Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
10. Luchas del pueblo de Dios y liberación.
Es la última visión del libro de Daniel. Está datada en el año tercero de Ciro y es como una introducción a las revelaciones de los c.11-12, donde hablará de las incidencias y luchas entre los Seléucidas de Siria y los Ptolomeos de Egipto.
El estilo es plenamente apocalíptico. Los personajes e interlocutores se multiplican, y la dramatización de las escenas domina el carácter literario del mismo. De nuevo encontraremos aquí el diálogo de ideas teológicas plasmadas en personajes imaginarios.
Aparición de un ángel resplandeciente (1-7).
1 El año tercero de Ciro, rey de Persia, fue hecha a Daniel, llamado Baltasar, una revelación. Esta revelación es verdadera y anuncia una gran calamidad. Puso atención a la palabra y tuvo la inteligencia de la visión. 2 Por aquellos días, yo, Daniel, estuve en duelo tres semanas. 3 No comí manjar delicado ni entró carne ni vino en mi boca, ni me ungí, hasta que no pasaron las tres semanas. 4 El día veinticuatro del primer mes hallábame a las orillas del gran río Tigris. 5 Alcé los ojos y miré, viendo a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro. 6 Su cuerpo era como de crisólito; su rostro resplandecía como el relámpago; sus ojos eran como brasas de fuego; sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su voz era como rumor de muchedumbre. 7 Yo solo, Daniel, vi la visión; los que conmigo estaban no vieron nada, pero se sobrecogieron de terror y huyeron a esconderse. La datación es considerada por muchos autores como adición erudita de un glosista, pues es extraño el título rey
de Persia en vez de
Babilonia i. También es extraño el cambio de la tercera persona en la primera. Daniel tuvo, según el texto, una revelación en la que se anunciaba una gran calamidad para su pueblo. El profeta estaba ansioso por conocer lo que acaecería a su pueblo
en los días posteriores (v.14), y por eso se pone en estado de ayuno y de duelo. La
visión tuvo lugar en el
veinticuatro del primer mes, que en el cómputo babilónico es el de
Nisán (marzo-abril). Era el mes en que se celebraba la Pascua de los panes ázimos, en cuyos días había que comer el
pan de la aflicción. El lugar de la aparición,
a orillas del gran río Tigris (v.4). Generalmente se considera la palabra
Tigris como glosa, ya que en la Biblia el
gran río es siempre el
Eufrates 2, en cuyas orillas se asentaba Babilonia, donde se hallaba Daniel.
Ante sus ojos se desplegó una visión parecida a la de la inauguración del ministerio profético de Ezequiel, dominada por la aparición de un
varón vestido de lino y con un cinturón de oro (v.5). Es un ser celestial, desbordante de esplendor 3. El color del vestido de lino y el oro recalcan la idea de luminosidad característica de los seres celestiales en la Biblia. El aspecto de ese ser superior es tan impresionante, que Daniel quedó aterrado. Sus acompañantes no ven nada, como en el caso de la visión de San Pablo camino de Damasco 4.
Daniel, reconfortado (8-21).
8 Quédeme yo solo, y vi esta gran visión. No quedaron en mí fuerzas; se demudó el color de mi rostro, quedé desencajado y perdí todo mi vigor. 9 Oí el sonido de sus palabras, y, en oyendo el sonido de sus palabras, caí aturdido rostro a tierra. 10 Pero me tocó una mano, sacudiendo mis rodillas y mis manos, n y me dijo: Daniel, varón predilecto, está atento a las palabras que voy a decirte, y ponte en pie en el lugar en que estás, pues he sido enviado a ti. Una vez que me habló, púseme en pie temblando. 12 Díjome: Nada temas, Daniel, pues desde el primer día en que diste tu corazón a entender y a humillarte en presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y por ellas he venido yo a ti; 13 pero el príncipe del reino de Persia se me opuso veintiún días; mas Miguel, uno de los príncipes supremos, vino en mi ayuda, y yo prevalecí allí sobre los reyes de Persia 5. 14 Vengo ahora para darte a conocer lo que sucederá a tu pueblo en los tiempos venideros, pues a estos tiempos se refiere la visión. 15 Mientras me decía estas palabras, estaba yo con los ojos puestos en tierra y mudo, 16 cuando he aquí que uno que parecía un hijo de hombre tocó mis labios; abrí la boca y hablé, diciendo al que delante de mí estaba: Mi señor, la visión me ha llenado de espanto y he perdido todo vigor. 17 ¿Cómo va a poder el siervo de mi señor hablar a mi señor? Me faltan las fuerzas y no tengo aliento. 18 Entonces el que parecía hijo de hombre, me tocó de nuevo y me confortó. 19 Luego me dijo: ¡Nada temas, varón predilecto; sea contigo la paz! ¡Animo, valor! Y, en habiéndome, recobré mis fuerzas, y dije: Hable mi señor, pues me has fortalecido. 20 El me dijo: ¿Sabes para qué he venido yo a ti? Porque tengo que volverme luego a luchar con el príncipe de Persia, y, saliendo yo, vendrá el príncipe de Grecia. 21 Pero yo te daré a conocer lo que está escrito en el libro de la verdad. Nadie me ayuda contra ellos, si no es Miguel, vuestro príncipe. Este fragmento es sumamente curioso por su contenido, y es preciso entenderlo a la luz de este simbolismo característico de los escritos apocalípticos,
viendo en los personajes sobre todo la personificación de ideas teológicas. Ya hemos tenido ocasión de ver en los capítulos anteriores cómo el autor del libro de Daniel concibe la historia como una sucesión de imperios que van preparando, sin saberlo, la irrupción del
reino de los santos. En la visión de la estatua de diversos metales del c.2 encontramos el esquema general ideológico de todas las visiones siguientes. En los capítulos 7 y 8, las líneas generales de este esquema se van explicitando, y en este capítulo 10 encontramos el desarrollo de la misma línea simbólica: Daniel está aturdido por la
gran visión que acaba de tener; un ángel le toca y le habla, disculpándose de no haber venido antes,
aunque su oración fue oída desde que puso su corazón a entender (v.12), es decir, desde que se
decidió Daniel a hacer penitencia y humillarse ante Dios para comprender la visión.
