Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
Capítulo 2.
Imparcialidad entre el pobre y el rico, 2:1-13.
El autor sagrado ha hablado en el capítulo anterior de cómo el hombre no sólo ha de limitarse a escuchar la palabra divina, sino a ponerla en práctica mediante una fe operosa. El cristiano ha de obrar siempre en conformidad con su fe. Por eso pasa ahora a hablar de la acepción de personas, considerándola como inconciliable con
la fe de Cristo 1.
No tener acepción de personas, 2:1-4.
1
Hermanos míos, no juntéis la acepción de personas con la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo. 2
Porque si, entrando en vuestra asamblea un hombre con anillos de oro en los dedos, en traje magnífico, y entrando asimismo un pobre con traje raído, 3
fijáis la atención en el que lleva el traje magnífico y le decís: Tú siéntate aquí honrosamente; y al pobre le decís: Tú quédate ahí en pie o siéntate bajo mi escabel, 4
¿no juzgáis por vosotros mismos y venís a ser jueces perversos? La mención de los huérfanos y de las viudas al final del capítulo anterior tal vez sea el motivo que haya impulsado a Santiago a hablar de la acepción de personas. Si el verdadero espíritu cristiano exige una caridad activa para con los necesitados, el mostrar parcialidad en favor de los ricos en las asambleas cristianas va en contra de los principios del Evangelio. Esta es la razón de que Santiago exhorte a los cristianos a no
juntar la acepción de personas con la fe de nuestro glorioso Señor Jesucristo (v.1). Esta fe es la adhesión del intelecto del cristiano a la persona y a la enseñanza de Jesucristo. Es la misma fe que aquella
Deu_1:3, la cual es causa de alegría en el sufrimiento; que eleva al humilde y humilla al rico, que hace esperar la corona de vida 2. Los cristianos no han de dejarse fascinar por las vanidades de este mundo, porque ellos creen en el Señor de la gloria 3, en Jesús resucitado y entronizado en la gloria de su Padre, en el resplandor incomparable de la Divinidad. Un día también ellos participarán de la gloria de Cristo en el cielo. Por todo lo cual, honrar al rico porque es rico y despreciar al pobre porque es pobre es ir en contra de la misma fe. Santiago ha querido recordar la verdadera gloria de Cristo para dar mayor relieve a la vana gloria de los ricos.
El principio propuesto en el v.1 es ilustrado por un ejemplo (v.2-4). Los cristianos se encuentran reunidos en
asamblea4, cuando entran un pobre y un rico, ambos cristianos. Al rico, vestido espléndidamente (v.2), se le saluda con toda amabilidad y se le conduce a un puesto de honor. Al pobre, con un vestido sórdido debido al uso y a la suciedad, se le dice simplemente con sequedad:
Tú quédate ahí en pie o siéntate bajo mi escabel (v.3). Hacer esto en una reunión cristiana es algo infamante. La iglesia es tanto para el pobre como para el rico, y hacer muestras de servilismo a los que parecen ricos, mientras se relega a un rincón al pobre, es ser injusto y vano en el juzgar a las personas. Porque el hombre, como ve sólo lo exterior Dios, en cambio, ve el corazón 5 , fácilmente se equivoca, dejándose llevar de las apariencias y no juzgando según manda la justicia. El pecado da la acepción de personas, sobre todo en los jueces, magistrados, príncipes, es condenado con frecuencia en los Profetas6, en la Ley7 y en los libros Sapienciales 8. Del Mesías se dice: No juzgará por vista de ojos ni argüirá por oídas de oídos, sino que juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra. La justicia será el cinturón de sus lomos, y la fidelidad el ceñidor de su cintura 9. Y, en efecto, Cristo no juzgó según las apariencias, sino según justicia. Por eso recibió con amor a los pobres y los defendió 10; en cambio, a los ricos los trató con severidad n. Esto mismo lo confiesan los fariseos cuando dicen al Señor: Maestro, sabemos que eres sincero, y que con verdad enseñas el camino de Dios sin darte cuidado de nadie, y que no tienes acepción de personas.12
El hecho de tratar bien a una persona porque es rica, va en contra de los principios cristianos de la caridad. Esto significa despreciar a Dios por agradar servilmente a los poderosos. Por eso dice muy bien el autor sagrado: Procediendo de esta manera, ¿no
juzgáis por vosotros mismos y venís a ser jueces perversos? (v.4). El verbo äéáêñßíù tal vez sería mejor traducirlo, como en 1:6, por dudar, ser inconsecuente, estar dividido en sí mismo. Por consiguiente, se podría traducir: ¿No sois inconsecuentes con vosotros mismos y venís a ser jueces perversos? En cuyo caso significaría que los cristianos dudan, están divididos entre si atender a Cristo o al mundo.
Tienen fe, pero obran como si no la tuvieran. De este modo se evita la tautología al evitar la repetición del verbo juagar 13. Sin embargo, la mayor parte de los autores entienden el verbo en sentido activo de juzgar, siguiendo a la Vulgata.
Santiago condena los juicios temerarios, fundados únicamente en apariencias externas. Pero sería falsear el pensamiento del autor sagrado atribuirle la condenación de los signos de respeto que se deben dar a los superiores y a los ancianos.
Superioridad del pobre, 2:5.
