Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
3. Vanidad de los Esfuerzos Humanos.
E xiste en el mundo un orden establecido por Dios que el hombre no puede comprender, y hay en la sociedad injusticias manifiestas que él no puede evitar. Y así no le es posible ordenar sus esfuerzos con la seguridad de que serán coronados por el éxito. Por otra parte, el hombre siente la preocupación de los destinos del más allá, pero ignora lo que ocurre después de la muerte, por lo que no le queda otra cosa que gozar de los bienes de este mundo en la medida que Dios se lo conceda.
Todo a un Tiempo (3:1-8).
1
Todo tiene su tiempo, y cuanto nace debajo del sol su hora. 2
Hay tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; 3
tiempo de herir y tiempo de curar, tiempo de destruir y tiempo de edificar; 4
tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de lamentarse y tiempo de danzar; 5
tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse; 6
tiempo de ganar y tiempo de perder, tiempo de guardar y tiempo de tirar; 7
tiempo de rasgar y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar; 8
tiempo de amar y tiempo de aborrecer, tiempo de guerra y tiempo de paz. En está enumeración, San Jerónimo vio una descripción de la vanidad de las cosas humanas: todo es temporal y transitorio. Algunos aplicaron cada uno de sus términos a diversos episodios de la historia de Israel. La intención del autor en el contexto del libro es, sin duda, demostrar que los acontecimientos de la vida humana, los trascendentales y los de la vida ordinaria, dependen de la Providencia divina, no de la voluntad humana, por lo que no queda otra prudente actitud que la de someterse dócilmente a los designios de aquélla.
El
nacer y el morir son los acontecimientos más importantes de nuestra vida, sobre los que Dios ha tendido misteriosos velos que la sabiduría humana no acierta a descorrer. Uno y otro tienen su momento señalado por Dios, y en ese mismo momento tendrán realización, sin que el hombre pueda adelantarlos o retrasarlos. En un pueblo agrícola como el hebreo,
plantar y arrancar lo plantado es una de las ocupaciones más frecuentes. Dios, al disponer las diversas estaciones, ha establecido las condiciones atmosféricas que determinan el tiempo en el que el hombre debe llevar a cabo las diferentes faenas del campo. Acciones desagradables, como
herir y, en consecuencia,
curar; las mismas obras encaminadas a
destruir y edificar están dentro de los planes de Dios, que en sus inescrutables designios ha permitido las circunstancias que determinaron tales hechos. No existe la casualidad, y atribuir a ella supuestos efectos es sencillamente reconocer nuestra ignorancia. De la misma manera, es Dios quien nos proporciona una veces alegrías, y entonces
reímos y danzamos; otras motivos de tristeza, y entonces
lloramos y nos lamentamos. Lo primero tenía lugar sobre todo en las fiestas de bodas; lo segundo, en los días de luto 2.
El v.5 contiene la expresión más oscura de la perícopa:
hay tiempo de esparcir las piedras y tiempo de amontonarlas. Dado que los términos no son muy precisos y el contexto no da luz alguna, no es del todo claro a qué se refiere el autor. Los comentaristas suelen referirlo a la acción del enemigo, que esparce piedras por el campo para hacerlo estéril, y la del dueño, que las recoge para que pueda ser cultivado 3. También esto cae bajo la ordenación divina, que castiga cuando quiere por la acción del enemigo y dispone las condiciones atmosféricas que hacen oportuna la siembra, a que ha de preceder la escarda. Como también prepara las circunstancias que determinan
la convivencia de los familiares o el viaje a tierras lejanas que impone
la separación. Acciones involuntarias e importantes, de las que depende el
ganar o el
perder, están asimismo en la mano de Yahvé, que hace que el trabajo fructifique unas veces y se quede estéril otras; cosas tan insignificantes como el
guardar y el
tirar están reguladas por la divina Providencia, pues es Dios quien da a las cosas las propiedades que las hacen útiles y dignas de ser guardadas y quien ha puesto un límite a aquéllas, que hace se deterioren y resulten un día completamente inútiles.
