Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)
31. Nuevo anuncio de la ruina de Egipto.
Ezequiel quiere probar sus oráculos contra el país del Nilo acudiendo a la historia de Asiría. En 612 cayó Nínive, la capital de aquel gran imperio. En la memoria de muchos exilados debía de estar aún el recuerdo de aquella fecha. El poderío asirio era inmenso, y sucumbió estrepitosamente ante el empuje del nuevo imperio babilónico con Nabopolasar, padre de Nabucodonosor, al frente. Asiría parecía omnipotente y, sin embargo, cayó y desapareció. Es lo que sucederá a Egipto. El profeta expresa su pensamiento en una bellísima alegoría, que podemos dividir del modo siguiente:
a) descripción de Asiría como un árbol frondoso (1-9);
b) su destrucción (10-14);
c) impresión por el desastre (15-18). La primera parte está en verso. Por razones internas, algunos autores creen que las dos últimas partes son de un redactor posterior a Ezequiel.
Asiría, árbol frondoso (1-9).
1 El año undécimo, el tercer mes, el primero del mes, fueme dirigida la palabra de Yahvé, diciendo: 2Hijo de hombre, di al faraón, rey de Egipto, y a su multitud: ¿A quién te igualaste en tu grandeza? 3 He aquí que Asur era un cedro del Líbano de bello ramaje, frondoso y de sublime estatura, que mecía su copa entre las nubes. 4 Las aguas le hicieron crecer, el abismo le encumbró; hizo correr ríos en torno al lugar en que estaba plantado, y mandaba sus acequias a todos los árboles del campo. 5 Por eso se encumbró sobre todos los árboles del campo y se multiplicaron sus ramas, y su fronda se extendió por la abundancia de aguas. 6 Anidaban en sus ramas todas las aves del cielo, y parían bajo su copa todas las bestias del campo, y eran muchos los pueblos que habitaban a su sombra. 7 Era hermoso por su grandeza, por la extensión de sus ramas, por tener sus raíces metidas en abundantes aguas. 8 No le sobrepujaban los cedros del jardín de Dios, no se le asemejaban en la fronda los cipreses, no eran los plátanos comparables en su fronda, ningún árbol del jardín de Dios le igualaba en hermosura. 9 Yo le había hecho hermoso y frondoso, y todos los árboles del Edén que había en el jardín de Dios le miraban con envidia. Este vaticinio contra Egipto fue proferido en mayo-junio del 586, dos meses antes de la destrucción de Jerusalén. El profeta se encara con el faraón y su
multitud, o pueblo de Egipto. El faraón ha tenido los mismos sentimientos de soberbia por los que fue castigada Asiría:
¿a quién te igualaste.? (v.2). Ante su insolencia, Ezequiel no hace sino recordar la historia de Asiría:
era un cedro del Líbano (v-3). El profeta escoge la imagen apropiada según el país: a Israel la compara a una vid 1, que abunda en Palestina; a Tiro, a una nave, por ser ciudad eminentemente marítima 2, y a Egipto, a un cocodrilo 3, animal característico de esa región; y ahora Asiría es comparada a un
cedro del Líbano 4, que formaba parte de su vasto imperio. La majestad del cedro del Líbano es proverbial en la Biblia. Asiría se desarrolló como un cedro inmenso, porque estaba plantado junto a abundantes aguas:
el abismo le encumbró. (v.4). Según la mentalidad semítica, la tierra descansaba sobre las aguas del abismo 5, y de él provenían los diferentes ríos que la regaban. El gran cedro está plantado junto al gran depósito del abismo, mientras que los otros árboles (pequeñas naciones) son regadas por pequeñas
acequias, que no pueden competir con aquél. Ningún árbol podía hacer competencia con él, ni los cipreses, ni los plátanos, ni los
cedros del jardín de Dios (v.8). La frase es enfática para encarecer las proporciones del gran árbol, Asiría, entre las otras naciones. A su sombra
habitaban muchos pueblos (v.6). Los pequeños reinos integrados en el gran imperio asirio se recogían a su sombra contra las incursiones de otros pequeños estados. Nadie podía medirse con el gran coloso asirio. El majestuoso árbol había crecido sobremanera, de forma que los
árboles del Edén le miraban con envidia (v.8).
La descripción no puede ser más hiperbólica y florida. El profeta recarga las tintas para después medir la magnitud de la catástrofe.
Destrucción de Asiría (10-14).