5
Escuchad, hermanos míos carísimos: ¿No escogió Dios a los pobres según el mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del reino que tiene prometido a los que le aman? El autor sagrado, dirigiéndose a sus lectores como a
hermanos carísimos, va a mostrarles que el favoritismo hacia los ricos es contrario a las divinas preferencias, que muestran más favor hacia el pobre. Los destinatarios de la epístola sabían por propia experiencia que la mayoría de los cristianos eran gente humilde y pobre 14. Esto mismo era indicio del favor divino, puesto que les hacía herederos del cielo en lugar de concederles riquezas materiales. Eran pobres
según el juicio del mundo, pero ricos desde el punto de vista de la fe 15. Los pobres, por el hecho de no encontrar en este mundo las satisfacciones que tienen los ricos, están más pendientes de la Providencia divina y menos expuestos a los peligros de las riquezas 16. Por esto mismo, están más libres para amar a Dios 17, y Dios se inclina hacia ellos de preferencia. Porque El es el que levanta del polvo al pobre y de la basura saca al indigente, para hacer que se siente entre los príncipes y darle parte en un trono de gloria.18 El mismo Cristo desaprueba la acepción de personas con su ejemplo, como nota muy bien San Gregorio Magno a propósito del modo diverso de proceder de Jesús con el cortesano de Cafarnaúm 19 y con el siervo del centurión20:
Reguli filio per corporalem praesentiam non dignatur adesse, Centurionis servo non dedignatur occurrere. Quid est hoc, nisi quod superbia nostra retunditur, qui in hominibus non naturam, qua ad imaginem Dei facti sunt, sed honores et divitias veneramur. 21
Actitud indigna de los ricos, 2:6-7.
6
Y vosotros afrentáis al pobre. ¿No son los ricos los que os oprimen y os arrastran ante los tribunales? 7
¿No son ellos los que blasfeman el buen nombre invocado sobre nosotros? Despreciar al pobre y ultrajarlo repugna tanto más a la conciencia cristiana cuanto que conoce muy bien las preferencias divinas por el pobre. Dios ensalza al pobre, y ellos le humillan, cometiendo de este modo una verdadera impiedad, pues se oponen al juicio de Dios. El que desprecia al pobre dice el libro de los Proverbios 22 peca. Y, sin embargo, los cristianos ricos, a los que se dirige Santiago, eran los opresores de los pobres (v.6) y cometían con ellos indignas exacciones 23. Incluso les llevaban ante los tribunales, abusando de su poder, para exigirles cuentas24. Por eso, los cristianos, ensalzando a los ricos, obran neciamente, ya que son sus adversarios y los enemigos del nombre cristiano.
Los judíos del Imperio romano gozaban del privilegio de juzgar según su ley, aunque no podían imponer la pena de muerte. El autor sagrado no se refiere aquí a las persecuciones oficiales, sino a la explotación y abuso social de los pobres por parte de los ricos. Esto sucedía de un modo particular en Oriente y hasta entre los mismos judíos 25. Por eso, los profetas denuncian en sus discursos a los opresores de los huérfanos, de las viudas y de los débiles en general 26.
La conducta de esos ricos deshonra y
blasfema el buen nombre invocado sobre nosotros (v.7). Su avaricia y sus violencias escandalizan a los humildes y hacen que los infieles desprecien el nombre de Cristo. El
nombre superior a todo nombre 27 es el nombre de Jesús, el cual que
invocado sobre nosotros. ¿En qué ocasión? Probablemente cuando recibieron el bautismo en el nombre de Jesús 28. En el Antiguo Testamento, pronunciar el nombre de Dios sobre alguno equivalía a ponerlo bajo la protección divina, a declararlo propiedad suya 29. El mismo modo de hablar se aplica a nuestro Señor Jesucristo en el Nuevo Testamento. Su
nombre es el único medio de salvación que Dios dio a los hombres sobre la tierra 30. El
buen nombre invocado sobre nosotros también se podría entender del apelativo cristianos, con el cual empezaron a ser designados los discípulos de Antioquía y después todos los discípulos de Cristo.
La caridad y la misericordia son necesarias, 2:8-13.
8
Si en verdad cumplís la ley regia de la Escritura: Amarás al prójimo como a ti mismo, bien hacéis; 9
pero, si obráis con acepción de personas, cometéis pecado, y la Ley os argüirá de transgresores. 10
Porque quien observe toda la Ley, pero quebrante un solo precepto, viene a ser reo de todos; 11
pues el mismo que dijo: No adulterarás, dijo también: No matarás. Y si no adulteras, pero matas, te has hecho transgresor de la Ley. 12
Hablad y juzgad como quienes han de ser juzgados por la ley de la libertad. 13
Porque sin misericordia será juzgado el que no hace misericordia. La misericordia aventaja al juicio. Santiago precisa su pensamiento. Tal vez algún cristiano pudiera excusarse de la actitud tomada respecto de los ricos diciendo que lo hacía por caridad. El autor sagrado responde diciendo que bien está eso, a condición de que su conducta no esté viciada por la acepción de personas (v.8). Porque el favoritismo es la negación misma de la caridad. El autor sagrado sospecha con fundamento que se guían por la acepción de personas, pues, de lo contrario, no se podría explicar por qué tratan al pobre de modo diverso, siendo así que cae bajo la misma regla de la caridad.
Ser aceptador de personas es
cometer un pecado y constituirse en
transgresor de la Ley (v.9), es decir, de
la ley regia de la caridad evangélica (v.8). Se llama
ley regia porque es el principio fundamental en el reino de Cristo; es el precepto primero y más grande, el que domina todos los demás y constituye la base de toda la Ley y de los Profetas 31. Es, por lo tanto,
regio en razón de su misma
dignidad 32 y de su
origen, pues procede de Jesús, que es
rey 33. La misma expresión de
ley regia se emplea en una inscripción de Pérgamo del tiempo de Trajano. La razón de esta apelación era el haber sido dada por cierto rey de Pérgamo 34.
