Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capítulo 3.
Carta a la iglesia de Sardes, 3:1-6.
1
Al ángel de la Iglesia de Sardes escribe: Esto dice el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas: Conozco tus obras y que tienes nombre de vivo, pero estás muerto. 2
Estáte alerta y consolida lo demás, que está para morir, pues no he hallado perfectas tus obras en la presencia de mi Dios. 3
Por tanto, acuérdate de lo que has recibido y has escuchado, y guárdalo y arrepiéntete. Porque si no velas, vendré como ladrón, y no sabrás la hora en que vendré a ti. 4
Pero tienes en Sardes algunas personas que no han manchado sus vestidos y caminarán conmigo vestidos de blanco, porque son dignos. 5
El que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles. 6
El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Sardes, la capital del antiguo reino lidio, estaba situada a unos 50 kilómetros al sudeste de Tiatira. El núcleo principal de la ciudad surgía sobre una alta y escarpada montaña, que hacía de ella una fortaleza inexpugnable. Cuando Ciro el Grande conquistó el imperio de Creso (546 a. C.), rey de Lidia, Sardes no se rindió y sólo por sorpresa pudo ser tomada. De igual estratagema se hubo de servir Antíoco III. El apogeo de la grandeza de Sardes tuvo lugar bajo el reinado de Creso (s.VI a. C.). Sin embargo, la fundación de Pérgamo le quitó grande importancia, aunque todavía en la época romana era residencia de un
conventus iuridicus. El año 17 de la era cristiana fue destruida por un temblor de tierra. Pero con la ayuda del emperador Tiberio logró rehacerse. En agradecimiento levantó un templo en honor del emperador y de su madre Livia V Sin embargo, el culto principal de la ciudad era el tributado a la Magna Mater, una divinidad indígena parecida a la Artemis de Efeso, y que se cubría con el manto griego de Demeter, la Ceres de los romanos. La industria principal de la ciudad era la de la lana y la tintorería. Sus habitantes tenían fama de licenciosos e inmorales 2.
La carta a la Iglesia de Sardes es la más severa e imprecatoria de las siete. La iglesia de Sardes había decaído mucho de su fervor primitivo y se encontraba en un estado lamentable. Estaba como muerta. Y el pequeño núcleo de cristianos fieles se hallaba amenazado de indiferencia en la vida espiritual. Por eso, San Juan trata con su severa misiva de excitar a la iglesia a volverse al buen camino.
Jesucristo se presenta aquí como
el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas (v.1). El autor sagrado quiere significar con estas expresiones el poder absoluto que Cristo tiene sobre las iglesias y sobre todos los cristianos. En
Rev_1:16 ya había empleado la expresión de las siete estrellas en su diestra. Estas estrellas representan las iglesias a las cuales se dirige San Juan. Y el tenerlas en su mano indica el poder que Jesucristo ejerce sobre los jefes de las iglesias y sobre las iglesias mismas 3. Otro tanto podemos decir de los
siete espíritus, que Cristo tiene en su mano como algo de que puede disponer. Estos siete espíritus pueden designar al Espíritu septiforme de que nos habla
Isa_11:2, o sea al mismo Espíritu Santo4. Aquí los siete espíritus de Dios pertenecen al Hijo, como en
Rev_5:6 pertenecen al Cordero, porque Jesús distribuye los diversos dones de este Espíritu, del que depende la vida de todas las iglesias5. Este Espíritu, que en
Jua_15:26 se dice proceder del Padre, es también el Espíritu del Hijo, lo que no puede ser sino procediendo de El6. Jesús dice también que irá al Padre y le rogará que envíe a sus discípulos el Espíritu Paráclito. Pero, al mismo tiempo, dice en otra parte que El mismo lo enviará 7. Para algunos autores, los
siete espíritus de Dios representarían los siete ángeles que están ante el trono de Dios 8. En cuyo caso, la expresión querría significar que Cristo domina también sobre los espíritus angélicos.
