chipre en la costa oriental, comienzan a predicar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos (v.5). Tal será la táctica constante de Pablo: comenzar dirigiéndose primero a los judíos (cf. 13:14; 14:1; 16:13; 17:2.10.17; 18:4.19; 19:8; 28:17), y ello no sólo porque era una manera práctica de poder introducirse fácilmente en las nuevas ciudades adonde llegaba, sino en virtud del principio de que el don del Evangelio debía ser ofrecido en primer lugar a Israel, la nación
depositaría de las promesas mesiánicas (cf. 2:39; 3:26; 13:46; 1 Rom 1:16).
No sarjemos si el resultado de la predicación en Salamina fue abundante, ni cuánto tiempo duró la predicación en esa ciudad. Tampoco sabemos si al atravesar de Salamina a Pafos (v.6), puerto occidental de Chipre, en el extremo opuesto de la isla, a unos 150 kilómetros de Salamina, se detuvieron a predicar en los pueblos que encontraban al paso. Es de suponer que sí, pues las colonias judías debían ser numerosas en todos esos lugares; pero la narración de San Lucas nada dice a este respecto.
De la predicación en Pafos tenemos ya datos más concretos. Era Pafos la capital política de la isla, residencia del procónsul romano, a la sazón un tal Sergio Pablo (v.7). Entre las personas de que estaba rodeado el
procónsul 119 había un judío, de nombre
Barjesús (= hijo de Jesús o Josué), considerado como mago (v.6). Parece que entre los griegos era conocido con el nombre de
Elimas (v.8), probablemente forma griega del árabe alim (de donde el moderno ulema), que equivale a
sabio o también
mago, pues en Oriente el término mago no tenía el sentido peyorativo de charlatán o hechicero que hoy tiene entre nosotros, sino el de hombre instruido en las ciencias filosófico-naturales, conocedor de los secretos de la naturaleza. Si en la narración de San Lucas se le llama también falso profeta (v.6), ello es debido probablemente a que, en ocasiones, quizás, pretendiera derivar de su ciencia conclusiones de tipo religioso, presentándose como enviado de Dios y conocedor del futuro.
Este Barjesús se oponía abiertamente a la conversión del procónsul (v.8), que mostraba deseos de oír la palabra de Dios (v.7). La razón de esa oposición no se especifica. Quizás fuera simplemente por no perder su posición ante el procónsul, si éste se convertía; o quizás fuera por cuestión de principio, oponiendo, como judío, doctrina a doctrina, es decir, negando a Pablo que Jesús de Nazaret fuera el Mesías y exponiendo, a su vez, ante el procónsul las esperanzas mesiánicas tal como él y el pueblo judío las entendían. Desde luego, la reacción de Pablo contra él es fuerte (v.10); y no fueron sólo palabras, sino también hechos, haciendo que quedase ciego temporalmente (v.11; cf.
Deu_28:29). La expresión hijo del diablo (v.10) quizás se la sugiriese a Pablo el nombre mismo del mago, como diciendo: más que
Barjesús o hijo de salvación, lo que eres es
Bar-Satán o hijo de perdición. Por lo demás, también Jesucristo llamó así a los judíos que se oponían a su predicación (cf.
Jua_8:44).
El procónsul, a vista de lo acaecido, creyó (v.12). La opinión tradicional interpreta ese creyó en todo su amplio sentido, y no sólo como adhesión puramente intelectual, de tipo platónico, sin llevar las cosas a la práctica ni hacerse cristiano. Cierto que Lucas no dice que se bautizara, como hace en otras ocasiones (cf. 2:41; 18:8), ni quedan huellas en la historia antigua de la conversión de este personaje, que, sin duda, pertenecía a una de las principales familias del imperio; pero tampoco en otras ocasiones Lucas especifica lo del bautismo (cf. 4:4; 11:21), y el que no queden huellas de su conversión puede explicarse debido a que en esa época no había surgido aún en Roma la cuestión de los cristianos, y un noble, aunque fuese procónsul, podía hacerse cristiano o de cualquiera otra religión, sin que nadie se preocupara sobre el particular.