El amor al prójimo es ya inculcado en el Levítico 35, cuyo texto es citado por Santiago (v.8). Pero el amor para con el prójimo de nuestro texto no ha de ser concebido en el cuadro particularista en que se colocaba el judaísmo, sino en la perspectiva universalista de la Iglesia de Cristo. Jesús en el Evangelio nos enseña que todos los hombres, incluso nuestros mismos enemigos, deben ser amados y respetados por sus discípulos 36.
La Ley condenaba, en diversos textos, la acepción de personas. No hagas injusticia en tus juicios dice el Levítico 37 , ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al poderoso; juzga a tu prójimo según justicia. El Deuteronomio exhorta a los israelitas, diciendo: No atenderéis en vuestros juicios a la apariencia de las personas; oíd a los pequeños como a los grandes, sin temor a nadie, porque de Dios es el juicio 38. Y en otro lugar dice el mismo libro del Deuteronomio: No tuerzas el derecho, no hagas acepción de personas, no recibas regalos, porque los regalos ciegan los ojos de los sabios y corrompen las palabras de los justos. Sigue estrictamente la justicia, para que vivas y poseas la tierra que te da Yahvé, tu Dios. 39
El quebrantamiento del precepto de la caridad mediante la acepción de personas no constituye solamente la trasgresión de un precepto de la Ley, sino de la Ley entera. Santiago considera la ley como un todo (v.10). Aunque los cristianos fueran exactos cumplidores de todos los preceptos, excepto de la caridad, cometerían un grave pecado. Porque toda falta contra un mandamiento de la Ley presupone, por parte del trasgresor, desprecio de toda la Ley. De este modo se muestra la gravedad del pecado 40. El Talmud también afirma: Quien quebrante un solo mandamiento es culpable ante todos los demás preceptos.41
Esta idea es explicada por el autor sagrado en el í. 11. Los preceptos de la Ley forman un todo inseparable, porque son la expresión de una misma voluntad divina. El legislador es uno. Su voluntad es también única, y, por lo tanto, única ha de ser la ley que la expresa. Quebrantar un precepto es quebrantar toda la ley, pues es ponerse en contra de la voluntad divina 42. Del mismo modo que Santiago se expresan los rabinos. Rabí Yohanán, por ejemplo, enseñaba: Aquel que dice: Yo acepto toda la Ley excepto una palabra, desprecia la palabra del Señor y hace nulos sus preceptos. 43
Sin embargo, la afirmación de Santiago:
quien quebranta un solo precepto se hace reo de todos, a primera vista parece falsa. Porque, si alguien comete adulterio, no por eso se le podrá acusar de homicidio o viceversa, aunque ambas cosas se prohíban en la Ley.
No obstante, el pensamiento del autor sagrado es claro: quien traspasa un precepto se hace reo de todos, no directa y materialmente como dice el P. Teófilo de Orbiso44 , sino implícita y formalmente, en cuanto desprecia la Ley, de la cual emanan todos los preceptos con igual valor coactivo, y la misma autoridad del legislador, de la que provienen todas y cada una de las prescripciones. En materia moral sucede lo mismo que en materia de fe: el que cree todas las verdades de fe excepto una, es hereje, como si las rechazara todas, porque desprecia la veracidad divina, que es única e idéntica en la revelación de todas y de cada una de las verdades.
San Agustín, en una carta a San Jerónimo en la que le pregunta por el sentido del dicho de Santiago del v.10 45, compara la doctrina de Santiago (v.10-11) a la de los estoicos a propósito de la solidaridad entre las virtudes y los vicios. Posteriormente los escolásticos estudiaron más a fondo esta doctrina, con la tesis de que todas las virtudes están informadas por la caridad46. El concilio Lateranense II (1139) aplica la doctrina de Santiago al que no hace una verdadera penitencia: si uno hiciera penitencia de todos sus pecados, excepto de uno, su penitencia sería falsa47.
Santiago aduce, finalmente, en forma de exhortación, la última razón contra el favoritismo (v.12-13). La acepción de personas es un acto condenado por el Evangelio y un pecado contra la misericordia, que será severamente juzgado por Dios. La
ley de la libertad es el Evangelio, que será nuestra condenación si en nuestra conducta nos guiamos por el favoritismo. El juicio del que se habla aquí es principalmente el juicio final, que seguirá a la venida del Señor 48; pero no se excluyen los juicios divinos particulares que se manifiestan en los sucesos cotidianos. A éstos parece aludir la Vulgata:
incipientes iudicari, que indica la proximidad del juicio.
El que piensa que será juzgado según la ley evangélica tratará a todos con igual amor y honor, evitando la acepción de personas, porque sabe que será medido con la misma medida con que midió a los demás49. Santiago tiene presente la doctrina de Cristo en San
Mat_7:1-2, y la parábola del siervo inexorable50; y sobre todo la sentencia de Cristo Juez, que condena a los que no fueron misericordiosos, y, en cambio, recibe en su reino a los que practicaron la misericordia51.
El autor sagrado declara a continuación (v.13) que el juicio será sin
misericordia para aquel
que no hace misericordia. La justicia divina le aplicará la ley del talión 52. Porque, como decía nuestro Señor en el sermón de la Montaña, con el juicio que juzgareis seréis juzgados y con la medida con que midiereis se os medirá53. Los misericordiosos son objeto de una bienaventuranza especial54. El Padre celestial perdonará a quien perdone a sus semejantes55. Santiago recomienda ser bueno y misericordioso especialmente para con los pequeños y humildes.