El juicio que el Señor emite sobre la vida religiosa de la Iglesia de Sardes es de lo más triste. Sus obras no son buenas, pues, si bien
tiene nombre de vivo 9, en realidad
está muerto (v.1). Con lo cual quiere significar que la vida religiosa de la iglesia de Sardes es tan lánguida y tan falta de la caridad de Cristo, que está como muerta. El pecado ha matado en ella la gracia de Jesucristo. Sin embargo, el juicio que el Señor profiere acerca de la vida de esta iglesia no es absolutamente negativo, es decir, no comprende a todos los miembros de la iglesia de Sardes. Muchos de los cristianos de Sardes carecen de la vida divina de la gracia; pero otros tal vez los menos todavía la conservan. Por eso exhorta a velar para que no llegue a faltar también la vida en aquellos en los que aún subsiste (v.2). Para estimularla a velar le recuerda el valor de los dones recibidos, que son dones de vida eterna. La exhortación a la vigilancia, sirviéndose de la imagen del ladrón (v.3), es frecuente en los sinópticos 10. El consejo de velar convenía de modo particular a Sardes, a causa de las desastrosas consecuencias que tuvieron para la ciudad dos hechos de su historia. Ciro el Grande logró apoderarse de la ciudad en 546 a. C. mediante un ataque ejecutado por sorpresa, y lo mismo hizo más tarde Antíoco III el Grande (218 a. C.) 11. El recuerdo de estos dos hechos históricos podía servir a los cristianos para meditar en su vida religiosa deficiente, para arrepentirse y volver de nuevo a la vida fervorosa del principio. De lo contrario, el castigo no se haría esperar. El Señor se presentará de improviso, a la manera del ladrón, para castigar a los culpables.
En el v.4 San Juan afirma que en la Iglesia de Sardes, al lado de las almas muertas y de las que gozaban de vida lánguida, había todavía otras de vida perfecta. Estas personas
no han manchado sus vestidos, y por eso
caminaran con el Señor
vestidas de blanco. Los vestidos blancos, que tantas veces aparecen en el Apocalipsis, son símbolo, no sólo de pureza, sino también de victoria, de alegría, de fiesta. En el cielo, los elegidos, los ángeles y hasta el mismo Dios 12 aparecen vestidos de blanco. Esas almas selectas de Sardes, a las que alude el autor sagrado, formarán parte del séquito de Cristo en el cielo. Por otra parte, la mención de vestidos convenía a la perfección a esta ciudad, ya que Sardes era muy renombrada en la antigüedad por sus telas y tejidos.
A los cristianos fieles de Sardes que resulten vencedores en la lucha moral y espiritual contra los enemigos de Dios, Cristo les promete el premio escatológico de la vida eterna (v.5). Este premio es designado bajo una triple forma 13. En primer lugar, los vencedores se
vestirán de vestiduras blancas, que representan la victoria final y la gloria de que serán revestidos los elegidos en el cielo 14. Después se les promete que
jamás será borrado su nombre del libro de la vida. En el Antiguo Testamento se menciona el
libro de la vida, en el cual Dios tenía escritos los nombres de los hijos de Israel15. El estar escrito en dicho libro daba derecho a participar en las bendiciones mesiánicas 16; en cambio, si se era borrado de él, significaba la exclusión del pueblo de Dios y de los tiempos me-siánicos. Posteriormente el concepto de libro de la vida evolucionó en la teología judía, pasando a significar el derecho a participar en las alegrías de la vida futura del cielo 17. En el Nuevo Testamento el libro de la vida designa el libro en donde están registrados los nombres de los elegidos 18. En tercer lugar, el Señor promete al vencedor
confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus angeles, es decir, le reconocerá como cosa suya en el último juicio 19. Este premio, presentado bajo una triple forma, designa una misma cosa: la vida eterna, que se promete a los vencedores en las luchas contra el mundo, el demonio y la carne.