10 Por eso, así dice el Señor, Yahvé: Ya que por ser encumbrado en altura, alzando su cima hasta las nubes, se embriagó su corazón de la propia alteza, n le he dado yo en las manos de un fuerte de las gentes, que le tratará según su maldad; le he desechado por su impiedad. 12 Extranjeros, los más feroces de los pueblos, le abatieron; cayeron sus ramas por los montes y por todos los valles, quedó destrozada su fronda por todas las pendientes de la tierra, y, esquivando su sombra, todos los pueblos de la tierra le abandonaron.13 Posáronse sobre sus restos todas las aves del cielo, y en sus ramas hicieron sus yacijas todas las bestias del campo, 14 para que no se exalten todos los árboles de junto a las aguas, y no lancen su cima hasta las nubes, y no confíen en su altura cuantos son regados por las aguas, porque todos están destinados a morir, a ir a la morada subterránea entre los hijos de los hombres que bajan a la fosa. El orgullo fue la perdición del majestuoso árbol. Se creyó Asiría que lo que tenía lo había adquirido por sus propias fuerzas, y no había pensado que su situación privilegiada junto a las aguas era una situación transitoria en la que Yahvé le había colocado. Se había encumbrado hasta las nubes, y ahora va a bajar hasta las profundidades de la
fosa o seol, región subterránea, morada de los muertos.
El instrumento para abatir este árbol descomunal fue un
fuerte de las gentes con los
más feroces de los pueblos (v.12), alusión al nuevo coloso babilonio. Sobre sus ramas abatidas posáronse las aves e hicieron yacijas las bestias
del campo (v.13). Todos los pueblos antes sometidos a su sombra se volvieron contra el árbol caído, aprovechándose de sus ruinas. Y el profeta declara abiertamente que todo esto sucedió para que otros pueblos prósperos, plantados
junto a las aguas (v.14), no levanten demasiado la cabeza ni confíen demasiado en su situación privilegiada, porque todos están
destinados a morir. El Seol, o morada subterránea, será el gran punto de cita de todos los hombres y pueblos.
Descenso de Asar al seol (15-18).
15 Así dice el Señor, Yahvé: El día en que bajó al seol enluté el abismo, retuve el curso de los ríos y se estancaron las aguas caudalosas; entristecí al Líbano por él y se secaron todos los árboles del campo. l6 Con fragor de su ruina hice temblar a las gentes. Cuando le hice bajar al Seol entre aquellos que bajan a la fosa, se consolaron en la morada subterránea todos los árboles del Edén, y los más hermosos y selectos del Líbano, todos regados por las aguas. 17 También bajaron ellos al Seol junto a los muertos a la espada, los que fueron su brazo y se acogieron a su sombra en medio de las gentes. 18 ¿A quién te asemejas tú por gloria y por grandeza entre los árboles del Edén? Pues también serás llevado con los árboles del Edén a la morada subterránea. Yacerás entre los incircuncisos, con los traspasados por la espada. Eso será del faraón y de toda su gente, dice el Señor, Yahvé.
Este fragmento describe la desaparición del imperio asirio, causa de consternación para muchos pueblos y de alegría para otros. La caída de Asiría representó un luto general en la naturaleza: se secó el abismo de las aguas, se retuvo el curso de los ríos y, como consecuencia, vino la sequía general y el duelo para el frondoso Líbano (
entristecí el Líbano por él, v.15) y se secaron
los arboles del campo. Las gentes temblaron ante el fragor de su caída (v.16), y los habitantes del seol, la región subterránea, se alegraron al ver caer al gran opresor. Aquí los
árboles del Edén, los más
selectos del Líbano., son los otros reinos que también habían prosperado junto a las aguas, pero que les había llegado la hora de la ruina. Mientras en la tierra reina el terror por la caída del coloso asirio, en la región tenebrosa del
seol todo es alegría y exultación.
En el c.14 de Isaías encontramos escenas parecidas de alegría entre los príncipes del
seol al entrar en la morada subterránea el rey de Babilonia, el tirano de todos: ¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echado por tierra el dominador de las naciones? Tú que decías en tu corazón: Subiré a los cielos, en lo alto, sobre las estrellas de Dios; elevaré mi trono, me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y seré igual al Altísimo. Pues bien, al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo. En el pasaje de Ezequiel que comentamos ocupan un lugar especial de ignominia, dentro del seol, los
que fueron su brazo y se acogieron a su sombra (v.17), es decir, todos los reinos que colaboraron en las demasías de Asiría. Parece que los
muertos a la espada, los asesinados o ejecutados por la justicia, ocupaban un lugar más oprobioso en el
seol con los incircuncisos (v.18).
Es el lugar destinado al faraón de Egipto: ¿A quien
te asemejas por tu gloria.?
El profeta se encara con el faraón. Por mucho que éste quiera ser, no sobrepasará el poder y gloria de Asiría, y, como este imperio, el de Egipto está destinado a la ruina. Como el rey de Asiría, el faraón tendrá que descender a la
morada subterránea. Se consideraba entre los más selectos de los
arboles del Edén, entre los primeros reinos de la tierra, y en realidad no va a tener otro destino que el de ocupar un lugar triste entre los incircuncisos
y traspasados por la espada. 1 Cf.
Eze_10:10. 2 Cf. 27:5s. 3 Cf. 29:3; 32:2.5. 4 Algunos autores modernos han querido suprimir la palabra Asur y aplicar la alegoría directamente a Egipto. Así Heinisch, Bertholet. Pero todas las versiones lo ponen. Véase el artículo de Joüon, Notes
phílolog,iques: Bíblica, éïß 1929) 309 11:1; cf. Spadafora, o.c., 235. 5
Gen_2:8.