Los verbos
rasgar y
coser del v.7 se refieren, sin duda, a la costumbre de los judíos de rasgar las vestiduras como manifestación exterior de los sentimientos internos causados por ciertos episodios desagradables. En los tiempos posteriores, la rasgadura era pequeña, y al final del duelo, al menos en la mayor parte de los casos, se cosía 4. Fue Yahvé quien permitió las circunstancias que motivaron tales hechos, y también quien ha establecido el tiempo en que se debe
callar y las ocasiones en que se debe
hablar, conforme transmite la prudencia humana. Saber hablar y callar a su debido tiempo es uno de los deberes y una de las recomendaciones más frecuentes de los sabios5. También los sentimientos más íntimos del hombre, como el
amar y el
aborrecer, y las mismas relaciones
amistosas y hostiles de unos pueblos con otros, caen bajo los planes de la Providencia divina. Tal vez los términos del v.8 significan no los meros sentimientos que ellos expresan, sino toda la conducta o comportamiento de unos individuos con otros, de unas naciones con las otras, en cuyo caso tendríamos afirmado que la vida humana, en todas sus relaciones,
depende de Dios.
Incertidumbre de lo por venir (3:9-15).
9 ¿Qué provecho saca el que se afana de aquello que hace? 10
Yo he mirado el trabajo que Dios ha dado a los hijos de los hombres para que en él se ocupen. U Todo lo hace El apropiado a su tiempo, y ha puesto además en el alma la idea de perduración, sin que pueda el hombre descubrir la obra de Dios desde el principio hasta el fin. 12
Conocí que no hay para él otro bien que gozarse y procurarse el bienestar en su vida, 13
pues el que uno coma, beba y se goce de su trabajo, don es de Dios. 14
Conocí que cuanto hace Dios es permanente, y nada se le puede añadir, nada quitar, y hace así Dios que se le tema. 15
Lo que es, eso fue ya, y lo que fue, eso será, y Dios vuelve a traer lo que ya pasó. Todo ocurre a su tiempo, determinado por Dios; pero nosotros desconocemos la hora que ha señalado a cada acontecimiento. De ahí que sea incierto al hombre el porvenir y no pueda disponer las cosas en orden a su propia utilidad. Cohelet ha estudiado
el trabajo que Dios ha dado a los hombres (v.11); el estudio del gobierno divino respecto de la actividad humana con el fin de asegurar el éxito de las acciones; en el capítulo primero afirmó que su trabajo no había tenido el resultado apetecido, y añade ahora que la razón es debida a que aquél no depende de sus afanes, sino de las diversas circunstancias favorables o desfavorables que Dios en su providencia ha determinado, y que el hombre muchas veces ignora. Y así, el hombre
no puede descubrir la obra de Dios desde el principio hasta el fin. Las cosas tienen lugar en el tiempo y circunstancias prefijadas por Dios; a los ojos de los hombres van apareciendo en el mundo como aisladas unas de otras, en el tiempo y en el espacio. El hombre siente el deseo lo ha puesto Dios en su corazón de conocerlas en su continuidad, es decir, anhela un conocimiento más profundo de las cosas que se eleve por encima del momento presente y pueda dar con las causas mismas de las cosas. Pero no puede el hombre comprender la
obra de Dios en su conjunto, ni los principios o leyes por las que se rige, por lo que se ve obligado a obrar con esa incertidumbre que no le permite entrever un éxito seguro en el que pueda confiar y poner su corazón 6.