Y San Juan termina la carta a la Iglesia de Sardes con las palabras
el que tenga oídos, que oiga lo que dice el Espíritu (v.6), como para incitar a los fieles a escuchar las amonestaciones de Cristo y llevarlas a la práctica.
Carta a la iglesia de Filadelfia,Jua_3:7-13.
7
Al ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre. 8
Conozco tus obras; mira que he puesto ante ti una puerta abierta, que nadie puede cerrar, porque teniendo poco poder, guardaste, sin embargo, mi palabra y no negaste mi nombre. 9
He aquí que yo te entregaré algunos de la sinagoga de Satán, de esos que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; yo los obligaré a venir y postrarse a tus pies y a reconocer que te amo. 10
Porque has conservado mi paciencia, yo también te guardaré en la hora de la tentación que está para venir sobre la tierra para probar a los moradores de ella. Vengo pronto. 11
Guarda bien lo que tienes, no sea que otro se lleve tu corona. 12
Al vencedor yo le haré columna en el templo de mi Dios, y no saldrá ya jamás fuera de él, y sobre él escribiré el nombre de Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo de mi Dios, y mi nombre nuevo. 13
El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Filadelfia, ciudad de la Lidia, a 45 kilómetros al sudeste de Sardes, había sido fundada por el rey de Pérgamo átalo II Filadelfo (159-138 a.C.), que le dio su nombre. La ciudad estaba situada en una región volcánica, como un centro de civilización abierto sobre la Frigia salvaje. El año 17 de nuestra era fue destruida por un temblor de tierra. Con la ayuda liberal del emperador Tiberio pudo ser reconstruida. En señal de agradecimiento cambió su nombre de Filadelfia por el de Neocesarea. Y no contenta con esto, levantó altares en honor del hijo adoptivo del emperador, Germánico, considerado como presunto heredero de Tiberio, que entonces se encontraba en Asia. Como en tantas otras ocasiones, el cambio oficial del nombre no perduró. En la carta a esta Iglesia, San Juan hará alusión a muchos de estos sucesos. En la ciudad vivían bastantes judíos, probablemente por estar situada en una región muy fértil. De los orígenes del cristianismo en esta ciudad nada sabemos, aunque podemos suponer fundadamente que debió de nacer de la predicación de San Pablo en Efeso. La Iglesia de Filadelfia, juntamente con la de Esmirna, es muy alabada por el autor del Apocalipsis. En tiempo de San Ignacio de Antioquía gozaba todavía de gran reputación 20.
La presente carta no contiene ninguna amonestación. Los cristianos, que debían de ser pocos y de baja condición social, se han mantenido fieles a la doctrina cristiana. El autor sagrado se complace en acumular en la carta sobreabundancia de promesas y recompensas.
Los apelativos que se dan en ella a Cristo son dignos de tenerse en cuenta. El primero lo designa como
el Santo (v.7), que es aplicado frecuentemente a Yahvé en el Antiguo Testamento, pero que únicamente se encuentra aquí en el Apocalipsis, aplicado a Jesucristo. Sin embargo, en los evangelios se da ya a Jesucristo el apelativo de Santo 21. El segundo epíteto,
el Verídico, el Verdadero, que va junto con el apelativo de fiel en
Rev_3:14;
Rev_19:11, designa la fidelidad de Cristo en el cumplimiento de sus promesas. Antes faltará el cielo y la tierra que Jesucristo falte a sus promesas 22. Cristo es veraz en todo lo que dice y hace; en cambio, los que combaten su doctrina y obra son falsarios. El término
verdadero (Üëç·8éíüâ) es muy frecuente en la literatura joánica 23. El Santo, el Verídico,
tiene la llave de David, que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre (v.7). Es una metáfora bíblica y rabínica que significa los plenos poderes que Jesucristo tiene en la nueva ciudad de David, en la Jerusalén celeste, es decir, en la Iglesia. Jesucristo puede
abrir y
cerrar, o sea, tiene plena autoridad para admitir o excluir de la Iglesia. La imagen y las expresiones empleadas por el autor del Apocalipsis están tomadas de
Isa_22:21, en donde el profeta presenta a Eliaquín recibiendo en sus manos el poder y sobre sus espaldas la llave del palacio real.