La misericordia era una virtud muy recomendada ya en el Antiguo Testamento56. Es considerada como condición para obtener el perdón de los pecados57. La misericordia se manifestaba frecuentemente en el Antiguo Testamento mediante la limosna, que era una de sus formas más especialmente recomendadas 58. Dios juzgará con severidad al que no tenga misericordia59. Pero el que sea misericordioso no tiene por qué temer, pues cuando sea juzgado obtendrá victoria. La misericordia, en la lucha entablada con el juicio, logrará el triunfo. San Agustín, comentando este pasaje de Santiago, dice muy hermosamente:
Per baptismum deletur hominis iniquitas, sed manet infirmitas; ex qua necesse est quaedam, quamvis minora, peccata subrepant; et ideo datum est alterum reme-dium, quia non poterat dari alterum baptismi sacramentum; hoc remedium cotidianum, quasi secundum baptisma, est misericordia. 60
No hay Fe sin Obras,Mat_2:14-20.
El tema de las relaciones entre la fe y las obras es el punto central de la epístola. En el capítulo 1:19-27 ha enseñado Santiago que no basta con escuchar la palabra, sino que hay que cumplirla. Y en la primera parte del capítulo 2:1-13 ha insistido en que no se puede creer en Cristo y ser aceptador de personas. Ahora pasa a desarrollar la tesis de que la fe sin las obras es incapaz de salvarnos.
14
¿Qué le aprovecha, hermanos míos, a uno decir: Yo tengo fe, si no tiene obras? ¿Podrá salvarle la fe? 15
Si el hermano o la hermana están desnudos y carecen de alimento cotidiano, 16
y alguno de vosotros les dijere: Id en paz, que podáis calentaros y hartaros, pero no les diereis con qué satisfacer la necesidad de su cuerpo, ¿qué provecho les vendría? 17
Así también la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta 18
Mas dirá alguno: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame sin las obras tu fe, que yo por mis obras te mostraré la fe. En el v.14 se enuncia claramente la tesis de que la fe sin las obras no vale para salvar al hombre, dándole una forma un tanto dramática mediante dos interrogaciones. Santiago no pone en duda la necesidad de la fe para la salvación, antes bien, la supone. Lo que quiere decir es que la adhesión a Cristo mediante la fe no ha de ser puramente teórica, sino que se ha de manifestar en las obras. El fiel que se contenta con las buenas palabras, sin practicar las obras de misericordia para con sus hermanos cristianos, se jacta de una fe a la que falta una cualidad esencial para ser eficaz en orden a la salvación61.
Esta doctrina de Santiago está en perfecta conformidad con el Evangelio, en donde Cristo enseña que no todo el que dice Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos62. Por consiguiente, la fe en Dios no aprovechará si no va acompañada con la observancia de los mandamientos. El que cree en Dios y no cumple su voluntad, se hace reo de mayor castigo, según enseña el mismo Cristo: El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no se preparó ni hizo conforme a ella, recibirá muchos azotes. 63
La fe de la que habla la epístola en toda esta perícopa es la virtud teologal de la fe. Consiste esta virtud en la adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la autoridad de Dios revelante. Algunos cristianos, aunque poseían esta fe, se preocupaban poco del cumplimiento de las obras de caridad, creyendo que podían salvarse sin su cumplimiento. Santiago afirma con toda claridad que es necesario su cumplimiento para poder salvarse.
El autor sagrado no se refiere aquí a las obras exteriores de la Ley mosaica, sino a las obras buenas en general. La controversia de la Iglesia primitiva con los judaizantes acerca de la observancia de la Ley antigua parece que todavía no había estallado. La enseñanza de Santiago no va, pues, contra los judaizantes, a los que combate San Pablo en sus epístolas a los Calatas y a los Romanos. Para los judaizantes antipaulinos bastaba cumplir materialmente las prescripciones impuestas por la Ley para asegurarse la salvación. La intención con que se hacían no tenía mayor importancia. Contra esta falsa doctrina se levanta el Apóstol de los Gentiles, enseñando que en adelante, para obtener la salvación, no era ya necesaria la práctica de la Ley, sino que bastaba la fe. Pero no una fe cualquiera, sino la fe actuada por la caridad.64 De este modo San pablo coincide con Santiago, que exige la fe unida a las obras de caridad. Nada hay que indique que Santiago quiera combatir la doctrina de San Pablo. Además, ya dejamos dicho que la epístola de Santiago es probablemente anterior a las de San Pablo.
La tesis enunciada es probada por medio de una pequeña parábola (v.15-16). Esta, si bien debe ser hipotética, se apoyaba en la experiencia de muchos casos semejantes. Se trata de un
hermano o de una
hermana, es decir, de cristianos unidos a Cristo y participantes de una misma fe, que se encuentran en extrema indigencia. A pesar de todo, se les despide con buenas palabras, sin hacer nada en favor de esos desvalidos. En cuyo caso la fe de esos cristianos poco compasivos no valdría nada ante Dios, sería una
fe muerta (v.17). Sería como el árbol seco, que no da frutos. La fe sin obras es estéril y ociosa, como la caridad que socorriese las necesidades del prójimo con solas palabras. El que tiene con qué socorrer al hermano necesitado, y, sin embargo, en lugar de darle de comer y vestirlo, lo despide con buenas palabras, manifiesta una caridad hipócrita y sus palabras vienen a sonar a los oídos del indigente como irónicas y sarcásticas. Delante del Juez supremo de poco servirá el haber hablado bien 65 si no practicamos las obras de caridad y misericordia 66. Isaías ya había dicho que el ayuno que agrada a Dios es el repartir el pan con el que tiene hambre y vestir al que anda desnudo67. También en el Nuevo Testamento se habla de
alimento y de
vestido, como imágenes de las cosas que son necesarias para la vida. San Juan Bautista, dirigiéndose a las turbas, les decía: El que tiene dos túnicas, dé una al que no la tiene, y el que tiene alimentos, haga lo mismo.68 Jesucristo, exhortando a tener confianza en la Providencia divina, enseña: No os inquietéis por. lo que
comeréis ni por. lo que restiréis.69 Y San Pablo afirma a su vez: Teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos con eso contentos.70
Las obras de que nos habla Santiago no son las obras
legales, es decir, el cumplimiento de la Ley mosaica, sino las obras buenas de caridad71. La fe sin las obras es
fe muerta, no porque las obras sean la causa de la vida de la fe, sino porque manifiestan al exterior esa vida. Cuando el cristiano no ejecuta obras de caridad, muestra que su fe está muerta y que, por lo tanto, no le podrá salvar, ya que la salvación supone la vida de la gracia, y ésta no puede ser efecto de una cosa muerta.
