Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
9. Los Mensajeros de la Destrucción.
En el capítulo anterior se concretaban las grandes
abominaciones de los habitantes de Jerusalén, que llegaron hasta contaminar el recinto sagrado del templo con infiltraciones idolátricas de todo género. El castigo de Dios no podía dejarse esperar. En este capítulo, dramáticamente se describe la ejecución del terrible castigo. Las expresiones son radicales e hiperbólicas.
Orden de exterminio de los malvados de Jerusalén (1-7).
1 Y clamó en mis oídos con fuerte voz: ¡Acercaos los que habéis de castigar la ciudad! 2 Y llegaron seis hombres por el camino de la puerta superior del lado del septentrión, cada uno con su instrumento destructor en la mano. Había en medio de ellos un hombre vestido de lino, que traía a la cintura un tintero de escriba, y, entrados, fueron a ponerse junto al altar de bronce. 3 La gloria del Dios de Israel se alzó de sobre el querubín sobre el que estaba, hacia el umbral de la casa, y, llamando al hombre vestido de lino que llevaba el tintero de escriba, 4 le dijo: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y pon por señal una tau en la frente de los que se duelen de todas las abominaciones que en. medio de ella se cometen. 5 Y a los otros les dijo: Pasad en pos de él por la ciudad y herid. No perdone vuestro ojo ni tengáis compasión: 6 viejos, mancebos y doncellas, niños y mujeres, matad hasta exterminarlos, pero no os lleguéis a ninguno de los que llevan la tau. Comenzad por el santuario. Comenzaron, pues, por los ancianos que estaban delante del templo. 7 Y les dijo: Profanad también el santuario, henchid de muertos los atrios. Salid, pues. Salieron, y se pusieron a matar por la ciudad. La visión se continúa. El profeta ve a cuatro instrumentos
de la justicia divina, a los que llama
los que habéis de castigar (v.1). Son seis hombres (ángeles en forma humana), cada uno con un instrumento mortífero en su mano (v.2). En medio de ellos había uno
vestido de lino como los sacerdotes1, con los enseres de
escriba: un recipiente de bronce con departamentos para la pluma, la tinta y el raspador. Todo colgando de la cintura
(v.2). Los mensajeros de la justicia vienen
del lado del septentrión (v.2), porque del norte vendría el invasor caldeo, instrumento de la ira divina. Dios, que estaba asentado en su
gloria en el atrio interno, sale al umbral del santuario. La expresión
gloria de Dios equivale a Dios en su majestad, tal como era presentado en 8:35 sobre los
querubines refulgentes y radiantes como bronce.
Dios ordena al que lleva los instrumentos de escriba que haga una señal en forma de
tau sobre la población fiel, que no se ha contaminado en las
abominaciones (v.4). En cambio, a los otros, culpables, deben exterminarlos sin distinción de edades ni sexo.
La tau que se ordena poner sobre los buenos puede ser una pequeña cruz o equis de la antigua escritura fenicio-samaritana2. También con ocasión del éxodo un signo especial sirvió para proteger a los israelitas contra el ángel exterminador 3.
Los Padres han visto en esta señal un tipo del carácter bautismal del cristiano, destinado por vocación a la vida eterna. La orden de exterminio es total, y no deben sus ministros pararse ante la profanación del santuario con los cadáveres:
profanad el santuario, henchid de muertos los atrios (v.7). Los cadáveres contaminaban legalmente todo lo que tocaban, y por eso su presencia en el santuario suscitaba particular aversión en los israelitas. Pero ahora ha llegado la hora del castigo y nada debe ser preservado,
aunque se comprometa su santidad local. Las frases no han de entenderse necesariamente al pie de la letra, pues se trata de una dramatización literaria de la invasión caldea. Los soldados de Nabucodonosor no perdonarán realmente nada, y hasta en el santuario derramarán sangre humana.
Son los instrumentos de la justicia divina, representados en estos destructores de que habla el profeta.
Vana intercesión del profeta (8-11).
8 Mientras ellos herían, quédeme solo, y, postrándome rostro a tierra, grité: ¡Oh Señor, Yahvé! ¿vas a exterminar cuanto queda de la casa de Israel, arrojando tu furor sobre Jerusalén? 9 Y me dijo: La iniquidad de la casa de Israel y de Judá es muy grande. La tierra está llena de sangre; la ciudad, llena de injusticia, pues se han dicho: Yahvé se ha alejado de la tierra y no ve nada. 10 Así, pues, haré yo: no perdonará mi ojo, no tendré compasión, haré recaer sus obras sobre sus cabezas. 11 Y el hombre vestido de lino, con tintero de escriba a la cintura, vino a hacer relación: He hecho lo que mandaste. El profeta queda horrorizado al ver cumplirse la orden de Dios. Son tan pocos los justos, que Israel va a quedar despoblada, y por eso intercede ante El (v.8). La respuesta es tajante: la violencia y la injusticia han llenado la ciudad, y ha llegado al límite, pues, además, han sido presuntuosos, creyendo que Yahvé ya no vigilaba sus acciones:
Yahvé se ha alejado de la tierra y no ve nada (v.8). Esto es un insulto a su omnipotencia, y por eso no puede reprimir su ira (v.10). El jefe de los ministros de la justicia divina,
el hombre vestido de lino, viene a decir que su orden ha sido ya puntualmente cumplimentada. Con esto quiere recalcar Ezequiel que su visión se cumplirá sin falta. Los exilados debían, pues, dejar la ilusión de que Jerusalén no caería en manos de los babilonios. Por otra parte, deben considerarse agraciados, ya que su suerte es menos penosa que la de los que quedaron en Judá.