El Señor conoce las obras de la Iglesia de Filadelfia, y ha puesto ante ella
una puerta abierta, que nadie puede cerrar (v.8). La
puerta abierta para San Pablo significaba las posibilidades que se abrían al esfuerzo misionero del Apóstol de los Gentiles y de sus colaboradores 25. Aquí se trata de las facilidades que se le han presentado a Filadelfia para el apostolado y la propaganda cristiana a través de toda la Frigia. A pesar de ser una ciudad pequeña y contar con escasos medios, Cristo le garantizó el éxito de sus esfuerzos. Y esa
puerta sigue abierta, porque la comunidad cristiana de Filadelfia continúa vigorosa en su fe, y el mismo Cristo la sostiene en sus ímpetus misioneros. Por eso,
nadie podra cerrar dicha puerta mientras Jesucristo la mantenga abierta.
San Ignacio de Antioquía 26 atestigua que esta Iglesia era muy floreciente, no obstante los muchos judíos y judaizantes que vivían en dicha ciudad. Entre las conquistas apostólicas de los filadelfios había que contar la conversión de cierto número de judíos, que, abrazando la fe en Cristo, vendrían a
postrarse a los pies de la iglesia. Entonces los judíos convertidos reconocerán el
amor, la predilección del Señor por la comunidad que los ha acogido en su seno (v.9). Aquí también el amor se manifiesta en los signos externos que la humilde y ejemplar comunidad religiosa de Filadelfia da a los neoconvertidos. El autor sagrado aplica a la Iglesia de Filadelfia las palabras que el mismo Yahvé había dirigido a su pueblo, para justificar su manera de proceder con las demás naciones: Porque eres a mis ojos de muy gran estima, de gran precio, y te amo, y entrego por ti reinos y pueblos a cambio de tu vida. 27 La conversión de que nos habla el Apocalipsis en este pasaje no alude a la conversión en masa de Israel, predicha por San Pablo 28, sino a la de algunos judíos de Filadelfia.
A continuación (v.10) prosigue el Señor ponderando cómo la iglesia había sabido imitar en medio de las dificultades los ejemplos de
paciencia y perseverancia que Jesús nos había dejado y que han de ser para los cristianos verdaderas enseñanzas. Por el hecho de haber sido fiel en la
guarda de la palabra de paciencia dada por Cristo, también el Señor la sostendrá en el día de la prueba que vendrá sobre la tierra. Y esto será pronto. Semejante prueba no será sólo de la iglesia, sino de la tierra entera. El profeta debe de referirse a la serie de azotes descritos en los capítulos 8-9 y 16; o bien a algún terremoto, como los que habían asolado la región en tiempos pasados. Termina la exhortación estimulando a la Iglesia de Filadelfia a guardar los bienes que posee, es decir, a perseverar en la conducta hasta ahora observada, a fin de no perder la corona que tiene merecida (v.11). Esta será su victoria y su gloria. Cada iglesia ha de aferrarse tenazmente a la doctrina recibida de los apóstoles, así nadie les arrebatará su herencia espiritual. Con esto no quiere decir el profeta que otra comunidad podrá arrebatar la corona de Filadelfia, sino que se refiere simplemente a la posibilidad de perder lo que se tiene. .
El premio prometido al vencedor de la prueba es hacerlo
columna en el templo de Dios (v.1a). La imagen de la columna simboliza el puesto honorífico que tendrá el vencedor en la Iglesia, y al mismo tiempo significa su estabilidad 29. En
Gal_2:9, San Pablo se vale de la misma expresión para significar el lugar importante que ocupaban en la Iglesia los apóstoles Santiago, Cefas y Juan.
