I Samuel 2, 30-36

Por eso —palabra de Yahvé, Dios de Israel—, aunque dije que tu familia y la familia de tu padre estarían siempre a mi servicio, ahora —palabra de Yahvé— me guardaré bien de ello. Porque a los que me honran, yo los honro, pero los que me desprecian son despreciados*. Ya están llegando los días en que amputaré tu brazo y el brazo de la familia de tu padre, de suerte que en tu familia los hombres no lleguen a madurar. Mirarás como enemigo la Morada y todo el bien que yo haré a Israel, y nunca habrá hombres maduros en tu familia. Conservaré a alguno de los tuyos cabe mi altar para que tus ojos se consuman y tu alma se marchite, pero la mayor parte de los tuyos perecerá por la espada de los hombres. Será para ti señal lo que va a suceder a tus dos hijos Jofní y Pinjás: morirán los dos el mismo día. Yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obre según mi corazón y mis deseos, le edificaré una casa permanente y caminará siempre en presencia de mi ungido. El que quedare de tu casa vendrá a postrarse ante él para conseguir algún dinero o una hogaza de pan y dirá: ‘Destíname, por favor, a una función sacerdotal cualquiera, para que tenga un bocado de pan que comer.’»
Ver contexto