II Macabeos 14, 1-10

Después de tres años* de intervalo, los hombres de Judas supieron que Demetrio, hijo de Seleuco, había atracado en el puerto de Trípoli con un fuerte ejército y una flota, y que se había apoderado de la región, después de haber dado muerte a Antíoco y a su tutor Lisias. Un tal Alcimo, que antes había sido sumo sacerdote, pero que se había contaminado* voluntariamente en tiempo de la rebelión, pensando que de ninguna forma había para él salvación ni acceso posible al altar sagrado, fue al encuentro del rey Demetrio, hacia el año ciento cincuenta y uno, y le ofreció una corona de oro y una palma, y además los rituales ramos de olivo del templo. Por aquel día no hizo más Pero encontró una ocasión propicia para su demencia, al ser llamado por Demetrio a consejo y ser preguntado sobre las disposiciones y designios de los judíos. Respondió: «Los judíos llamados asideos, encabezados por Judas Macabeo, fomentan guerras y rebeliones, para no dejar que el reino viva en paz. Por eso, aunque despojado de mi dignidad ancestral, me refiero al sumo sacerdocio, he venido aquí, en primer lugar, con verdadera preocupación por los intereses del rey, y, en segundo lugar, con la mirada puesta en mis propios compatriotas, pues, por la locura de los hombres que he mencionado, toda nuestra raza padece no pocos males. Y ya que estás bien informado de todo esto, majestad, mira por nuestro país y por nuestra nación por todas partes asediada, con esa accesible benevolencia que tienes para todos. Pues mientras viva Judas, no podrá el Estado alcanzar la paz.»
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