Es en esta ocasión, a partir del encuentro con el procónsul, cuando en la narración de los Hechos comienza a darse a
Saulo el nombre de
Pablo (v.6),
que ya será el único nombre con que se le designará en adelante. Desde antiguo se ha discutido si es que toma este nombre por primera vez en recuerdo de la conversión de tan caracterizado personaje, o lo tenía ya de antes juntamente con el de Saulo. Parece mucho más probable esto último, pues era entonces frecuente entre los judíos, y orientales en general, el uso de doble nombre (cf. 12:12; 13:1;
Col_4:11), uno hebreo, que se empleaba en familia, y otro greco-latino, para el trato con el mundo gentil. Tal debió de ser el caso de Pablo, quien, además del nombre hebreo
Shaul, habría tenido ya desde el principio el nombre latino de
Paulus. Esto para él era tanto más necesario cuanto que, por su condición de ciudadano romano (cf. 22:25-28), su nombre tenía que ser inscrito en los registros públicos, y no es fácil, dado el odio de los romanos contra los judíos, que tal inscripción se hiciese con nombre hebreo. Sin embargo, no habría comenzado a usar el nombre latino sino ahora, al iniciar sus grandes viajes apostólicos, en que tiene que ponerse en contacto con el mundo romano. Cumple así la norma que él mismo proclamará más tarde: me hice judío con los judíos.., gentil con los gentiles.., todo para todos, a fin de ganarlos a todos (
1Co_9:20-22).
Carece de todo fundamento histórico la opinión sostenida por algunos autores, quienes, apoyándose en la etimología (
paulus = pequeño),
creen que Saulo quiso ser llamado
Pablo por modestia y humildad. Tampoco tiene fundamento alguno la opinión reflejada en algunos apócrifos de que fue llamado así por ser de corta estatura.
Pasan los misioneros al Asia Menor,1Co_13:13-15.
13
De Pafos navegaron Pablo y los suyos, llegando a Perge de Panfilia, pero Juan se apartó de ellos y se volvió a Jerusalén. 14
Ellos, dejando atrás Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia, y entrando en la sinagoga en día de sábado, se sentaron, 15
Hecha la lectura de la Ley y de los Profetas, les invitaron los jefes de la sinagoga, diciendo: Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación al pueblo, decidla. Los misioneros, dejando Chipre, pasan al Asia Menor. Es de notar que Pablo aparece ya en cabeza de la expedición desde el primer momento (v. 13.16). La primera ciudad de que se hace mención en su recorrido es Perge de Panfilia (v.13), ciudad a unos 12 kilómetros del mar, situada a orillas del río Gestro. No sabemos si desembarcarían directamente en Perge, subiendo por el Cestro, o, de modo parecido a como harán a la vuelta (cf. 14:25), desembarcarían en Atalía, puerto principal de aquella región, y de allí subirían por tierra a Perge. Tampoco sabemos si se detuvieron a predicar en Perge, como vemos que ciertamente hicieron a la vuelta (cf. 14:25).
Más sea como fuere, allí debieron detenerse poco. Su plan era internarse más adentro, atravesando la cadena montañosa del
Taurus. Esto debió de asustar a Juan Marcos, el cual, apartándose de ellos, se volvió a Jerusalén (v.13). Desde luego, se necesitaba valor para atravesar aquellas sierras, sin comodidad alguna, con caminos malísimos, expuestos al continuo peligro de salteadores y bandoleros; y este valor parece que faltó al joven Marcos. Acordándose sin duda de la tranquila casa de su madre en Jerusalén (cf. 12:12), decidió volverse allá. Algunos autores hablan de que quizás influyera también en su decisión el ver que Pablo había suplantado a Bernabé, su primo, como jefe de la expedición; pero no tenemos datos que confirmen esta suposición. Una cosa es cierta, y es que a Pablo no le sentó bien esta retirada de Marcos, pues luego, pensando en ella, no querrá admitirle como compañero en su segundo viaje misional (cf. 15:38).