El concilio Tridentino 72 hace referencia a estos versículos de nuestra epístola cuando habla de la justificación del impío y de sus causas. Enseña que la justificación implica no sólo remisión de los pecados, sino también renovación interior del hombre. Porque la fe, si no va unida con la esperanza y la caridad, no hace perfecta la unión con Cristo ni vivifica el miembro de su Cuerpo 73.
La interpretación del v.18 es controvertida. Para algunos autores sería una objeción artificialmente propuesta para reafirmar todavía más enérgicamente la necesidad de las obras. Sin embargo, mejor que una objeción, es más natural ver aquí una especie de desafío lanzado contra aquel que cree, pero que no hace electiva su fe con obras de caridad. El desafiado pretende disociar fe y obras, como si pudiesen subsistir separadas, como si fuesen carismas del mismo valor y perfectamente intercambiables. El autor sagrado le responde que pruebe la existencia de esa fe que no tiene obras. La fe con obras, en cambio, manifiesta palpablemente su existencia74.
Esta interpretación ve en la frase Üëë'ÝñåÀ ôéâ, con que empieza el versículo, una confirmación de la doctrina expuesta. Por lo tanto, Üëëá no es adversativa, sino enfática o confirmativa, como en
Jua_16:2;
1Co_7:21;
2Co_7:11. Santiago diría al que se gloriaba de la fe sin las obras: Te invito a mostrarme tu fe sin obras. Esto no lo podrás hacer, porque la fe, siendo algo interior, no puede verse o comprobarse, a no ser que se manifieste al exterior mediante las obras. Yo, en cambio, que tengo obras, puedo mostrarte mi fe, pues de ella proceden esas obras, como el fruto del árbol75.
éstas preguntas y respuestas, formuladas a la manera de la diatriba griega, se ordenan a demostrar que la fe no puede ser atestiguada más que por las obras.
19
¿Tú crees que Dios es uno? Haces bien. Mas también los demonios creen y tiemblan Creer en Dios es una cosa buena; y la fe, incluso la informe o muerta que permanece en el pecador, es también algo muy bueno y excelente, por ser un hábito sobrenatural infuso, que no se pierde a no ser por un acto de incredulidad o apostasía. Pero a esta fe le falta una condición necesaria:
las obras. El monoteísmo constituía la base de la fe judía, que incluía, además, todos los misterios revelados por Dios. Las cristiandades primitivas también hicieron del monoteísmo el primer artículo de su nueva fe 76. Santiago también se muestra fuertemente teocéntrico, sin disminuir la importancia de Jesucristo 77. Este carácter arcaico de la teología de Santiago confirma la antigüedad de su epístola, anterior a las cartas de San Pablo.
Santiago aduce en el v.19 un argumento decisivo contra el objetante. La fe puramente intelectual y teórica no es la fe que salva, como lo prueba el ejemplo de los demonios. Estos también
creen, en cierto sentido, es decir, son constreñidos a creer por la evidencia de ciertos motivos de credibilidad. Y, sin embargo, su fe no posee eficacia alguna salvadora, porque está privada de buenas obras. Les sirve, por el contrario, para mayor tormento, pues saben que Dios es justo e inmutable en sus decretos y que nunca podrán librarse de las manos justicieras de Dios. En este sentido, la fe de los demonios es comparable a la fe muerta de los cristianos, la cual no les podrá salvar. Santiago no intenta afirmar la semejanza de la fe del cristiano con la fe de los demonios, sino que habla de la semejanza en cuanto a los efectos. Del mismo modo que la fe de los demonios no les aprovecha en nada para librarse de su condenación, así también la fe sin obras del cristiano no le valdrá para salvarse 78.
Los demonios creen en nuestros misterios no por un hábito de fe sobrenatural, como sucede en los cristianos, sino forzadamente, por la evidencia de los signos de credibilidad con los cuales ha sido confirmada por Dios.
El
temblor de los demonios parece recordar aquellos casos de exorcismos narrados por los evangelios, en que los demonios se veían forzados a abandonar a los posesos por mandato de Jesús 80. También los cristianos que, teniendo fe, no la hacen efectiva mediante las obras, deberían temblar y estremecerse, porque con ella no se podrán salvar.
La prueba de la Sagrada Escritura,2Co_2:20-26.
