Los que vengan después de ella reconocerán que nada es mejor que el temor del Señor, nada más dulce que guardar sus mandamientos*. (Eclesiástico 23, 27) © Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 2009)
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23. Oración Frente a los Pecados de Lengua y Sensualidad.
Oración del sabio (22:33-23:1/6).
33 ¡Quién pusiera una guarda a mi boca y un sello de circunspección a mis labios para que por ellos no cayese y no me perdiera, preservando del mal mi lengua! 23 Señor, Padre, Soberano de mi vida, no permitas que por ellos caiga. 2 ¡Quién me diera que manejases el azote contra mis pensamientos, y contra mi corazón la disciplina de la sabiduría, compasión a mis faltas, para que no incurra en pecados de lengua, 3 a fin de que no se multipliquen mis yerros, y se acrecienten mis pecados, y venga a caer ante el enemigo, y éste se regocije al verlo! 4 Señor, Padre y Dios de mi vida, no me abandones a sus sugestiones. 5 No me haga altivo de ojos; aparta de mí toda mala inclinación1 6 No se adueñen de mí los placeres del vientre y de la sensualidad, y no me entregues al deseo lascivo.
Concluye Ben Sirac la sección quinta del libro con una preciosa oración en que implora a Dios le preserve de los pecados de lengua y sensualidad, a que todavía se referirá antes de pasar a la sección siguiente. Reconoce con ella que, dada la facilidad con que la lengua se desliza hacia ciertos pecados y la propensión de la naturaleza humana a los placeres sensuales, no bastan las meras normas sapienciales para mantenerse alejado de ellos, sino que es precisa una asistencia especial de Dios, que se consigue mediante la oración. La dirige a Dios, Padre y Soberano de su vida, lo que pone una nota de confianza y humildad, a la vez que indica relaciones más individuales del israelita con Dios que en tiempos pasados, en que Dios era más bien el Padre del pueblo elegido l.
Siendo el Señor quien da la respuesta a los labios 2, y pudiendo éstos proferir bendición o maldición 3, el sabio pide al Señor un dominio tal de su lengua, que le permita hablar siempre conforme a los dictados de la sabiduría y evitar los pecados en que aquélla tan fácilmente incurre. Y como éstos provienen de los pensamientos malévolos de la mente y de los afectos incontrolados del corazón, Ben Sirac implora corrección y castigo respecto de uno y otra que le obliguen a poner junto a la gracia de Dios el castigo personal preciso para obtener la victoria y no venir a ser por sus pecados motivo de júbilo para sus enenvgos, que diría también el salmista en una oración parecida4. En la segunda parte, repetida la invocación a Dios Padre (v.4), solicita ayuda y protección para no caer en los pecados de sensualidad, que, juntamente con los de lengua, son de los más difíciles de evitar. Las sugestiones del v.5 se refieren al corazón y pensamientos del v.2, no al enemigo del v.3. La altivez de ojos, más bien que el orgullo, designa en este contexto la mirada concupiscente del que está dominado por la pasión impura 5. Los placeres del vientre, dado que no se trata en la perícopa de la intemperancia, designa seguramente los placeres de la carne. La invocación de la gracia de Dios no dispensa del esfuerzo humano. A su plegaria, Ben Sirac va a añadir unas normas de prudencia y unas exhortaciones encaminadas a dar luz a la mente y fortaleza a la voluntad en la lucha que sus discípulos han de sostener si quieren evitar los pecados mencionados.
El dominio de la lengua (23:7-20).
7 Escuchad, hijos míos, la disciplina de la lengua, que el que la guarde no será cogido en falta. 8 Que por los labios es cogido el pecador, y vienen a caer el maldiciente y el soberbio. 9 No te habitúes a proferir juramentos, 10 ni a pronunciar el nombre del Santo. 11 Pues como el esclavo puesto de continuo a la tortura no está libre de cardenales, así el que siempre jura y profiere el nombre de Dios no se verá limpio de pecados. 12 Hombre que mucho jura se llenará de iniquidades, y el azote no se apartará de su casa. 13 Si uno peca, el pecado pesará sobre él, y si no tiene cuenta, pecará doblemente. 14 El que jura en vano no está exento de culpa, y su casa estará llena de penas. 15 Hay modos de hablar que llevan a la muerte; lejos estén de la descendencia de Jacob. 16 Pues todo esto debe estar muy lejos del varón, y así no se verá enredado en el pecado. 17 No habitúes tu lengua a libertina disciplina, que va acompañada del hablar pecaminoso. 18 Acuérdate de tu padre y de tu madre cuando te sientes en medio de los grandes; 19 no sea que, olvidándote de ellos en su presencia, vengas a hacer el necio, y querrías entonces no haber nacido. 20 Hombre de hablar vituperable no llegará en su vida a la sabiduría.
Comienza recordando la necesidad de la disciplina de la lengua para evitar sus pecados, e indica que el hábito de murmurar y la soberbia son las más frecuentes causas de los mismos.