Solos ya Pablo y Bernabé, dejando atrás Perge, llegan a Antioquia de Pisidia (v.14). La distancia entre Perge y Antioquia es de unos 16o kilómetros, y el viaje, a través de Jas escarpadas montañas del
Taurus, debió de ser extraordinariamente penoso. En el recuento que Pablo hará más adelante de las penalidades sufridas por el Evangelio (cf.
2Co_11:23-28), es probable que ocupe un lugar preferente este viaje desde Perge a Antioquía. Se llamaba Antioquía
de Pisidia para distinguirla de la homónima en Siria (cf. 13:1). Parece que en un principio perteneció a Frigia 120, pero después del establecimiento de la dominación romana y consiguientes cambios de fronteras debió de considerarse como formando parte de Pisidia, tal como se supone en los Hechos. Políticamente pertenecía a la provincia romana de
Galacia, igual que las ciudades de Iconio, Derbe y Listra, evangelizadas poco después.
Como ya habían hecho en Chipre (cf. 13:5), y será táctica constante de Pablo, los misioneros se dirigen primero a los judíos entrando en la sinagoga en día de sábado (v.14). Era norma muy a propósito para empezar a dar a conocer sur doctrinas, pues la sinagoga era frecuentada no sólo por los judíos de raza, sino también por los no judíos que simpatizaban con la religión de Israel, y que se dividían en la clase inferior, de los temerosos de Dios (cf. 10:2; 13:16-50), y la superior, de los prosélitos fcf. 2:11; 6:5). No es probable que los dos viajeros llegasen a Antioquía precisamente el sábado; por tanto, la noticia de su llegada sería ya conocida de muchos, razón por la que, sin duda, acudirían más numerosos
a la reunión sinagogal, curiosos de saber cuáles eran esas doctrinas nuevas que parece traían.
En la sinagoga, después de la recitación del
Skema (
Deu_6:4-9;
Deu_11:13-21;
Num_15:37-41),
que era como un solemne acto de fe en el Dios verdadero, se leía un trozo de la Ley y otro de los Profetas; a continuación tenía lugar una plática u homilía, que, generalmente, versaba sobre el pasaje leído, y que podía ser pronunciada por cualquiera de los asistentes. El archisinagogo, que era quien presidía la reunión, acostumbraba a invitar a los que juzgaba mejor preparados, particularmente si eran forasteros. Ta! sucedió en el caso actual (v.15). Algo parecido había sucedido cuando Jesucristo se presentó por primera vez en su pueblo de Nazaret, después de haber dado comienzo a su vida pública fcf.
Luc_4:16-22).
Discurso de Pablo en la sinagoga de Antioquia,Luc_13:16-41.
16
Entonces se levantó Pablo, y haciendo señal con la mano, dijo: Varones israelitas y vosotros los que teméis a Dios, escuchad: 17
El Dios de este pueblo de Israel eligió a nuestros padres y acrecentó al pueblo durante su estancia en la tierra de Egipto, y con brazo fuerte los sacó de ella.18
Durante unos cuarenta años los proveyó de alimento en el desierto;19
y destruyendo a siete naciones de la tierra de Cañan, se la dio en heredad 20
al cabo de unos cuatrocientos cincuenta años. Después les dio jueces, hasta el profeta Samuel. 21
Luego pidieron rey y les dio a Saúl, hijo de Gis, de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años. 22
Rechazado éste, alzó por rey a David, de quien dio testimonio, diciendo: He hallado a David, hijo de Jesé, varón según mi corazón que hará en todo mi voluntad. 23
Del linaje de éste, según su promesa, suscitó Dios para Israel un salvador, Jesús, 24
precedido por Juan, que predicó antes de la llegada de aquél el bautismo de penitencia a todo el pueblo de Israel. 25
Cuando Juan estaba para acabar su carrera, dijo: No soy yo el que vosotros pensáis: otro viene después de mí, a quien no soy digno de desatar el calzado. 26
Hermanos, hijos de Abraham, y los que entre vosotros temen a Dios: a nosotros se nos envía este mensaje de salud. 27