Dado que el hombre ignora los planes de Dios en el gobierno del mundo y no puede, por lo mismo, ordenar los acontecimientos con miras a asegurar el éxito de sus acciones, no le queda otra cosa más que gozar de esas pequeñas alegrías que cada día le proporciona Dios, y que él ha de buscar con la debida moderación, sin querer penetrar en los inaccesibles e inescrutables
designios de Dios y sin ese afán desmedido de acumular riquezas que impide gozar de ellas. Cohelet afirma de nuevo que el gozo que las cosas de esta vida proporcionan es
un don de Dios (v.13). Es el pensamiento
Deu_2:24, a que llega por un razonamiento parecido. Lo advertimos entonces e insistimos ahora: esta afirmación bastaría para excluir toda sospecha de ateísmo o epicureismo en el Eclesiastés. Un autor no es ateo comenta Buzy si busca y halla a Dios en medio de su felicidad; no es epicúreo si recibe su dicha y goza de ella como venida de la mano de Dios. 7
Concluye la perícopa haciendo resaltar la impotencia del hombre frente al orden de cosas establecido por Dios. La afirmación de que
cuanto Dios hace es permanente (v.14) quiere decir que aquél se realiza conforme a una leyes constantes que el hombre no puede alterar, el cual, en consecuencia, ha de buscar su felicidad dentro de esas disposiciones divinas respecto de las acciones humanas. Esa distancia inmensa que separa al hombre de Dios, frente a cuyo poder nada puede, ha de llevarle al reconocimiento de la majestad divina, a ese temor reverencial que implica respeto y veneración, a la práctica de la religión. No hay motivo suficiente para atribuir el pensamiento a un autor distinto de Cohelet. En quien, como él, está penetrado de la idea de Dios y de su majestad, es natural el pensamiento del temor de Dios. El último verso recuerda 1:9; como dijo allí, las cosas se suceden como persiguiéndose unas a otras, moviéndose en una especie de círculo; pero lo hacen conforme a unas leyes fijas e inmutables, que el hombre no puede disponer conforme a su provecho, no quedándole, como quedó indicado, otra actitud prudente que gozar de esas gotas de felicidad que cada día le caen de la mano de Dios.
Desórdenes sociales (3:16-17).
16
Otra cosa he visto debajo del sol: que en el puesto de la justicia está la injusticia, y en el lugar del derecho la iniquidad. 17
Por eso me dije: Dios juzgará al justo y al injusto, porque hay un tiempo destinado para todo y para toda obra. Otra cosa ha llamado profundamente la atención de Cohelet: las injusticias que cada día contemplamos con nuestros ojos. Le ha impresionado en particular el que en el trono de la justicia y del derecho tengan tan frecuentemente asiento la injusticia y la tiranía. Esto plantea un enigma más a la mente humana y proporciona una desilusión más al corazón del hombre, que busca inquieto la felicidad 8. Esta constatación hace pensar a Cohelet que Dios
juzgará al justo y al injusto. También para esto
hay un tiempo determinado. Las injusticias reinantes están clamando la intervención de Dios como juez supremo. El bien debe ser premiado y el mal debe recibir su castigo. Las injusticias no pueden durar siempre. ¿De qué retribución se trata? No se trata directamente ni de la retribución final ni de la temporal en este mundo. Cohelet se contenta con afirmar que hay un tiempo determinado en el cual Dios juzgará a los justos y a los injustos y dará a cada uno su merecido, pero desconoce las circunstancias de modo y tiempo. El hecho de que las anomalías duren hasta el fin de la vida, hay buenos que mueren sin haber recibido en esta vida el premio de su virtud y malos que triunfan hasta el fin de sus días, debió hacer pensar a Cohelet en la retribución del más allá. Pero la revelación no había iluminado todavía las mentes israelitas sobre la diversa suerte de los justos y de los injustos después de la muerte, y Cohelet se contenta con afirmar la supervivencia de las almas en el
seol 9. Intuye que Dios tiene que juzgar toda acción para darle su merecido, pero ignora cómo y cuándo 10.
La suerte del hombre, semejante a la de las bestias (3:18-22).