20
¿Quieres saber, hombre vano, que es estéril la fe sin las obras? 21
Abraham, nuestro padre, ¿no fue justificado por las obras cuando ofreció sobre el altar a Isaac, su hijo? 22
¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y que por las obras se hizo perfecta la fe? 23
Y cumplióse la Escritura que dice: Pero Abraham creyó a Dios, y le fue imputado a justicia y fue llamado amigo de Dios. 24
Ved, pues, cómo por las obras y no por la fe solamente se justifica el hombre. 25
Y, asimismo, Rahab la meretriz, ¿no se justificó por las obras, recibiendo a los mensajeros y despidiéndolos por otro camino? 26
Pues como el cuerpo sin el espíritu es muerto, así también es muerta la fe sin las obras. El autor sagrado pasa ahora a dar el argumento decisivo, tomado de la Sagrada Escritura. Supone que el interlocutor todavía no está convencido, y acude a la prueba definitiva. La Biblia era para el judío como para el cristiano, la palabra de Dios, y su autoridad no tiene réplica. La brusca interrogación con que comienza da mayor vivacidad al estilo. Santiago dice al que todavía duda: Si quieres ver que la fe sin las obras es
estéril 81, no tienes más que considerar el ejemplo de Abraham y de Rahab.
El ejemplo de Abraham era el más
eficaz para convencer a un judío-cristiano. Este patriarca era, en la tradición judía, el prototipo del creyente, el padre de la fe. Santiago recuerda el sacrificio de Isaac como la obra por excelencia que atestigua la fe y la justicia de Abraham. La fidelidad del patriarca fue tanto más admirable cuanto que la prueba fue más dura. Por eso, toda la literatura judía celebra su fidelidad 82. También en el Nuevo Testamento Santiago y San Pablo evocan el ejemplo de Abraham para indicar las exigencias de la fe 83. San Pablo alaba principalmente su fe; Santiago se fija sobre todo en su obediencia, que era la manifestación y el fruto de su fe.
En la literatura judía, el sacrificio de Isaac era el punto culminante de las pruebas sufridas por Abraham. Esta fue la obra que le mereció de un modo especial la justificación:
Abraham fue justificado por las obras (v.21). Sin embargo, Santiago no quiere decir que en aquel momento obtuviera la justificación inicial. Esta es ya supuesta en Abraham por el mismo libro del Génesis 84. Además, en todo este pasaje de nuestra epístola nunca se habla de la justificación inicial. El autor sagrado habla más bien de un aumento de la justificación que ya poseía. Se hizo más justo, como enseña el concilio de Trento85. Abraham fue sometido a una terrible prueba y obedeció. Esta obediencia le mereció una mayor justificación, y, al mismo tiempo, el reconocimiento, por parte de Dios, de su justicia 86.
La fe puede ser perfeccionada por las obras. Y éstas a su vez pueden mostrar la buena calidad de la fe. Son como el complemento necesario de ella. Mas la fe confiere a las obras tal dignidad, que hacen al hombre grato a Dios; y, al mismo tiempo, la fe recibe de las obras su consumación y perfección. En Abraham, la fe fue inseparable de las obras. La idea del v.22 es la unión de la fe y de las obras. Abraham no fue reconocido justo por Dios a causa de la fe sola, porque la fe sola es fe muerta; ni por las obras solas, porque éstas suponen la fe que las inspira, sino por la unión de ambas 87.
La conducta ejemplar de Abraham y su fe, unida a una obediencia ciega, explican por qué Dios se lo imputó como justificación y por qué la Sagrada Escritura exalta su santidad:
Creyó Abraham, y le fue imputado a justicia y fue llamado amigo de Dios (v.23). La cita está tomada de
Gen_15:6, según la versión de los LXX. La última frase no se encuentra en el Génesis, sino en
Isa_41:8, en
2Cr_20:7 y en
Dan_3:35. Posteriormente se convirtió en una fórmula corriente entre los judíos, cristianos y árabes para designar a Abraham, el
amigo de Dios:
Jalil Allah, como dicen los árabes hoy día. De aquí procede el nombre que los árabes dan a la ciudad de Hebrón en donde Abraham vivió, murió y fue enterrado :
El-Jalil. Santiago saca a continuación la conclusión del argumento escriturístico, tomado del ejemplo de Abraham. Viene a ser como la respuesta directa al v.20:
Ved cómo por las obras y no por la fe solamente se justifica el hombre (v.24). El autor sagrado quiere decir que el hombre es justificado por la fe unida a las obras.
La fe es necesaria, pero no basta para salvarse. Debe darse la unión de la fe y de las obras para ser agradable a Dios y poder salvarse.
Santiago admite, como San Pablo, que la justificación se opera por la fe, pero no por la
sola fe, que entonces resultaría muerta (v.17) e incapaz de producir la vida de la gracia que se confiere en la justificación. La fe debe ir acompañada de obras de caridad, es decir, no ha de ser puramente intelectual y teórica, sino que ha de ir informada por la caridad 88.
La conclusión de Santiago podrá parecer contraria a la de San Pablo en la epístola a los
Rom_3:28. Sin embargo, si examinamos de cerca la mente de ambos autores, veremos que no hay contradicción ninguna.
La
justicia de que se habla aquí ha de ser entendida en el sentido de perfección moral 89. La
justificación es aquí la complacencia de Dios por el exacto cumplimiento de sus órdenes; es la amistad y el beneplácito del Señor. San Pablo dirá, a propósito del ejemplo de Abraham, que no es la materialidad de las obras lo que hace merecer delante de Dios, sino la actitud del alma que se somete enteramente a Dios y está siempre dispuesta a obedecer. Esto presupone una fe viva unida a la caridad 90. Por su parte, Santiago dice que lo que agrada a Dios no es la fe muerta, sino la que implica el cumplimiento de las leyes más penosas y las obras de caridad, que la vivifican. La fidelidad manifestada en la prueba es la que indica la buena cualidad de la fe. Santiago quiere simplemente mostrar cómo la actitud ejemplar del patriarca ha contribuido a aumentar en su favor la amistad divina.
