Hechos 1, 3-14

A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles pruebas de que vivía, dejándose ver de ellos durante cuarenta días y hablándoles del Reino de Dios*. Mientras estaba comiendo con ellos, les ordenó: «No os vayáis de Jerusalén*, sino aguardad la Promesa del Padre, que oísteis de mí. Porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo* dentro de pocos días.» Ellos, en cambio, estando reunidos*, preguntaron a Jesús: «Señor, ¿va a ser ahora cuando restablezcas el Reino a Israel*?» Él les contestó: «No es cosa vuestra conocer el tiempo y el momento* que el Padre ha fijado con su propia autoridad; al contrario, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros*, recibiréis una fuerza que os hará ser mis testigos* en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra*». Dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube* lo ocultó a sus ojos. Mientras ellos estaban mirando fijamente al cielo, viendo cómo se iba, se les presentaron de pronto dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿por qué permanecéis mirando al cielo? Este Jesús, que de entre vosotros ha sido llevado al cielo, volverá tal como* lo habéis visto marchar». Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista de Jerusalén el equivalente a un paseo permitido en sábado. Cuando llegaron, subieron a la estancia superior, donde vivían. Eran Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Zelota y Judas de Santiago*. Todos ellos perseveraban en la oración*, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María la madre de Jesús y de sus hermanos*.
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