18
Díjeme también acerca del hombre: Dios quiere hacerles ver y conocer que de sí son como las bestias, 19
porque una misma es la suerte de los hijos de los hombres y la suerte de las bestias, y la muerte del uno es la muerte de las otras, y no hay más que un hálito para todos, y no tiene el hombre ventaja sobre la bestia, pues todo es vanidad. 20
Unos y otras van al mismo lugar; todos han salido del mismo polvo, y al polvo vuelven todos. 21
¿Quién sabe si el hálito del nombre sube arriba, y el de la bestia baja abajo, a la tierra? 22
Y vi que no hay para el hombre nada mejor que gozar de su trabajo, pues ésa es su parte; ¿quién le dará a conocer lo que ha de venir después de él? A la incomprensibilidad de las leyes con que Dios gobierna el mundo y a las injusticias sociales, muy frecuentes en los días de Cohelet, añade el autor otro hecho en esta perícopa, la más oscura de todo el libro, que contribuye a aumentar el triste cuadro de la condición del hombre sobre la tierra. Hay un conjunto de semejanzas entre el hombre y las bestias, a través de las cuales parece como que Dios ha querido convencer al hombre de su miseria. Cohelet se refiere al idéntico fin que espera a ambos: la muerte y la disolución del cuerpo en el polvo:
la muerte del hombre es la muerte de las bestias y no hay más que un hálito para todos (v.19). Lo que ocurre al animal, que un día muere y le es retirado el hálito vital, sucede también al hombre. En lo que a este punto se refiere, no tiene el hombre ventaja alguna sobre los animales. El hálito es el aire que, entrando por la nariz, hincha los pulmones y vivifica nuestra sangre desde el primer instante de nuestra vida hasta que exhalamos el último suspiro. Y ese hálito es de la misma naturaleza en el hombre y en las bestias y termina igualmente en ambos el día de la muerte. Cohelet no compara la vida de uno y otras, sino la muerte, que les es común, y con la cual parecen terminar las ventajas que durante la vida aquél tenía sobre éstas. El v.20, continuando el mismo pensamiento, constata otra semejanza:
ambos han salido del mismo polvo, y al polvo vuelven todos. Es una alusión a
Gen_3:9, donde se afirma que Dios creó al hombre del polvo de la tierra. Terminado el curso de su vida, tanto el cuerpo del hombre como el de los animales quedan a los pocos días reducidos a polvo. Tampoco en esto tiene el hombre ventaja alguna sobre los animales. Idéntica, en consecuencia, es la suerte del hombre y la de la bestia en cuanto a la muerte y respecto de los que después de ella espera a los cuerpos. Pero los seres vivientes tienen, además del cuerpo, el hálito vital. ¿No será en este punto el hombre de mejor condición que los animales? Cohelet responde con una proposición, nada fácil de interpretar, en forma interrogativa: ¿
quién sabe si el hálito del hombre sube arriba, y el de la bestia baja abajo, a la tierra?
Comencemos advirtiendo que los antiguos hacían distinción entre el hálito vital (
ruaj)
y el alma (
nefesh).
Aquél es el soplo vital que entra y sale por la nariz, la fuerza vital por la que el hombre vive; el
nefes es, en cambio, lo que constituye al hombre ser viviente racional, el alma individual y racional (Podechard). Cohelet, que habla conforme al lenguaje y concepciones de su tiempo, afirma que el alma, después de la muerte del hombre, baja al
seol (
Gen_9:10). En cuanto al hálito vital, pone en duda si el del hombre sube a los cielos y el de los animales baja a la tierra. El autor del libro de Job u y el salmista 12 decían que el hálito del hombre y el de las bestias subía a Dios. En los días del Eclesiastés, más bien parece se opinaba que el del los animales se perdía en la tierra, mientras que el del hombre, conforme parece requerir su dignidad, volvía a Dios. Cohelet se permite poner en duda esta manera de pensar y, en consecuencia, pone en tela de juicio el que exista, desde este punto de vista, diferencia entre el hombre y la bestia. Dado que al final del libro 13 el autor afirma que el espíritu del hombre retorna a Dios, tal vez la duda de Cohelet recaiga principalmente en si el espíritu de la bestia baja a la tierra o sube, como el del hombre, a Dios, conforme a la opinión de los autores sagrados antes mencionados, en cuyo caso la suerte del hombre y la de la bestia sería idéntica no sólo en cuanto a la muerte y la disolución del cuerpo en el polvo, sino también en cuanto al mismo hálito vital; triple constatación que pone al hombre de manifiesto su miseria 14.
