Hechos 9, 3-19

Pero yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, lo envolvió de pronto una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl*, ¿por qué me persigues?» Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues*. Pero levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer.» Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía sus ojos bien abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le introdujeron en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber. Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le llamó en una visión: «Ananías.» Él respondió: «Aquí estoy, Señor.» El Señor le dijo: «Prepárate y vete a la calle Recta. Una vez allí, pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo. En este momento está en oración y ha visto* que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para recobrar la vista.» Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos* en Jerusalén, y que aquí tiene poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le respondió: «Vete, pues he elegido a éste como instrumento para llevar mi nombre a los gentiles, a los reyes y a los israelitas*. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre.» Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo*.» Al instante cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas. Saulo estuvo algunos días con los discípulos de Damasco,
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