Ante todo es preciso una cautela especial respecto del juramento y del tener siempre en los labios el nombre de Dios. En la antigüedad era muy frecuente el juramento; mediante él se arreglaban muchas cosas en aquellas sociedades imperfectamente constituidas. Los judíos tenían ideas un poco raras respecto de él; sólo consideraban pecado grave el perjurio, y si el nombre de Dios no entraba en el juramento, no se creían obligados a su cumplimiento 6. Es muy difícil que quien está de continuo jurando o tiene en sus labios a cada momento el nombre de Dios, no lo haga alguna vez en vano, sin la debida reverencia en un momento de indignación, o en un momento de apuro no jure en falso. Por ello recomienda el sabio no habituarse al juramento ni a tomar, sin más, en los labios el nombre de Dios. Dice San Agustín que jurar en falso es perdición, jurar lo verdadero es cosa peligrosa, no jurar es lo más seguro. 7
A los cristianos, Jesucristo dio esta norma ideal: entre los miembros del nuevo reino debe reinar tal confianza y sinceridad, que baste un sí o un no sencillos para ser creídos, sin necesidad de juramento alguno, el cual está indicando que aquéllas fallan8. Ben Sirac puntualiza que se puede faltar al juramento de tres maneras: jurando a la ligera, lo que era preciso expiar 9; no cumpliendo lo prometido conjuramento, que crea una obligación especial, y jurando en falso, profanación del nombre de Dios que no quedará sin castigo 10.
Pero hay un pecado de lengua más grave todavía que el juramento ; tan detestable, que Ben Sirac no quiere ni mencionarlo por su nombre: la blasfemia, que en la Ley se castigaba con la pena de muerte n y que los israelitas debían de todo punto aborrecer.
La sabiduría va más allá todavía en sus exigencias. Sus discípulos han de evitar no sólo los pecados graves de lengua, sino también cuanto desdice de su dignidad y decoro, como son las palabras y conversaciones torpes, que, si no están bien en otras gentes, mucho menos en boca de los israelitas, escogidos como pueblo predilecto por el Dios tres veces santo, que quiere también santo a su pueblo 12.
Los versos siguientes (18-19) se refieren a quien, habiendo tenido un origen humilde, llega después a ocupar un puesto destacado en la sociedad. Ben Sirac le recomienda que no incurra en el olvido de quienes le dieron el ser y se abstenga de toda palabra desdeñosa hacia ellos cuando se encuentre en medio de los grandes. Sería una falta contra el cuarto precepto, que Dios no dejaría sin castigo, y una falta de educación, que le granjearía el desprecio de los nombres. Ello le haría sentir confusión, y tal vez desesperado llegase a maldecir el día de su nacimiento 13. Concluye la perícopa con una advertencia: quienes se habitúan a los pecados de lengua, difícilmente se corrigen después, por lo que es preciso atacar este defecto en sus principios.
Los pecados de lujuria (23:21-37).
21 Dos suertes de hombres multiplican los pecados y una tercera atrae la cólera. 22 El que se abrasa en el fuego de sus apetitos, que no se apaga hasta que del todo le consume. 23 El hombre impúdico consigo mismo, que no cesará hasta que su fuego se extinga. 24 El hombre fornicario, a quien todo pan le es dulce, que no se cansará mientras no muera. 25 El hombre infiel al propio lecho conyugal, que dice para sí: ¿Quién me ve? 26 La oscuridad me cerca y las paredes me ocultan; nadie me ve, ¿qué tengo que temer? El Altísimo no se da cuenta de mis pecados. 27 Sólo teme los ojos de los hombres, 28 y no sabe que los ojos del Señor son mil veces más claros que el sol, y que ven todos los caminos de los hombres y penetran hasta los lugares más escondidos. 29 Antes que fueran creadas todas las cosas, ya las conocía El, y lo mismo las conoce después de acabadas. 30 Será aquél castigado en las plazas de la ciudad, y donde menos lo sospecha será í cogido. 31.32 Así también la mujer que engaña a su marido, y de un extraño le da un heredero; 33 porque en primer lugar desobedeció a la Ley del Altísimo, y además pecó contra su marido; y en tercer lugar cometió adulterio, dándole hijos de varón extraño. 34 Esta será llevada ante la asamblea y recaerá sobre sus hijos la duda; 35 sus hijos no echarán raíces ni sus ramas darán fruto. 36 Dejará una memoria de maldición y su deshonra no se borrará. 37 Y los supervivientes conocerán que nada hay mejor que el temor del Señor y nada más dulce que atenerse a sus mandamientos.