Cohelet no toca la diferencia fundamental entre el animal y el hombre, que coloca a éste en un orden superior a aquél: la posesión por parte del hombre de un alma racional destinada a una inmortalidad del todo feliz. La razón es que el Eclesiastés intenta constatar, como indicamos, aquello que repercute más bien en detrimento de la dignidad del hombre, para lo que le interesa hacer resaltar, no lo que distingue y ennoblece al ser humano sobre los animales, sino lo que tiene de común con ellos.
El último verso presenta las conclusiones a que le llevaron ya las consideraciones precedentes 15. El ser humano no puede buscar la felicidad en los planes misteriosos de Dios, que no puede ordenar a su propio provecho, ni tampoco en el gobierno de los hombres, en aquel entonces lleno de injusticias. Sujeto, por otra parte, a la muerte como la bestia, su cuerpo vuelve a la tierra, el alma baja al
seol, donde no hay distinción entre el bueno y el malo, y el espíritu, ¿quién sabe adonde va? No queda al hombre otra solución razonable que, dejando a un lado las preocupaciones especulativas y evitando los afanes y trabajos excesivos, gozar de los bienes que su trabajo moderado le proporcione. Tal gozo afirmó antes
que es un don de Dios, pensamiento fundamental del libro sobre el que volverá más veces 16. El inciso de la segunda parte del verso,
lo que ha de venir después de él, se refiere no a lo que acaecerá después de la muerte en el más allá, sino de lo que tendrá lugar después de la misma en la tierra respecto del fruto de su trabajo 17; la expresión hace siempre en el libro referencia a perspectivas terrestres, en las que, por lo demás, se mueve continuamente Cohelet, que jamás se preocupa de la suerte que le espera después de la muerte.
1 Algunos traducen
matar en lugar de
herir e interpretan de la venganza o de la pena de muerte impuesta por la autoridad pública. 2 Mt 9:14-15; 11:16-17. 3
2Re_3:19.25. 4 Mishna,
Sanhedrin 7:5;
Mo'ed qaton 3:17;
Chabbath 13:3
', F. Josefo,
De bello iud. 2:15:2. 5 5:1; 10,14.20;
Pro_17:27-28;
Pro_21:23;
Pro_17:27-28;
Eco_7:15;
Eco_9:25;
Eco_9:2,
Eco_9:5-6.8.13.20-22. 6 Algunos traducen el í. 11:
y puso el mundo
en el arbitrio del hombre, que interpretan o del estudio y conocimiento del mundo que Dios ha hecho posible al hombre (Edwald, Zapletal), o del amor del mundo (
Efe_2:2;
1Jn_2:16) (Mendelssohn); pero el término hebreo
(Olám) no tiene en la Biblia esta significación. Otros interpretan de la idea de la
eternidad, que entienden no de la vida eterna en el sentido cristiano, a que nunca hace referencia Cohelet en sus reflexiones, sino de la idea misma de la eternidad por encima de ese conocimiento fragmentario de las cosas que pasan (Ginsburg, Delatre, Mcneile). 7 O.C., p.220. 8 Este "verso ayuda a resolver la cuestión del autor del libro en cuanto a la atribución salomónica. El rey sabio no pudo decir esto, ni de su reino ni del de su padre David, sin faltar a la verdad. La afirmación refleja una época posterior, en que reyes y ministros oprimían al pueblo. Cf. 4:1; 5:7; 8:10-14. 9 9:10. 10 La segunda parte del v.1y está incompleta. El texto hebreo dice:
y sobre toda cosa allí. Algunos autores completan añadiendo el sustantivo
zemdn (tiempo determinado; cf. 3:1), o mejor,
mishpát (derecho, juicio; cf. 8:6; 11:9:12:14). 11 34.14-15 2:7; 7:1. L.onelet no hace en sus reflexiones referencia al más allá. 11 34.é4-é5- 12 10 4:29-30. 13 12:7. 14 Cf. Introducción: Supuestos errores de Cohelet: Materialismo p.86s 15 2:24; 3:12. 16 2:24; 3:I3; 5:17-16