En efecto, los moradores de Jerusalén y sus príncipes, desconociendo a éste y también las voces de los profetas que se leen cada sábado, condenándole, las cumplieron, 28
y sin haber hallado ninguna causa de muerte, pidieron a Pilato que le quitase la vida. 29
Cumplido todo lo que de El estaba escrito, le bajaron del leño y le depositaron en un sepulcro, 30
pero Dios le resucitó de entre los muertos 31
y durante muchos días se apareció a los que con El habían subido de Galilea a Jerusalén, que son ahora sus testigos ante el pueblo. 32
Nosotros os anunciamos el cumplimiento de la promesa hecha a nuestros padres, 33
que Dios cumplió en nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy, 34
pues le resucitó de entre los muertos, para no volver a la corrupción. También dijo: Yo os cumpliré las promesas santas y firmes hechas a David. 35
Por lo cual, en otra parte, dice: No permitirás que tu Santo vea la corrupción. 36
Pues bien, David, habiendo hecho durante su vida la voluntad de Dios, se durmió y fue a reunirse con sus padres y experimentó la corrupción; 3
? pero aquel a quien Dios ha resucitado, ése no vio la corrupción. 38
Sabed, pues, hermanos, que por éste se os anuncia la remisión de los pecados y de todo cuanto por la Ley de Moisés no podíais ser justificados. 39
Todo el que en El creyere será justificado. 40
Mirad, pues, que no se cumpla en vosotros lo dicho por los profetas: 41
Mirad, menospreciadores, admiraos y anonadaos, porque voy a ejecutar en vuestros días una obra tal que no la creeríais si os la contaran. Este discurso de Pablo es el primero de los que San Lucas nos ha conservado por escrito, y lo transmite con bastante más extensión que hará luego para discursos posteriores (cf. 14:1-3; 17:2-3; 18:4-5; 19:8). Parece quiere presentarlo como el discurso tipo, en compendio, de las predicaciones de Pablo ante auditorio judío.
El discurso tiene tres partes claramente señaladas por la repetición del apostrofe hermanos (v.26.38), que responde al inicial varones israelitas y los que teméis a Dios (v.16). La primera parte (v. 16-25) es un recuento de los admirables beneficios de Dios sobre Israel, desde Abraham hasta el Bautista. Era éste un exordio muy grato a los oídos judíos, y que vemos había sido empleado también por Esteban (cf. 7:1-43); con la diferencia de que
Pablo evita toda alusión a la ingratitud de la nación elegida 121, mientras que
Esteban hace de esa ingratitud precisamente su principal argumento. La segunda parte (v.26-37)
es una demostración de la mesianidad de Jesucristo, rechazado por su pueblo, pero en quien se cumplen las profecías alusivas al Mesías. Toda esta segunda parte, salpicada de citas bíblicas, sigue un proceso muy parecido al empleado también en sus discursos por San Pedro (cf. 2:22-35; 3:13-26). Por fin, en una tercera parte (v.38-41), se sacan las consecuencias de lo dicho, es a saber, que es necesario creer en Jesucristo si queremos ser justificados, terminando con una grave advertencia tomada del profeta Habacuc (1:5) contra aquellos que no quieran creer (v.4i). Se refería Habacuc a los judíos sus contemporáneos, a quienes amenazaba con la invasión de los caldeos, si no se convertían al Señor, y San Pablo hace la aplicación a los tiempos presentes. La intención parece evidente: como entonces se mostraron sordos
a la llamada de Dios, y Jerusalén fue tomada y los judíos enviados al destierro, así ahora, si no admiten el mensaje de bendicion, vendrá un nuevo y terrible castigo contra el pueblo elegido. De este castigo hablará luego más concretamente en sus cartas (cf.
Rom_11:7-27;
1Te_2:16).
Tal es el esquema de este discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia. Las ideas son típicamente paulinas. Son de notar sobre todo los v.38-39, afirmando que la justificación se obtiene por la fe en Jesús y no por las obras de la Ley (cf. 15:11;
Rom_3:21-26;
Gal_3:11).