El hagiógrafo quiere destacar la eficacia de la oración del fiel judío Daniel. Lo interesante de la declaración del ángel es que éste confiesa que un
principe del reino de Persia no le permitió llegar, deteniéndole
veintiún días antes de socorrer a Daniel (v.13). Sólo después que recibió la ayuda de
Miguel, uno de los príncipes supremos, pudo venir en auxilio del angustiado Daniel. Pero después tiene que volver a
luchar con el príncipe de Persia (v.20), sin decir que le vencerá, aunque añade que aparecerá el
rey de Grecia. Todas estas palabras parecen extremadamente enigmáticas si se prescinde del modo de escribir de los autores apocalípticos. Podemos decir que aquí el autor del libro de Daniel no hace sino
dramatizar la historia en función de determinadas ideas teológicas. ¿Quiénes son este
príncipe de Persia que detiene al ángel, y el
rey de Grecia que aparecerá después de la lucha entre el ángel misterioso y aquél?
En la tradición teológica ha estado bastante extendida la opinión de que aquí los
príncipes de Persia y de Grecia y el
hombre que habla a Daniel con Miguel son los
angeles protectores de los respectivos pueblos de Persia, Grecia e Israel. Todos defienden los derechos de sus pueblos, y de ahí esa colisión entre ellos. No parece muy teológico esto de suponer que los
angeles buenos protectores luchen entre sí, oponiéndose a la realización de los designios divinos. Por otra parte, el género literario del fragmento bíblico que comentamos nos da una explicación mucho más sencilla. Estos
príncipes no son sino una personificación dramatizada de los respectivos reinos de Persia y Grecia,
que se oponen al advenimiento del reino de los santos, patrocinado por el ángel intérprete y el protector por excelencia del pueblo judío, Miguel. El representante de los intereses del
pueblo de los santos ha tenido que luchar denodadamente por vencer primero al reino de Persia y después al de Grecia (de cuyos sucesores, los Seléucidas y Ptolomeos, se va a ocupar en los capítulos siguientes) antes de que triunfe la causa del
reino de los santos, que no es otro que la
piedra que derrumbó la estatua de los múltiples metales del sueño de Nabucodonosor. El
ángel, o personaje resplandeciente vestido de lino que hemos visto al principio del capítulo, es la personificación del
designio providencial de Dios en la historia, que va preparando la inauguración
del reino de los santos, es decir, de la era mesiánica, venciendo las resistencias de los imperios que le precedieron. En su lucha es auxiliado poderosamente por el protector tradicional de Israel, el arcángel
Miguel (v.21).
La gran lucha, vencido el
príncipe de Persia, va a comenzar con el
rey de Grecia (los Seléucidas y Lagidas), como se expresará en el capítulo siguiente. Por fin, el
designio de Dios (personificado en ese personaje refulgente como el bronce) triunfará de la última oposición a la instauración del
reino de los santos, que es la lucha contra el pueblo judío y sus instituciones en tiempo de los Macabeos. Por eso anuncia este personaje a Daniel que le comunicará
lo que sucederá en los tiempos venideros (v.14), es decir, la última tentativa de oponerse a la i
nstauración del reino de los santos, que terminará con la victoria total de la causa de Dios, lo que supone la inauguración de la era mesiánica.
1 Los LXX leen en el año primero de Ciro. 2 Cf.
Gen_15:18;
Jos_1:4. 3 Algunos autores identifican este misterioso personaje interlocutor con el
Deu_8:16 4 Act 9. 5 Los LXX traducen: yo le he dejado. Con un ligero cambio del hebreo,
notarti en
hotarti, tenemos
he prevalecido; así Teodoción.