Las tesis de San Pablo y de Santiago no son contradictorias, sino que más bien ambas enfocan la cuestión en sentido inverso 91. Porque cuando San Pablo habla de la fe que justifica, se refiere a la fe informada por la caridad, a la fe viva. En cambio, Santiago, al hablar de, que la fe sin las obras no puede salvar, alude a la fe muerta, es decir, al simple asentimiento de la inteligencia a la autoridad de Dios revelante. Para San Pablo, las obras que no justifican son especialmente las observancias de la Ley mosaica; para Santiago, en cambio, las obras que salvan son las de la ley perfecta de la libertad, las obras buenas que siguen a la justificación. El concilio Tridentino enseña que la fe, cuando no lleva unidas la esperanza y la candad, no une perfectamente a Cristo y no hace miembro vivo de su Cuerpo místico 92.
En el v.25, Santiago cita otro ejemplo tomado del libro de Josué 93. Se trata de Rahab la cortesana, mujer cananea, que de pecadora se hizo agradable a los ojos de Dios gracias a su fe, unida a sus obras. Por el libro de Josué sabemos que Rahab salvó la vida de los espías hebreos enviados por Josué porque había creído que Yahvé era el verdadero Dios del cielo y de la tierra y que había entregado la tierra de Canaán en manos de los israelitas. Su fe era viva, activa, unida a las obras de caridad en favor de aquellos perseguidos. Su fe se manifiesta en las obras que realizó 94. A causa de sus obras, unidas a la fe, Rahab obtuvo el perdón y la justificación, haciéndose agradable a los ojos de Dios. Esto le mereció ser incorporada al pueblo de Dios 95 y ser contada entre los antepasados del Mesías 96, de la misma manera que Tamar, Rut, Betsabé. Rahab, que los judíos consideraban como el prototipo de los prosélitos, fue también para los cristianos un modelo de fe 97.
Santiago concluye todo lo que ha dicho desde el v.14 mediante una comparación:
la fe sin las obras es muerta, del mismo modo que el cuerpo sin alma (v.26). El cuerpo sin la ruah, es decir, sin el soplo vital, se convierte en un cuerpo muerto. Otro tanto sucede con la fe disociada de las obras de caridad: se convierte en una fe muerta, sin alguna eficacia salvadora. Como el ðíåýìá 98 coopera con el cuerpo para vivificarlo, así las obras cooperan con la fe para darle virtud salvadora. No se deben urgir demasiado los términos de la comparación ni tratar de investigar por qué la fe se equipara al cuerpo, y las obras al espíritu. Santiago quiere describir gráficamente la inseparabilidad de la fe y de las obras. La fe que no va unida con las obras es semejante al cuerpo del cual desaparece el espíritu, se muere.
1 Sant 2:1-13. 2 Sant 1:2-12. 3 Cf.
1Co_2:8. 4 El término
sinagoga, empleado aquí, puede significar la asamblea o el local donde se reúne la asamblea (
Hec_9:2;
Mat_4:23;
Mat_6:2.5;
Mat_9:35)· La Vulgata lo ha entendido en el primer sentido: conventus. La distinción entre
ecclesia y
sinagoga en las comunidades cristianas se fue haciendo poco a poco, pues aún en el siglo II se emplea la expresión
sinagoga para designar las asambleas cristianas: San Ignacio M.,
Ad Polycarpum 4:2; Hermas,
Mand. 11:9;
Constitutiones Apostolicae 3:6. 5
1Sa_16:7. 6 Am4,i;
1Sa_5:10-15;
1Sa_8:4-7;
Isa_1:17.23;
Isa_5:20-23;
Miq_3:9-12. 7
Lev_19:15;
Deu_1:17;
Deu_16:19. 8
Pro_18:5;
Pro_24:23;
Sal_82:2;
Eco_12:1. 9
Lev_6:24;
Lev_16:19-31;
Lev_18:24-25. 10
Isa_11:3-5. 11 Mt 5:3; 11:28. 12 Mt 22:16. 13 J. Chaine, o.c. p.43-44. 14
1Co_1:26ss. 15
2Co_6:10;
2Co_8:9;
Rev_2:9. 16
Mat_13:22;
Mar_10:23; 17
1Ti_6:93. 18
1Sa_2:8;
Sal_113:7;
Luc_1:52. 19
Jua_4:46-54. 20
Mat_8:5-13. 21
Mat_5:3ss;
Mat_19:16-30. 22 14:21. 23 Sant 5:4. 24 Gf.
1Co_6:1-11. 25
Cf.
Mat_20:25. 26
Amo_4:1;
Amo_8:4;
Jer_7:6;
Zac_7:10;
Sab_2:10;
Mar_12:40. 27
Flp_2:9. 28
Hec_2:38;
Hec_8:16;
Hec_10:48. 29
2Sa_12:28;
Amo_9:12;
Isa_4:1;
Isa_43:7;
Jer_32:193. 30
Hec_4:12;
Flp_2:9. 31
Mat_22:40. 32 Cf.
Rom_13:8-10; 33
Gal_5:14. J Cf.
Rev_17:14;
Rev_19:16. 34 Cf. A. Deissmann,
Licht von Osten 4 ed. p.310. 35 19:18. 36JLc 10:25-3? 37 19:15 38
Deu_1:17. 39
Deu_16:19-20. 40 Cf.