En la segunda parte, que es la fundamental,
la prueba evidente de la mesianidad de Jesús es su resurrección, testificada por los apóstoles y predicha ya en la Escritura (v.30-37). La cita del
Sal_16:10 : No permitirás que tu Santo vea la corrupción, es la misma que en su discurso de Pentecostés hizo también San Pedro, y que ya entonces comentamos (cf. 2:25-31). Las otras dos citas (
Sal_2:7;
Isa_55:3) son propias de San Pablo, y no es fácil ver su relación a la resurrección. Parece que con la cita de Isaías: Yo os cumpliré las promesas santas y firmes hechas a David, San Pablo trata únicamente de preparar la verdadera prueba, que es la que va a dar en el versículo siguiente, como diciendo: Dios, según Isaías, cumplirá las promesas hechas a David; pues bien, una de éstas, conforme dice el mismo Dios en
Sal_16:10, es que el Mesías será preservado de la corrupción. También pudiera ser que San Pablo esté pensando en que a David se le prometió
no sólo que el Mesías nacería de su descendencia, sino que tendría un trono eterno (cf.
2Sa_7:12-13;
Sal_88:29-38;
Isa_9:7;
Dan_7:14;
Luc_1:32-33), lo cual supone, si es que
Jesús era el Mesías, que no podía quedar en el sepulcro, sino que había de
resucitar.
En cuanto a la cita del
Sal_2:7 : Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy, se ha discutido mucho. Desde luego, se trata de un texto directamente mesiánico, pero ¿qué relación tiene con la resurrección? A primera vista parece que lo que el salmista afirma no es la resurrección de Cristo, sino su calidad de Hijo de Dios, y ésta la tiene desde el momento mismo de la encarnación. De hecho, muchos exegetas interpretan este v.33 como alusivo a la encarnación, dando al verbo áíßáôç ìé el sentido de suscitar, y traduciendo habiendo suscitado a Jesús.., y no resucitando a Jesús, como hemos traducido nosotros. Sería un caso parecido al
Deu_3:22, que ya comentamos en su lugar. Sin embargo, dado el contexto de todo este pasaje, parece claro que San Pablo está aludiendo a la resurrección de Cristo, y en ese sentido interpreta el texto del salmista. Ni para eso hay que forzar nada las palabras del salmo. No se trata allí, a lo que creemos (cf. 2:36; 9:20), de afirmar la filiación natural divina del Mesías en su sentido ontológico,
sino de proclamar su exaltación como rey universal de las naciones. Pues bien, San Pablo no hace más que concretar aquella exaltación del Mesías, aplicándola a la resurrección de Jesucristo. Y, en efecto, fue ésta como
su entronización mesiánica, al entrar en la gloria del Padre y aparecer como Hijo de Dios (cf.
Rom_1:4).
Efectos del discurso de Pablo,Rom_13:42-52.
42
A la salida, les rogaron que, al sábado siguiente, volviesen a hablarles de esto. 43
Disuelta la reunión, muchos judíos y prosélitos, adoradores de Dios, siguieron a Pablo y a Bernabé, que les hablaban para persuadirlos que permaneciesen en la gracia de Dios. 44
Al sábado siguiente, casi toda la ciudad se juntó para escuchar la palabra de Dios; 45
pero viendo los judíos a la muchedumbre, se llenaron de envidia e insultaban y contradecían a Pablo. 46
Mas Pablo y Bernabé respondían valientemente, diciendo: A vosotros os habíamos de hablar primero la palabra de Dios, mas puesto que la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, nos volveremos a los gentiles. 47
Porque así nos lo ordenó el Señor: Te he hecho luz de las gentes para ser su salud hasta los limites de la tierra. 48
Oyendo esto los gentiles se alegraban y glorificaban la palabra del Señor, creyendo cuantos estaban ordenados a la vida eterna. 49
La palabra del Señor se difundía por toda la región; 50
pero los judíos concitaron a mujeres adoradoras de Dios y principales y a los primates de la ciudad, y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé y los rechazaron abiertamente. 51
Ellos, sacudiendo el polvo de sus pies contra aquéllos, se dirigieron a Iconio, 52
mientras los discípulos quedaban llenos de alegría y del Espíritu Santo. Parece que el discurso de Pablo en la sinagoga produjo grave impresión, y que no todo quedó claro; pues le ruegan que vuelva a hablarles sobre el asunto al sábado siguiente (v.42). Seguramente el punto que necesitaba de más aclaración era el que había tocado últimamente sobre la justificación por la fe en Jesús y no por las obras de la Ley (v.38-39). Consecuencias muy graves parecían deducirse de tales afirmaciones.