En otras epístolas también emplea la imagen de los cristianos, que son edificados para formar el templo de Dios 30. La promesa de estabilidad era muy oportuna para la Iglesia de Filadelfia, cuya ciudad fue destruida por un terremoto en el año 17 d.C. El cristiano que permanezca fiel hasta el fin se convertirá en una columna firme e inconmovible en el templo celeste. Por eso dice que
no saldrá ya jamás fuera de él. Sobre la columna
se escribirá el nombre de Dios y el
de la nueva Jerusalén y el
nombre nuevo de Cristo. La acción de escribir estos nombres sobre el fiel vencedor significa que éste pertenece a Dios y a Jesucristo y que es ciudadano de la Jerusalén celeste. Filadelfia había cambiado de nombre en tiempo de Tiberio, dándosele el
nombre nuevo de Neocesarea en honor del emperador. Esto tal vez haya sugerido a San Juan la expresión de nombre nuevo de Cristo. También en el templo de Jerusalén había dos columnas, cada una de las cuales tenía escrito un nombre:
Yakín. Yahvé da estabilidad, y
Boaz, Yahvé da fuerza. 31 En otros lugares del Apocalipsis 32 se habla de una señal puesta sobre la frente de los elegidos para indicar que pertenecen a Dios. Lo que se promete a los vencedores es en realidad, tanto aquí como en las cartas precedentes, la vida eterna.
Carta a la iglesia de Laodicea,Gal_3:14-22.
14
Al ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. 15
Conozco tus obras y que no eres ni frío ni caliente 16
Ojalá fueras frío o caliente, mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca. 17
Porque dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un miserable, un indigente, un ciego y un desnudo; 18
te aconsejo que compres de mi oro acrisolado por el fuego, para que te enriquezcas, y vestiduras blancas para que te vistas, y no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos a fin de que veas. 19
Yo reprendo y corrijo a cuantos amo: ten, pues, celo y arrepiéntete. 20
Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo. 21
Al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono, así como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. 22
El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Laodicea de Frigia estaba situada a unos 65 kilómetros al sudeste de Filadelfia, en el valle del río Lico. Fue fundada en el siglo ni a.C. por Antíoco II (261-246), con el fin de que fuese una ciudadela del helenismo en los confines de la Frigia. Y le impuso el nombre de su mujer
Laodicea. En sus cercanías brotaban abundantes aguas termales. Era un centro industrial y comercial muy activo. Su industria se distinguía sobre todo por la fabricación de un tejido especial de lana negra. También era importante su escuela de oculistas, en la que sobresalieron Zeuxis y Alejandro Filetes. En ella se preparaba un colirio, hecho de una piedra frigia pulverizada, el cual se exportaba a todo el Imperio romano. Por eso, la ciudad estaba llena de bancas y de casas de comercio. Esto mismo atraía a muchos judíos a la ciudad, como atestigua Josefo Flavio 33. Laodicea sufría también de los terremotos, que la destruyeron en gran parte el año 61 d.C. Sin embargo, orgullosa y confiada en sus recursos, no quiso aceptar la ayuda que le ofreció Roma. Y por sus propios medios logró levantarse pronto de sus ruinas 34. Es la autosuficiencia de Laodicea aflora también en la carta que vamos a examinar, pues, como la precedente, está llena de alusiones a los hechos que acabamos de narrar 35. Jesucristo se muestra severo con los tibios que se enorgullecen de su autosuficiencia. El oro de sus bancos es delante de Dios como moneda falsa. En lugar de sus lanas negras, haría mejor en adquirir los vestidos blancos de la pureza y del triunfo. Su famoso colirio no podrá curar sus ojos ciegos por las riquezas 36. Estas alusiones tan claras a las circunstancias locales hacen de esta carta la más pintoresca de las siete. Es también una de las más amplias, y tal vez la más hermosa por el vigor y la ternura. No conocemos los orígenes de la iglesia de Laodicea, que debió de ser fundada por los discípulos de San Pablo, como nos lo indican las relaciones que el Apóstol de las Gentes mantenía con esta iglesia 37.