Deu_27:26;
Gal_3:10; 5:3- 44 o.c. p.123, y en VD 19 (1939) 29-30. 45
Epist. 167: PL 33:733ss. 41
Sabbath 70:2. 42 J. Chaine, o.c. p.53. 46 SantTomás De Aciuino,
Suma Teológica 1-2 q.73 a.1; cf. 2-2 q-5 a.3 ad 3. 47 Cf. D 366. Véase también De Ambroggi, o.c. ñ·44· 48
Stg_5:1. 49
Mat_6:14-15;
Mat_18:21-35;
Mat_25:34-46. 50
Mat_18:23-35. 51
Mat_25:34-46. 52 Jer 9:24. 53 J. Chaine, o.c. ñ.54· 54
Mat_5:7. 55
Mat_6:143. 56
Miq_6:8; 57 Eclo 28:2ss. 58 Tob 4:7-12; 59
Mat_7:2. 60 1 17:5 22'22S· San Agustín,
Sermo de Epístola lacobi 2:10; cf. A. Wilmart,
Un sermón de Sí.
Augustin ' la chanté
: Rev. d'Ascétique et Mystique n (1921) 351-372. 61 H. Willmering,
Epístola de Santiago, en
Verbum Dei IV (Barcelona 1959) P-4H· 62 Mt 7:21. 63 lc 12:47. 64
Gal_5:6; cf.
Rom_2:6;
Rom_8:2-5;
Gal_5:19-25;
Gal_6:10-16. 65 Cf. 1 Jn3,17s. 69 Mt6:25- 66
Mat_25:31-46. 70
1Ti_6:8.
JJ
Isa_58:6-7. 71 cf.
Mat_7:21.24.25;
Luc_6:46;
Luc_12:47. 58
Lev_3:11. 72 Ses.óc.6: D 800. 73 Cf. De Ambroggi, o.c. p.45s. 74 Cf.
Mat_5:16. Véase A. Charue, o.c. p.4io. 75 teófilo garcía de orbiso, o.c. p. 131-132. 76 Cf. Hermas,
Mand, 1:1-2. 77 A. Charue, o.c. p.4io. 78 A. Valensin,
La foi des démons: RSR 9 (1919) 381ss; A. Stolz,
Der Daemonenglaube: otudia Anselmiana i (1935) 21-28; J. Beumer,
Et daemones credunt, lac 2:19:
Ein Beitrag *ur
positive Bewertung der fides m/ormís; Gregorianum 22 (1941) 231-251. 79 Suma
Teológica 2-2 q.5 a.2. 80
Mat_8:29; Me 1:34; 5:6-7; cf.
Luc_10:18;
Jua_12:31;
2Pe_2:4;
Jud_1:6;
Rev_12:7-12. En un Papiro mágico del año 300 d.C. también se habla del
temblor de los demonios, empleando una expresión parecida a la de Santiago. Véase A. Deissmann, o.c. p.21735. 81 Los mejores códices, BSC, 323, ff, s; las versiones Sah. y Arm., y muchos mss. de la Vulgata leen áñãÞ =
estéril, ocioso. Los demás códices tienen íåêñÜ = mortua (Vg), que debe de ser una corrección armonística en conformidad con los v.17 y 26. 82 Cf.
Eco_44:19-21;
Sab_10:5;
1Ma_2:52;
jubileos 17:18; Filón,
Quod Deus immut. 4. Textos rabínicos se pueden ver en Strack-Billerbeck, o.c. III p. 186-200. 83 Rom 4:16-21;
Gal_3:6-9. 84
Gal_15:6. 85 Ses.6 can.ßï y can.24.32: D 803. 86
Gén_22:12.16s. 87 J. chaine, o.c. p.67; Teófilo García De Orbiso, o.c. p.136. 88 Cf. Teófilo García De Orbiso, o.c. p.13? 89 Cf.
Mat_5:20;
Luc_1:75. 90
Rom_4:16-21;
Gal_3:6-9. 91 A. Charue , o.c. p-411. 92 Ses.6 can.7: D 800. Cf. De Ambroggi, o.c. p.so. Sobre la cuestión de la
justificación en Santiago y en San Pablo, véanse P. Schanz,
Jakobus und Paulus: Tübingen Theol. Quart. 62 (1880) 3-46.247-286; B. Bartmann, Pauíus
und Jakobus über die Rechtfertigung: BS 2 (1897) X-164; Menegoz,
étude comparative sur Venseignement de Paul et de Jacques sur la justification par la foi: études de Théol. et d'Hist. (1901) 121-150; E. Tobac,
Le probléme de la justification dans S. Paul et dans S.
Jacques: Rev. d'Hist. Eccl. 22 (1926) 797-805; id.,
Le probléme de la justification dans S. Paul (Lovaina 1908); id.,
La Difeaíosime
Theou dans S. Paul: Rev. d'Hist. Eccl. 9 (1908) 5-18; F. prat, La
théologie de S. Paul (París 192715) vol.i p.212-214; J. Vosté, Studía Pauíina 5:
De iustificatione per fidem (Roma 19412) p.93-109; Teófilo García De Orbiso, o.c. p.139-149; E. Lohse,
Glaube und Werke zur Théologie des Jakobus: ZNTW (1957) 1-22. 93 2:9-11. 94 Cf.
Heb_11:31. 95
Jos_6:17-25. 96
Mat_1:5. 97
Heb_11:31; i
Clementis 12:1. 98 Acerca del significado de ôôíåõìá-Ruah, véase van imschoot,
L'action de l'esprit de Jahvé dans l'A. T.: RSPT 23 (1934) 554ss.