Al sábado siguiente se reunió casi toda la ciudad para escuchar a Pablo (v.44). Sin duda, a lo largo de la semana se había ido corriendo la noticia de lo interesante que resultaba el nuevo predicador y de su independencia frente a la Ley. Se presentaba rodeado ya de bastantes adictos, judíos y prosélitos 122, que, sin esperar a esta nueva reunión sinagogal del sábado, habían sido ulteriormente instruidos por él durante la semana (v.43). No se nos da el tema del discurso de Pablo; pero, a juzgar por la reacción tan distinta de judíos (v.45) y gentiles (v.48), parece claro que insistió en lo de la justificación por la fe en Jesús, quien, con su muerte y resurrección, había traído la redención a todos los hombres indistintamente, aboliendo de este modo la Ley de Moisés. Estas serán las ideas machaconamente repetidas en sus cartas, y es lógico que lo fueran también en sus predicaciones orales. Los judíos se dan cuenta de la gravedad de tales afirmaciones; pues, si la fe en Jesucristo tenía idéntico valor para todos y también los gentiles podían ser partícipes de los bienes mesiánicos sin pasar por la circuncisión y la Ley, caían automáticamente por su base todas aquellas prerrogativas religioso-raciales, de que tan orgullosos se mostraban (cf. 10:28.34). Por eso, viendo a la muchedumbre, se llenaron de envidia e insultaban y contradecían a Pablo (v.45; cf. 17:5).
Ante este proceder, Pablo proclama con valentía la solemne declaración que volverá a repetir en otras ocasiones: A vosotros os habíamos de anunciar primero la palabra de Dios, mas, puesto que la rechazáis.., nos volvemos a los gentiles (v.46; cf. 18:6; 19:8; 28:28). Esta preferencia cronológica de los judíos en la evan-gelización con respecto a los gentiles fue siempre respetada por Pablo, incluso después de esta declaración, y de ella ya hablamos al comentar 2:39 y 13:5. En apoyo de su decisión de pasarse a predicar a los gentiles, alude a una orden del Señor (v.47), que parece ser una cita algo libre de
Isa_49:6. Cierto que el texto de Isaías se refiere al Mesías, no a Pablo, pero puede muy bien aplicarse a los predicadores del Evangelio, por medio de los cuales cumple el Mesías la profecía (cf. 1:8). También pudieran entenderse esas palabras, no como cita de Isaías, sino como dirigidas directamente a Pablo, aludiendo a la orden del Señor a raíz de su conversión (cf. 9:15; 26:17-18).
Esta solemne declaración de Pablo de abandonar a los judíos y volverse a los gentiles produjo en éstos gran alegría (v.48), viendo que se les abrían las puertas de la salvación sin las trabas mosaicas123. Parece, aunque el texto nada dice explícitamente, que la estancia de Pablo y Bernabé en Antioquía se prolongó bastante tiempo, quizás varios meses, pues, de lo contrario, no se explicaría fácilmente la frase de que la palabra del Señor se difundía por
toda la región(v.49). Los judíos no permanecieron inactivos, sino que valiéndose de algunas mujeres de distinguida posición social, que estaban afiliadas al judaismo (í·50), logran influir en los magistrados para que se les expulse de la ciudad, promoviendo una sublevación popular contra los dos predicadores (v.50). Pablo y Bernabé hubieron de salir de allí, dirigiéndose a Iconio, pero no sin antes realizar el gesto simbólico de sacudir el polvo de sus pies contra sus perseguidores (v.5i; cf. 18:6), conforme a la recomendación de Jesús (cf.
Mat_10:14;
Mar_6:11;
Lev_9:5;
Lev_10:11).