Son varios los títulos que se dan a Cristo al comienzo de la carta:
el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios (v.14). La extraña designación de Cristo como
el amén 38, es decir, el fiel, el inmutable, contrasta con la triste condición de Laodicea. Convenía afirmar, al principio de la carta, la veracidad absoluta e inmutable de Jesucristo, fiel en sus promesas y en sus obras, antes de hablar de Laodicea, la ciudad de los compromisos. El texto parece inspirarse en
Isa_65:16, en donde ya aparece
Amén como nombre divino. Otro de los apelativos dados a Cristo es el ser
el principio de la creación de Dios (v.14). Este título de Cristo significa que Jesús sea considerado como la primera de las criaturas de Dios, como lo interpretaban los arríanos, sino que designa el principio causal de la creación. La idea responde a lo que dice el mismo San Juan en el prólogo de su evangelio: Todas las cosas fueron hechas por El 39. Y es semejante a la expresada ya por el Apocalipsis: Yo soy el primero y el último.40 Jesucristo es el principio, junto con el Padre y el Espíritu Santo, de toda la creación. El es como dice San Pablo a los Colosenses la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en El fueron creadas todas las cosas.; todo fue creado por El y para EL.; El es el principio el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas.41 La doctrina de San Pablo sobre Cristo primogénito de toda la creación debe de tener especial relación con la del Apocalipsis. Lo cual se explica bien si tenemos presente que Colosas estaba cerca de Laodicea, y debía de encontrarse en circunstancias bastante parecidas. Además, San Pablo manda expresamente que su carta a los Colosenses sea también leída a los de Laodicea42.
A la Iglesia de Laodicea, Cristo reprocha el haber decaído de su fervor, dejándose llevar de la pereza y del tedio por las cosas religiosas. Cosa bien explicable en una ciudad dominada, por el afán del negocio y del lucro temporal. Las preocupaciones por las cosas terrenas han sumido a los cristianos en un estado de indiferencia espiritual. Se han vuelto tibios43, como las aguas termales que corrían por sus términos. Este estado espiritual es el peor, porque en él no se sienten los remordimientos de conciencia. Hubiera sido mucho mejor que fuera
fría o
caliente, porque así el Señor no sentiría vómitos de ella y no la
vomitaría de su boca (v.16). Las aguas termales, al perder su alta temperatura y volverse tibias, no se pueden beber por los vómitos que producen. La tibieza de la Iglesia de Laodicea era causada por su orgullo y por la conciencia de su autosuficiencia, que le hacía creerse rica y que de nada tenía necesidad. El bienestar material de los laodicenses no les sirve sino para hacerse ilusión sobre su pobreza espiritual.
Jesucristo les quiere hacer ver la realidad por medio de una serie de epítetos de gran vigor. La ciudad que se creía rica y autosuficiente, es llamada
desdichada, miserable, indigente; la metrópoli del colirio es tachada de
ciega, y la que traficaba con ricas lanas y tejidos se encuentra
desnuda (v.17). Todos estos epítetos debían de sonar extrañamente en la ciudad del negocio y de la opulencia. Ella corría infatuada tras el dinero y las riquezas, sin darse cuenta de la extrema indigencia espiritual en que se encontraba. Para el cristiano, la tibieza espiritual, la falta de ánimo y de arranque para progresar en la vida espiritual, constituyen un grave mal, que los autores espirituales han denunciado con frecuencia apoyándose en este pasaje.
