I Reyes 8, 1-32


Dedicación del templo
2 Sm 7; 2 Cr 5s

Entonces Salomón convocó a palacio, en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a los jefes de tribu y a los cabezas de familia de los israelitas para trasladar el arca de la alianza del Señor desde la Ciudad de David – o sea, Sión– . Todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón en el mes de octubre, el mes séptimo, en la fiesta de las Chozas. Cuando llegaron todos los ancianos a Israel, los sacerdotes cargaron con el arca del Señor, y los sacerdotes levitas llevaron la tienda del encuentro, más los utensilios del culto que había en la tienda. El rey Salomón, acompañado de toda la asamblea de Israel reunida con él ante el arca, sacrificaba una cantidad incalculable de ovejas y bueyes. Los sacerdotes llevaron el arca de la alianza del Señor a su sitio, al camarín del templo – al Santo de los santos– , bajo las alas de los querubines, porque los querubines extendían las alas sobre el sitio del arca y cubrían el arca y las andas por encima. Las andas eran lo bastante largas como para que se viera el remate desde la nave, delante del camarín, pero no desde fuera. En el arca sólo estaban las dos tablas de piedra que colocó allí Moisés en el Horeb, cuando el Señor pactó con los israelitas, al salir de Egipto, y allí se conservan actualmente. Cuando los sacerdotes salieron del Lugar Santo, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo. Entonces Salomón dijo:
– El Señor puso el sol en el cielo, el Señor quiere habitar en las tinieblas, y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre. Luego se volvió y bendijo a toda la asamblea de Israel mientras ésta permanecía de pie y dijo:
–¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel! Que ha cumplido con su mano lo que su boca había anunciado a mi padre David cuando le dijo: Desde el día que saqué de Egipto a mi pueblo, Israel, no elegí ninguna ciudad de las tribus de Israel para hacerme un templo donde residiera mi Nombre, sino que elegí a David para que estuviese al frente de mi pueblo, Israel. Mi padre, David, pensó edificar un templo en honor del Señor, Dios de Israel, y el Señor le dijo: Ese proyecto que tienes de construir un templo en mi honor haces bien en tenerlo; sólo que tú no construirás ese templo, sino que un hijo de tus entrañas será quien construya ese templo en mi honor. El Señor ha cumplido la promesa que hizo: yo he sucedido en el trono de Israel a mi padre, David, como lo prometió el Señor, y he construido este templo en honor del Señor, Dios de Israel. Y en él he fijado un sitio para el arca, donde se conserva la alianza que el Señor pactó con nuestros padres cuando los sacó de Egipto. Salomón, de pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos al cielo y dijo:
–¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, que mantienes la Alianza y eres fiel con tus servidores, cuando caminan delante de ti de todo corazón como tú quieres. Tú has cumplido, a favor de mi padre David, la promesa que le habías hecho, y hoy mismo has realizado con tu mano lo que había dicho tu boca. Ahora Señor, Dios de Israel, mantén en favor de tu servidor, mi padre, David, la promesa que le hiciste: No te faltará un descendiente que esté sentado delante de mí en el trono de Israel, a condición de que tus hijos sepan comportarse procediendo de acuerdo conmigo, como has procedido tú. Ahora, Dios de Israel, confirma la promesa que hiciste a mi padre, David, servidor tuyo. Aunque, ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido! Vuelve tu rostro a la oración y súplica de tu servidor. Señor, Dios mío, escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu servidor. Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu Nombre. ¡Escucha la oración que tu servidor te dirige en este sitio! Escucha la súplica de tu servidor y de tu pueblo, Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú desde tu morada del cielo, escucha y perdona. Cuando uno peque contra otro, si se le exige juramento y viene a jurar ante tu altar en este templo, escucha tú desde el cielo y haz justicia a tus servidores: condena al culpable dándole su merecido y absuelve al inocente pagándole según su inocencia.
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