De los pecados de lengua pasa a la otra clase de pecados que mencionó en su oración, para insistir en la gravedad del adulterio. Abre la sección una sentencia numeral, en que se enuncia el número total de las cosas a que se va a hacer referencia, menos una, que se enuncia a continuación con cierto misterio e intriga, y que excede a las precedentes en importancia. La primera clase de hombres que multiplica los pecados de lujuria son los que se dan al pecado solitario; su sensualidad es comparada al fuego, que arde hasta haber consumido y devorado todo, pues también ella no cede hasta haber agotado las mismas energías físicas del lujurioso. La segunda, los fornicarios, a quienes el fuego de la pasión lleva a pecar con toda mujer que les sale al paso, y cuya concupiscencia no se extingue más que con la muerte. El hombre que se acostumbra a este vicio - escribe A Lapide - peca con cualquiera que le presente ocasión; toda mujer, esté dotada de belleza o carezca de ella, sea pobre o rica, sea joven o anciana, le parece buena para saciar su concupiscencia, como sabe dulce y sabroso al famélico el pan aunque sea moreno y duro. La concupiscencia y costumbre de fornicar es tan tenaz, que no envejece con los años, sino que subsiste, tiene vigor y arde hasta la misma muerte.14
La tercera clase son los adúlteros (v.25-30), los cuales piensan que Dios no presta atención a sus pecados, y procuran no ser descubiertos por los hombres a fin de evitar las penas con que se castigaba este pecado. Se equivocan al enjuiciar así la actitud de Dios. El conoce al hombre aun antes de que exista 15, sigue los pasos de cada uno de los vivientes, sin que uno solo escape a su providencia 16, y conoce las más profundas intenciones de la mente humana y los más íntimos sentimientos del corazón del hombre 17. Dios - escribe A Lapide - prevé las acciones buenas y malas de los hombres antes de que vengan al mundo; las ve cuando están en el mundo y las juzgará cuando salgan del mundo.18 Pero el lujurioso vive abismado en sus pecados, y termina por hacerse en la práctica un ateo, y no es del parecer de Séneca, que, siendo gentil, exclamaba: Aunque supiera que los hombres ignorarían su pecado y Dios lo desconociese, sin embargo, no pecaría por la torpeza y fealdad del mismo.19 También las precauciones del adúltero para que su pecado quede oculto a los hombres fallan con mucha frecuencia. Más de una vez, cuando el adúltero se creía más seguro, fue sorprendido en su delito, con la consiguiente infamia, a la que siguió un implacable castigo 20.
Y lo mismo ocurrirá a la adúltera (v.32). También ella será castigada con todo rigor por el triple pecado cometido con su acto lujurioso: ofensa a Dios desobedeciendo un mandamiento de la Ley 21; infidelidad para con su marido, cuya fe, prometida ante el Señor, ha violado 22, e injuria a los hijos legítimos, a los que añade un extraño con quien aquéllos habrán de compartir su herencia. Los cristianos, que sabemos que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, podríamos insistir en este nuevo motivo como poderoso estímulo para apartarse de tan grave pecado. Pero no sólo la adúltera sufrirá la pena de su delito, sino que sufrirán también las consecuencias sus hijos legítimos, sobre cuya legitimidad alguien formulará sospechas al ser descubierto su pecado, y por supuesto los ilegítimos, que quedaban excluidos de la comunidad religiosa 23 y expuestos a los males que menciona en su primera parte el libro de la Sabiduría 24. Quienes conozcan la infamia en que incurre la adúltera comprenderán cuánto mejor es el temor de Dios, principio de sabiduría que lleva a la práctica de la virtud 25, que seguir la concupiscencia de la carne.
1 1Cr_29:6; Isa_63:16; Mal_2:10. - 2 Prov 16:1. - 3 Sant 3:9. - 4 Sal_38:17. -Sal_5 26:9; Gen_39:7; Mat_5:28. - 6 Mat_5:33-37; Sant 5,ia. - 7 Serm. 28 D Verb. Apost. - 8 Mat_5:33-37. - 9 Lev_5:4-6. - 10 Exo_20:7; Lev_19:12; Deu_5:11. - 11 Lev_24:14. - 12 Cf. Lev. 0.17-27 (código de la santidad), e Isaías, el profeta de la santidad de Yahvé. - 13 Jer 20,14; Job_3:3, Job_3:-14 O.c.,Job_23:23 t.1 p.606. - 15 Jer_1:5. - 16 Eco_16:17. - 17 Pro_16:2.12; 24:Pro_21:2. - 18 O.c.,Pro_23:29 t.i p.610. - 19 Citado en A Lapide, o.c., 32Cr_23:25 t.1 p.606. - 20 cf. 2 Sam 11. La Ley castigaba el adulterio con la pena de lapidación (Lev_20:10; Deu_22:22; Eze_16:40). En los días de Ben Sirac parece se aplicaba una pena menos rigurosa (cf. Pro_5:11-14; Pro_6:35). La Vulgata añade que caerá en deshonra de todos, porque no conoció el temor de. ¿tos. Este le hubiera llevado a la disciplina de las pasiones y evitado caer en la tentación. - 21 Ex 20,14; Deu_5:17. - 22 Prov 2:17. - 23 Cf. Deu_23:3-24 Cf-Deu_3:16-19; Deu_4:3-6. - 25 La Vulgata añade el v.38: Es una gran gloria seguir al Señor, porque de El se recibe largo número de días. Cf. Pro_3:2.