Cristo mismo índica los remedios que se han de aplicar a la Iglesia de Laodicea para que pueda salir del mal estado en que se encuentra (v,18). Puesto que se encuentran en la indigencia y, por otra parte, son buenos comerciantes, les aconseja que
compren de su oro acrisolado por el fuego, para que se enriquezcan. Es decir, han de acudir al que es rico y fuente de toda riqueza, a Jesucristo, el cual les dará un don espiritual que los enriquecerá sobre toda ponderación. Este don debe de ser la fe y la gracia santificante. En
1Pe_1:7 la imagen del crisol es aplicada a la fe, lo cual es probable que suceda también en nuestro pasaje. Los laodicenses han de comprar también
vestiduras blancas, en lugar de negociar con sus lanas negras, para cubrir su
desnudez espiritual. Las vestiduras blancas son símbolo de la gracia y de las virtudes del verdadero cristiano, que vienen como a cubrir la miseria de nuestra naturaleza corrompida. Y, finalmente, han de conseguir un
colirio espiritual, que les curará de su ceguera, confiriéndoles, al mismo tiempo, el don de la penetración en su vida espiritual íntima. Es un don muy grande de Dios el darse cuenta del mal estado en que se está, para así poder entrar dentro de sí y volverse al Señor44.
Jesucristo reprende a la Iglesia de Laodicea guiado por el amor que siente por ella (v.1q). De modo semejante decía el autor de los Proverbios: Al que Yahvé ama le corrige, y aflige al hijo que le es más caro45. Dios siempre se ha servido en la historia de las pruebas y castigos para purificar a los que amaba. La pedagogía del sufrimiento tiene mucha importancia en el Antiguo Testamento, especialmente en los libros sapienciales46. Las pruebas son también
venidas de Cristo al alma fiel. Jesucristo, que reina como Dios omnipotente sobre toda la creación, se presenta como humilde peregrino a las puertas de los cristianos, pidiendo hospitalidad y solicitando suplicante le abran47 para celebrar con ellos la cena de la amistad (v.20) 48. La cena con Cristo es símbolo de los dones mesiánicos que el Señor está dispuesto a dar, ya desde este mundo, a los que realmente le aman. La imagen de la cena o del banquete 49 representa frecuentemente en la Sagrada Escritura la bienaventuranza de la vida futura, la gloria. Sin embargo, aquí, en nuestro pasaje, no se trata del banquete de la gloria, sino de la entrada secreta en el corazón del fiel, seguida de las alegrías de la gracia y de la recepción de la Eucaristía 50.
Los í. 19-20 se pueden contar entre los más conmovedores y tiernos del Nuevo Testamento. San Juan no olvida nunca, incluso en los momentos en que tiene que corregir más severamente, que Dios es amor 51.
El premio prometido a los vencedores es el reino de los cielos. La promesa, por tanto, se hace aquí escatológica 52. Cristo, sentado a la diestra de Dios Padre, participa plenamente de su soberanía. Los fieles, que hayan vencido, también reinarán con Cristo y participarán del poder real que posee Jesucristo. El Señor prometió a los apóstoles que se sentarían sobre doce tronos para juzgar a Israel 53. Pero esta gracia no es exclusiva de los apóstoles, sino de todos los que imiten su ejemplo 54. Lo mismo se puede decir del sentarse con Cristo en el trono de la gloria, o sea del reinar con él en el cielo. Son todas imágenes diversas para expresar una realidad inefable, la vida eterna.
San Juan nos presenta, en esta primera parte del Apocalipsis, a Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, resucitado y glorioso, juez de vivos y muertos y cabeza de las iglesias. Cuanto dice de cada una de estas iglesias puede ser aplicable a otras que se hallen en las mismas circunstancias. Porque la palabra del Señor está por encima de los lugares y de los tiempos. Dignas de especial atención son las promesas de vida eterna con que trata de alentar a las iglesias y a los fieles en los momentos de prueba. Tal es el pensamiento dominante del Apocalipsis y el más conveniente en aquellas circunstancias. Todo cuanto aquí se dice de las iglesias conviene mejor a los fieles. La vida de la gracia está dirigida, y la organización de las iglesias se ordena precisamente a fomentar y a conservar la vida divina de los fieles, para que puedan conseguir la vida eterna en el cielo.